10/11/2024 06:43
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Ayer, en un tren de cercanías, camino de Cercedilla (Madrid), sufrí un intento de linchamiento público, por el tremendo delito de ser un enfermo respiratorio.  A ese nivel hemos llegado, y lo peor siempre está por llegar en Espena. Recalco lo de “intento”, porque gracias a mis cojones (podría haber sido más sutil, sin duda, pero menos explicativo en mi expresión) evité dicho linchamiento y, encima, eché del vagón del tren a los 3 psicópatas que lo iniciaron. Estamos en un punto de no retorno, hay que decantarse ya por un bando, pues aquí no sirven medias tintas. O estás con los alucinados del congojavirus, o con la ciencia. No hay más. Aquí va el relato de esta nauseabunda experiencia –una muesca más en mi atroz, y deliciosa, existencia humana

Sentado frente a esos 2 asientos de la foto (esa es mi mochila, mi bastón de los putos chinos y el libro “Victoria” de mi admirado Knut Hamsun) me hallaba tranquilamente leyendo y escuchando música con auriculares. Tras mi chepa, nadie (me siento, siempre que puedo, protegiendo mi espalda y con perspectiva de ver todo lo que me acontece por delante. Si no están libres estos asientos, me quedo de pie). Era un tren de vagones corridos, es decir, de esos con los vagones comunicados entre sí de 3 en 3. Yo iba en el vagón 1. Estaba ocupado a la mitad, huelga decir que TODOS los ocupantes con bozal. Llevo todo este tiempo de bozal usando el transporte público y JAMÁS he visto a nadie sin bozal, ni en los trenes ni en las estaciones. TODOS son potenciales psicópatas por acción u omisión. Huelga, también, mentar que TODOS me miran como si fuera una tía buena, pero sin lascivia, es decir: con odio, y extrañeza. Digo lo de tía buena porque es la única especie humana a la que sé que mira de manera recurrente todo el paisanaje: unos para babear y otras para criticar. A mí me miran con odio y extrañeza, como digo. ¿Por qué lo sé? Pues porque uno de mis talentos es la ubicación audiovisual, es decir: atisbo todo mi entorno (cuando quiero hacerlo) a nivel visual y auditivo.

Tras los asientos de la foto, nadie, hasta que suben los 3 psicópatas. Titubean un rato, pues tienen asientos de sobra en los 3 vagones que se dominan desde ahí… pero deciden sentarse delante de mí. Un hombretón de entre 40-50 años, una mujer ídem y otra de unos 20-30, con un carrito de la compra. Deduzco que serían matrimonio e hija (de puta, si esa era su madre) y así los llamaré. Los padres de espaldas a mí. Al sentarse, el asiento parece que les quema y se levantan súbitamente para girarse ante mí y, apoyados en el respaldo, empezar a gritarme: “¡La mascarilla, la mascarilla!”. Yo había aflojado, antes, el volumen de mi mp3, por lo que oía todo; y tenía las gafas de sol puestas, por lo que fingiendo leer veía todo. Me retiro un auricular y les pregunto qué quieren. Ellos repiten sus gritos y sus gestos. En una décima de segundo decido si vacilarles, reírme un poco… pero no me apetece y simplemente les espeto: “¡Ah! no puedo llevar eso, por enfermedad respiratoria”. Aquí me gritan lo de que es obligatorio y etc. que ya es del dominio público ignorante. Sin ganas de discutir y sí de seguir en mi lectura, permanezco sentado diciendo lo ya sabido de los casos eximentes de llevar bozal. Ojo que todavía no les había dicho “bozal”, que es el término adecuado para que sepan que me suda la polla lo que me digan. Supongo que confundieron mi pasotismo con resignación y acojone, pues el tío se levantó y vino hacia mí, mientras que su mujer se hizo fuerte insistiendo en sus gritos de que todos tenemos que llevar el bozal que ella llamaba “mascarilla”. En ese momento mi pasotismo desaparece y empieza la autodefensa, pues ya veía como otros bozaleros estaban mirando entusiasmados. “Si no te defiendes te linchan” – me dije –. Dicho y hecho. Me levanto, a la par que me quito los cascos y las gafas (si no te ven los ojos no expresas la verdadera violencia que llevas dentro). El notas se frena en seco ante mi “despertar”. “A ver, qué coño os pasa conmigo” digo para romper el hielo.  Me reiteran lo del bozal obligatorio, pero ya menos irreverentes. Tras reiterarles lo de la eximente, me dicen: “Si estás enfermo tendrás papeles, a ver, ¡papeles, papeles!” gritan mientras que desde mi nueva posición atisbo como todos los bozaleros están mirando el esperpento y, sin duda, prestos a unirse a los psicópatas. Ante esa petición de papeles, asumo que estos tarados creen ser policías y, por lo tanto, tener licencia para matar (en este caso a mí. Esa licencia no me mola, así que actúo). “¿Papeles? ¿te refieres a los justificantes o informes médicos? ¿es qué eres un puto madero o qué?” Siempre hay que decir tacos para que salgan de su violento infantilismo y sepan que no sólo es mi vida la que pende de un hilo, sino la suya también.

Me acerco yo a él y el notas recula. Las 2 mujeres se quedan, de pie, entre los 4 asientos. Pero ellas no me preocupan, el peligroso es el maromo y el resto de bozaleros que siguen atentos. No le digo nada, pues pretendo que sea él quien cese las hostilidades. Pero como son hostilidades paranoicas, no las cesa y se atreve a decirme que me baje del tren. Los bozaleros que controlo con mi visión periférica aprueban el aserto del enano mental con bozal… ya no me queda otra que tomar la iniciativa: contraatacar con (casi) todo. ¿Me vas a echar del tren por no poder llevar bozal (insultos del tipo: hijo de la gran puta, me cago en Dios, te reviento y etc.). Le digo en voz baja que si no hubiera cámaras le iba a reventar y juro aquí y ahora que así hubiera sido, por lo menos mi intento, igual era Bruce Lee y me hubiera inflado… pero yo sé que el Lee este era un actor, así que me descojono de todos ellos. No hay que tener miedo a ningún mortal.

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La mujer y la hija se rinden y empiezan a calmar los ánimos de 2 maneras muy curiosas y radicalmente distintas. La mujer se pone entre nosotros y me pide disculpas, y la hija agarra a su padre y le grita: “!déjalo ya, siempre estás igual, otra vez no, por favor, déjalo ya!” (yo recuerdo un tema de mi amigo Aute, de su genial disco “Segundos fuera”, que se llama “Déjalo ya” y mi mente canta el estribillo. Sí, estoy loco y la mente es multifuncional, por lo menos la mía). En ese momento comprendo que las mujeres no quieren bronca, lo cual es normal. Pero el notas recula, liberándose de su hija e invoca a “la policía y los seguridad” algo así dijo mirando hacia atrás. Al ver que no hay nadie de esos deshonrosos cuerpos represorios cerca, se desola. Aprovecho su estado para ordenarle que tire de la palanca de alarma y “¡qué vengan todos esos, qué vengan (insultos) así te van a dejar las cosas claras por no saber la puta ley”. Él va hacia la palanca pero no la activa. Su mujer le ruega que no la active, ante lo cual decido empezar a divertirme y cojo la palanca. “Ya tiro yo de ella, no te preocupes, que les vas a explicar a los maderos todo esto”. La mujer y la hija me suplican que no lo haga, mientras que el notas está entre Pinto y Valdemoro (sigue enfrentado a mí, pero reculando cada vez que le enfrento. No hay nada nuevo bajo el sol: las mujeres ejercen su instinto maternal de protección de la especie y el macho su estupidez de darse de cabezazos contra una roca).

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Al estar donde las puertas de acceso, son muchos los bozaleros que nos miran desde los 3 vagones, así que he de dar un golpe en la mesa para que no se solivianten contra mí. “¡Me cago en Dios! ¡ A mí no me tocáis los cojones! ¡Largaos de aquí ahora mismo, o te reviento! ¡ el puto bozal os lo ponéis si queréis, a mí me la suda! (le dejo claro lo de reventarle a él y que se larguen los 3, cualquiera toca a una mujer hoy en día, aunque te esté apuñalando… amén de que les dejo claro a los bozaleros que si ellos me ven como su enemigo, yo les veo exactamente igual: y entre 2 bandos enfrentados siempre hay bajas). La mujer y la hija cogen el carrito de la compra y sus bolsos y, agarrando al notas, me piden perdón y se alejan. Sigo, para no perder el respeto logrado: “¡Fuera de aquí, no tiro de la alarma para no joder el viaje a esta gente (aquí es un detalle para ganarme a los bozaleros)! ¡En la próxima parada os saco del tren, hijos de puta!” El tipo, lógicamente, viene a por mí librándose de las débiles manos femeninas. Pero como me quedo quieto, él mismo se frena. Esta es una muy buena táctica para evitar peleas. Cuando alguien viene como un victorino… ni correr ni enfrentarle: quedarse quieto y en posición defensiva.  Recula y se va con las féminas. Voy a por ellos, para que aceleren su marcha y para que los bozaleros sepan quien manda. Y añado, para mi divertimento: “¿Creéis poder agredirme sin motivo?”. “No te hemos agredido”, me dice la mujer, en un arresto de psicopatía gallarda que aplaudo y me sorprende. “¿Qué no me habéis agredido tirándoos  a por mí por no poder llevar bozal? ¿en vez de cuidar de los enfermos los queréis matar? ¡largo de aquí os he dicho, me cago en Dios!” Se van al último vagón corrido, pero todavía a mi vista (y yo a la suya). Esto último se lo digo a la hija, pues tiene unos ojos bonitos y está buena. No para de decir: “perdón, perdón” a mí, y “déjalo ya, siempre igual!” a su padre. Podría haber sido el inicio de una bonita historia de amor, pero no me va la zoofilia.

Me siento, cabreado. Y sigo diciendo en alto que no me toquen los cojones. Aprovecho que tengo una lata de cerveza y una pelotilla de papel albal de un emparedado previo que me hice en casa y comí en el puto tren; para levantarme 2 veces seguidas a tirar ambas cosas a la papelera, mientras me seguía cagando en todo, dando hostias a los respaldos de asientos vacíos e inanes, y la gente no dejaba de mirar de reojo a ese tipo sin bozal. Ya no me veían como víctima, sino como victimario.

Un día más en la oficina.

Como dije antes: no hay nada nuevo bajo el sol. Y yo llevo gafas de sol. Cuidado conmigo.

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REDACCIÓN