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Hace poco más de 300 años, en la primavera de 1683, un inmenso ejército de 200.000 soldados turcos invadía el territorio del Imperio Habsburgo con un objetivo, tomar Viena. Ya lo habían intentado un siglo antes, en 1529, pero el asedio concluyó con la derrota de Solimán el Magnífico. La campaña otomana fue despiadada y miles de cristianos cayeron en manos de los incursores turcos y tártaros, y acabaron siendo vendidos como esclavos. Bajo el mando del Gran Visir Kara Mustafá, el ejército de la media luna llegó a las puertas de Viena el 14 de julio. Frente a las numerosas fuerzas otomanas, el conde de Starhemberg, defensor de Viena, solo contaba con el valor de sus 16.000 hombres y la resistencia de las murallas de la ciudad. Después de dos meses de asedio, a pesar de la tenacidad de sus defensores, Viena estaba a punto de caer. Sin embargo, un ejército cristiano formado por tropas polacas, alemanas y austríacas llegó el 11 de septiembre para socorrer la ciudad. A pesar de su inferioridad numérica, los cristianos arremetieron contra los turcos en lo que se conoce como la batalla de Kahlenberg. En una carga épica, el rey de Polonia Jan Sobieski y 3.000 húsares alados dieron el golpe definitivo a las fuerzas turcas, que sufrieron 20.000 bajas y pusieron pies en polvorosa. Los turcos no habían logrado entrar en la ciudad, el enemigo se había quedado fuera. En conmemoración de esta victoria, Sobieski pidió a los panaderos vieneses que crearan un bollo en forma de media luna, símbolo del Islam, para representar que se habían “comido” a los turcos. Los franceses se lo apropiaron posteriormente y lo denominaron croissant. Vista su historia, esperemos que los enfermos de lo políticamente correcto no lo prohíban por “islamófobo”.

Tres siglos después algunas cosas han cambiado, otras no tanto. La Turquía del sultán Erdogan sueña con recuperar el papel predominante en el mundo musulmán. Erdogan ha celebrado batalla de Manzikert, donde los turcos selyúcidas derrotaron al Imperio Bizantino, y ha convertido la catedral de Santa Sofía de nuevo en mezquita por lo que ese lugar representa para los musulmanes, la derrota de los cristianos y la victoria sobre Occidente. Pero Erdogan no se ha quedado en los símbolos, también ha pasado a los hechos. Turquía ha intervenido militarmente en Siria, ha enviado mercenarios a Libia, ha amenazado a Grecia, y ahora empuja a Azerbaiyán contra la cristiana Armenia utilizando mercenarios yihadistas sirios. La frontera turca ya no es una amenaza para Austria, pero la comunidad turca en el país ha causado numerosos incidentes, en muchos casos contra los inmigrantes kurdos que también viven allí. El pasado 29 de octubre, varias docenas de jóvenes turcos asaltaron la iglesia de San Antonio de Padua en Viena, volcando bancos y confesionarios al grito de “Alá es grande”. El canciller austríaco Sebastian Kurz condenó el ataque, “continuaremos con determinación la lucha contra el Islam político y no mostraremos una falsa tolerancia”. El pasado lunes, el “Islam político” del que hablaba Kurz golpeó brutalmente el corazón de la capital austriaca.

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Un comando islamista, del que se desconoce el número de integrantes, realizó ataques indiscriminados con armas de fuego en distintos puntos de la ciudad, causando 4 muertos y 17 heridos (7 de ellos de gravedad). El único terrorista abatido fue Fejzulai Kujtim, un vienés de 20 años y de origen albanes. El 25 de abril de 2019 fue condenado a 22 meses de cárcel por intentar unirse al Estado Islámico (fue uno de los 90 musulmanes austríacos que intentaron viajar a Siria), pero fue liberado el 5 de diciembre porque no se le consideraba peligroso. No tomarse en serio la amenaza del yihadismo, ya sea por ignorancia o por buenismo, acaba costando vidas.

La política austriaca ha dado un cambio “radical” desde 2017, cuando el Partido Popular Austríaco formó una coalición de gobierno con el FPÖ, el Partido de la Libertad (derecha nacional). El nuevo gobierno, dirigido por Sebastian Kurz, tomó una política muy restrictiva con respecto a la inmigración, alineándose en muchas ocasiones con “los chicos malos de la UE”, el grupo de Visegrado. En 2019, el gobierno de coalición se rompió debido a un escándalo de corrupción del vicecanciller Heinz-Christian Strache del FPÖ, que incluso fue expulsado de su partido. Las elecciones de septiembre de 2019 dieron un mayor apoyo a Kurz, que formó un gobierno de coalición con Los Verdes. Pese a esta sorprendente coalición, Kurz no ha cambiado su discurso respecto al problema migratorio, señalando que Austria ha acogido a más de 200.000 personas en los últimos cinco años, 118.000 en la oleada migratoria de 2015. De los 8,8 millones de habitantes, más de 2 millones son extranjeros o hijos de inmigrantes. La integración no está resultando nada fácil y ha fallado en muchos aspectos. Según datos del gobierno austriaco, en las ciudades con más población extranjera un 51% de los estudiantes no habla alemán en su casa. Otro dato preocupante son las estadísticas policiales del año pasado, según estos datos los extranjeros representan un 40,1% de los detenidos, un 42,8% del total de los presos y un 57,9% de los nuevos encarcelados. Los datos son más preocupantes aún en ciudades como Viena, con más de un 12% de población musulmana y que podría alcanzar un 30% en 20 años, gobernada hasta ahora por una coalición del Partido Socialdemócrata (SPÖ) y Los Verdes. Hace un año, Michael Ludwig, alcalde de Viena, condecoró a George Soros e inauguró la nueva sede de la Universidad Centroeuropea (CEU), expulsada de Hungría por el gobierno de Viktor Orban.

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Los últimos atentados en Europa, en Niza y Viena, demuestran el fracaso de la política migratoria y son una prueba fehaciente de que Europa no tiene murallas que la defiendan. El terrorista de Niza es un tunecino de 21 años que llegó a Lampedusa el 20 de septiembre, el 9 de octubre desembarcaba en Bari con un documento de la Cruz Roja Italiana. Veinte días después asesinaba a cuchilladas a tres personas en la catedral de Niza al grito de “Alá es grande”. Viena no es hoy día una ciudad musulmana porque sus murallas y sus habitantes lo impidieron. Las fronteras, las murallas de antaño, son necesarias para mantener al enemigo fuera, para determinar quién puede entrar o no en nuestra casa. Sin embargo, esta no ha sido la política seguida por la Unión Europea, empeñada en una deriva globalista y multicultural, y enfrentada a los países que han decidido defender sus fronteras, como los del grupo de Visegrado, y a las opciones políticas que defienden el control de la inmigración y la importancia de las fronteras y que son cada vez más fuertes en toda Europa, incluida España.

El alcalde de Niza, Christian Estrosi, utilizó el término “quinta columna” después del atentado en su ciudad, refiriéndose a los terroristas que viven en Francia y tienen la nacionalidad francesa. El termino fue acuñado originariamente por el FN de Marine Le Pen, aunque Estrosi pertenece al partido de Sarkozy, y pone el foco en una realidad que la clase política se verá obligada a enfrentar más pronto que tarde. Es imperativo defender nuestras fronteras, pero, en muchos casos, el enemigo está dentro.

Autor

Álvaro Peñas