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Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”.

Estas palabras figuran en la solapa de la primera edición de Un mundo feliz, la novela distópica escrita por Aldous Huxley en 1932.  Huxley fue ensayista, novelista, filósofo, y podríamos decir también un auténtico intelectual inquieto en todo sentido, casi un profeta, un clarividente de los tiempos.

En Un mundo feliz, Huxley presagia la implantación de un Estado Mundial Totalitario y el surgimiento de una sociedad que se encuentra dividida en castas, con su población adaptada, sumisa y gustosamente en ellas. Todos son “felices” en una dictadura del placer por obligación, que solo reclama obediencia y resiliencia al desarrollo de una avanzada tecnología científica carente de alma. Los intereses de esa sociedad, de ese Mundo Nuevo, son el goce y el placer, el sexo libre y salud física. Lo demás no se lo conoce, no interesa o no está permitido.

En ese futuro imaginario, la reproducción natural, la familia, el amor, la religión, la filosofía y el pensamiento crítico, han sido eliminados. Esa humanidad -si así puede llamarse- entregó su naturaleza y libertad a cambio de la seguridad que le brinda el Estado mundial omnipotente. No es casual que los protagonistas de Un mundo feliz se llamen Bernard Marx y Lenina Crowne.

Ese futuro imaginado por Huxley es ficticio, pero de algún modo, se anticipó al nuevo orden actual de las elites, de los poderosos, el de la vigilancia ideológica, el que borra y rescribe a conveniencia el pasado, el del control sanitario, el de las grandes tecnológicas que subordinan la soberanía popular y las libertades individuales. Es el mundo feliz del modelo maocapitalista, el de la corrección política global aceptado con sumisión buenista por los prefieren trocar su libertad por la supervivencia y seguridad del esclavo. Un mundo feliz es ficción, literatura, la manifestación de una de las siete artes contemporáneas, no es realidad histórica, sin embargo, en muchas ocasiones la literatura nos advierte con anticipación de los posibles derroteros que puede tomar la humanidad.

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Aldous Huxley escribió a George Orwell -que fue alumno suyo- diciéndole que la pesadilla de 1984 coincidía con la que describió en Un mundo feliz, con una estructura política y social uniforme, donde los amos del mundo inducirían a la gente a amar su esclavitud. Las sociedades descriptas de forma literaria, tanto por Huxley como Orwell, tienen una dimensión global, vírica, contagiosa, expansiva y sin límite, muy similar al nuevo paradigma en el que estamos viviendo hoy en día: un neo totalitarismo parecido al de la ficción del pasado siglo, y que pretende ser impuesto obligatoriamente por nuestro bien con el falso ropaje de ser un lugar libre, tolerante, humano, eco sostenible y democrático.

Aldous Huxley escribió: “Habrá en una de las próximas generaciones un método farmacológico para hacer que la gente ame su condición de siervos y así producir dictaduras, por así decirlo, sin lágrimas; una especie de campo de concentración indoloro para sociedades enteras, en el que la gente será privada de sus libertades, pero estará muy feliz por ello”.

Como dice Aldous Huxley, denunciemos a esa especie de campo de concentración que quieren imponernos, ese gulag social donde quieren que seamos felices, pero sin libertades. Rechacemos con firmeza esa dictadura multicolor del placer por obligación, donde no poseerás nada, pero serás feliz.

Seamos como Huxley, seamos incorrectos negándonos a aceptar la servidumbre. Alcemos la voz ante esa tiranía sin lágrimas, pero sin libertad, Seamos libres, pero de verdad.

Autor

José Papparelli
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