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Hará un par de semanas, con motivo de un artículo sobre los traumas de la derecha española respecto a su trayectoria política, preguntaba un lector, con el nombre de Pedro García, por qué no incluí a Falange Española de las JONS como ejemplo de partido de derechas fiel a sus siglas. Podría aludir a que quienes hemos pasado por las filas falangistas no estamos muy por la labor de hacer concesiones a la etiqueta «de derechas»… Pero por esta vez haré una excepción; y, tal y como se ha etiquetado a esa organización por parte de historiadores y politólogos, supongamos que el espacio del falangismo es la «extrema derecha», tomando como referencia la teoría de la herradura a la que alude Ernesto Milá en sus estudios sobre la Falange fundacional, según la cual los extremos (a derecha e izquierda) están más cerca entre sí respecto a otras posiciones políticas, pero es más habitual evolucionar desde la derecha a la extrema derecha que de la izquierda a la extrema derecha. ¿Por qué no incluir, entonces, a la Falange como ejemplo de organización del espacio de la derecha sociológica que ha sobrevivido a la deserción de siglas tan habitual en el último siglo y medio?
Al contrario que el tradicionalismo durante varias décadas, cualquiera que haya estudiado mínimamente el nacionalsindicalismo en su fase fundacional es consciente de la escasa implantación organizativa de la Falange antes de la guerra civil: al contrario que Juan Vázquez de Mella como diputado representante del tradicionalismo, José Antonio Primo de Rivera no fue diputado por existir un respaldo social implantado desde hace tiempo en favor de su proyecto, sino que aprovechó las simpatías políticas que aún despertaba la etapa de su padre como Dictador para salir elegido como diputado por la candidatura de Acción Ciudadana pero en beneficio de una nueva organización que todavía no se había presentado en sociedad (porque el famoso discurso del Teatro de la Comedia, como viene recordando últimamente Juan Manuel Cepeda, tiene de fundación de Falange la interpretación que se le ha querido dar a posteriori a un mitin electoral). Estallada la guerra civil, la parafernalia y la propaganda falangistas resultaron fundamentales para la movilización en favor, primero, del Ejército Nacional y, después, del Estado del 18 de Julio. Pero, a la vista de lo fácil que resultó suicidar desde dentro el régimen franquista y todo lo relacionado con el mismo, es evidente que la Falange resultó para la derecha sociológica un instrumento circunstancial (por no decir un accidente histórico); en el mejor de los casos, las simpatías por lo que representaba la Falange como fenómeno multitudinario no pasaron de las conmemoraciones necrológicas de la Plaza de Oriente, donde las masas y la dirección no eran precisamente falangistas sino personas que, valorando y respetando la figura de José Antonio, enarbolaban sus emblemas y consignas. Y políticamente sabemos cómo terminó aquello: disolución de Fuerza Nueva y más votantes, si es que no los tenían ya, para Alianza Popular. Pero en ningún caso confirmación de que el falangismo representara un sector importante de la sociedad española.
En resumen: la Falange, haciendo de tripas corazón y teniendo por tal al partido único de la inmediata posguerra, sólo fue un movimiento de masas durante un breve periodo de tiempo y por circunstancias extraordinarias, jamás de forma normal como sí lo fue durante una época el tradicionalismo o como lo ha venido siendo el Partido Nacionalista Vasco (el cual, a pesar de su nombre, sí ha funcionado como un movimiento; mientras que la Falange, a pesar de su rechazo a los partidos y su insistencia en ser un movimiento, ha pecado precisamente de mentalidad partidista, y esto lo comprenderá muy bien quien haya pasado por alguna de las filas de cualquier organización con ese nombre). Por ese motivo, por la ausencia de implantación continua en el tiempo y entre los españoles, deseché incluir a la Falange entre la lista de organizaciones citadas; no obstante, incluí al Movimiento Nacional, para algunos heredero de o incluso la propia Falange secuestrada por el franquismo, porque esa organización política era la teórica y única representante de la derecha sociológica durante varias décadas.
¿Cómo diferenciamos entonces a la Falange de las fuerzas políticas de la derecha con las cuales ha compartido tiempo y espacio? Para que algunos de los que me han acompañado durante años no se lleven las manos a la cabeza, apuntaré la gran diferencia de la Falange respecto a las distintas organizaciones derechistas. Por un lado, tenemos la conocida reivindicación de que los medios de producción pasen a ser propiedad de los trabajadores, algo excesivamente radical para la derecha corporativista existente hasta el harakiri franquista. Esa derecha corporativista defendía, por medio de la democracia orgánica, las mismas unidades naturales de convivencia reivindicadas por la Falange: familia, municipio y trabajo/profesión (como expone detalladamente Sergio Fernández Riquelme en El sueño de la democracia orgánica[1]); pero, en el fondo, por desconfianza hacia la institución del Estado, algo comprensible si tenemos en cuenta que el Estado surgido de las revoluciones liberales, tal y como lo conocemos hoy, es obra de la izquierda (siguiendo las divisiones de las generaciones de izquierda de Gustavo Bueno) mientras que la derecha, como demostró el tradicionalismo durante la tres guerras carlistas, se enfrentó a dicho Estado y buscaba alternativas a su control. Por lo tanto, la derecha española hasta el final del franquismo desconfió del Estado por razones históricas e ideológicas, sólo que hasta hace unas décadas planteaban las corporaciones como instrumento alternativo de representación y defensa frente a los desmanes del liberalismo, mientras que ahora se ha entregado con entusiasmo a ese mismo liberalismo y su ley de la selva, sobre todo en lo económico. La Falange, en cambio, no sintió ningún temor hacia la institución del Estado e incluso aspiró a compatibilizarlo con las mismas corporaciones que la derecha veía como un elemento debilitador de ese Estado; si bien el discurso falangista desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha ido enfocado en reducir ese papel del Estado, priorizando las instituciones naturales en una línea similar a la tradición política de la derecha, para marcar distancias con los fascismos derrotados y malditos por los siglos de los siglos.
Dicho todo esto, ruego que tanto el lector que planteó la cuestión como los demás asiduos de El Correo de España me disculpen por la excesiva duración de este artículo. No quisiera terminar sin recoger el siguiente apunte: «La derecha conservadora en España carece por completo de un sistema de pensamiento que pueda oponer a la izquierda y que se convierta en verdadera guía para la acción política«. Obviamente, la derecha conservadora del Partido Popular y Vox carece de un sistema de pensamiento más allá de la consigna oportunista de turno; en el mejor de los casos, Santiago Abascal sí parece haber tomado la molestia de leer a Gustavo Bueno, no tradicionalista precisamente. Ahora bien, quienes queremos ir más allá de la artificial división entre izquierdas y derechas, quienes deseamos salvar lo permanente frente a lo circunstancial, al menos tenemos lo que la Iglesia Católica ha llamado siempre Ley Natural, lo que autores como Gonzalo Rodríguez llaman Tradición Sapiencial o lo que cualquier persona con dos dedos de frente llama sentido común. Y que bien podríamos resumir como Familia, Propiedad, Justicia y Jerarquía; o sea, la vida misma salvo para los adeptos de la posmodernidad.
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