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El roscón de Reyes que hoy les traigo en forma de artículo periodístico no lleva nata ni fruta escarchada pero contiene, a modo de sorpresas, dos dulces que ha preparado ese repostero enanito e invisible que tengo alojado en lo más hondo de mi cerebro y que se dedica a elaborar unos postres que no siempre gustan a todo el mundo. Y es que ese enanito es muy de derechas, y parece ser que en el más allá todo el mundo es así menos el diablo y sus adeptos. Pero hoy no voy a hablar ni de política ni de religión sino de un problema que afecta a la humanidad entera desde que un primer homo sapiens tuvo conciencia de su superioridad y señalando con su dedo a otro congénere le espetó indignado: ¡mono lo serás tú!
¿Y cuál es ese problema, amigos?… La locura. Desde aquellos faraones que levantaron inútiles pirámides a costa del sudor de sus súbditos y de los tesoros conquistados a sus pueblos vecinos a sangre y fuego hasta la actualidad, el ser humano no ha hecho otra cosa que dar muestras de su demencia y estulticia. Y no hay que irse muy lejos para encontrar ejemplos tanto de la locura individual de los dirigentes políticos como de la locura colectiva en la que aquella desemboca y de la que así mismo procede, ya que ambos tipos de insania mental se retroalimentan: ¿puede un Gobierno como el español de hoy reescribir la historia a su antojo prohibiendo bajo pena de multa o de cárcel otra visión de la misma porque la verdadera incomoda a una parte de la población?..¡De locos!
En fin: no conseguiré con mis palabras salvar a España ni al mundo de este proceso de demencia colectiva que se va extendiendo por la humanidad con más rapidez que la pandemia actual y con no menos peligro: si no para el cuerpo, sí para el alma. Y como el tema de hoy es la locura, yo señalo al mundo como culpable con mi dedo acusador, más vehemente que el de Zola, y defiendo mi propia inocencia, porque hay algo que tengo bastante claro: todo el mundo está loco, menos yo. El primer dulce que ha elaborado mi repostero particular lo deja ondulantemente claro:
¿Loco yo?
Si estoy loco de remate
no es cosa que a mí me inquiete
para que el sueño me quite
y de cansancio me agote.
Tampoco es que yo disfrute
con ello o que no me inmute
cual si fuera un pasmarote
si algún tipo se permite
ponerme algún remoquete
que mi locura delate.
Mas como yo me percate
de que alguno me etiquete
con un mote que me irrite
le daré con mi garrote
hasta que golpes compute
doscientos y le refute
su idea con tanto azote;
y me da igual lo que grite,
pues quien a mí me acomete
se enfrenta a un duro combate.
Y es que practico karate
desde el año ochenta y siete.
El que conmigo compite
se arriesga a que lo derrote
después de darle un buen tute.
Y si alguno lo discute
hará que de ira explote
y con él me extralimite
como destripo a un juguete
con la furia de mi embate.
Así que no hay más orate
que el que al más fuerte arremete
sin que le importe un ardite
porque se cree un machote
de tanto alcohol que deglute.
Y el que lo expuesto confute
que se busque un sacerdote
que una oración le recite,
porque yo en un periquete
lo aplasto como a un tomate.
Y si no ha quedado suficientemente demostrada mi teoría con esta primera sorpresa del roscón -algunas personas manifiestan alergia a la ondulancia- les descubro el segundo pastelito, elaborado con una técnica aprendida de un arcipreste que vivió hace muchos años y que se las sabía todas porque era de Alcalá. Estoy hablando del tetrástrofo monorrimo alejandrino, llamado comúnmente “cuaderna vía”, que también se las trae porque contar estas sílabas exige gran maestría. Y si no, compruébenlo ustedes ahora, que quizás ya no habrá más roscones como éste. ¡Felices Reyes!
La locura
El mayor manicomio, el más ancho y profundo,
os diré dónde hallarlo si atendéis un segundo.
Lo digo y lo proclamo del modo más rotundo:
esa casa de locos es la bola del mundo.
Dijo un sabio de Grecia, que ahora no recuerdo,
que están locos los hombres, y con ello concuerdo;
aunque yo lo matizo para estar más de acuerdo:
Todo el mundo está loco menos yo, que estoy cuerdo.
Que soy hombre lúcido esto es algo evidente.
Cualquier psicoanalista que analice mi mente
-si encontramos alguno con dos dedos de frente-
os dirá claramente que no soy un demente.
Mas hablemos de locos y no de un servidor,
que hablar bien de mí mismo me produce rubor
y yo soy tan modesto que me impide el pudor
decir que soy de mente, de mente superior.
Bien; la clase de locos de la que quiero hablar
es la más abundante que se puede encontrar:
la de los incrédulos, que vienen a afirmar
que solo existe aquello que es fácil de observar.
Hay muchos que no creen en platillos volantes
y menos todavía que tengan ocupantes:
esos seres bajitos de cabezas gigantes,
con ojos inclinados y trajes reflectantes.
Yo sí creo en ellos puesto que los he visto:
Cuando estoy acostado y el sueño no resisto
me llevan a sus naves y allí los entrevisto.
Me enseñan muchas cosas: por eso soy tan listo.
También muchos rechazan que los monstruos existan
y consideran locos a quienes los avistan.
Mas yo les aconsejo de esta idea desistan,
que estos seres se muestran a los que más rechistan.
Que existen los vampiros es cosa bien sabida,
y es conocido el medio de evitar su mordida.
Si un vampiro te acosa y te incordia en tu vida
o te envuelves en ajos o te espera una herida.
Yo conozco a una vieja huraña y taciturna
que le teme a un vampiro de visita nocturna;
y para hacer que huya y regrese a su urna
cuando llega la noche con ajos se embadurna.
Y ocurrió que una noche, buscando entre sus ollas,
no encontró tales ajos y se untó con cebollas;
El vampiro, que la olió, mordisqueó sus mollas,
chupeteó su sangre…y se fue con sus joyas.
Por eso yo os advierto, con palabras sucintas,
que en estas situaciones no valen medias tintas;
No toméis por iguales cosas de iguales pintas,
que ajos y cebollas son cosas bien distintas.
También está probado que las brujas existen:
Viven en el infierno y a Satanás asisten.
Con ropajes oscuros y siniestros se visten.
Aconsejo que huyan a quienes las avisten.
Entran por tu ventana montadas en su escoba
y esperando a que duermas se esconden en tu alcoba.
Se meten en tu sueño y tu paz se joroba:
pesadilla que causan pesa más de una arroba.
Y si temo a las brujas, me aterroriza el coco.
También viene de noche: por eso duermo poco.
Se ha propuesto este monstruo que yo me vuelva loco
y en la lista de malos primero lo coloco.
Pensar en su figura me espanta y me atenaza
pues tiene por cabeza una gran calabaza.
Aquel que se lo encuentra enferma y adelgaza:
Yo he perdido diez kilos desde que me amenaza.
El coco es muy amigo de otro ser horroroso
que cuando hay luna llena me somete a su acoso:
hablo del hombre lobo, con su cuerpo velloso,
que por darme un bocado siempre se muestra ansioso.
Un día vino a verme, iracundo y arisco
y por hacerlo manso imité a San Francisco:
Me postré y lo bendije; él, hecho un basilisco,
se abalanzó sobre mí y me pegó un mordisco.
Aprended, compañeros, lo que aquí se deduce:
que hacer el bien a un monstruo a nada nos conduce.
El trato bondadoso enfado le produce,
alimenta su rabia y hace que se azuce.
Al que crea en las momias lo voy a criticar.
En ellas yo no creo, pues no son de fiar.
Nada que te prometan lo van a realizar.
Como están enrolladas lo suyo es enrollar.
Si de ti quieren algo te contarán un rollo:
Te piden que les prestes para salir de un hoyo
y luego se lo gastan comiéndose un centollo.
Por eso sus demandas yo nunca las apoyo.
A un ogro gigantesco también le tengo miedo.
Si crees que no existe a mi me importa un bledo.
Cuando se me aparece a escaparme procedo:
si no me voy corriendo me aplasta con un dedo.
¡Qué cosa tan terrible, que coma carne humana!:
A mí me ha echado el ojo con la intención malsana
de meterme en un guiso, cuando le venga en gana,
con el culo relleno de cebolla albarrana.
En resumen, amigos, esto es lo que me pasa.
¡Y nada de risitas: no os lo toméis a guasa,
que lo que os he contado en la verdad se basa!
Y me voy, que estoy loco… por llegar a mi casa.
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