22/11/2024 06:42
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De las siete clases de españoles que señalaba Pio Baroja, como los siete pecados capitales, resaltaré, hoy, el quinto: “el de los españoles que viven gracias a que los demás no saben”. Esa clase, casta, cenáculo, élite o covachuela, como quieran llamarle, es la de los políticos que, aunque se consideren “intelectuales”, su intelecto no llega ni para gestionar la compra de mascarillas en China, pero sí para falsificar títulos académicos.

 

En el universo, como en el ser humano, los ciclos de las epidemias forman parte de una catarsis de la naturaleza, que se revela por la falta de respeto del hombre contra ella y contra su creador. Viene, desde un prisma teológico, como remedio de nuestros males y castigo de nuestros pecados.  Pero las pandemias globales o epidemias locales que afectan a la salud, directamente provocadas por un virus o una bacteria, no han sido los peores males a los que se ha enfrentado, en la historia, la humanidad; ni las que más victimas han ocasionado.

 

La pandemia que más muertos, ruina económica, degradación moral, desesperación y sufrimiento ha provocado, y aún goza de buena salud y predicamento: es la comunista. Llega al poder cuando las defensas de la sociedad -los valores de la civilización- están bajas, el descontento social es manifiesto, la situación económica inestable, la corrupción institucional presente e inexistente el respeto al derecho ajeno. Es cuando los tontos útiles, compañeros de viaje e indoctos socialistas se coaligan con ellos, aspirando a perpetuarse en el poder, a base de controlar los movimientos de masas -leyes ideológicas-, los medios de comunicación, la enseñanza publica, los sindicatos de clase, hoy llamados “agentes sociales”, y neutralizar a la Magistratura, la Iglesia y el Ejército.

 

Así fue con Pablo Iglesias Posse, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Saborit, Negrín etc. y lo es ahora, con el farsante e impostor Pedro Sánchez, cuya responsabilidad en la epidemia y subsiguiente número de muertos, hace inasumible su permanencia en el poder. Durará el tiempo que, la muleta del ansia de poder, logre mantener la embestida suave y mansurrona de una derecha sin principios ni estrategia, bajo el ardid de unos imposibles Pactos de Estado que le permitan salvar su responsabilidad y volver al guerra civilismo de la II República.

 

De las epidemias sanitarias se sale, como ha demostrado la historia; también de las crisis económicas, cualquiera que sea la causa. Pero, de la epidemia socialista, inducida por la falsificación del pasado; las leyes de “ingeniería social”; la educación enfocada al adoctrinamiento; la adulteración de la realidad por una ideología; y el control de todas las instituciones que garanticen el estado de derecho y sirvan de contrapeso al poder; todavía no hemos conseguido salir, en democracia. Llevamos, 140 años la epidemia socialista; obligados a cargar, como en el “mito de Sisifo” de Camus, con la pesada piedra a que nos condena el socialismo, en cada ciclo histórico, en que llega al poder. Solo en la Era de Franco, y nos costó una guerra, estuvieron cuarenta años de vacaciones políticas y trabajando, como todos los españoles. De ahí el resultado.

 

Esa “pandemia ideológica”, cuyo ideal de emancipación e igualdad fraterna, o sea, justicia social con los más desfavorecidos, iba a transformar el mundo; ha ocasionado, en el siglo XX, más de 100 millones de muertos y permanece en China, Corea del Norte, Laos, Cuba, Venezuela, Nicaragua y ahora recomienza el camino: en España.  Nadie puede negar estos datos históricos, ¿porqué entonces se oculta sistemáticamente ese terrorífico pasado en todas las democracias?, ¿Porqué son legales quienes utilizan la libertad para destruirla, y la democracia para subvertirla? La respuesta parece clara: porque la defensa del estado de derecho y de una sociedad justa; informada en libertad y con mecanismos de control, no se ejerce desde el poder, ni entre los partidos que se han turnado en el poder. Porque la Constitución que ampara derechos y establece deberes, no se cumple, ni respeta, por quienes tienen mayor obligación de hacerlo. Y así llevamos, en una democracia formal, pero no real en muchos aspectos, desde hace 40 años.

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 Voltaire, que no vivió la pandemia de 1918, -gripe americana, aunque atribuida a los españoles, por el mayor número de muertos- afirmó “hay tiempos de horror y de locura entre los hombres, como hay tiempos de peste; y este contagio ha dado la vuelta al mundo”. Con ello identifica los dos males que aquejan al mundo, el políticohorror y locura-, y el sanitariopeste-, en referencia al pasado de la Revolución Francesa, cuyo hijo putativo es el comunismo. Así llevamos más de un siglo comprobando cómo la razón, desprovista de alma, crea monstruos.

 

En España, la epidemia ideológica comienza en 1880, año en que funda Pablo Iglesias Posse el PSOE. Desde el inicio dio pruebas de su posibilismo, deseo de poder y brutalidad en conseguirlo. Después de proclamar su deseo de abolir la monarquía, la magistratura, la iglesia, el ejército y la propiedad privada, estuvo 30 años sin un solo diputado. Pero una vez obtenido su escaño, en sede parlamentaria, acredita su matonismo al amenazar de muerte al entonces diputado y aspirante a formar gobierno Antonio Maura: “hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal…”. Y ya en agosto de 1909 da señales de vida revolucionaria promoviendo, con el anarquismo hispano, la huelga general conocida como “la semana trágica de Barcelona”, en la que sólo la intervención del ejército pudo sofocar.

 

El alma totalitaria y violenta del socialismo español lo instaura su fundador cuando, el 7 de Julio de 1910, en sesión de las Cortes, manifiesta que su partido: “…estará en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad, como han estado todos los partidos, cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones”. Lo mismo hizo su sucesor, Largo Caballero, cuando apoyó la dictadura de Primo de Rivera, beneficiándose del control del sindicalismo con los “Comités Paritarios”; para después convertirse en enemigo, tanto de la dictadura como de la Monarquía, a la que contribuyó a derrocar el 14 de abril de 1936.

 

La II república fue inviable y desembocó en guerra civil por la radicalización del partido socialista y su admiración por la dictadura del proletariado y dependencia de Moscú. A partir del 5 de agosto de 1933, en el II curso de la Escuela Socialista de Verano en Torrelodones, se levantaron las tres banderas del socialismo; el democrático, con matices, defendido por Besteiro; el socialismo “posible” de Prieto; y el socialismo revolucionario de Largo Caballero que fue el ganador, de ahí salió el mote del “Lenin español”, una vez aprobado por Moscú.

 

El resto debería ser conocido por todos, hasta la guerra civil. El socialismo no tuvo mas objetivo que cargarse la república democrática burguesa e imponer, por la fuerza, la dictadura del proletariado. La rebelión o golpe de estado contra la república del partido socialista, con más de 1.500 muertos y enormes destrozos en Asturias (Oviedo) y Barcelona, en octubre del 34, fue el primer intento socialista. En julio de 1936, con el asesinato de Calvo Sotelo, fue el segundo y definitivo. Y Franco salva a la republica en el primer intento, a requerimiento del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo; y en el segundo y definitivo, salva a España, sumándose al alzamiento que viene preparando Emilio Mola.

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Por si alguien se pregunta si hubo consciencia o, mínimo arrepentimiento, por los destrozos y victimas que ocasionaron los socialistas a sus compatriotas y a la legalidad republicana, vean lo que dice Largo Caballero, cuando sale de la cárcel sin haber cumplido un año, de los treinta a que había sido condenado. Afirma en enero de 1935, antes de las fraudulentas elecciones de febrero de 1936: “no vengo aquí a arrepentirme de nada. Yo declaro paladinamente que antes de la República nuestro deber era traerla; pero establecida la República, nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando yo hablo de socialismo, no hablo de socialismo a secas; hablo de socialismo marxista. Y al hablar de socialismo marxista, hablo de socialismo revolucionario”. ¿Viene de ahí su superioridad moral? Tal vez, porque nadie le ha pedido nunca, a sus herederos ideológicos y de partido, la rendición de cuentas.

 

¿Es distinto el socialismo actual al de hace 85/90 años? Si a las ideas se las reconoce, como a los arboles, por sus frutos, tendremos que convenir que no, al menos el socialismo que se inicia con Zapatero y culmina con el actual despropósito. ¿A que estirpe del socialismo pertenece la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá?, cuándo el 26 de febrero de 2019, dijo, sin el menor rubor, lo siguiente“el socialismo español, lleva 140 años haciendo democracia y luchando por las libertades”. A cuál de los tres socialismos, el de Besteiro, el de Indalecio Prieto, o el de Largo Caballero, pertenecen estos bárbaros que no respetan ni la tumba de los muertos; ni tan siquiera al que les derrotó en vida. Que no reparan, pues el odio les ciega, en la maldad de sus actos. No podremos decir que, al menos, “tuvieron la grandeza de un hermoso error por encima de la podrida verdad”, como resumió sus siete años de militancia comunista y agente del Kominter, Arthur Koestler.

 

Tal vez la causa más profunda del fracaso de los socialistas es que no han psicoanalizado su historia, plagada de errores, de fracasos, de utopías. Tal vez han tratado de conquistar al mundo por la palabra, sin fundamento racional posible o coherencia. Tal vez han creído que el partido es la encarnación de la idea revolucionaria de la historia y el único instrumento de la misma. Tal vez, ya estamos tardando, el pueblo español se de cuenta de su impostura y les mande por el sumidero de la historia, tirando de la cadena como en Italia, Francia o, resto de Europa. Llevamos demasiados sufrimientos, demasiados muertos, como para soportar la doble epidemia juntos y unidos. ¡BASTA YA!, SONARÁ COMO UN SOLO GRITO DE DESESPERACION Y JUBILO, CUANDO ACABE LA CHAPUZA DEL CONFINAMIENTO.

Autor

REDACCIÓN