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DIOS, PATRIA Y JUSTICIA EN EL IDEARIO NACIONALSINDICALISTA.

Fundamentación católica e inspiración tradicionalista en el pensamiento de la Falange. 

PATRIA VII

Pío XI, en la encíclica Divini illius magistri, afirma: “El buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno”.

León XIII, en Sapientiae christianae enseña que el amor a la patria es de ley natural: “Por la ley de la naturaleza estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar hasta la misma muerte por su patria”.

También han hablado los Romanos Pontífices sobre los pecados, por exceso o por defecto, contra el sano patriotismo. Se peca por exceso incurriendo en nacionalismo exagerado cuando el amor patrio “que de suyo es fuerte estímulo para muchas obras de virtud y de heroísmo cuando está dirigido por la ley cristiana, pasados los justos límites, se convierte en amor patrio desmesurado” (Pío XI. Ubi arcano Dei consilio); pero también se puede pecar, por defecto, de cosmopolitismo: “No hay que temer que la conciencia de la fraternidad universal, fomentada por la doctrina cristiana, y el sentimiento que ella inspira, se opongan al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria, e impidan promover la prosperidad y los intereses legítimos; pues la misma doctrina enseña que en el ejercicio de la caridad existe un orden establecido por Dios, según el cual se debe amar más intensamente y ayudar preferentemente a los que nos están unidos con especiales vínculos. Aun el Divino Maestro dio ejemplo de esta preferencia a su tierra y a su patria, llorando sobre las inminentes ruinas de la Ciudad santa” (Pío XII. Summi Pontificatus).

Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, prescribe el culto a la patria: “Aunque de modo secundario, nuestros padres, de quienes nacimos, y la patria, en que nos criamos, son principio de nuestro ser y gobierno. Y, por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos. De ahí que como pertenece a la religión dar culto a Dios, así, en un grado inferior, pertenece a la piedad darlo a los padres y a la patria. Y en el culto de la patria va implícito el de los conciudadanos y el de todos los amigos de la patria. La piedad se extiende a la patria en cuanto que es en cierto modo principio de nuestra existencia, mientras que la justicia legal tiene por objeto el bien de la misma en su razón de bien común”. (Suma Teológica – II-IIae (Secunda secundae) q. 101)

Ramiro de Maeztu, en su Defensa de la Hispanidad, recoge las siguientes frases de San Agustín, Padre de la Iglesia: “Ama siempre a tus prójimos, y más que a tus prójimos, a tus padres, y más que a tus padres, a tu patria, y más que a tu patria, a Dios”. “La patria es la que nos engendra, nos nutre y nos educa. Es más preciosa, venerable y santa que nuestra madre, nuestro padre y nuestros abuelos. Vivir para la patria y engrendar hijos para ella es un deber de virtud. Pues que sabéis cuán grande es el amor de la patria, no os diré nada de él. Es el único amor que merece ser más fuerte que el de los padres. Si para los hombres de bien hubiese término o medida en los servicios que pueden rendir a su patria, yo merecería ser excusado de no poder servirla dignamente. Pero la adhesión a la ciudad crece de día en día, y a medida que más se nos aproxima la muerte, más deseamos dejar a nuestra patria feliz y próspera”.

Resumiendo lo hasta aquí visto, el dominico Royo Marín, al tratar en su Teología moral para seglares los fundamentos teológicos del patriotismo, nos ofrece una concisa pero completa síntesis de la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el amor a la patria:

“Cuatro son las principales virtudes cristianas que se relacionan más o menos de cerca con la patria:

a) La piedad, que nos inspira formalmente el culto y veneración a la patria en cuanto principio secundario de nuestro ser, educación y gobierno. En este sentido se dice rectamente que la patria es nuestra madre.
b) La justicia legal, que nos relaciona con la patria, considerando el bien de la misma como un bien común a todos los ciudadanos, que tienen todos ellos obligación de fomentar.
c) La caridad, cuyo recto orden obliga, en igualdad de condiciones, a preferir al compatriota antes que al extranjero.
d) La gratitud, por los inmensos bienes que la patria nos ha proporcionado y los servicios inestimables que continuamente nos presta”.

En cuanto a los deberes generales para con la patria, Royo Marín afirma que “pueden reducirse a uno solo: el patriotismo, que no es otra cosa que el amor y la piedad hacia la patria en cuanto tierra de nuestros mayores o antepasados. Sus principales manifestaciones son cuatro:

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a) Amor de predilección sobre todas las demás naciones; perfectamente conciliable, sin embargo, con el respeto debido a todas ellas y la caridad universal, que nos impone el amor al mundo entero.
b) Respeto y honor a su historia, tradición, instituciones, idioma, etc, que se manifiesta, v.gr., saludando o inclinándose reverentemente ante los símbolos que la representan, principalmente la bandera y el himno nacional.
c) Servicio, como expresión efectiva de nuestro amor y veneración. El servicio de la patria consiste principalmente en el fiel cumplimiento de sus leyes legítimas, sobre todo las relativas a tributos e impuestos, condición indispensable para su progreso y engrandecimiento; en el desempeño desinteresado de los cargos públicos que el bien común nos exija; en el servicio militar obligatorio y en otras cosas por el estilo.
d) Defenderla contra sus perseguidores y enemigos interiores o exteriores: en tiempo de paz, con la palabra o con la pluma, en tiempo de guerra, empuñando las armas y dando generosamente la vida, si es preciso, por el honor o la integridad de la patria”.

Según este mismo autor, al sano patriotismo se “oponen dos pecados:

a) Por exceso se opone el nacionalismo exagerado, que ensalza desordenadamente a la propia patria como si fuera el bien supremo y desprecia a los demás países con palabras o hechos, muchas veces calumniosos o injustos.
b) Por defecto se opone el internacionalismo de los hombres sin patria, que desconocen la suya propia con el especioso pretexto de que el hombre es ciudadano del mundo”.

Así pues, ni el nacionalismo exacerbado ni el cosmopolitismo son opciones legítimas para un cristiano, sino pecados contrarios al cuarto de los preceptos del decálogo. Si amar a la patria más que a Dios es idolatría, amar a Dios sin amar a la patria es mentira, porque a Dios se le ama, precisamente, cumpliendo sus mandatos, entre los cuales honrar a la patria es el primero de la segunda tabla de la ley que Yahvé esculpió en el Sinaí. No existe contradicción entre el amor a la patria y el amor a Dios. Contradictorio es, más bien, pretender amar a Dios sin amar a la patria.

Para terminar, reproduzco parte de la Carta Pastoral del Cardenal Gomá sobre catolicismo y patriotismo.

“La Patria no es sólo la tierra en que nacimos, o el conjunto de familias y ciudades que la pue­blan, aun concibiéndolas organizadas para las ne­cesidades de la vida material. Es más bien una asociación de orden espiritual y moral que por ley natural y bajo la providencia de Dios se ha forma­do, bajo la fuerza unitiva de unos mismos lazos, de historia, de cultura, de aspiraciones, de religión y raza, de tierra y lengua. La Patria, como la fami­lia, es obra del instinto en su expresión más con­creta y robusta. Podríamos comparar la Patria a una gran casa solariega, a cuya construcción, en la tierra patria, han contribuido una serie de generaciones, con la aportación de todo recurso humano, ciencia y virtud, trabajo y arte, autoridad y obediencia, leyes y costumbres, aptitudes y tradiciones, empresas e ideales, sacrificios y triunfos, que han llegado a formar, por dentro, una conciencia colectiva de unidad, que es el soporte y el aglutinante de toda fuerza conservadora de la entidad; y, por fuera, le han dado una fisonomía peculiar que la distingue de toda otra Patria.

A todo este cúmulo de grandes cosas humanas llamamos: «La madre Patria». Lo es, porque nacimos en ella — nuestros padres formaron parte de ella — y porque, como toda madre, ha impreso en nosotros, al formarnos con los recursos de su pedagogía, una fisonomía peculiar que nos distingue ante el mundo.

Por esto es universal el amor de Patria; porque es la manifestación más profunda y rica del instinto social y porque, después del Sumo Bien, es el máximo de todo hombre. Amor que impone el sacrificio de la vida cuando se trata de salvar la unidad, la independencia soberana, la incorruptibilidad de la Patria; y que llevó al paganismo a conceder a la Patria los mismos honores que a la divinidad, cuando en Roma se consideró crimen de lesa Patria negar un puñado de incienso para el altar del Genio del Imperio.

El Catolicismo ha sublimado el amor de Patria.

Añadamos unas palabras sobre los conceptos de Nación y Estado, para derivar de todo ello algunas lecciones de vida cristiana, que se concretarán más en los puntos siguientes.

La Nación es como la sustancia humana del Estado; y éste es la Nación políticamente organizada.

La Nación es el pueblo, en su concepto de permanencia a través del espacio o territorio y particularmente en el de duración a lo largo del tiempo; el Estado es el poder público que concreta los elementos de la nación y hace posible la unidad de vida orgánica y la regularidad de la marcha de un pueblo a sus destinos.

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La Nación aporta las generaciones humanas, familias que se unen a familias, pueblos a pueblos, con sus caracteres etnográficos, con sus tradiciones técnicas, estéticas, morales, religiosas, con su lengua y costumbres: el Estado es todo ello políticamente organizado por un poder que tiende a la supervalorización de la vida de la Nación en íntima unidad en la que convergen todas sus fuerzas y hacia la que se encauzan todas las energías vitales con el vencimiento de toda resistencia de los egoísmos particularistas, pero con el respeto máximo a lo que la persona humana y las instituciones, naturales o sobrenaturales, tienen de intangible e imprescriptible, aunque con aprovechamiento y colaboración de toda fuerza que pueda acrecer el valor de la comunidad organizada Todo ello ordenado a un bien común, que es la vocación del Estado y que León XIII definió con plenitud magnífica: «Suppeditare vitae sufficientiam perfectam». «Dar la perfecta suficiencia de la vida» de los ciudadanos; y este bien común, que es el fin de todos los Estados, ordenado a la consecución de los altos destinos que la historia y la Providencia han señalado a cada pueblo.

Si a ello añadimos un territorio definido en el que la Nación vive y se desarrolla y sigue la ruta de sus destinos, porque el hombre es animal racional y está por su cuerpo atado a la tierra, tendremos todo el contenido de Nación, Patria y Estado, nombres que concretan, distintos aspectos de una misma gran realidad. España es nuestra Nación, porque Dios ha querido que «naciéramos» de ella y entroncáramos con las generaciones que la forman, en el espacio y en el tiempo; es nuestro Estado, por cuanto nos hallamos sometidos al poder y a la autoridad que sostienen nuestra Nación organizada y la conducen a sus destinos ; y es nuestra Patria querida, porque Nación y Estado han hecho de España una gran familia, una entidad espiritual y moral que debe ser como una inmensa entraña en la que, con los lazos de una especial fraternidad, recibimos ambiente cálido y recursos para la total perfección natural de nuestro ser.

Amemos a nuestra Patria, españoles. Es un impío quien niega a Dios el tributo de su amor; es un desnaturalizado quien lo hace con sus padres; es un ingrato, indigno de la sociedad que le recibió en su seno, el que no sabe amar a su Patria. Y amémosla, no como amara a la suya un pagano, griego o romano, sino en católico, es decir, con amor de caridad cristiana. Esta exalta y sobrenaturaliza todos los amores naturales, el de esposos y padres, el de hijos y hermanos, el de esta «fraternidad en caridad» de que con tanta emoción nos habla el Apóstol. Nunca el amor de Patria logró fuerza mayor que cuando se unió al de Religión; pero jamás fue más fuerte y puro, y por lo mismo más abnegado y fecundo, que cuando se abrevó en la fuente de la caridad cristiana. Es entonces cuando se vive y se lucha por ella, como hemos visto en nuestros días en España, con el doble empuje que comunica el pensamiento sobrenatural de Dios y Patria y cuando se muere besando en caridad la bandera, símbolo de la Patria, y la Cruz, síntesis de nuestra Religión Divina”.

Se proclama hoy un principio que es incompatible con nuestra doctrina: «Todo para el Estado, nada contra ni fuera del Estado». No; la persona humana tiene derechos inalienables que el Estado no puede desconocer. Hablando con Santo Tomás, «la persona humana se ordena a la sociedad política, pero no en su totalidad ni en todas sus cosas». El santuario de la conciencia, las altas cumbres de su pensamiento, la libre tendencia a sus destinos según la ley suprema de Dios, son cosas inaccesibles al poder del Estado. Por esto ha podido decir Pío XI que «la sociedad es hecha para el hombre, no el hombre para la sociedad… Sólo el hombre, sólo la persona humana y no la colectividad en sí, está dotada de razón y de voluntad moralmente libre». De tal manera, añade León XIII, que «si los individuos, si las familias, al entrar en la sociedad encontrasen en ella, en vez de sostén, un obstáculo en lugar de protección, una disminución de sus derechos, debiéramos huir, más que buscar, la sociedad». (Dr. Isidro Gomá y Tomás. Cardenal Arzobispo de Toledo. Primado de España. Catolicismo y patriotismo. Carta Pastoral dada en Pamplona el 5 de febrero de 1939).

 

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