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En la pasada Militaria compré por curiosidad las memorias de Javier Martínez de Bedoya, «Memorias desde mi aldea». Martínez de Bedoya es actualmente conocido sobre todo por su matrimonio con la viuda del Caudillo de Castilla, Onésimo Redondo. El asunto causó a algunos grupos la Falange una consternación un tanto hipócrita y que aún hoy en día tiene su eco en la Metapedia, que se refiere al asunto hablando del «escandaloso matrimonio que contrajo con Mercedes Sanz-Bachiller», que «naturalmente lo hizo caer en desgracia». Salvo que sepan algo más, y no lo cuenten, ni veo el escándalo ni que tuviera que hacerles caer en desgracia a los protagonistas.

Las memorias de Bedoya están publicadas de forma póstuma precisamente por su viuda, quien solo escribe un discreto Prólogo. En la Advertencia al lector, Bedoya califica al libro como unas «memorias biografiadas», que no sé exactamente en qué se diferencian de las simples memorias. Lo que más me intriga del libro desde el punto formal es saber si se escribió sobre la base de notas tomadas en el momento o no; es decir, si Bedoya llevó alguna especie de diario. Si no lo hizo, salvo que tuviera una memoria excepcional, queda la duda de la justeza de los detalles y de si se trata de una elaboración ex-post.

Para hacerse una idea del personaje recomiendo empezar leyendo las entradas de la Metapedia (Javier Martínez de Bedoya – Metapedia) y, si se tiene estómago, de la Wikipedia, escrita por alguna víbora venenosa. Adelanto una cata sobre lo que se puede esperar:

Emisor junto a Onésimo Redondo de mensajes antisemitas desde Libertad​ en una fecha tan temprana como 1931…

Fue responsable junto a Mercedes Sanz Bachiller de la decisión de crear el «Auxilio de Invierno» (posteriormente renombrado como Auxilio Social),​ un organismo de asistencia pública inspirado parcialmente en el nazi Winterhilfswerk13​ que también funcionaría —tras la unificación de 1937— como medio bélico y de propaganda de las FET y de las JONS

Fue organizado de la nada por ambos en Valladolid para atender sin discriminación ideológica a los desamparados de la ciudad, acuciada por el problema de la represión llevada a cabo por el bando sublevado,

… en 1943 reivindicó —con «pura desvergüenza» según Ferrán Gallego— la identificación del falangismo de la Segunda República con una dimensión liberal.

Volveremos sobre estas afirmaciones cuando toquemos los correspondientes asuntos en este repaso del libro que seguirá los capítulos del mismo.

 

I. El ideal de la aldea. Bedoya presenta su infancia y antecedentes familiares en un Llodio preindustrial y un Potes rural. Llama la atención la presencia de indianos en ambos casos. La familia de los Martínez de Bedoya es acomodada: el padre es notario y tiene un abuelo «indiano». Sobre estos indianos:

«Al igual que en Llodio, me llamaba la atención la alegría de los que regresaban a sus aldeas y construían sus buenas casas, después de «hacer las Américas», como testimonio vivo de haber vuelto a entrar en el Paraíso; me refiero a los «indianos», a los mismos que en Llodio llamaban «americanos».» (p. 17).

Sobre su abuelo José Carande (Bedoya fue también sobrino de Ramón Carande, historiador republicano, famoso por Carlos V y sus banqueros):

«En Bilbao, don José Carande fue el moderador jurídico de los grandes bancos y de la gran industria siderúrgica y minera de Vizcaya. Con el marqués de Arriluce-Ibarra fue al Vaticano, llevando la representación de don Antonio Maura, para conseguir de León XIII una suavización en la condena del liberalismo.» (p. 18)

La usura les pesaba en la conciencia a estos banqueros chupacirios. Sobre su experiencia de la pobreza:

«Allí [en Potes] descubrí la pobreza que en Llodio no existía; allí vi el dolor, el olor y la desesperanza de los pobres, de los pobres con alma, carne y hueso, que en Llodio solo conocía por referencias literarias de los cuentos infantiles.» (p. 18)

Bedoya nos presenta con unas pinceladas su experiencia del despegue del separatismo vasco. Por ejemplo:

«El caso es que, después, en otros cuatro años, no volví a hablar del separatismo en mis felices vacaciones de Navidad y verano. Solo sabía que la familia Belaustegigoitia -familia de varones gigantescos y cultos-, entre sus muchas notas originales figuraba ésta de lanzar un Gora Euskadi Askatuta en Anuncibai, Elechiaga o en cualquier otra romería, sin más trascendencia que alguna multa y más efectos que algunas sonrisas de los oyentes ante aquella especie de broma.» (p. 19)

 

Una curiosidad:

«Muchas tardes [mi padre] se iba a Bilbao a la tertulia del Boulevard, con Aureliano López Becerra, director de La Gaceta del Norte y otros muchos hombres de letras y ciencias, tertulia que se hizo celebre cuando acogió durante varios días a Trotsky, en los tiempos en que esté cayó por Bilbao, huyendo de Rusia, camino de México.» (p. 16)

LEER MÁS:  Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui – Conspirador republicano y ministro de la república “burguesa” - Parte quinta. Por Carlos Andrés

II. De los jesuitas a don Ortega y Gasset. Es este un capítulo corto que trata de su adolescencia: sus estudios de bachillerato en los jesuitas de Valladolid. Habla de «sistema carcelario de la enseñanza», pero se las arregla para vivir a su aire apuntándose a todas las clases «de adorno»: mecanografía, gimnasia, dibujo, música, etc. Hace unos ejercicios espirituales en el noviciado de los jesuitas en Salamanca y nos habla con admiración del «fulgor alegre que se desprendía del rostro de los novicios». Al final del bachillerato lee a Ortega y Gasset, La España invertebrada y La rebelión de las masas, que le imbuye la idea de la europeización de España, tomando a Alemania como modelo.

III. El estudiante que dijo adiós a la monarquía (octubre 1930 – agosto 1931). En este capítulo, que empieza a ser interesante desde el punto de vista histórico, Bedoya nos habla de su primera juventud, en la descubre la política al comenzar los estudios de Derecho en Valladolid. También toma contacto con la FUE y se convence de que las teorías políticas son elucubraciones justificativas de los intereses materiales o personales de los individuos:

«… y me encontré con una algarabía «constitucionalista» de una especie de señores viejecitos que se pasaban los días puntualizando fórmulas políticas constitucionales que parecían puramente abstractas y rectificándose los unos a los otros con matizaciones que nada tenían que ver con el pan nuestro de cada día.» (p. 27)

 

Algo parecido sucedía con la FUE:

«No propugnaban -puesto que parecían metidos en política- a unos hombres concretos para que gobernaran mejor España, una vez que habían conseguido que el dictador cayera, sino que pedían una y otra vez «elecciones constituyentes». Lo «constituyente» era su obsesión. Pero cuando les preguntábamos que nos dijeran de verdad lo que querían respondían muy concretamente: «echar abajo a la monarquía». Así fue como principié a enterarme de que el protagonismo de lo abstracto tiene truco, que es en una manera, al parecer hábil, que tienen las gentes cultivadas de las ciudades para mover más disimuladamente las conductas de los demás en un determinado sentido.» (p. 27)

El proceso de división social del separatismo se acentúa en las vascongadas y Bedoya habla de racismo:

«Cuando regresé de Llodio, después de las vacaciones de Navidad, vine a Valladolid sabiendo ya -como se lo he contado a mis lectores- de la amargura de ver a mi aldea ideal como negándose a sí misma por el racismo…» (p. 28)

Cabe preguntarse si es una elaboración ex-post o la vivió él así en la época. Dado que indica posteriormente que usó ese calificativo sistemáticamente en algunas ocasiones, se puede concluir que no es una elaboración posterior. Relacionado con esto, García Serrano indica en La gran esperanza que llamaban nazis a los nacionalistas vascos en aquel entonces.

Tienen estas interesantes reflexiones sobre la agitación callejera que sirvió para echar al rey con amenazas:

«Yo me seguía diciendo que si los demócratas no eran demócratas y planteaban la lucha política en la calle y al margen de la legalidad había que aceptar la batalla allí donde la viesen porque, en caso contrario, siempre llevarían ventaja los que saltasen los principios y las leyes a la torera.» (p. 29)

Una curiosidad histórica: la coincidencia en Valladolid del tren en el que se iban al exilio reina e infantas con la de Prieto y Álvaro de Albornoz, que venían de él, tras huir después del levantamiento de Jaca. Un grupo de jóvenes va a despedir a la reina. Uno de ellos les invita a ir a la casa Social católica, donde improvisa una arenga. Así le describe:

«Sus ojos centelleaban y uno de ellos, a veces, convergía un poco; el contraste entre el blanco de su piel y la negrura de su pelo abundante y levantado en ondas le daban algo de ese patetismo que imaginamos en el físico de los profetas.» (p. 31)

Se trata de Onésimo Redondo. El 11 de mayo se producen las primeras quemas de conventos en España. Bedoya compra un periódico, Libertad, que deja para sus vacaciones en Llodio. Allí el ambiente ha cambiado mucho:

«Hasta que el día de San Roquesar (el siguiente al de San Roque), después de una novillada, en pleno aurresku, surgieron aquí y varios Gora Euskadi y finalmente, un rotundo y claro ¡Muera España! ante el que nadie reaccionó, aunque desagradara la mayoría» (p. 34)

LEER MÁS:  La Cruz de Borgoña, nuestra más emblemática Bandera. Por Miguel Sánchez

IV: El mitin derechista de Palencia y la ruptura religiosa (agosto 1931 – diciembre 1931). Bedoya va de vacaciones a Liébana huyendo de la división separatista de Llodio. Trata con la gente del pueblo, incluso con los muy pobres. Y lee los números del Libertad, olvidados:

«Discrepé en absoluto del antisemitismo que para mí era una manifestación de racismo como el sufrido por mí en tierras Vascongadas punto y quedé preocupado por los ataques al liberalismo en general. ¿Es que era necesario culpar a la libertad?.» (p. 35).

De nuevo, sería interesante saber si esto es una elaboración posterior de Bedoya. Como vemos en la entrada de la Wikipedia, se le acusa de antisemita y también de postureo liberal. Del antisemitismo no voy a opinar en particular sino en general. Es una acusación que debe producir hartazgo a toda persona escéptica, pues siempre es usada como etiqueta, y siempre sin argumentar en contra de las razones que pueda exponer el etiquetado. Da que pensar si hay algún poder numinoso en la sedicente semilla de Abraham que impide que pueda ser acusada de ningún delito ni atropello. La etiqueta de antisemita debe llevarnos analizar los argumentos en cuestión, porque quienes la usan no se toman nunca la molestia de tratar de refutarlos. Desgraciadamente la Wikipedia (ni Bedoya para el caso) no expone la materia del antisemitismo. ¿Para qué, cuando la etiqueta es suficiente para indisponer al rebaño?

Se refiere Bedoya a esta supuesta frase de Azaña: «Caiga el pueblo en la pobreza con tal que se conserve la libertad.» (p. 26). Buscando en internet he visto que solo la encuentro en las Obras completas de Onésimo Redondo, aunque, desde luego, Azaña era capaz de eso y más.

Sobre la desfachatez del PSOE, que había cooperado con la Dictadora de Primo de Rivera, y lo que hubiera sido la transición natural:

«Lo que la derecha había previsto más o menos intuitivamente, era que a la caída de la dictadura se restableciera el sistema democrático y que, como consecuencia de la natural reacción antidictatorial, el sistema de partidos que había de reflejarse en el Parlamento no fuese ya el de la alternativa entre conservadores y liberales, signo entre liberales y socialistas.» (p. 36-37)

Esto ha sido justamente la Transición española tras la Dictadura de Franco… y, de nuevo, surje la pregunta de si será una re-elaboración ex-post. En este casi creo que es muy probable, porque es poco probable que Bedoya tuviera esa experiencia y visión política entonces.

Toma contacto con Acción Nacional en Valladolid, que organiza un acto en Palencia, con algunos incidentes callejeros de menor importancia. Al día siguiente escribe su primer artículo, para Libertad. Al segundo artículo, Onésimo Redondo le recibe y se empiezan a conocer. Redondo le explica que Libertad no sigue la linea de Acción Nacional. Bedoya le achaca que Libertad no es liberal. Onésimo le aclara la necesidad de una tercera posición (con otras palabras, por supuesto) y le da una copia de los Protocolos para justificar su prevención antijudía. Bedoya se muestra escéptico.

El capítulo acaba mostrando la creciente desconfianza de Bedoya contra los liberales y los moderados de derechas al ver el desarrollo de los hechos. Esta es la clave para entender a este jonsista, liberal por su talante, su educación familiar y su formación académica. Parodiando al gran tarambana socialista Prieto, podemos decir que Martínez de Bedoya fue «jonsista a fuer de liberal». Los siguientes capítulos nos confirmarán esta sospecha, como veremos.

 

 

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés