24/11/2024 22:05
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El pasado miércoles se cumplieron seis meses del inicio de la guerra ruso-ucraniana. Casi nadie creía que Ucrania pudiera aguantar tanto tiempo al rodillo ruso, pero seis meses después la “operación militar especial”,  que los más pesimistas alargaban hasta junio, está muy lejos de terminar. Este artículo de Maciej Zajączkowski, estudiante de doctorado de la Universidad de Varsovia, aborda los supuestos erróneos que hicieron que el Kremlin considerara factible la invasión y también las consecuencias para Rusia de este error estratégico.

En los últimos seis meses, las emociones en torno a la guerra en Ucrania han alcanzado un punto álgido. El efecto de este fenómeno ha sido nublar la imagen estratégica del conflicto. Periódicamente, en todas las fases de la guerra, hemos visto oleadas de artículos de pánico. Sin embargo, cuando observamos fríamente los acontecimientos, podemos ver cada vez más claramente la magnitud del desastre que ha provocado la Federación Rusa.

Rusia está luchando actualmente en una guerra que no puede ganar. Todas las fases del conflicto hasta ahora han demostrado la falta de fuerza y competencia del Ejército Ruso para controlar toda Ucrania, o incluso una parte importante de ella. Desde el inicio del conflicto, hemos sido testigos del espectacular fracaso de la blitzkrieg de primavera, la ofensiva en el Donbás realizada al estilo de la batalla del Somme (y con éxitos similares) o el pogromo de verano orquestado por los HIMARS. Esto, combinado con las gigantescas pérdidas rusas en equipamiento y personal, ha llevado a una situación de estancamiento estratégico en el frente (lo que no implica, sin embargo, una disminución significativa de la intensidad de los combates). De hecho, el mayor éxito militar de Rusia en esta guerra hasta la fecha ha sido la ejecución ejemplar de la retirada de sus fuerzas de Kiev, Chernigov o Sumy. Sin embargo, cabe señalar que la situación actual no implica automáticamente la posibilidad de una ofensiva de los ucranianos ni su éxito. Hay otros factores que también son relevantes a este respecto, pero no son el objeto de este artículo.

Sin embargo, lo peor para Rusia es que esta guerra implica a la mayor parte de sus fuerzas: militar, económica y políticamente. En comparación con las guerras por delegación del pasado, como la guerra de Vietnam o la intervención de la URSS en Afganistán, ésta es una situación casi sin precedentes. Una situación que no se da en las superpotencias, es decir, en los estados que, para mantener su actual estatus internacional, deben ser capaces de llevar a cabo un potencial conflicto armado con sus rivales.

Los rusos se enfrentan a la realidad de que cada vez tienen más escasez de personal, equipos o problemas logísticos. Al mismo tiempo, son conscientes de que una posible victoria en el Donbás sólo sería el final de una determinada fase del conflicto. Para acabar la guerra sería necesario ganar más batallas: por Kharkiv, Odessa, Zaporizhzhya y Dnipropetrovsk o por la propia Kiev. Y cada una de estas batallas implicaría las enormes pérdidas características de los combates en zonas urbanas. Una tarea difícil incluso en el caso de un anuncio de movilización rusa, algo que parece políticamente imposible. Incluso después de capturar todos los objetivos mencionados, los rusos no tendrían la seguridad de que los ucranianos no continuasen una guerra de guerrillas basada en la parte occidental del país y con más ayuda extranjera.

¿Cómo ha llegado el Kremlin a una decisión tan catastrófica? ¿Por qué ha tomado una decisión que parecía irracional a muchos observadores el 24 de febrero de 2022? En este punto, merece la pena retroceder en el tiempo hasta 1946; la Guerra Fría acababa de empezar y Estados Unidos estaba sentando las bases de su futura estrategia contra la amenaza soviética. Esto no fue fácil, ya que no hacía mucho tiempo la Unión Soviética había sido su aliada y gozaba de la indisimulada simpatía de una parte importante de la administración del ex presidente Roosevelt. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, se produjo una situación en la que a los estadounidenses les resultaba cada vez más difícil entender el comportamiento de la URSS en la escena internacional. Washington esperaba que su misión diplomática en Moscú respondiera a la pregunta de cuáles eran los verdaderos objetivos de la política exterior soviética.

Esta respuesta llegó de la mano de uno de sus diplomáticos, George Kennan, que identificó con claridad y precisión el origen de las acciones de la URSS en el ámbito internacional, sus objetivos, y los medios utilizados por los rusos para conseguirlos. A pesar del paso del tiempo y de las transformaciones que ha experimentado Rusia, el texto de Kennan parece hoy más pertinente que nunca. Su respuesta, conocida como el telegrama largo, contiene muchas ideas astutas sobre la naturaleza del imperialismo ruso, pero una que es particularmente relevante para las cuestiones descritas en este artículo es la que se refiere al papel inmanente de la mentira en el aparato de poder del Estado. Kennan lo expresó de la siguiente manera:

“No hay que pensar que la línea del partido soviético es necesariamente falsa e insincera por parte de quienes la plantean. Muchos de ellos son demasiado ignorantes del mundo exterior y mentalmente demasiado dependientes para cuestionar [omisión aparente] el autohipnotismo, y no tienen ninguna dificultad en creerse lo que les resulta reconfortante y conveniente. Por último, tenemos el misterio sin resolver de quién es, si es que hay alguien, el que en esta gran tierra realmente recibe información precisa e imparcial sobre el mundo exterior. En la atmósfera de secretismo y conspiración oriental que impregna este gobierno, las posibilidades de distorsionar o envenenar las fuentes de información son infinitas. La propia falta de respeto de los rusos por la verdad objetiva les lleva a considerar todos los hechos declarados como instrumentos para promover un propósito ulterior u otro. Hay buenas razones para sospechar que este gobierno es en realidad una conspiración dentro de una conspiración; y por mi parte me resisto a creer que el propio Stalin reciba algo parecido a una imagen objetiva del mundo exterior. Aquí hay un amplio margen para el tipo de intriga sutil en la que los rusos son maestros. La incapacidad de los gobiernos extranjeros para exponer su caso directamente a los responsables políticos rusos, en la medida en que se ven entregados en sus relaciones con Rusia a la gracia de oscuros y desconocidos asesores a los que nunca ven y sobre los que no pueden influir, es, en mi opinión, el rasgo más inquietante de la diplomacia en Moscú, y uno que los estadistas occidentales harían bien en tener en cuenta si quieren entender la naturaleza de las dificultades que se encuentran aquí”.

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Exhibición de tanques rusos destruidos en Kiev.

Los tiempos han cambiado, pero el proceso de toma de decisiones del Kremlin antes del inicio de la guerra en Ucrania parece confirmar en todo momento la tesis de Kennan. El proceso estaba contaminado con mentiras, y las más importantes son las que se exponen a continuación.

La primera de ellas se refería a la propia Ucrania. Antes de la guerra, el Kremlin lo consideraba un Estado fallido. Sus fuerzas armadas no fueron consideradas como un oponente importante, lo que se vio influenciado por el curso de la guerra en Donbás. Además, el Kremlin sobrestimó enormemente la fuerza de las simpatías prorrusas en la sociedad ucraniana. Los dirigentes rusos esperaban una resistencia insignificante e incluso que algunos ucranianos se sumaran al desmantelamiento del Estado y a la anexión sin problemas al llamado “Russkiy mir”.

De hecho, antes de la guerra Ucrania ya era uno de los países más pobres de Europa, plagado de numerosos problemas sociales. Sin embargo, Moscú no reconoció los progresos realizados en el Dniéper en materia de reformas. Estas abarcan desde la economía hasta la reconstrucción de las fuerzas armadas desde cero (con una importante ayuda de los instructores de la OTAN). En 2022, los ucranianos han conseguido disponer de un ejército bien organizado, aguerrido y bien dirigido.

Pero desde 2014, el mayor cambio se ha producido en la mente de los ucranianos, que han ido reconstruyendo sucesivamente su conciencia nacional tras el trauma de perder Crimea y parte del Donbás. Además, esta conciencia ha tomado un giro decididamente antirruso. Tras los numerosos crímenes de guerra cometidos por las tropas rusas durante la guerra en curso, la situación no ha hecho más que deteriorarse desde el punto de vista de los intereses rusos. No hay lugar para el sentimiento de capitulación en Ucrania: la población es muy consciente de las nefastas consecuencias de la derrota en la guerra.

Sin embargo, la situación no habría sido tan grave si no fuera por otra mentira que envenenó el pensamiento estratégico de los dirigentes del Kremlin. Esta mentira se refería a la posesión por parte de Rusia del “segundo ejército del mundo”. La Federación Rusa se ha esforzado mucho a lo largo de los años para que sus fuerzas armadas den una imagen de modernidad, eficacia y potencia. Esta propaganda se vio reforzada por amplios programas de reforma, ejercicios militares planificados a gran escala y operaciones militares exitosas contra oponentes con un potencial militar insignificante (Georgia, Ucrania en 2014 o Siria). Muchos observadores y analistas profesionales occidentales también han sucumbido a esta ilusión. Pero la realidad de la guerra en 2022 pronto desmintió la propaganda rusa y, como se ha descrito anteriormente, se hizo evidente que el rey estaba desnudo. La ilusión de modernidad dio paso a la tosquedad soviética. La Federación Rusa es incapaz de librar una guerra efectiva y moderna. Sus logros en Ucrania se comparan especialmente mal con las operaciones militares estadounidenses en Oriente Medio.

Soldados ucranianos entrenando en Reino Unido.

No obstante, todo esto seguiría siendo irrelevante si no fuera por la implicación política, militar (suministro de equipos, reconocimiento, asesores) y económica de Occidente en el conflicto. La Federación Rusa podría llegar a aplastar a Ucrania por su gran tamaño. Una guerra de desgaste, a pesar de las gigantescas pérdidas que supondría para Rusia, tendría que acabar con su éxito. Sin embargo, lo anterior no se aplica cuando hay un flujo constante de equipos militares, municiones, combustible o fondos hacia Ucrania, y la propia Federación Rusa ha sido sometida a unas sanciones económicas sin precedentes. Unas sanciones que, en contra de lo que manifiesta la propaganda rusa, acabarán provocando su colapso económico.

Los rusos no estarían en esta situación si no se creyeran otra de sus mentiras, quizá la mayor: la del colapso de Occidente. No es algo nuevo en la historia del mundo. Pero, por desgracia para ellos, Occidente no tenía ninguna intención de ceder su supremacía económica, ideológica o militar. En la última iteración de la “decadencia” de Occidente, esto sucedería mediante el ascenso del antiguo tercer mundo, liderado por la República Popular China.

En la óptica del Kremlin, Occidente era débil y estaba dividido, y Estados Unidos era incapaz de defender su vasto imperio. Para desmentir este mito bastaba con consultar cualquier anuario estadístico, pero los rusos decidieron probarlo en el campo de batalla. Y sufrieron las consecuencias. Por supuesto, los distintos Estados occidentales participan en mayor o menor medida en su apoyo a Ucrania (y en distintos ámbitos). Sin embargo, parece que las fuerzas de los más activos son suficientes para contener a Rusia: Estados Unidos, Reino Unido, Escandinavia, Polonia y otros estados de Europa Central y Oriental. Los Estados menos implicados, como Alemania, no tienen una influencia adecuada sobre Ucrania debido a su falta de ayuda significativa. Un problema adicional para el Kremlin es también la escasa implicación de los países no occidentales que están de su lado, sobre todo China, temerosa de una reacción occidental y sumida en sus propios problemas internos.

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Todas estas mentiras son la consecuencia del peor error que pueden cometer los gobernantes. El error de creer en su propia propaganda. Tanto más evitable cuanto que era evidente para muchos observadores incluso antes del 24 de febrero. Para llegar a la conclusión de que las fuerzas reunidas para atacar a Ucrania eran insuficientes en número, o de que el Estado ucraniano se levantaría para luchar, no se necesitaban legiones de agentes de inteligencia. Del mismo modo, cabe hacerse la pregunta de Valery Legasov, el protagonista de Chernóbil: ¿cuál es el precio de la mentira? En la serie mencionada, el precio es la incapacidad de reconocer la verdad. Sin embargo, en el caso del imperio ruso y las consecuencias de la guerra en Ucrania, el precio puede resultar más concreto.

La verdadera tragedia para los dirigentes políticos rusos es que no pueden retirarse del conflicto en Ucrania. Y ello a pesar de que la guerra en curso no hace más que agotar los recursos de la Federación Rusa sin ofrecer ningún beneficio en el contexto de la competencia mundial de las grandes potencias. Cada día de carnicería en Ucrania sólo significa que la posición de Rusia en la escena internacional se debilita cada vez más. Sólo la subyugación de toda Ucrania podría justificar los costes ya incurridos por Rusia, un escenario poco realista en este momento.

El Kremlin no puede poner fin al conflicto por razones de prestigio. En teoría, podría parecer que, en comparación con las cuestiones existenciales, estas consideraciones no deberían ser importantes en los cálculos políticos rusos. Sin embargo, no es así porque está relacionado tanto con la naturaleza del imperio fuera del país como con su propio sistema político.

En el primer caso, el prestigio se entiende como el respeto a las capacidades militares de Rusia. La capacidad del Estado de utilizar una fuerza abrumadora tiene un efecto amedrentador sobre cualquier actor que pueda amenazar la cohesión de su esfera de influencia. La Federación Rusa está implicada política y militarmente en muchas zonas del mundo más o menos propensas a los conflictos. Estos incluyen, entre otros: Bielorrusia, Transnistria, Siria, Nagorno-Karabaj, Abjasia y Osetia del Sur, Chechenia y el Cáucaso Norte, Tayikistán y Kirguistán. También cabe mencionar el conflicto territorial no resuelto de las islas Kuriles. En todos estos ámbitos, la posición de Rusia está asegurada por la amenaza de la fuerza. Si esta amenaza se vuelve inverosímil, la esfera de influencia de Rusia podría sufrir un salto de descomposición.

El prestigio es también un componente integral del poder de Vladimir Putin, como lo era antes en el poder de los comunistas o de los zares. Parte del “contrato social” ruso consiste en que las autoridades garanticen el éxito político exterior, incluso militarmente si es necesario. Una retirada de Ucrania sería percibida (con razón) por la opinión pública como una derrota y un signo de debilidad en el poder. La experiencia histórica rusa en este contexto no debería llenar de optimismo a los dirigentes del Kremlin; cabe mencionar aquí, por ejemplo, las reacciones a las derrotas durante la guerra ruso-japonesa, la primera guerra mundial o la guerra de Afganistán. Tanto más cuanto que el aparato de poder del gobierno también se percibiría más débil que nunca.

Así, el verdadero precio de las mentiras rusas sería la pérdida del estatus de gran potencia de Rusia. Esto no ocurrirá en un día concreto, sino que será un proceso. Un proceso que ya ha comenzado y que no puede detenerse. Todo lo que los rusos pueden hacer ahora es intentar retrasarlo, si es que pueden desprenderse de su propia propaganda y empezar a tomar decisiones racionales. Rusia también seguirá siendo un Estado nuclear, pero la importancia práctica de este hecho queda demostrada por la situación de Corea del Norte o Pakistán.

Cuando el polvo de los campos de batalla en Ucrania se asiente, lo que importará no es si los rusos han logrado mantener Kherson o controlar todo el Donbás – sino si su economía tiene alguna relevancia global, si su ejército es capaz de librar más guerras contra oponentes más desafiantes y si han logrado mantener la estabilidad política en su propio país. Hay muchos indicios de que el Kremlin aún no se ha dado cuenta de esta verdad. Y también hay muchos indicios de que EE.UU. entendió muy bien el potencial de la ceguera de la élite rusa antes del 24 de febrero de 2022, y permitió deliberadamente que Rusia cometiera uno de los mayores errores de su historia.

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REDACCIÓN