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No hace mucho nos enteramos de la disposición de Pedro Sánchez para que España se posicione de parte de Marruecos en el conflicto del Sáhara Occidental. Dejando a un lado las cuestiones históricas y geopolíticas, lo cierto es que esta nueva polémica ha vuelto a dejar al aire las vergüenzas de los gobernantes que padecemos, especialmente del sector socialista. No contentos con ser unos lacayos de pacotilla en el conglomerado de la OTAN (ni el senil Biden ni sus asesores parecen confiar en el inquilino de la Moncloa y por eso ni le llaman a capítulo en mitad de la tensión occidental con Rusia), ahora tenemos que enterarnos por las autoridades marroquíes del servilismo con el que España, por medio de su actual presidente, pretende reconducir las relaciones diplomáticas con Marruecos. Una excusa ofrecida por Pedro Sánchez ha sido la de que España asumiría una postura idéntica a las de Francia y Alemania, como si estos países pudieran equipararse en sus relaciones con Marruecos, algo imposible por no tener frontera ni ser sus territorios ambición de este país (lo que sí ocurre con España).
Esta nueva improvisación no sorprende, teniendo en cuenta que la prioridad del actual Gobierno es llegar a final de legislatura y están dispuestos a lo que sea con tal de salir de la tormenta perfecta que se está montando entre la crisis energética, las protestas de los sectores productivos contra el expolio fiscal y la guerra en Ucrania. Lo que no deja de ser llamativo es que esta entrega del Sáhara Occidental a Marruecos tenga lugar estando Unidas Podemos en el Gobierno, algo que parece habérseles olvidado cuando con pose indignada salen ante las cámaras de televisión. No es la primera vez que asistimos a algo similar: también la izquierda monopolizó las protestas por el rescate público de Bankia y esta entidad acabó adquirida por Caixabank, sin devolverse el dinero de los contribuyentes, con Pablo Iglesias ejerciendo una vicepresidencia de Gobierno. Ahora no está el aspirante a Robin Hood con coleta, sino la comunista de toda la vida admiradora del Papa Francisco, pero sus intrigas internas y el papelón que desempeñan como bastón de los socialistas no parecen encaminarles a ganar credibilidad. ¡Si hasta sus aliados secesionistas no dan crédito de verles caer tan bajo haciendo la vista gorda con el envío de armas a Ucrania o su débil respuesta al espinoso asunto saharaui, por no hablar de la reformilla laboral por la que tanto han presumido!
Pero tampoco es cuestión de cebarse en exceso con el Gobierno progre… ¿Qué hay de la oposición, de la derecha? Aquí tampoco caben dudas: las tres derechas no cuestionan el papel de España junto a los demás ‘aliados’ de la Unión Europea y la OTAN, consustancial al Régimen de 1978. Es cierto que, por ejemplo, Vox se sentiría más cómodo obedeciendo las instrucciones de Trump que las de Biden, pero su lealtad al papel internacional que viene desempeñando España desde hace décadas está fuera de toda duda; no hay más que ver cuando, en un venazo de interpretación grotesca de la Historia de España, sacaron a colación a Isabel La Católica en un tuit a propósito de la tensión con Marruecos y corrieron a borrarlo ipso facto, sin duda advertidos por sus ‘aliados’ recordándoles que el vecino del sur es el principal aliado de los Estados Unidos en el norte de África. Del Partido Popular y Ciudadanos, evidentemente, no podemos esperar los desahogos verbales tan propios de los pistachos (que, por otra parte, si ofenden a alguien es por el nivel de estupidez y blandenguería al que hemos llegado como sociedad) pero sí la obsesión de unos por demostrar que serían mejores gestores del lacayismo hispano y la obsesión de otros por no desaparecer del Congreso.
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