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“Cuanto más analizamos a la gente, más se desvanece la razón de todo análisis. Tarde o temprano se llega a esa espantosa cosa universal a la que llamamos naturaleza humana” Oscar Wilde

Tengo un amigo millonario que reside en Oviedo. Su fortuna la ha levantado con la compraventa de cualquier cosa por más peregrina que pudiera parecer. Todos los años, coincidiendo con la semana de Ópera en el teatro Campoamor, me invita a pasar una semana en su mansión situada entre Oviedo y Gijón; a los dos nos gusta la ópera. Nos conocimos en Sevilla haciendo la “mili” lugar donde se forjan fuertes y sinceras amistades. La “mili” ya no existe y las sinceras y fuertes amistades, tampoco; hoy impera el egoísmo y el interés personal, adobados con el subsidio, la mamandurria y el mamoneo. Otro tema que en nuestras conversaciones sale a colación es el enorme y descomunal número de cortesanas que pululan por la zoología de España. Desde la nobleza hasta el mindundi más ínfimo pasando por futbolistas, toreros, actores, empresarios, personajes públicos de relevancia etc. están siendo esquilmados por esas profesionales especialistas en localizar a un ingenuo desconocedor del “alma” femenina que, como si hubiera ingerido un bebedizo de amor, se entrega sin condiciones a la puta que le ha sorbido el seso. Ningún escalón de la escalera social se escapa al ataque de estas cortesanas. “Conozco – me dice mi amigo – hombres de todas las clases sociales entregados a los pies de estas profesionales expertas en succionarles hasta la médula espinal y, una vez secos, tirarlos como a un clínex. Pero hablemos de la compraventa de países”.

Mi amigo me comenta que solo le queda por comprar y vender países y almas. “Lo de las almas es muy fácil, solo unas pocas no están en el patio de Monipodio; la mayoría tienen un precio de compra y de venta que puede sorprenderte lo barato que puede resultar; lo de los países es un poquito más complicado por los varios resortes que tienes que tocar”. “Yo ya soy demasiado viejo para mercadear estas dos mercancías, lo tenía que haber hecho antes, ¡cómo me hubiera divertido!”

Me explica la compraventa de países: “Actualmente, salvo tres o cuatro naciones realmente poderosas y soberanas, las demás están diariamente en el mercado para aquel que quiera comprarlas. Días pasados se compraron en Europa varias naciones hipotecadas por lo del coronavirus, algunas por el precio irrisorio de 140.000 millones de euros. Te parecerá descabellado, pero en algunas naciones se ha llegado a la situación esperpéntica de, entre la deuda acumulada y la corrupción política, estar el país hipotecado hasta raíz de los cabellos. Es fácil comprar ese país. Mira: Se compra la deuda del país, toda la deuda, para lo cual basta con disponer de liquidez y ganarte a los políticos en el poder (no puedes imaginar lo baratos que salen algunos cuando pones sobre la mesa documentos a los que has tenido acceso) Son tan baratos algunos que, por no ver aparecer esos papeles, se ofrecen sin condiciones. En el momento justo ejecuto la hipoteca y, como tengo a todos los políticos de mi parte, no habrá voces discordantes”.

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– ¿Y para que quieres un país?

– ¡Amigo mío! ¡Para sanearlo! Mí plan sería el siguiente: “Una vez el país en mi poder, lo primero que haría sería expulsar a todos los cargos políticos, desde el menos importante hasta el presidente para sustituirlos por técnicos, los mejores técnicos en cada materia. Estos trabajarían por objetivos, objetivos orientados a alcanzar el bien general, creando riqueza y añadiendo valor. Desaparecidos los políticos, los jueces se verían libres de la mamandurria, dejarían de estar politizados y podrían impartir justicia con arreglo a las leyes y no con arreglo a los intereses políticos. Los sindicatos, esos entes creados tan solo para vivir ellos de los impuestos de los trabajadores a los que dicen defender, serían borrados del mapa. Los subsidios y subvenciones serían memoria del pasado, salvo para quién en verdad los necesitara; de ese modo todos entenderían que en ese país quien no trabaja no come; ¡te imaginas la cantidad de vagos que saldrían a la luz! No serían necesarios los ministerios, esos cajones de sastre que tan solo sirven para amparar cargos y más cargos que nada hacen ni nada aportan a la sociedad, salvo chupar de la teta de la vaca- Estado. Con estas medidas, se ahorraría una cantidad de gastos inútiles con los que se podrían alimentar al país durante años”.

Ya de vuelta en casa, mientras tomo mi café regado con un poco de coñac, me decía que así debería funcionar un país pero que, dada la naturaleza humana, la idea de mi amigo millonario no deja de ser una utopía. Para que esto pudiera alcanzarse, primero habría que cambiar al ser humano y despojarlo de su perversa naturaleza y, sobre todo, de su grandísima estupidez, origen de todos los males que aquejan a este planeta.

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REDACCIÓN
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