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El periodista Andrés Barba, ‘manso cabestro’ apesebrado en ese gran emporio arruinado que es El País y todo su Grupo mediático PRISA, inexplicablemente apuntalado financieramente por las más importantes empresas del IBEX35, está muy enfadado y rabioso con la acertada iniciativa de Felipe VI de recorrer este verano diversas comunidades y pueblos de España, en donde ha sido recibido con cariño y esperanza.
Pero de momento, Felipe VI arrasa en todas las encuestas con mayor aprecio del pueblo que cualquiera de los políticos que copan el Parlamento y los medios de comunicación.
Andrés Barba miente a sabiendas, cosa habitual en gran parte de la clase periodística de izquierdas actual, cuando intenta hacer un envite de farol al Rey intentando que éste se ‘democratice’ presentándose a unas elecciones, para legitimizarse.
Pero el Rey no lo necesita, porque ‘ya viene legitimizado de casa’, pues precisamente la justificación de la existencia de la institución monárquica, que preserva en el Tiempo su eficacísima posición como ‘último defensor del pueblo’, es la de no tener que depender para su existencia de los chantajes y presiones de ningún grupo político, económico, mediático o religioso.
Por otro lado la actual monarquía parlamentaria española no tiene ningún poder ejecutivo, por lo tanto que el Rey fuera elegido popularmente sería una estupidez, elegido ¿para hacer qué, si carece de poder para hacer nada?
Pues no, ese no es el papel del Rey, su único papel ‘no es de este mundo’ de corruptos, de advenedizos, de delincuentes, y de traidores a la Patria, sino que ha de limitarse a preservar unos ‘valores inmateriales pero sin embargo valiosísimos’ que son patrimonio común de todos los ciudadanos de España.
Su padre Juan Carlos I no lo entendió así y desde el primer momento campechaneó parcialmente con la zona izquierda del hemiciclo parlamentario, hasta que su promiscuidad y su ambición le arrastraron a límites imposibles de sostener, y a partir de ahí sus ‘democráticos’ apoyos se deshicieron como un terrón azúcar y nadie ha venido a sacarle de la letrina en que había caído.
En su torpeza pensó que ‘ellos’ jamás dejarían de sostenerle teniendo en cuenta su comportamiento más que tolerante y amistoso durante tantos años: pero ‘ellos’ jamás perdonan ni consienten: te usan, te destruyen, y te tiran como un pañuelo usado lleno de mocos. No hacen prisioneros.
De todos modos, el señor Barba debería recordar la historia del Rey Simeón de Bulgaria, que fue expulsado ‘democráticamente’ de su reino, residiendo unos años en España, tras los cuales se presentó a las elecciones para la presidencia de Bulgaria, y con el voto popular ganó a todos los que antes le habían echado.
¡Ojo! que a veces los pueblos dan sorpresas…
De todos modos, ningún régimen, tanto sea dinástico, democrático, golpista o revolucionario, garantiza la idoneidad del ciudadano proclamado como Jefe de un estado.
Por mi parte, me daría igual que eligieran a mi rey o a mi presidente por orden alfabético, por sorteo, por orden de estatura, o por lugar de nacimiento, a mí lo que me importaría es que el elegido hubiera de cumplir como mínimo una lista de exigentes requisitos básicos de formación, capacitación, experiencia y trayectoria personal, para poder acceder al cargo. Y aún así y todo, eso tampoco garantiza nada, porque al final puede llegar un líder carismático galopando brillante y parlanchín sobre sus medios de propaganda y arrastrar democráticamente a todo un Pueblo a su perdición, y vuelta a empezar. La Historia se escribe así.
De modo que me parece pues prudente dejar a la institución monárquica como está, que resultará mala buena según el Rey con el que nos toque convivir, pero que poco puede influir en nuestras vidas.
No exactamente lo mismo que pasa según la categoría del Presidente de Gobierno con el que hemos de compartir como mínimo cuatro años de nuestra vida, que ya nunca tendremos ocasión de recuperar.
Y por cierto Sr. Barba, ¿a qué viene esa asociación de ideas entre su hijo tirándose por un tobogán y su idea luminosa de que el Rey se presente a elecciones?, ¿Es eso lo que usted desea para nuestro Rey, que se tire al vacío por un tobogán?, ¿Y cuando aterrice de golpe en suelo, qué? Mejor que Don Felipe permanezca estable en lo alto del tobogán, observando con serenidad, discreción y preocupación, cómo nuestros políticos se escalabran bajando como suicidas hasta el mamporro final.
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