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Era muy difícil que después del Zoquete Zoido y su crucero “Piolín”, que después de los muchos titulares que han pasado por la cartera del ministerio de interior, el nivel pudiera descender tanto, que nos asqueara hasta la nausea y el vomito. Pensábamos que en cuestión de ministros lo habíamos visto prácticamente todo, pero lo que no podíamos imaginar, lo que no podíamos ni siquiera sospechar, era que Fernando Grande Marlaska, conocido en los “ambientes” como la nenaza o el maricón, pulverizara todos los registros de indignidad, mala praxis y mala gestión. Lo de nenaza o maricón, no es algo que especialmente me agrade, a Marlaska parece no molestarle, pues es así como le llama o llamaba Dolores Delgado, “la Lola”, la ex ministra de Justicia y actual Fiscal General del Estado en esas ya míticas grabaciones en animada charla con el ex comisario Villarejo y con el ex juez prevaricador, Baltasar Garzón. Lo cierto es que si uno analiza con detenimiento las “joyitas” que ha parido la Audiencia Nacional, daría para escribir varios volúmenes de las antiguas enciclopedias que tan poco uso se le daban, pero que tan bien quedaban en la biblioteca de cualquier hogar de clase media.
Lejos queda aquella época, donde los titulares de la cartera de interior, eran considerados los ministros más populares y valorados, posiblemente, en la mayoría de las ocasiones de forma inmerecida, pero no es menos cierto que eran los años de “plomo”, donde ETA y sus satélites, atentaban de forma recurrente, llegando a matar a mas de cien personas anuales, lo que provocaba que el ministro de interior en cuestión, tuviera múltiples apariciones televisivas, debido entre otras cosas, a la cantidad de funerales a los que tenía que asistir. Se les veía serios, compungidos y en muchas ocasiones, haciendo declaraciones y promesas grandilocuentes, que rara vez se cumplían, pero que en momentos de gran tensión y emoción, conseguían granjearse nuestras simpatías. Transmitían fortaleza y seriedad y aunque muchos de ellos no fueran excesivamente brillantes, no es menos cierto que eran discretos y poco dados a airear su vida privada. Poco o nada se sabía de su entorno personal o de sus pasiones ocultas. Tampoco era nada que importara y por lo que alguien se interesara, mientras ello no interfiriera en el buen desarrollo de su cargo público.
El socialismo de nuevo cuño nos ha traído “otra” forma de hacer política, donde se concede mayor importancia a la condición sexual que a la profesionalidad o conocimiento, donde prima la cuota, sobre la valía o el esfuerzo y donde se valoran más titulares a forma de tuit, que probados conocimientos universitarios. Grande Marlaska tenía fama de ser un buen juez, cosa que tampoco debe decirnos mucho. También la tenía Garzón, para al final acabar prevaricando y rodeado de lo que para Pablo Iglesias eran las cloacas del estado. Grande Marlaska ha sido devorado por el personaje, es una caricatura de lo que pudo haber sido. Forzado a manifestar de forma estentórea su homosexualismo como forma de hacer política y muy por encima de sus obligaciones como ministro. Pareciera que nos debería importar más su condición sexual que su profesionalidad en el cargo. Los socialistas se han encargado de ello, no se dan cuenta que a la mayoría de nosotros nos trae sin cuidado lo que hagan en su alcoba, que no tenemos porque saber o conocer las intimidades de nadie, pero para ellos, lo accesorio está muy por encima de lo mollar, convirtiendo lo anecdótico en lo principal. Hicieron a Marlaska ministro, no por su valía o conocimientos, sino por rellenar la cuota homosexual. Marlaska fue utilizado y lo acepto gustoso, metiéndose en el papel del que ya no podrá salir.
Grande Marlaska es un mal ministro, un ministro indigno, independiente de su condición de homosexual o heterosexual. Lo es por mentiroso, por denigrar a una institución con casi 200 años de antigüedad y por intentar que un subordinado suyo cometiera un delito, entregándole un informe que el sobradamente sabia, dada su formación de jurista, no le podían entregar. Incito al delito y luego ceso a la persona que no se prestó a sus propósitos. Un ministro que ha perdido toda dignidad, para una cartera que ha humillado más de lo que ya estábamos acostumbrados.
Javier García Isac/director radioya.es
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