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Nosotros somos el brazo justiciero de nuestros muertos y, en sus nombres, los guardianes de la patria nueva.

Mientras que la ley era aplicada con vergonzosa lentitud, los crímenes internacionales campeaban por su respeto. El resultado fue que los horrores del Siglo XX se multiplicaron. Para una mente humana normal es muy difícil comprender la violencia multitudinaria e indiscriminada que tuvo lugar en muchos países del mundo. Según algunos estimados 170 millones de civiles fueron víctimas de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en el siglo pasado. Después de las dos Guerras Mundiales la comunidad internacional juró que esas masacres jamás volverían a ocurrir.
Pero, aunque los hayamos relegado a la historia, los horrores del nazismo no fueron incidentes aislados. Al mismo tiempo, centenares de miles y en algunos casos millones de personas fueron asesinadas, entre otras, en Rusia, Camboya, Vietnam, Sierra Leona, Chile, Cuba las Filipinas, el Congo, Bangladesh, Uganda, Iraq, Indonesia, East Timor, El Salvador, Burundi, Argentina, Somalia, Chad, Yugoslavia y Ruanda en la segunda mitad del siglo pasado.
Ahora bien, lo que es sin dudas más lamentable es que nosotros como comunidad internacional hemos sido testigos de esas masacres con indiferencia e inactividad. Los casos más recientes y todavía oprobiosos en nuestro continente son Cuba, Venezuela y Nicaragua. El resultado a nivel mundial ha sido que en casi todos los casos el dictador o jefe de gobierno responsable de esas atrocidades −con excepción de Núremberg entre 1945 y 1949−ha escapado el castigo, la justicia y hasta la censura. En lo personal, la mayor frustración de mi vida es que Fidel Castro haya muerto en su cama y no ajusticiado como Ceausescu y como Gadafi.
Y hablando del estado criminal establecido en mi patria por los engendros diabólicos de Birán puedo afirmar, sin exagerar en lo más mínimo, que ha sido el más sanguinario, largo y opresivo del Continente Americano. En sus 62 años de maldad han nacido tres generaciones de cubanos a quienes se les ha negado la existencia de Dios, el orgullo de patria y el derecho primordial a la libertad. No en balde cuando pueden escapar de aquel infierno la mayoría de los cubanos nacidos bajo el castrismo no tienen idea de los principios y valores espirituales legados por nuestros libertadores. Tratan de obtener y de disfrutar los bienes materiales de que fueron privados por la tiranía castrista.
Por otra parte, los bribones de Birán jamás habrían podido crear y mantener ellos solos su infierno de más de medio siglo. Contaron con la complicidad activa de miles de rufianes tan criminales y sanguinarios como ellos. De ahí que el castigo−sin excepción alguna−tiene que ser aplicado a todos. Tal como lo expone el ruso Fiódor Dostoievski en su novela «Crimen y Castigo».
Aunque parezca increíble y a pesar del horror sufrido por el pueblo de Cuba todavía hay miserables−allá y aquí−que predican el apaciguamiento, la negociación y hasta el perdón a los tiranos. ¡Cuánto bochorno y furia siento cuando escucho a algunos cubanos hablar de «borrón y cuenta nueva»!
Quisiera que esos apátridas me dijeran cual daño hay que perdonar  y contra quién o quienes fue cometido ese daño. Esos apaciguadores no pueden perdonar el daño cometido contra otro. Mucho menos el daño colectivo cometido contra todo el pueblo de Cuba. Pero ese delito de lesa patria tiene que ser castigado o perdonado por los tribunales de la  nación. Nunca por un ciudadano en calidad personal.
Esos «perdonadores» no pueden perdonar la barbarie, el despojo, la miseria y la desolación desatadas por los vándalos de la tiranía sobre la totalidad del pueblo cubano. Y ahí es donde hay que  desenmascararlos y «darle los palos al burro» en el momento y lugar en que se caiga. Ninguno de ellos ha sufrido miseria, cárcel u opresión. Unos viven en un exilio pletórico de prosperidad y de abundancia y otros viven en Cuba recibiendo remesas de ese mismo exilio. Sugiero a estos panzudos y oportunistas que le pregunten a la madre de Orlando Zapata Tamayo si ella está dispuesta a perdonar a los asesinos de su hijo.
Ahora, hagamos un poco de historia porque la historia explica con frecuencia los acontecimientos posteriores. Nuestros padres de la patria fueron forzados por el gobierno interventor americano a hacer concesiones a los españoles que controlaban el comercio y extensas propiedades en la Isla. El resultado fue unos vencedores pobres y unos vencidos ricos. El cubano siguió siendo por mucho tiempo un paria en su propia tierra. Y una independencia sin justicia,  sin castigo y en la pobreza trajo devastadoras consecuencias.  
Cuando el cubano vio esposada la justicia cundió el desánimo y le fue más fácil alternar en la república, durante 57 años, el desgobierno y el latrocinio. Aquellos polvos de 57 años de republica corrupta le facilitaron el camino a los 62 años de fango y tiranía que ha padecido la Isla. Una cadena de tiranos se apoderó del gobierno por la fuerza para enriquecer sus arcas y satisfacer su arrogancia. Batista fue hijo de Machado y Fidel Castro fue engendrado por Batista.
Ni siquiera los gobernantes demócratas escaparon del maleficio de la corrupción, la violencia y el desgobierno. Durante los gobiernos de Ramón Grau y de Carlos Prío las bandas delincuenciales «campearon por su respeto» con el consentimiento tácito del Palacio Presidencial. Los funcionarios públicos temblaban de miedo al escuchar los nombres de muchos de aquellos pandilleros. Porque cuando esta gente amenazaba cumplía sus promesas y cuando se peleaban entre ellos nadie se atrevía a intervenir.
Y prueba al canto. El 15 de septiembre de 1947 una banda de pandilleros al mando del Comandante Mario Salabarría rodeó la casa del Comandante Antonio Morín Dopico en el Reparto Orfila para saldar deudas en el bajo mundo habanero. Una verdadera batalla campal que se prolongó durante tres horas y en la que, entre otros, resultaron muertos, después de haberse rendido, y ya fuera de la casa, el Comandante Emilio Tro y la señora Aurora Soler de Morín, en estado de gestación. El factor más interesante es que los jefes de ambas bandas eran todos miembros de la policía y del ejército Constitucional de Cuba.
Si esta vez queremos una paz duradera tenemos que hacer justicia y castigar a los criminales. Esta vez la aplicación de la ley debe predominar sobre la tradicional «toalla» cubana. Porque lo que está en juego es la felicidad del pueblo cubano y el destino de la patria incluyente y justiciera que nos legaran Martí, Maceo y Gómez. Todos somos iguales y nadie es tan grande que pueda escapar a la aplicación de la ley. Con Martí digo: «Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca, quien lo sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado».
Para que no se repita en el futuro lo que necesita Cuba ahora es tener presente qué y quiénes la pusieron a morir. Y de nuevo acudimos a la sabiduría de los versos sencillos de Martí: ¿Del tirano? Del tirano / Di todo, ¡di más!, y clava / Con furia de mano esclava / Sobre su oprobio al tirano». Ahora nos toca actuar a quienes hemos tenido la fortuna de sobrevivir este infierno. Nosotros somos el brazo justiciero de nuestros muertos y, en sus nombres, los guardianes de la patria nueva.

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REDACCIÓN
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