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Cambiando el modo de proceder, o sea, las formas del toreo, en las que la perfidia sea la seguridad y la paz que cualquier ser necesita sentir en su espíritu alterado. Por eso intentamos una lidia pacífica y convincente que nos reconcilie con nuestra madre la naturaleza, y con la Patria, dentro de un arte sosegado y tranquilo que no maree, a la perdiz ni a su cazador. Que sea la mejor expresión de la ecuánime experiencia y no una locura sin razón como la que anula y decapita a media España. Pues si de cobardes nunca se escribió nada, de valientes están los cementerios llenos. Así que, mejor que no tengan nada que escribir de uno; que no le empapelen, ni metan un paquete. Y sobre todo, que no le den más disgustos de los que ya tiene. La lidia con la ganadería española no es algo baladí. Si te sacan por la puerta grande es que te has jugado la vida. Si has perdido, te sacarán en horizontal, con los pies por delante. Por eso en España lo mejor es pasar sin que nadie te vea ni te apunte con el dedo.

Cualquiera que se exponga mucho es blanco de todos disparos; quien presuma de algo, se gana el odio circundante: presumir de rico, de ser sabio, de ser muy bueno, o socialista de izquierdas, de ser el más guapo del baile… El orgullo, origen de todo pecado, siempre se paga. Advierte a las conciencias que algo no marcha, que no tiene razón de ser ni va por buen camino, escupiendo para arriba. Es el deporte nacional estar siempre rajando. El español lleva un puñal escondido en la bocamanga. Y lo usa por desesperación conforme a su naturaleza belicosa y por un quítame para allá estas pajas. Los ingleses, por ejemplo, sobredimensionan su historia, aquí la borran del mapa y la tildan de perversa, empezando el castigo por derribar las estatuas que la representan y arrancar los nombres de las calles y las plazas. Eliminar las palabras que sustentan la vida anterior, y suprimir el lenguaje, tras corromperlo, como inicio de toda corrupción. Destruir así la vida del hombre con su hábitat, al derribar el árbol con su hueco donde se cobijaba; al dejarlo sin sentido y razón, inerme sin capacidad de respuesta. Por eso aquí machacan a todos a la par sin que nadie proteste. Lo convierten en rebaño y obedece al pastor disfrazado de cordero, siendo lobo feroz, al que aplauden. El pueblo, insolidario, acepta la derrota sin que nadie le haya declarado la batalla. Se acaba con el imperio de la libertad, equilibrado con el de la responsabilidad, porque se elimina todo equilibrio. Lo mismo que se acabó con el respeto y en su lugar se instaló la mentira. Es la inversión y destrucción del orden natural, exterminar la dignidad, la ilusión y la vida. Y para colmo llega el sarcasmo; te dicen que te rías y seas feliz. Y para milagros a Lourdes. Así pasa la vida muy rara y asquerosa, que no se puede ni recordar que es volver a vivir.

Y así, «Es esta sucesión de mi vivir, humanamente enfermo; marcado por el fuego y dolor, entre el amor y la muerte», como termina el poema, La sucesión de vivir, de mi libro de versos, Palabras a la montaña y al viento. Es esa sucesión de poner un día tras otro, que uno no tiene ni que poner, porque ya se lo dan puesto, la que conforma este camino de la vida que a uno ha instalado en el otoño, según el ciclo del tiempo. ¿Cómo no cambiar el estilo de la lidia, cuando no se vislumbra lejano el final del espectáculo? Ese estilo, término para no ignorar y del que Buffon afirma, «El estilo es el hombre», es el lugar común, a donde descansa la personalidad de cada cual, su ser y estar aquí. Por eso el estilo, al transcurrir de los años, ha de traducirse en cambiar su modo de proceder. El cambio que para Hegel es la realidad primera, y única existencia: el paso del tiempo. Se ve, se nota y se vive más en primera persona. El paso del tiempo es la realidad más evidente, por eso hay que ajustarse a él, que es el que manda. Esa desobediencia se paga cara; llega el estoicismo. A la fuerza ahorcan. Y sobre todo, no juzguéis y no seréis juzgados. Evitaréis pasar por la guillotina, que tiene que ser muy incómodo al tratarse de un medio tan rudimentario.

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Dice Arturo Pérez Reverte que en los últimos tiempos, su vida se le complica. Que su reputación se le cae por los suelos, porque nació blanco y hacen de él un racista; porque no vota a la izquierda y hacen de él un fascista; porque es cristiano y los moros lo llaman perro. Que no se cree lo que dicen de él, para convertirse en un peligroso reaccionario. Por su identidad cultural lo acusan de xenófobo; que le gustaría ver a los delincuentes en la cárcel y lo llaman torturador; que por ser educado en principios y valores lo cusan de ser un carca; que cree en la defensa de su país y lo llaman militarista asesino. Pero que al menos en su mala reputación, somos varios, dice: «el amigo que me ha enviado el mensaje, tú que lo recibes y yo». Nunca falta un roto para un descosido.

Lo más rentable es hacer un pacto honroso con la soledad. También te van a criticar por eso, pero al menos no lo oyes. El hombre es un lobo para el hombre, disfrazado de cordero. Medio mundo vive de engañar al otro medio, y le sale el lobo o el cordero, a convenir. La soledad es una esposa fiel que sólo se pone pesada a las siete de la tarde: que si no me sacas, que si me ves como un mueble; que si me tienes metida en la cárcel como a un delincuente. (Pues algún delito habrás cometido) Que si no me llevas de compras como van mis amigas. (No, prefiero tener unos ahorrillos para mis últimos días)

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La señora cuando se casó pasó por buena… buenísima. Rica, riquísima. Es guapa, guapísima, y entonces el padre preguntó a su hijo que iba a matrimoniar con la interfecta; bueno y de reputación, cómo anda, y él contestó: reputísima. Como todo debía terminar en ísima… Ahora la señora es muy vieja y viuda, casi, ísima, y presume de su honradez, para añadir: bueno la verdad es que la ocasión nunca se me presentó. La verdad es que la señora siempre cojeó algo al andar, y ahora más que nunca. Ya no le importa. Tiene una pierna más corta que la otra y que al desposarse escondió cristianamente. Eso es normal. ¿Quién no cojea de algo en esta vida? Lo de ocultar un defecto, eso ya es cuestión de gustos.

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REDACCIÓN