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Evidentemente, lo del elogio es un puro eufemismo, que tiene por finalidad poner de manifiesto hasta qué punto quien comete estupideces es capaz de presentarlas como logros en beneficio de todos (cuando solo se beneficia quien comete la estupidez). Va de suyo, por tanto, que la pura estupidez no es, en modo alguno, digna de elogio sino de reproche, pero el hecho de ser presentada como un logro es, en si mismo, algo semejante al elogio (infundado, claro está). Es por ello que tomo prestado el título del magnífico libro de José Antonio Marina (“Elogio y refutación del ingenio”) para quien el ingenio es esencialmente un proyecto de la inteligencia para vivir jugando, a salvo de la lógica, la moral y la realidad.[1]
La cultura de este siglo ha buscado la ingeniosidad con denuedo y con un punto de desesperanza, ya que se trataba de un fenómeno que significaba el despliegue de una libertad que ha entrado en crisis ahora. Pero desde hace ya algún tiempo parece que la estupidez ha usurpado el protagonismo al ingenio, fenómeno estudiado por Carlo Cipolla, un historiador económico italiano, quien estudió las causas que han provocado determinadas situaciones económicas y sociales a lo largo de la historia.[2] Entre estas causas se encontraba -como no- la estupidez humana, debida, en muy buena parte a la abundancia de los estúpidos, la más peligrosa categoría de seres humanos, que nos rodean por todas partes, dispuestos a hacernos daño (y hacérselo a sí mismos).[3] Y tras unas consideraciones generales, enuncia hasta cinco leyes por las cuales se rige la estupidez humana, que pueden ser sintetizadas como seguidamente se expone.
La Primera Ley de la estupidez humana afirma que siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que::i) Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas y que ii) día tras día, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.
La segunda Ley de la estupidez dice que la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad la proporcionan una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo. Tanto si se analizaba una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso o uno desconocido, se encontró que la misma fracción de profesores estaba formada por estúpidos. Fue tal la sorpresa ante los resultados obtenidos que se resolvió extender las investigaciones a un grupo especialmente seleccionado, a una auténtica «elite»: a los galardonados con el premio Nobel. El resultado confirmó que una fracción de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos. Este resultado es difícil de aceptar y de digerir, pero existen demasiadas pruebas experimentales que confirman básicamente su validez
La Tercera Ley presupone, que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Así, i) los Inteligentes: benefician a los demás y a sí mismos, ii) los Incautos: benefician a los demás y se perjudican a sí mismos, iii) los malvados: perjudican a los demás y se benefician a sí mismos, y finalmente, iv) los estúpidos, que perjudican a los demás y a sí mismos. Todo ello, sin perjuicio de añadir a la lista a los vanidosos que si suman esta condición a la de estúpidos, se vuelven aún más peligrosos (de ellos hablaré más tarde).
La Cuarta Ley afirma que las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, olvidan constantemente que, en cualquier momento y lugar, y bajo cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un manifiesto error. En definitiva, se pueden prever las acciones de un malvado, sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones, y muchas veces se pueden preparar las oportunas defensas, pero con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible.
Finalmente, la Quinta Ley afirma que la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. El corolario de la ley dice así ya que el estúpido es infinitamente más peligroso que el malvado. El punto esencial que hay que tener en cuenta es que el resultado de la acción de un malvado perfecto representa pura y simplemente una transferencia de riqueza y/o de bienestar. Por ello, si todos los miembros de una sociedad actuaran malvadamente por turnos regulares, no solamente la sociedad entera, sino incluso cada uno de los individuos, se hallaría en un estado de perfecta estabilidad. Pero cuando los estúpidos entran en acción, las cosas cambian completamente. Las personas estúpidas ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas y, por consiguiente, la sociedad entera se empobrece.
Pues bien, dicho cuanto antecede, queda por ver si quienes nos gobiernan (con tan malos resultados, que, a la vista está) son sencillamente ignorantes, malvados o simplemente estúpidos que se rigen por las cinco leyes descritas. Como puede verse, descarto ya de antemano que estemos en manos de personas inteligentes, ya que si así fuera sus decisiones habrían sido diferentes y, consecuentemente, el resultado también. Porque tomando como período de observación el mandato del Gobierno actual (y que no me vengan con monsergas de que los anteriores hicieron lo mismo) nos muestra unos resultados simplemente aterradores. Más de 120.000 fallecidos por Covid [4], millones de personas en estado de ruina económica (contando PYMEs y personas físicas) y una nación dividida por ideologías de lo más diverso y fragmentada a punto de romperse. Triste panorama que procede de un poder público, urdido en la oscuridad de una moción de censura, que ahora tiene que estar pagando la deuda contraída con quienes le apoyaron. Un poder público plagado de inútiles Ministros y asesores que, además añaden a su propio coste, el de las múltiples subvenciones a sus allegados, en perjuicio de todos los demás.
Vendedores de frases hechas, de ideas vacuas y de hechos ocultos tras un velo de oscuridad que, miedo da descorrerlo por lo que podamos encontrarnos detrás. Por ello, me temo que estamos ante una “banda” compuesta por malvados y estúpidos en proporciones similares, ya que, de otro modo no puedo llegar a explicar tan desastrosa gestión de lo público. Y es que es solo por la estupidez que algunos pueden estar (o aparentar estarlo) tan seguros de sí mismos,[5] lo cual no es consuelo alguno, porque a esto hemos llegado por nuestra propia estupidez a la hora de votar.
Pero no es solo eso, por desgracia. Y es que al género de los estúpidos debe serle añadido (como ya anticipé) el de los vanidosos, pudiendo ser entendida la vanidad como “el amor exacerbado hacia uno mismo, así como la creencia excesiva en las propias habilidades y en la necesidad de mostrárselas a los demás”.[6] Esto quiere decir que un vanidoso no solo cree en exceso en sí mismo, sino que busca constantemente que otros lo noten o destaquen, porque tiene el deseo compulsivo de ser reconocido y valorado. Por otra parte, el vanidoso trata de hablar siempre de lo que sabe, pero también de lo que no sabe y hace ostentación de lo que considera que son sus valores personales. Es experto en ningunear o invisibilizar a las personas y, por ello, descalifica y desvaloriza cualquier opinión, solo la suya será la acertada en todo caso. Además, la persona que tienen al lado no existe para ellos, excepto cuando le aplaude (especialmente, si los aplausos los ha ordenado él mismo).
¿Cabe duda acerca de quién puede responder a este patrón (mezcla de estupidez y vanidad)? Me temo que ya habrá sido identificado por muchos, que, a estas alturas, ya nos conocemos todos, especialmente cuando la persona en cuestión se empeña en mandarnos a todos, porque dentro de esa “todeidad” hay alguien que destaca sobremanera y que, para colmo, tiene el nombre de la piedra sobre la que se edificó la Iglesia.[7] Señoras y señores, les presento a …Pedro I el vanidoso (amén de otros epítetos que guardo para mí). Aplausos ¡¡¡ … que eso desea semejante personaje, capaz de permanecer tanto tiempo detentando un poder que no reporta beneficio alguno salvo a sí mismo (aunque …ya veremos que pasa cuando se vea obligado a dejar el poder)
De modo que con estos pensamientos ocupando ahora mi cabeza, me despido con mi eterna sonrisa etrusca, recordando la frase de La Fontaine: “Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda”
[1] Vid: José Antonio Marina: “Elogio y refutación del ingenio”. Editorial Anagrama S.A, 2004.
[2] Vid: Cipolla Carlo M. “Allegro ma non troppo”, Editorial Planeta; 2012, Barcelona. En una .línea de pensamiento relacionada con las reflexiones del economista británico Jeremy Bentham (1748-1832), que fue el primero en intentar cuantificar la utilidad que reportan a la sociedad las acciones de los gobiernos que la dirigen
[3] Puede consultarse, también, “Historia de la estupidez humana” de Paul Tabori; Editado por ealeph.com; 1999.
[4] Según los cálculos del estudio «Estimation of total mortality due tono COVID-19» de l’Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington. se habrían producido 123,786 defunciones por coronavirus. Es decir, España no habría notificado el 36,4% de las muertes que se han producido desde el inicio de la pandemia. Vid: https://www.elnacional.cat/es/salud/espana-no-ha-registrado-casi-el-40-de-las-muertes-reales-por-covid-19_607607_102.html
[5] La frase literal de F. Kafka es la siguiente: “Es solo por su estupidez que algunos pueden estar tan seguros de sí mismos”.
[6] El DRAE define al vanidoso como persona que tiene vanidad y la muestra. Y a la vanidad, como “arrogancia, presunción, envanecimiento”, y también como “vana representación, ilusión o ficción de la fantasía”. La vanidad es una manifestación de la soberbia y la arrogancia. La persona vanidosa se siente superior al prójimo, ya sea desde un punto de vista intelectual o físico. El vanidoso no duda en destacar su supuesta capacidad cada vez que puede, menospreciando al resto de la gente. En este sentido, la vanidad encubre un sentimiento de inferioridad y el deseo de ser aceptado por el otro. Al hacer gala de sus virtudes, el vanidoso intenta demostrar que no es menos que nadie (lo que en realidad siente) y espera el aplauso y la admiración de quienes le rodean. Vid: https://definicion.de/vanidad/
[7] Friedrich Nietzsche escribió lo siguiente al respecto: «La vanidad es el temor de parecer original; denota por lo tanto una falta de orgullo, pero no necesariamente una falta de originalidad » :Aurora , Aforismo 365 (» Die Eitelkeit ist die Furcht, original zu erscheinen, also ein Mangel an Stolz, aber nicht notwendig ein Mangel an Originalität» ) asimismo, Mason Cooley dijo «la vanidad bien alimentada es benévola, una vanidad hambrienta es déspota».
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