12/05/2024 09:34
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Memoria de la guerra civil.

Hoy recordamos en nuestra columna el “afecto” de los separatistas vascos a la Compañía de Jesús y comparamos la conducta de los muy píos vascos y de los herejes nacionales.

Recurrimos de nuevo a los testimonios escritos de José-Antonio Aguirre, en sus intentos por resolver el pleito de la Compañía en las Provincias Vascongadas, cuando prometía a un Padre Jesuita, y por los términos utilizados en la carta, podemos deducir que era gran amigo suyo. Leemos en el documento: “¿Y con el Estatuto? La cosa cambia de decoración, porque en nuestras manos el gobierno del país, el retorno de ustedes sería mucho más fácil ¡Cuánto hemos pensado en ello! El pleito de Deusto y de Indautxu está a punto de ganarse, porque va por muy buen camino. Loyola corresponde jurisdiccionalmente a la provincia de Guipúzcoa ¡Qué fácil sería, con el poder de nuestra mano, abrir aquellos establecimientos como colegios o centros culturales, donde sus dueños, los Padres Jesuitas, se reintegraran! Que vistieran de paisano al principio poco importaría. Lo principal sería el reintegro a su Patria, donde tanta falta hacen. Todo está estudiado por nosotros, para el día en que comience a funcionar nuestra autonomía”.

Todo fueron promesas muy generosas, aunque fuera más triste verificar que ni siquiera esas promesas se realizaron cuando tuvieron la autonomía. Los jesuitas vistieron de paisano, pero no regresaron a sus colegios; sin embargo, fueron encarcelados y no fueron repatriados. Por lo visto hacían mucha falta a Aguirre como elemento de propaganda. Loyola, en manos nacionalistas, fue cuartel general de milicias, sin que un solo jesuita habitase allí. Tuvieron que restituirlos los del gobierno de Franco, y con todos los honores.

Veamos los términos del Decreto del Ministerio de Justicia, B.O. nº 563, de fecha 7 de mayo de 1938: “… hicieron certero blanco de sus odios a la egregia y españolísima Compañía de Jesús decretando su disolución en 23 de enero de 1932… El Estado español reconoce y afirma la existencia de la Iglesia católica como Sociedad perfecta en la plenitud de sus derechos y, por consiguiente, ha de reconocerse también la personalidad jurídica de las Órdenes Religiosas canónicamente aprobadas como lo está la Compañía de Jesús desde Pablo III, y, posteriormente, por Pío VII y sus sucesores”.

Aclara el Decreto de restitución de los Jesuitas, ser una Orden eminentemente española y de gran sentido universal que hace acto de presencia en el cénit del Imperio, participando intensamente en todas sus vicisitudes, por lo que, con curiosa coincidencia, caminan siempre juntos en la Historia las persecuciones contra ella.

Recordamos lo dicho por Menéndez Pelayo, cuando calificó la persecución de los jesuitas, como: “Golpe mortífero para la cultura española y atentado brutal y oscurantista contra el saber y las letras humanas”.

En la parte dispositiva del Decreto, después de la derogación del Decreto del 23 de enero de 1932, confirma que la Compañía de Jesús tiene plena personalidad jurídica y podrá libremente realizar todos los fines propios de su Instituto, quedando, en cuanto a lo patrimonial, en la situación en que se hallaba con anterioridad a la Constitución de 1931.

Ahí encontramos nuevos elementos para juzgar a ese clero vasco separatista agitado en propagandas prohibidas por la Iglesia. Y también el esplendor de los martirios de ese verdadero clero vasco que fue fiel a su misión.

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Y no como las recientes e inoportunas declaraciones del cura vizcaíno de Lemona, como siempre, apoyadas por el silencio cómplice de los nuevos separatistas. El clero vasco-separatista apoyó en la guerra civil las políticas totalitarias y sanguinarias de los comunistas, como años después lo harían con los terroristas de ETA. No lo olvidemos. Y ya veremos lo que nos depara el futuro.

 A nosotros nos basta con dar los documentos. Y seguimos esperando que a los separatistas vascos nieguen la fuerza tremenda de esos documentos y a que se quiten de encima la mancha de la sangre de los mártires, de ayer y de hoy.