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Por tercera vez la sociedad española o buena parte de ella, ha conseguido con su esfuerzo y sacrificio doblegar temporalmente la curva de contagio del virus. Que pronto se transformará en la antesala de una cuarta ola por acción y omisión de los negacionistas tóxicos.
No me estoy refiriendo a los negacionistas en sentido estricto que son aquellos individuos que niegan la realidad de la covid para evadirse de una verdad incómoda, la pandemia. Ellos, con una mentira confortable construyen un mecanismo psicológico de defensa y acaban infectándose. No me preocupan en exceso porque son una minoría, sin calado social y con escaso interés epidemiológico en comparación con otros colectivos.
Tampoco me refiero a los jóvenes que más que negacionistas demuestran ser inmaduros adoptando comportamientos de riesgo por sentirse invencibles e inmortales sin estar inmunizados. Posiblemente cosas de la edad de lo que nos tendrían que haber puesto en alerta, para articular medidas, nuestros prestigiosos psicopedagogos y sociólogos muy acostumbrados a opinar y, lo que es peor, a dar lecciones y que durante esta pandemia ni están ni se les espera.
El papel de los jóvenes es, sin duda, mucho más gravoso que el de los negacionistas clásicos ya que alimentan las cadenas epidemiológicas y con ello la transmisión comunitaria del virus con todas sus consecuencias.
En tercer lugar, tenemos el verdadero problema, los negacionistas de acción y omisión. Son aquellos que negaron la existencia de la pandemia allá por el mes de marzo pasado. Unos mintiendo sin rubor y los otros asumiendo sin vergüenza la mentira confortable. Resultado, primera ola.
Como ni se fueron ni los echamos negaron la realidad por segunda vez y nos prometieron salvar el verano con una torpe y letal desescalada. Unos forzando la retirada brusca de las restricciones y los otros aceptándola. El resultado un verano penoso y ruinoso y la segunda ola.
Como siguen los mismo se repita la jugada. Aplican medidas tibias y poco a poco, muy poco a poco, arruinan la salud y la economía. A pesar de ello baja la incidencia acumulada y los negacionistas encuentran la excusa para lanzar nuevamente la mentira confortable.
Alguna de ellas, el más gallito, anima a relacionarse, a salir, a viajar, a ir a la Puerta del Sol de paseo, de compras, a atascar la sierra. Es el puente de la Inmaculada. Hay que salvar, dicen, la Navidad.
Ellos y ella saben que el conocimiento científico exige medidas estrictas de control. Que si en Navidad hay interacción social ocurrirá una tercera ola. Estoy seguro de que hasta meditan y piensan. Es un dilema. Deciden como negacionistas tóxicos y dañinos que para sus intereses es mejor la tercera ola.
El resultado nos lo relatan los medios de comunicación día a día. Nuevamente miles de contagios, de hospitalizados, de sufrimiento y lo que es peor, miles de españoles que ya no están entre nosotros.
Estos negacionistas, lo habrán intuido, son nuestra clase política. Son muchos, pero menos que los negacionistas clásicos. Sin embargo, su papel epidemiológico está siendo desastroso. Son como el tabaco, caros, tóxicos y letales y han conseguido arruinar la economía y la salud sin ruborizarse.
Ahora están en la orgia de una nueva desescalada. Saben a ciencia cierta que la incidencia es altísima y que no pueden relajarse todavía las restricciones. Saben que la cepa británica y otras están plenamente establecida en nuestro País. Saben que ocurrirá una cuarta ola. Saben que con aptitudes populistas mantienen su estatus y que conocer y no acatar el conocimiento científico y sus recomendaciones no les pasa factura, aunque provoque enfermedad y ruina. Negarán que la culpa es de ellos. Para culpable el virus.
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