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Ilegitima desde su inicio: transmutar elecciones municipales en un plebiscito para cambiar el régimen precedente. Mal, muy mal comienzo. Desde el 14 de abril de 1931 hasta el 1 de abril de 1939. Ocho años, de los cuales tres fueron de guerra civil entre españoles. La historiografía oficial la presenta como un momento de conquistas sociales, de relativa paz social y de progresos de varios tipos sobre la precedente «Restauración».
República anti-obrera y anti-campesina
Segundo intento republicano en Bozalistán: al fin y la postre, siempre fue un régimen anhelado por el ejército y la guardia civil, defensor de los terratenientes y el gran capital financiero de la época, feroz represor de los trabajadores, muy dado a la tortura y de cuño hondamente colonialista, a fuer de insidiosamente antiagrario.
La II república fue una dictadura de partidos, a fuer de un acrisolado estado policial. En absoluto fueron las clases populares las que trajeron la aciaga II República en 1931, sino la soldadesca, la Malamérita con sus innúmeros tricornios, la gran patronal y la Iglesia Católica (que con posterioridad, muchos de sus miembros padecerían un brutal genocidio a manos de sus sacras némesis: masonería e izquierdas sacrílegas, valga el pleonasmo).
Tanto Franco, Mussolini, como Hitler, con sus abisales y casi ontológicas diferencias a cuestas, fueron también republicanos y «demócratas» cuando así lo exigió el momento, monárquicos cuando hizo falta, y fascistas cuando tuvieron oportunidad.
Torturas y carnicerías
Matanzas de trabajadores, obreros y, sobre todo, de campesinos, muy abundantes. Los pikoletos y la guardia de asalto, ambos: trabajadores tiroteados, ametrallados, masacrados cientos de veces por orden de los gobiernos republicanos: enorme número de muertos y heridos.
También régimen muy torturador: práctica, la tortura, extraordinariamente habitual, siendo padecida por miles y miles de detenidos, trabajadores del campo y de la industria preferentemente, convirtiéndose cuartelillos y comisarías en centros de terror y muerte. Todo ello bajo la sombra de la bandera tricolor.
La localidad gaditana de Casas Viejas, inicuo alborear. Los azañistas «tiros a la barriga». Y agreguen más salvajadas de una república, por otra parte, profundamente burguesa: Castilblanco, Arnedo y Don Fadrique. O el inenarrable sadismo sobrevenido en la localidad albaceteña de Yeste un fatídico 29 de mayo de 1936.
Gélidos datos, grosso modo: 78.000 personas fueron torturadas por la II República, falleciendo como consecuencia de ello unas 4.000, que deben sumarse a las 3.900 víctimas de descargas policiales en aplicación de la siniestra «Ley de fugas». Del total de los aniquilados, unos 16.000, mujeres, de las cuales, 800 fallecieron.
Inigualable censura
Frente a la dorada imagen, el áureo icono de la II República como edénico evo de plurales libertades, la cosa acaecía diferente. Opuesta, más bien. Censuraron todo lo que tocaron: cine, teatro, radio y las referidas 127 cabeceras de prensa escrita.
Políticos metidos a periodistas o incluso empresarios (Azaña, Indalecio Prieto, Lerroux, Gil Robles, Martínez Barrio, Royo Villanova…), solamente estimaban el periodismo si se sometía vasallamente a unos intereses políticos y empresariales. La libertad de prensa no aparecıó jamás en la agenda del comité revolucionario ni del gobierno provisional, lo cual, de por sí, podía haber proporcionado alguna pista sobre lo que iba a ocurrir después
Arbitrariedad
Comenzaron con ABC y El Debate. Poco después, once periódicos vascos y navarros. Poco a poco, más chapados. 127, lo dicho (incluso Mundo Obrero y «peligrosa» prensa deportiva). ‘‘Redada’’ del 10 de agosto de 1932, clave, bienio «progresista», lo llaman. Siempre con sus inverosímiles pretextos (incidentes en el Círculo Monárquico en mayo de 1931; la Sanjurjada…). Sanciones ‘‘fulminantes’’ contra las ‘‘informaciones tendenciosas o las noticias tergiversadas»(el “diestro” Miguel Maura dixit).
Constantes y liberalísimos ataques republicanos a la sacrosanta libertad de prensa. Puro sectarismo y, sobre todo, pura arbitrariedad e inseguridad jurídicas. Una prensa cuyas libertades no parecía encajar demasiado bien en un dictatorial modelo político que predicaba democracia y gobernaba a base de «alarmados» (como Sanchinflas) estados de excepción.
La prensa, sus liberalidades en todos los espectros, para el masónico régimen, considerada desde el inicio, potencialmente (aristotélicamente, en potencia y en acto) como un problema de orden público (la prensa siempre estuvo bajo la jurisdicción del Ministerio de Gobernación).
España, poco amante de la libertad (de prensa)
La «modélica» Segunda República, como “modélica” fue la Transición (previo al “modélico” régimen del 78). Como el “modélico” franquismo, agrego. Los tres regímenes, tan distintos y distantes, con sus afinidades y discontinuidades solapándose, muy liberticidas.
Los tres, reitero, no solo uno, al decir del repugnante y falsario consenso (historiográfico) progre que tanto empozoña los caletres de mis excompatriotas del Reino de Bozalia. En fin.
Autor
- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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