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No, no es como dice el film el silencio de los corderos. Es, por el contrario, el silencio de los pastores que han abdicado de su razón de ser. Nuestros pastores de verdad dejaron el cuidado de sus rebaños al albur de los lobos por el hambre y se fueron a buscar mejor sustento en los valles y las ciudades. Este del que hoy les hablo es el silencio de los obispos españoles y su Conferencia Episcopal.
Antaño, existían unos clérigos de rango episcopal, a imagen y semejanza de Pedro de Betsaida y los Papas de Roma, a los que los cristianos reconocían como sus pastores. Eran los obispos que tenían como misión pastorear a sus feligreses. Ser ejemplares para con ellos, impartirles doctrina y velar por la ortodoxia de la misma, además de acompañarles en sus cuitas terrenales y espirituales. En definitiva, ser su guía, su referencia en lo divino. Otro tanto con los sacerdotes de sus respectivas jurisdicciones.
Para mejor llevar a cabo esta nobilísima misión los cabezas de cada diócesis decidieron unirse en una Conferencia llamada Episcopal, que se reúne cada mes para, vaya usted a saber qué, porque al vulgo rebaño no nos llega nada de lo que allí se trata, salvo las peroratas que cuelgan en su web que tiene menos visitas que tela la manga de un chaleco.
Estos señores viven en la inopia más supina y practican una cosa que me duele mucho reprocharles, que es la cobardía. Son cobardes, melifluos, adaptativos, camaleónicos y se distinguen porque nunca hablan claro. Son ambiguos y más cerca del poder y del dinero que de hablar claro y dar la cara. No sabemos de forma clara y abierta qué opinan sobre todas las tropelías políticas y morales que comete este gobierno, porque cuando hablan, hablan por lo bajini, como con ganas de no molestar al gobierno.
Sin embargo, bien que se les ve el plumero en esa emisora que es un altavoz del Partido Popular, además de un nido de nepotismos donde el uno coloca a su hijo y le deja en herencia el programa estrella de la cadena, donde la otra saca en antena a su madre en su programa matutino de los fines de semana, donde un obispo coloca a su sobrino y así, bastantes casos más. Están más preocupados por las cuentas de la emisora que por su función social y pastoral. Sus editoriales cada tres horas son puro equilibrismo en el alambre para nadar y guardar la ropa.
Por el contrario, cuando el gobierno intervino sobre una tumba, sita en lugar sagrado, para expulsar de la Basílica de Santa Cruz del Valle de los Caídos al que fue Jefe del Estado , no movieron un músculo ni se les despeinó un cabello. Si hay alguien a quien la iglesia española le deba su supervivencia y toda clase de prebendas después de la guerra civil, ese es el general Franco. Los sentó en las Cortes, rehízo sus iglesias y conventos, les puso la enseñanza a sus pies, les dio todo tipo de subvenciones, firmó un concordato con el Vaticano muy favorable para la iglesia española y veinte mil cosas más.
El político de cabecera de los obispos, el «presidente», como les gusta decir a sus incondicionales, es un tal Casado que lleva comiendo los chuscos en el Partido Popular desde que le pusieron pantalones largos, ahora aspira a ganar las elecciones por aburrimiento, como es habitual en su partido. Pues bien, este señorito ya ha dicho que lo que le ocurra al Valle de los Caídos no le importa. Este es el personaje y su partido con el que los obispos se identifican.
Su voz ante leyes homicidas, de memoria histórica, de memoria democrática, de eutanasia, de enseñanza, etc, etc es tímida, esquiva y nada potente y clara. Están a verlas pasar y que no les toquen su patrimonio ni les hagan pagar impuestos por sus posesiones. Son tibios y acomodaticios. Van a «la pela».
El desgobierno ya ha soltado el globo sonda de «resignificar» el Valle, lo que quiere decir más tropelías, como cambiar de sitio la tumba de José Antonio Primo de Rivera, de echar a los monjes benedictinos, de desacralizar el valle y si ven que pueden hacerlo, derribar la Cruz. Pues, los obispos hasta el momento que esto escribo no ha dicho esta boca es mía, por no decir que están callados, como eso.
A parte de estos a los que se sigue mal llamando pastores, no les ha importado tiempo ha romper el aprisco e importarles solo los fieles de sus circunscripciones y se muestran abiertamente como secesionistas, caso de las mayorías del episcopado de Cataluña y Vascongadas y algún que otro tapado en otras regiones. Abdican de ser justos, caritativos, compasivos y se rebozan en los barros políticos, que anteponen a su condición de «servum servorum Dei», «siervo de los siervos de Dios».
Como decía al inicio de estas líneas, la feligresía española está ayuna de pastores católicos. La Conferencia Episcopal, como los tres monos sabios o místicos del monasterio japonés del Templo de Toshogu, ni ve, ni oye, ni dice. Y si los pastores callan y callan, los corderos acaban callando también.
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