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Imre Csekő, del diario conservador húngaro Magyar Nemzet, entrevista a Patrick Deneen, profesor de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE.UU.), que ha ido a Hungría invitado por el Colegio Mathias Corvinus.

En uno de sus artículos escribe que el liberalismo no es sostenible. ¿En qué se basa este juicio?

El liberalismo es capaz de prosperar cuando no es químicamente puro, sino que está mezclado con elementos no liberales. Porque en realidad, las tradiciones sobre las que se construye el liberalismo incluyen la familia, las comunidades cercanas, la religión y la nación. Estos son las condiciones previas del liberalismo y las fuentes mismas de la convivencia humana. El liberalismo debilita todas estas fuentes, como instituciones que limitan nuestra libertad. Así que lo que hace insostenible al liberalismo es que corta sus propias raíces, que necesitaría para perpetuarse.

Con los continuos disturbios en Estados Unidos, ¿podemos decir que estamos viviendo el momento en que el liberalismo demuestra que es insostenible?

Sí. Pero esto ya vino indicado con la elección de Donald Trump, el Brexit y el auge del populismo en toda Europa. Es también lo que estamos viendo en el caso de la reacción de la UE contra Hungría y Polonia. Hay un sentido muy fuerte de misión en la ideología liberal, un deseo de reorganizar la sociedad exclusivamente en torno a la idea de que nuestras tradiciones son signos accidentales que deben ser superados por la evolución social. La división que estamos viviendo se debe a que la élite liberal que está en la cima de las instituciones que gobiernan el mundo occidental trata a todos los que se atienen a las tradiciones como enemigos.

¿Cuál cree que es el estado de la democracia estadounidense en la actualidad?

No está en un buen estado porque es difícil ver cómo se puede salvar el mencionado abismo social. Para que la política funcione, no debe haber una división de tal magnitud que esté fuera del alcance de un posible compromiso entre personas de buena voluntad, entre quienes reconocen que sus oponentes no son enemigos, sino conciudadanos que piensan de forma diferente. En los Estados Unidos de hoy, ambos bandos ven al otro como el enemigo. Desde los sucesos del 6 de enero en el Capitolio, las agencias de seguridad del gobierno han estado investigando a ciudadanos individuales por sus opiniones políticas. Que yo recuerde, esto no ha ocurrido nunca. Es un fenómeno que recuerda a la Unión Soviética. Algunos ciudadanos son considerados terroristas, el enemigo interior, por sus opiniones políticas. En mi país se respira hoy un ambiente realmente malo y, por desgracia, no veo ninguna voluntad de ponerle freno. Joe Biden puede hablar de unir al país, pero su administración no refleja esa intención.

Donald Trump fue expulsado de varias redes sociales por afirmar que hubo fraude electoral y negarse a reconocer su derrota. ¿Cree que es concebible que las elecciones estén plagadas de irregularidades?

Lo que sí puedo decir con certeza es que quienes dirigen las instituciones y cuyo trabajo sería investigar un posible fraude electoral han mostrado una extraordinaria falta de interés en estas últimas elecciones presidenciales. No tengo forma de saber si hubo o no fraude, pero lo que sí es cierto es que la prensa y los distintos organismos de control no hicieron prácticamente nada para comprobarlo porque no les interesaba hacerlo, ya que su apoyo a la candidatura de Joe Biden era evidente. También hay que tener en cuenta que los mismos que condenan el cuestionamiento de la limpieza de las elecciones de 2020 son los mismos que se empeñaron en 2016 en decir que las elecciones estaban amañadas por la injerencia rusa. En ese momento, se iniciaron investigaciones parlamentarias en el Congreso, se pidió la intervención de las agencias de inteligencia y se realizaron importantes esfuerzos, aunque finalmente inútiles, para demostrar que las elecciones fueron irregulares. Menciono todo esto para mostrar cómo, en este momento, las partes se enfrentan como enemigos, se han vuelto incapaces de comprometerse y se inclinan fuertemente a cuestionar la legitimidad de cualquier victoria del campo contrario. Así que se trata de un problema sistémico que afecta a los dos grandes partidos.

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Parece que en Hungría llevamos décadas de retraso con respecto a Estados Unidos en términos de progreso social debido al paréntesis comunista. ¿Podemos imaginar que, gracias a eso, ahora nos tocará a nosotros? ¿Que ahora podríamos tener algo que enseñarles?

Puede ser que una enfermedad ya esté royendo nuestro cuerpo y destruyendo nuestra salud, pero el médico aún no ha podido diagnosticarla. Quizás fue en 2016, en un momento en que la enfermedad ya estaba en su fase avanzada, cuando se hizo evidente que nuestra sociedad había cambiado radicalmente. Para encontrar una época en la que el pensamiento social en nuestro país estuviera al mismo nivel que en la Hungría actual, tenemos que remontarnos muy atrás, quizás a los años 50. En aquella época todavía había una clara mayoría de ciudadanos que tenían una actitud positiva hacia la nación, la familia tradicional o incluso la religión. Hoy recordamos esa época como una edad de oro. La clase obrera era muy fuerte, el pleno empleo estaba prácticamente garantizado y el Estado del bienestar había creado una red de seguridad en torno a los trabajadores como nunca antes habían conocido. Si miramos a Hungría en la actualidad, encontramos que estos elementos son las condiciones para la restauración de la cohesión nacional. Hoy en día, en nuestro país, hay más bien una división social cada vez más profunda que separa a los ganadores y a los perdedores de la globalización, y las heridas son cada vez más grandes. Espero que las sociedades de Europa del Este no tengan que pasar por todo esto.

¿Cómo describiría el fenómeno conocido en Occidente como “cultura de la cancelación?

Es muy parecido a lo que veíamos en la Unión Soviética, salvo que todavía no se encarcela a la gente por sus opiniones. Pero tenga en cuenta que a mí me preocupa mucho que se llegue a eso. Quienes dirigen las instituciones que rigen la vida social y representan el poder económico, cultural y político, consideran intolerable la más mínima desviación de la ideología liberal. Si, por ejemplo, alguien se atreve a criticar la revolución sexual y está de acuerdo con la idea, hasta hace poco considerada respetable y compartida por una gran mayoría, de que la familia tradicional debe ser la norma social, los autodenominados guardianes del orden social atacan a este infractor en las redes sociales. Sin embargo, en el mercado laboral este fenómeno ya tiene una traducción institucional. Un empleado puede perder su trabajo y ver arruinada su carrera por opiniones que contradicen la opinión liberal.

La llamada “teoría crítica de la raza” está en auge: ¿qué opina al respecto?

Hasta hace poco, todo el mundo en Estados Unidos estaba de acuerdo con la idea tradicional estadounidense de que Dios nos creó a todos iguales, tal y como se recoge en nuestra Declaración de Independencia. Por lo tanto, la creación de condiciones para una competencia justa, sin discriminación por raza o género, debería conducir a una sociedad más justa. Esta tradición ha degenerado en la teoría crítica de la raza, que tiene muchos elementos marxistas en la medida en que divide la sociedad en opresores y oprimidos sobre la base de ciertas características distintivas. En el pasado, este antagonismo se creaba sobre la base del antagonismo de clase; hoy es el color de la piel el que se utiliza como criterio. Si tienes la piel blanca, entonces perteneces a la clase de los malvados; si no, a la de los virtuosos. Dado que se juzga a las personas únicamente por sus características externas, muchos se han preguntado, con razón, si no se trata en realidad de una teoría racista que califica a un segmento de la población como intrínsecamente malvado y encomienda a sus partidarios la tarea de remodelar la sociedad para que sea gobernada por el grupo presentado como virtuoso y sean capaces de reeducar a los presentados como malvados.

Dado que se trata de una teoría de base racial, ¿no sería igualmente posible un paralelismo con el nazismo?

En la teoría crítica de la raza encontramos las categorías de puro e impuro. Es un planteamiento maniqueo, según el cual el mundo debe ser purificado de sus elementos impuros para alcanzar el estado paradisíaco. Esta es la base común de todas las ideologías siniestras e inhumanas. En el pasado, el cristianismo, al afirmar que todos somos pecadores, independientemente del color de la piel o de la clase social, y que estamos condenados a mendigar la redención, impedía que los políticos se creyeran por encima de las consecuencias del pecado original. Por ello, no es de extrañar que esta nueva ideología esté en auge hoy en día, en nuestra era post-cristiana.

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En Hungría, la cuestión de la educación sexual de los niños se ha convertido estos días en un debate político muy acalorado. En su opinión, ¿la “sensibilización” de los niños supone un peligro real?

Por desgracia, la preocupación es legítima. En Estados Unidos, la revolución sexual se ha mezclado con las cuestiones raciales. El movimiento homosexual ganó influencia al apoyarse en el movimiento de los derechos civiles. Pero creo que hay una gran diferencia entre no juzgar a una persona por el color de su piel y adoptar un enfoque ideológico de la sexualidad y todo lo que conlleva. Son dos cosas muy diferentes. En el momento en que la gente empezó a ver el fenómeno LGBT en términos de raza, perdimos la batalla. Creo que algunas de nuestras realidades más básicas tienen un lugar legítimo en el orden político, mientras que otros aspectos de nuestra identidad no necesitan el reconocimiento y la promoción del Estado. Es muy preocupante que este asunto se haya convertido en una cruzada ideológica internacional que recorre el mundo occidental. La bandera del Orgullo se ha convertido en un símbolo de pureza y virtud. Ya no se trata de la tolerancia, sino de la aceptación e incluso del reconocimiento, conceptos que significan mucho más que la tolerancia (que también apoyo), cuyo principio es que las personas puedan vivir su vida como quieran, libres de persecución. Sin embargo, hoy se trata de la abolición de la norma heterosexual, algo que es una amenaza para la civilización y, por tanto, inaceptable.

En Occidente, parece que los conservadores llevan décadas en retirada. ¿Cuál podría ser la alternativa a esta capitulación cada vez más completa?

Parte del problema es la forma en que los conservadores se definen a sí mismos, en la medida en que tradicionalmente se han fijado el objetivo de bloquear los cambios liberales que se producían en su época. Eso es lo que sugiere la propia palabra “conservador”: que se busca preservar algo que ni siquiera se está seguro de poder definir con precisión. Tal vez necesitemos una mejor comprensión del interés público. Podríamos llamarlo “conservadurismo del interés público” para que quede más claro qué es lo que intentamos proteger. Pero hoy estamos tan lejos de eso que un verdadero conservador parecería simplemente un revolucionario que intenta subvertir el sistema existente. Debemos aceptar que el planteamiento tranquilo y comedido del problema, que se declara ajeno a los cambios radicales, es ciertamente una expresión del instinto de la virtud, pero sólo funciona en una sociedad sana, una sociedad que posea virtudes que merezcan ser preservadas. Por ello, el término “conservadurismo” es engañoso hoy en día, ya que nuestro objetivo debería ser más bien una transformación radical de las sociedades occidentales.

Entonces, ¿la valentía debería ser la virtud cardinal de los conservadores de hoy?

Ciertamente, el miedo a ser silenciado está presente en las mentes de los conservadores occidentales, y con razón, porque a veces uno realmente pierde su trabajo y su medio de vida. Pero además de valor, también necesitamos comprender mejor la situación en la que nos encontramos. Lo que necesitamos es una combinación de las virtudes del valor, la sabiduría y la prudencia para saber cuándo y cómo actuar.

Autor

Álvaro Peñas