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“En Franco y su Régimen había algo mucho más que su persona. Existía una doctrina y un pensamiento políticos que él sistematizó e infundió en la legislación. Porque, en ese terreno, Franco no inventó nada. Supo y quiso recoger lo más esencial de la doctrina tradicionalista y falangista – las dos fuerzas políticas fundacionales del Alzamiento Nacional-, en una síntesis armónica y acertada. Eso y no otra cosa son los Principios Fundamentales del movimiento, proclamados por él ante el Pleno de las Cortes el 17 de mayo de 1958, aprobados unánimemente por ellas y confirmados clamorosamente con las demás Leyes Fundamentales, en el referéndum de diciembre de 1966”. José Luis Zamanillo González-Camino. Diputado carlista en las Cortes de la II República. Delegado Nacional del Requeté. Procurador en Cortes y Consejero Nacional, designado por Franco. Revista Brújula. 10 de marzo de 1976.
En este trabajo trataré de mostrar, como bien expresa el título, que la Doctrina Política y Social de la Iglesia, así como el pensamiento tradicionalista español, están en la base del nacionalsindicalismo de la Falange de José Antonio Primo de Rivera.
Para ello compararé las doctrinas católica, tradicionalista y falangista partiendo del trilema de Fuerza Nueva, Dios-Patria-Justicia que, a mi juicio, reúne en expresión breve y sintética lo esencial del Magisterio social católico, el cuatrilema carlista Dios-Patria-Fueros-Rey y el trilema falangista Patria-Justicia-Pan.
Lo esencial, en definitiva, de los Principios del Movimiento Nacional acaudillado y regido por el Generalísimo Franco.
He de aclarar que no es mi intención poner en pie de igualdad el Magisterio Católico, el Tradicionalismo y el Nacionalsindicalismo.
El Nacionalsindicalismo es deudor del pensamiento tradicional español y, al mismo tiempo, ambos están subordinados a las enseñanzas de la Iglesia, que es Madre y Maestra no solo de los individuos sino también de las sociedades.
El Nacionalsindicalismo y el Tradicionalismo son aplicaciones, ambas legítimas aunque diversas en algunos aspectos más o menos importantes, de la Doctrina Social de la Iglesia.
El juicio de la Iglesia sobre el Nacionalsindicalismo.
“La España que soñaba el Fundador de la Falange es una España en consonancia con el espíritu español y católico que informa, y anima, y vivifica, y engrandece, y sublima el testamento de José Antonio”. Excmo. y Rvdmo. Dr. Gandásegui, Arzobispo de Valladolid. Burgos, 20 de noviembre de 1938.
La Iglesia católica, que tiene el derecho y el deber de juzgar sobre la moralidad de las propuestas políticas y sociales, ha condenado o criticado todas las ideologías del mundo contemporáneo: el liberalismo, el socialismo, el comunismo, el nacionalsocialismo, criticado algunas prácticas del régimen fascista italiano y los abusos del capitalismo liberal.
Pero nunca ha rechazado o puesto la más mínima objeción al Nacionalsindicalismo.
No lo ha hecho la Santa Sede. No lo han hecho tampoco los obispos españoles.
A pesar de que la Norma Programática de Falange Española de las J.O.N.S. (26 de sus 27 puntos) formó parte, durante casi 40 años, de los fundamentos políticos del régimen gobernado por el Generalísimo Franco.
Tiempo tuvo la Iglesia de estudiar el Nacionalsindicalismo y denunciar, si los hubiere, sus errores contrarios a la Fe o a la Moral. No solo no lo hizo, sino que las autoridades eclesiásticas no censuraron ni prohibieron las Obras de José Antonio difundidas por el Movimiento Nacional; el clero católico integró la capellanía de organizaciones falangistas como el Frente de Juventudes y la Sección Femenina, entre otras; y el Papa Pío XII concedió el Gran Collar de la Orden Suprema de Cristo, la más elevada distinción pontificia creada para premiar especialísimos servicios prestados a la Iglesia, a Francisco Franco, Jefe Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.
Como muy bien escribiera José Antonio replicando al Marqués de la Eliseda, que había acusado a la Falange de heterodoxa en lo religioso, Doctores tiene la Iglesia y entre esos Doctores no se encontraba el Marqués de la Eliseda[1], ni se encuentran los detractores de la Falange joseantoniana que la acusan de pagana, laicista, no cristiana u otras cosas por el estilo.
El caso es, insisto, que los Doctores y Autoridades que hubieran podido y debido condenar el ideario falangista de ser incompatible con el cristianismo, no solo no lo han hecho sino que, por el contrario, han asistido espiritualmente y recompensado a quienes, con menor o mayor acierto, intentaron ponerlo por obra.
Opiniones de algunos Tradicionalistas sobre el ideario de la Falange.
En su homenaje al Diputado carlista Oreja Elósegui, asesinado durante la Revolución de octubre de 1934, el fundador de Falange Española elogió el carlismo afirmando que es “un ideal de los más hondos, de los más completos y de los más difíciles”[2].
Según Ximénez de Sandoval que, como amigo y camarada le trató y conoció personalmente, José Antonio encuentra su “fórmula nacional” “en la entraña de los pensadores tradicionalistas, sobre todo en Vázquez de Mella, cuyas obras lee apasionadamente –como las de sus predecesores, Donoso Cortés y Balmes-, hallando en ellas gran parte de la sustancia que, cuando su pensamiento genial dé con la fórmula externa de acuerdo con los tiempos, nutrirá la doctrina de la Falange”[3].
Ahora veamos la opinión de algunos destacados carlistas sobre José Antonio y la Falange.
En 1937, “un tradicionalista de abolengo, Ramón Oyarzun, funcionario diplomático y escritor, publicó antes de que finalizara el año 1936 un artículo titulado «Una idea. Requeté y Falange», probablemente la primera manifestación de una posibilidad unificadora concertada por mutuo acuerdo de las dos organizaciones”[4].
En 1962 el historiador carlista José María Codón publicó la primera edición de su libro La Tradición en José Antonio y el sindicalismo en Mella, apoyándose justamente en la coincidencia existente entre las ideas de ambas figuras de la política española.
Incluso un carlista tan poco filofalangista como Elías de Tejada llegó a escribir: ““su férvido españolismo, y su vocación de tradicionalista, pusieron en labios de José Antonio Primo de Rivera una definición de las Españas que coincide a la letra con nuestra concepción de la monarquía federativa”[5].
Maximiano García Venero, en su obra Historia de la Unificación, recoge el siguiente testimonio del Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, Manuel Fal Conde: «Dije en 1937 que la Falange y el Requeté eran sustancialmente inasociables. Tenían ideas diferentes; no contrarias”[6].
¿Qué pensaba el Tradicionalismo en el momento en el que la Falange (más bien diríamos su embrión) comienza su andadura?
El pensador Tradicionalista Víctor Pradera, comentando el discurso de José Antonio Primo de Rivera pronunciado durante el que se considera acto fundacional de Falange Española, celebrado el 29 de octubre de 1933, afirma que entre la doctrina tradicionalista y las ideas expuestas por José Antonio, “en lo fundamental, la coincidencia es notoria. Bien; y entonces ¿por qué no concluir? ¿Por qué no decir que todo eso es Tradicionalismo y que hay que aceptarlo como la buena doctrina?”[7].
Este artículo es una de las mayores pruebas de la concomitancia entre el pensamiento joseantoniano y el carlismo, porque Pradera no solo no reputa opuestas al tradicionalismo las ideas expuestas por José Antonio, sino que, por el contrario, le reprocha -de ahí el título de su artículo- que alce la bandera de un nuevo movimiento cuando esa misma bandera es básicamente idéntica a la que ya mantiene izada el carlismo[8].
Así lo entendió José Luis Zamanillo, que fue Delegado Nacional del Requeté y Diputado carlista durante la II República: “Al pronunciar José Antonio su discurso fundacional, en el Teatro de la Comedia, terminó con un párrafo que comenzaba con estas palabras; “Esta es la bandera que se alza…”. A los pocos días, en la revista Acción Española, publicaba Pradera un artículo titulado “¿Bandera que se alza?”. En él demostraba la coincidencia esencial entre lo expuesto por José Antonio y la doctrina tradicionalista que el carlismo llevaba un siglo propugnando y defendiendo”[9].
En el mismo sentido comenta el artículo de Pradera el excombatiente requeté y notario Javier Nagore.
“En la Antología de Acción Española (1937), aquella Revista que fundamentó su razón de ser en los principios tradicionales del ser de España y que tuvo como lema el bíblico «Una manu sua faciebat opus, et altera teneba gladium», aplicable a toda una generación de la España de entonces, se recogieron dos espléndidos trabajos. Uno, el Discurso del Teatro de la Comedia (29 de octubre de 1933), de José Antonio Primo de Rivera, con el título, puesto por la propia Revista, de «Una bandera que se alza»; y el otro trabajo, el de Víctor Pradera, que utilizó el mismo título enmarcado entre interrogaciones: «¿Una bandera que se alza?» Leídos hoy, no se sabe si admirar más la ardiente pasión y poesía, la pasión española de José Antonio, o la lógica y clarividencia cuasi proféticas de Víctor Pradera. Sus autores testimoniaron con su sangre la lealtad a los principios que profesaron y defendieron. Y esos principios, como demostró Pradera, eran -salvo diferencias de matiz que no los desvirtuaban- los mismos. La bandera que se alzaba, estaba ya en alto: era la de la Tradición. Es decir, el patrimonio de bienes espirituales -la herencia- entregada por nuestros mayores para que, perfeccionada y aumentada, la hagamos llegar a nuestros descendientes; pues la Tradición integra tarea de perfección.
La bandera ya alzada proclamaba lo mismo que proclamó la bandera que se alzaba. En primer lugar, la dependencia del hombre a Dios; la redención por éste de la humana naturaleza caída por el pecado original; y, por ello, la dependencia de la Política con respecto a la Religión, en cuanto a los principios que de ésta necesariamente aquélla ha de tomar; entre los cuales figuran el cardinal de la condición de la humana naturaleza. En segundo lugar, las dos banderas se alzaron contra el liberalismo del Estado: «Los gobernantes liberales -¡qué actuales son estas palabras!- no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado tenía igual derecho a decirlo e intentarlo que los guardianes del Estado mismo a defenderlo»; y así el Estado, se deja agusanar por su calificativo propio, el de liberal; es decir, se devora a sí mismo». En tercer lugar, la bandera que se alzaba reafirmaba la bandera ya enhiesta: «que. todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino». Tal es también la definición tradicionalista de Nación, que, en su aspecto afectivo, es la Patria. «Nación es una sociedad de pueblos diversos unidos por la realización en ‘ella del destino humano de sus asociados. En su composición entra la unidad del conjunto (nacional) y la variedad de sus miembros (foral)». En cuarto lugar, nada había en la bandera que se alzaba que no estuviera en la bandera del Tradicionalismo respecto a la organización de la sociedad como lo que es, como un organismo vivo: la cédula social en la familia; que evoluciona, en cuanto a su ser, por el Municipio, por la Hermandad municipal o Región después, y, finalmente, se concreta en la Nación; y en cuanto a su actividad, primero en el hogar, luego, desarrollado horizontalmente, en la clase, y, verticalmente, en la corporación.
Si en las premisas -en los principios- ambas banderas coincidían, también lo hacían en las conclusiones: «Si esas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos del instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos que para unirnos en grupos artificiales comienzan por desunirnos en nuestras realidades auténticas?» La representación en Cortes debe ser de aquello que es consubstancial a la Nación; es decir, de los intereses sociales que, por ser orgánica la sociedad, son fomentados de manera permanente por las clases sociales. Representa a la Nación lo que en ella es permanente y bajo algún aspecto se identifica, en su propio interés, con el interés nacional. Por eso, el Tradicionalismo al separar el Gobierno de la Representación, hizo aquél función de la Soberanía, y entregó ésta a los Cuerpos de la Nación (Corporaciones), a los del Estado y a las clases sociales. De este modo, el más sencillo, se resolvió el problema político de la organización del Estado, que coronó con el «Señor que no se nos muera», postulado por José Antonio. Pues aquí el Tradicionalismo, en su bandera alzada, plasmó al Señor que no se puede morir en forma de institución: la Monarquía representativa hereditaria.
Tales son los principios tradicionales en los que, en aquellos años, coincidían todos los españoles que lucharon bajo un lema -también de Acción Española- bien actual: «Contra la Revolución y sus cómplices»[10].
[1] El Marqués de la Eliseda publicó la siguiente nota en el diario ABC de Madrid, de 30 de noviembre de 1934:
«Francisco Moreno y de Herrera, marqués de la Eliseda, miembro del Consejo Nacional de Falange Española de las J.O.N. S., ha. visto con grandísima pesadumbre que en el nuevo programa doctrinal aprobado por la Junta política, y publicado por el jefe, el movimiento nacional-sindicalista adopta una actitud laica ante el hecho religioso, y de subordinación de los intereses de la Iglesia a los del Estado. Con ser esto, a juicio del que suscribe, una posición doctrinal insostenible; llega al colmo su tristeza, ando ve que el espíritu que informa el artículo 25 del programa es francamente herético y recuerda que por motivos semejantes fue condenado el movimiento de Áction Fránçaise. Por todo ello, el que suscribe, con pena hondísima, pero cumpliendo su deber de católico, se ve obligado a apartarse del movimiento de Falange Española de las J.O.N.S.»
La acusación del Marqués de la Eliseda provocó dos respuestas.
Por un lado, Julio Ruiz de Alda sacó a la luz un pasquín con el siguiente texto:
“¡Católicos! Para aclarar ciertas dudas y sobre todo malas interpretaciones que intencionalmente se dan por adversarios políticos nuestros al artículo 25 de nuestro programa Nacional-Sindicalista en lo referente a nuestra actitud frente a la Iglesia, Falange Española aclara y concreta su posición, diciendo: “Uno de los fines de Falange Española es elevar todos los valores morales del Español, y entre éstos en primer lugar y primordialmente el religioso, y por lo tanto, no sólo no va en contra de la Iglesia Católica, sino que ésta tendrá en el Estado Nacional-Sindicalista Español su mayor apoyo para su apostolado””.
Por otro lado, el 1 de diciembre, José Antonio publicó una nota en ABC de Madrid, diciendo: “El marqués de la Eliseda buscaba hace tiempo pretexto para apartarse de Falange Española de las J.O.N.S., cuyos rigores compartió bien poco. No ha querido hacerlo sin dejar tras de sí, como despedida, una ruidosa declaración que se pudiera suponer guiada por el propósito de sobresaltar la conciencia religiosa de innumerables católicos alistados en la Falange.
Éstos, sin embargo, son inteligentes de sobra para saber: primero, que la declaración sobre el problema religioso contenido en el punto 25 del programa de Falange Española y de las J.O.N.S. coincide exactamente con la manera de entender el problema que tuvieron nuestros más preclaros y católicos reyes, y segundo, que la Iglesia tiene sus doctores para calificar el acierto de cada cual en materia religiosa; pero que, desde luego, entre esos doctores no figura hasta ahora el marqués de la Eliseda”.
[2] Palabras de homenaje a Oreja Elósegui, pronunciadas por José Antonio Primo de Rivera, en el Parlamento, el 9 de noviembre de 1934.
[3] José Antonio (Biografía apasionada). Felipe Ximénez de Sandoval. Fuerza Nueva Editorial, S.A. 1980. Página 55.
[4] Historia de la Unificación. Falange y Requeté en 1937. Maximiano García Venero. Madrid. 1970. Página 80.
[5] Discurso inaugural del II Congreso de Estudios Tradicionalistas, pronunciado por D. Francisco Elías de Tejada y Spínola el 9 de marzo de 1968.
[6] Historia de la Unificación. Falange y Requeté en 1937. Maximiano García Venero. Madrid. 1970. Página 84.
[7] ¿Bandera que se alza? Víctor Pradera. Acción Española, nº 43. 16 de diciembre de 1933. Páginas 650 y 651.
[8] “En Acción Española leí la transcripción literal del discurso pronunciado por D. José Antonio Primo de Rivera, con el epígrafe “Bandera que se alza”. El rótulo me atrajo. Lo que bajo él se hallaba, no era, empero, nada que se alzase como nuevo. Conocido, no diré que hasta la saciedad -porque son, por desgracia, muy pocas las gentes para las que no sea extraño- lo era para mí en tal grado, que daba la coincidencia de que sus primeras frases contenían la materia que en Acción Española he ido desarrollando desde su segundo número, va a hacer ya dos años”. ¿Bandera que se alza? Víctor Pradera. Acción Española, nº 43. 16 de diciembre de 1933. Página 643.
[9] Preludios de una crisis histórica. José Luis Zamanillo González-Camino. Gráficas Campher. Santander. 1977. Pág, 43.
[10] Espíritu y vida en los Tercios de Requetés. Javier Nagore Yarnoz. Conferencia pronunciada en la Gran Peña, de Madrid, el 1 de marzo de 1990. Páginas 17 y 18.
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