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Carta de la presidente de Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, publicada el 9 de enero de 2021 en el Corriere della Sera.

En Estados Unidos se han producido unos hechos sensacionales y gravísimos en estas horas, que culminaron con un asalto surrealista a la sede del Congreso estadounidense que provocó varios muertos. Una imagen impactante. Sin embargo, para muchos en Italia, todo parece simple. La tesis sustentada es, en esencia, que en Estados Unidos había un dictador loco que fue derrotado y que ahora ha ganado el bien sobre el mal, pero que Giorgia Meloni no se ha distanciado lo suficiente del monstruo Trump. A veces envidio a quienes piensan de una manera tan trivial, aunque solo sea porque al fin y al cabo no se arriesgan a sufrir una migraña por haber hecho funcionar su cerebro. Respondo punto por punto a las tonterías que he leído sobre mí.

De ninguna manera formo parte de los “que condenan la violencia a conveniencia”, esos para los que la violencia se justifica si es de izquierda y es un escándalo si viene de quienes están en contra de la izquierda. Nunca he sido tímida en condenarla, porque la violencia es violencia, y siempre es una admisión implícita de inferioridad. Así sucedió también esta vez, como tantas otras en las que denuncié violencias que fueron silenciadas por los que hoy pontifican. ¿Realmente os perdisteis las imágenes recientes de la devastación causada por Black Lives Matters? Y si consideramos legítimo que quienes atacan a las instituciones puedan pagar con la vida, como sucedió en Washington, ¿por qué se ha dedicado una sala en el Parlamento Italiano a quien arrojó un extintor contra nuestras fuerzas policiales? No existe una violencia correcta y otra incorrecta, como teoriza ahora una izquierda desesperada, y no aceptaré lecciones hasta que no escuche una posición clara sobre este asunto.

Escribí que la violencia tenía que cesar “como pidió el presidente Trump” porque, cuando publiqué el post, Trump y otros miembros de su personal ya habían pedido a los manifestantes que regresaran a sus casas en paz, y me pareció relevante que quienes habían hecho esta invitación pudieran ser escuchados por los manifestantes. Pero, evidentemente, en Italia es más interesante elevar el nivel del conflicto que aplacar los ánimos. Agregaría que, en mi opinión, esa violencia ciertamente no fortaleció la posición de Trump ni de quienes disputan la regularidad de las elecciones. Quizás una evaluación demasiado compleja para quienes se limitan a dividir el mundo entre buenos y malos.

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“Trump es culpable porque no quiere aceptar el resultado de las elecciones”. Personalmente, estoy convencida de que siempre se debe respetar la voluntad popular. Yo. ¿Pero la izquierda también lo cree? No me lo parece, dado que hace tiempo que teoriza que la democracia, después de todo, solo puede ser oligarquía, y si el pueblo se equivoca y vota “mal” entonces es un deber cívico tomar contramedidas. Como gobernar durante diez años en Italia a pesar de no haber ganado nunca las elecciones. O tratar de derrocar a Trump de cualquier manera, incluida su solicitud de impeachment.

“Es un momento grave, la democracia está en juego”. En esto estoy de acuerdo, pero me sorprende que algunos peligros para nuestra democracia sean sistemáticamente silenciados, como el hecho de que los gigantes de las redes, empresas privadas, se arroguen el derecho a reemplazar el poder judicial, las instituciones y la Constitución estadounidense al oscurecer y silenciar al presidente de Estados Unidos. ¿No ven realmente los riesgos que esto conlleva?

Nunca me he definido como trumpista, blairista, putinista, macroniana o merkeliana. Nunca he sido la animadora de nadie. No, esto lo han hecho otros en Italia. Por supuesto, como presidente de los conservadores europeos, que tiene a los Republicanos entre sus afiliados, me siento cercana a su visión política y no he ocultado que prefiero a Trump antes que a Clinton o Biden, porque comparto en gran medida su visión económica y porque en términos de defender el interés nacional italiano – el único criterio con el que, como patriota, miro la política exterior – creo que la doctrina Obama-Clinton (y por lo tanto de Biden) de apoyo a las primaveras árabes y al fundamentalismo sunita nos ha traído grandes desastres.

 

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Y llegamos al aspecto más grotesco de esta historia. En estas horas Donald Trump es retratado por la izquierda como un dictador, un enfermo mental, un hombre peligroso que debe ser proscrito. Algo se me escapa. ¿Estamos hablando del mismo Trump considerado estratégico en el nacimiento del gobierno bis de Conte, con el famoso tuit en el que esperaba seguir trabajando con “Giuseppi”? ¿El mismo Trump al que los ministros del gobierno italiano agradecieron por pedir invertir en Italia, con Conte sonriendo a su lado entusiasmado por ese apoyo? Me sorprende la superficialidad de nuestra clase dominante. Nunca es prudente inmiscuirse en los asuntos internos de un estado extranjero, más aún cuando se trata de la dinámica democrática de la primera potencia del mundo. No se me escapó, por ejemplo, que el presidente Mattarella prefirió un cauteloso silencio al respecto. Pero si de verdad quieres intervenir, entonces debes entender el peso de las palabras pronunciadas y las consecuencias que conllevan. La pregunta que les hago a todos los políticos italianos que hoy presentan a Trump como un monstruo es: si en cuatro años volviera a presentarse y ganara las elecciones, ¿cuáles serían sus contramedidas? ¿Le pedirán a la ONU que Estados Unidos sea declarado un estado canalla? ¿Sacarán a Italia de la OTAN para no compartir las decisiones con alguien tan impresentable? Y si piensan así de Trump, ¿por qué no han reaccionado en los últimos años prefiriendo un silencio cobarde? Seriedad señores. Deben representar los intereses de una nación que está estrechamente vinculada a los Estados Unidos, quienquiera que lo lidere, y no pueden permitirse confundir la geopolítica con los gritos de los estadios. Solo puedo esperar que Italia vuelva a tener una clase política seria y digna lo antes posible.

Autor

Álvaro Peñas