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De todos es sabido que los socialistas, con sus líderes a la cabeza, sólo mienten dos veces: cuando llueve y cuando escampa. Por eso, entrar en tratos, negociaciones, pactos y demás diálogos con ellos con el fin de conseguir algo provechoso para el bien común es, más allá de inútil, un ejercicio de mala fe, ingenuidad o nesciencia. Sólo los tramposos están capacitados para llegar a acuerdos ventajosos mutuos, aun sabiendo que uno de ellos se va a beneficiar del juego más que el otro, pero que el perdedor en el trampeo de hoy compensará su quebranto en el de mañana.

 

De ahí que los tramposos socialistas se lleven bien con los tramposos separatistas, comunistas y demás gente de mal vivir. Y de ahí que todos ellos desprecien al PP, un tramposo que quiere hacer los mismos ardides que los demás, pero que no alcanza el nivel de las elites de Monipodio. El PP, que admira en su fuero interno a éstas, quiere ser un escualo más en la partida, pero al carecer su dentadura de suficientes filos, dentro del patio del sevillano se queda en mezquino boquerón.

 

Este proemio viene a cuenta de las transacciones respecto al CGPJ, en las que los socialistas, monarcas de la impunidad, acostumbrados a ganar las partidas por las buenas o por las malas, están amenazando con hacer más fraudulentas aún las reglas del juego, si el PP no acepta dejarse engañar de acuerdo a las antiguas celadas. Unos y otros, como integrantes de lo peor del gremio de los políticos saben la cantidad de excrementos que envuelven al poder, al menos al poder como ellos lo entienden y detentan, o de la cantidad de principios que tienen que violar para continuar ejerciéndolo.

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Unos y otros están en un tira y afloja partidista, al margen de lo que conviene a la ciudadanía, a la justicia y a la nación. Unos y otros, más los socios del Gobierno, negociando infamantes indultos, leyes delictivas, componendas turbias y felonías de todo tipo, están por enésima vez escandalizando al país, si este fuera capaz de escandalizarse. Pero como la política, que debiera ser una de las artes más excelsas, sólo vale ya, después de tan frecuentes y zafias representaciones, para que el voto -también fraudulento- respalde a los chorizos, el respetable los deja hacer, ajeno e inerte, en espera de que le pongan finalmente las cadenas o le caiga la hoja del puñal definitiva.

 

El caso es que, en esta función tan humillante que venimos contemplando, que se alarga ya demasiado -cuatro décadas largas-, no se impone la verdad ni la razón ilustrada, sino la mentira y la razón instrumental de los profesionales del poder y los negocios, la moral del tanto puedo tanto robo o tanto tengo tanto valgo. Porque la naturaleza del poder es así, y apresarlo y conservarlo son dos actos igualmente sucios.

 

El caso, insisto, es que, enfrentados al dilema eterno entre el ser y el tener, los mandados han vendido su patrimonio moral, su salud, su libertad e incluso su vida por un plato de lentejas, a favor de la opulencia de los mandatarios, sin que el respetable fuera consciente de que la jaula dorada de la sociedad de consumo nos ataba a la vulgaridad y a la esterilidad de todo lo abyecto, y que además no podía ser eterna.

 

Y que, aun estando en juego la verdad y la dignidad, además de la libertad y la vida, el pueblo soberano ha abandonado en manos de los delincuentes y dementes su futuro, creyendo que la coyuntura era una breva de la que podía gozar y aprovecharse también, como se aprovechaban sus victimarios, pues en la sociedad de la abundancia cabíamos todos. Y a esta ganga histórica de una ciudadanía que se ha dejado despojar nos la llamaron modernidad y democracia.

 

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Mas, ahora, al cabo de la trenza, se confirma que, de estas etiquetas, ideologías y costumbres impuestas, no sólo no ha surgido nada noble, que nos haga sentir orgullosos, sino que nos han traído la ruina, material y espiritual. Ítem más: se verifica que una mayoría aún no entiende las consecuencias de esta demencial situación, ni la necesidad y urgencia de revertirla, ni cómo hacerlo; es decir, sin que sepa cumplir con ese deber cívico que consiste en condenar el delito y encarcelar al delincuente, exigiendo de paso la regeneración de la vida pública, de modo imperativo y terminante.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.