24/11/2024 05:19
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Viendo a esta pobre chica que es ministra, me entran ganas de llorar. Y eso aún siendo de pueblo que, dado a lo mucho que sufrimos en la infancia de posguerra, y encallecidos, se nos quitaron las ganas de llorar. No podemos evitar que una ministra así nos entristezca el corazón. Nuestra gran formación básica en la Enciclopedia de Álvarez, adónde queda…

Transcribo aquí literalmente su mitin, cuyo video creo que se hizo viral, en la azotea de una terraza, que no en la calle libre:

 

«Muy buenas tardes ya a todos, y todas, y todes, que necesitan la ley trans, que necesitan políticas públicas que garanticen los derechos de todos, de todas y todes, en nuestro país. Si gana Ayuso va a crecer la legeteleifobia. Nos ha costado tanto ser escuchados, escuchadas, y escuchades, que garanticen que uno, una y une, pueda ser quien es, sin miedo a nada; habéis dicho estos son mis derechos, son los derechos de mis hijos, hijas e hijes, una familia si lo desea puede llevar a su hijo, hija, hije, a una terapia de conversión. A ver si deja de ser maricón, a ver si deja de ser boyera, a ver si deja de ser bisexual, a ver si deja de ser una persona trans, que cuando vemos que hay una situación de acoso en un centro educativo, que hay un niño, una niña, o niñe que está sufriendo de odio, como pasa en nuestra comunidad, con  la derecha y con la extrema derecha, no están proponiendo libertad para todos, para todas, y todes. Os pido a todos, a todas y a todes, que el día 4 de mayo, no se quede un solo voto en casa.»

Qué bajo hemos caído… Y con qué furor uterino le aplauden algunas… esto ocurre cuando se junta la estupidez, la ignorancia y la maldad. Un cóctel explosivo que deja a uno cao por unos minutos. Me encontré a más individuos así y no pude razonar con ellos. Son adoquines como los que nos lanzaban a la cabeza en Vallecas. Una vecina me dijo sacando pecho: «Pues a mí los socialistas siempre me han pagado más».  Como me dijo la verdad, callé. No entré al trapo, para decirle si no se daba cuenta que compraban a todo el mundo y que lo que le pagaban a ella demás se lo estaba quitando a otro. Probablemente eso le importara poco.

Cuando dicen orgullosos que son de izquierda, progresista y feministas, y otras frases lapidarias que harían vomitar a una cabra, me veo anulado con el estómago revuelto. Cambio de tercio y busco otra plaza donde poder lidiar con dignidad. Luego pienso que a eso están acostumbrados, a que nadie les haga frente, y a robar nuestro dinero mientras nadie les para los pies; y es cuando me hacen pecar en el cuarto pecado capital: la ira. Eso es lo que quieren y hasta lo consiguen.
Pero la degradación llega a unos extremos tales, que no basta con rezar, o lamentarse. «Fíate de la virgen y no corras…» Es decir, que, contra, estos hijos de Satanás, no basta con implorar la misericordia divina y quedarse tranquilo a lo caliente. Eso es muy cómodo. Se necesita mucho más, antes de que nos lleven a la desesperación de otra guerra civil. A que la guerra haya que librarla en otros términos. En mi pueblo decían que para con Dios hay que tener por el carro. Y cómo lo sabían, trabajando de sol a sol como animales. Pocos años después, y aun siendo joven, murió mi abuelo de tanta esclavitud. Es decir, que la oración está muy bien pero no es suficiente. Otra mujer, aquí en Madrid, y ante el miedo reinante, me dijo llena de placidez: «Pues si se ponen un día a la puerta de la Iglesia y nos matan a todos, qué felicidad morir, somos mártires y vamos al cielo».

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Aprendí o intenté aprender de mi familia anterior, el amor y el perdón que son la base de nuestra religión. Ahora no vale eso, en nuestras circunstancias. Este es otro frente muy distinto a aquel del año 36. A mi familia la torturaron en la guerra los rojos a más no poder. Hasta desposeerla de todos sus bienes y prenderle fuego a la casa. Esto lo hicieron con todos los pueblos montañeses del norte. Pudieron regresar a recuperar sus cenizas cuando los nacionales liberaron la zona. ¡Cuánto dolor…! El jefe de los falangistas llamó a declarar a mi abuela que era la que mandaba en casa; se cerró en banda, y dijo que no delataba a nadie. Y así fue. Al salir escupió sangre de las úlceras del estómago causadas por los rojos. La firmeza de su fe era invencible. Esto me costó mucho aprenderlo en mi infancia. Su única acusación para hacerles la vida imposible fue la de ser fascistas por ir a misa. Tampoco lo llegué a entender. Solo quiero resaltar que sufrieron muchísimo, cuyas historias todos los días contaban a la mesa, satisfechos, cuando aún no se habían recuperado del todo de los males de la guerra. Jamás observé en mi familia ni el menor resquicio de odio, rencor o revancha, hacia sus enemigos. Todo lo contrario. En las historias había una gran base de misericordia. Juraría que algunos de mi familia desarrollaron el síndrome de Estocolmo, con sus secuestradores. Ya no sé, si es que tiene el corazón razones que la mente no comprende. Pero así fue.

Lo de los rojos les daba pena en el fondo, que tampoco manifestaban, como si fuera pecado de humillación acusarles de algo, después de haber sido por ellos humillados por todo. De eso jamás se habló, porque no estaban preocupados más que de dar gracias a Dios todos los días por haber salvado la vida.

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REDACCIÓN
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