08/10/2024 17:43
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La locución latina que da nombre a este artículo hace referencia a lo esclarecedor que puede resultar en muchos casos, cuando se desconoce la autoría de un acto, preguntarse a quién benefician sus resultados. La frase se atribuyó al cónsul romano Lucio Casio Longino, y Séneca la utilizó en el primer acto de la tragedia Medea: «cui prodest scelus, is fecit«, (aquel a quien aprovecha el crimen es quien lo ha cometido). Aunque este principio es muy usado en criminalística, no es un axioma, ni suple en modo alguno el valor de las pruebas que apunten en otro sentido. Pero ha demostrado en numerosas ocasiones lo acertado de la presunción y lo adecuado que es para saber por dónde hay que comenzar a buscar.

Ya habrán imaginado que el tema de hoy son las distintas cartas que contenían amenazas de muerte dirigidas a la directora general de la Guardia Civil, María Gámez; al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska; y a Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno y candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid por Unidas Podemos (UP). Y, por supuesto, las balas que acompañaban cada una de las misivas.

Sin otra información, lamento tener que escribir que al respecto sólo tengo preguntas. ¿Representan una amenaza real de alguien que verdaderamente piensa llevar a cabo un atentado criminal? ¿Se trata sólo del acto de un psicópata que intenta amedrentar a las personas a las que va dirigidas por el insano placer de pensar que sentirán miedo? ¿Qué son realmente? Mentiría si dijera que sé la respuesta, per les confieso mi gran curiosidad por conocer la verdad al respecto de esta grave cuestión.

¿Puede que en realidad no sean un aviso, sino un maquiavélico intento de llamar la atención para provocar un efecto de rechazo en una parte del electorado que busque un beneficio en los resultados de los comicios del próximo 4 de mayo? Tampoco lo sé. Sin embargo, me ha llamado la atención el, a mi juicio, imprudente análisis en clave política que algunos han hecho de este asunto. Pablo Iglesias está seguro de que “Esto es otra consecuencia más de la normalización y el blanqueamiento del discurso de odio de la ultraderecha. Esto es consecuencia de la normalización mediática de bulos y mentiras contra nosotros”. Adriana Lastra fue mucho más explícita al manifestar que hay que votar “en legítima defensa” contra PP y VOX, a los que ha responsabilizado, sin despeinarse, de “blanquear” y “alimentar el discurso del odio”.

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Dejando de la lado la cuestión política, aunque el autor o autores habrán tomado todas las precauciones posibles para no ser descubiertos, supongo que se habrán sacado huellas dactilares, buscado fibras, seguido la pista a la munición que iba dentro de los sobres, visualizando cámaras cercanas a los buzones en que depositaran las cartas,… Espero y deseo que los mejores especialistas en criminología del Ministerio del Interior estén con este asunto evaluando las probabilidades de cada una de las hipótesis posibles, sin descartar ninguna vía de investigación, para llegar a encontrar a quien o quienes hayan tenido la idea, pensado en su contenido, escrito y enviado. No crean que lo digo por decir. Aunque les cueste creerlo, hay quien no lo considera primordial. Por ejemplo, parece ser que Pablo Iglesias, el último en recibirlas, no se dio prisa en ponerlas a disposición de la policía, ni denunciar la amenaza. No, no, ¡qué va! Como Dominguín cuando tuvo un encuentro sexual con Ava Gardner, lo primero que hizo fue contarlo para que todo el mundo se enterase.

Me gustaría que algún día, a poder ser no muy lejano, tengamos información de cómo termina el asunto de las cartas. No sólo para que el peso de la ley caiga sobre su autor o autores, sino también para que podamos, en lugar de opinar o cavilar sin poder llegar a ninguna conclusión, hablar de certezas. Y me gustaría que se cumpliera este deseo.

Mientras tanto, sólo tenemos preguntas. La mía es: ¿A quién beneficia ésto?

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REDACCIÓN