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IX

Falange Española cree resueltamente en España. España no es un territorio.

NI un agregado de hombres y mujeres.

España es, ante todo, UNA UNIDAD DE DESTINO. Una realidad histórica.

Una entidad verdadera en sí misma, que supo cumplir –y aún tendrá que cumplir– misiones universales.

Por tanto, España existe:

1º. Como algo DISTINTO a cada uno de los individuos y de las clases y de los grupos que la integran.

2º. Como algo SUPERIOR a cada uno de esos individuos, clases y grupos, y aun al conjunto de todos ellos.

Luego España, que existe como realidad distinta y superior, ha de tener sus fines propios.

Son esos fines:

1º. La permanencia en su unidad.

2º. El resurgimiento de su vitalidad interna.

3º. La participación, con voz preeminente, en las empresas espirituales del mundo.

(Puntos Iniciales de Falange Española. FE. Nº 1. 7 de diciembre de 1933).

NACIÓN. UNIDAD. IMPERIO

Creemos en la suprema realidad de España. Fortalecerla, elevarla y engrandecerla es la apremiante tarea colectiva de todos los españoles. A la realización de esta tarea habrán de plegarse inexorablemente los intereses de los individuos, de los grupos y de las clases.
España es una unidad de destino en lo universal. Toda conspiración contra esa unidad es repulsiva. Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos.

La constitución vigente, en cuanto incita a las disgregaciones, atenta contra la unidad de destino de España. Por eso exigimos su anulación fulminante.

Tenemos voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Imperio. Reclamamos para España un puesto preeminente en Europa. No soportamos ni el aislamiento internacional ni la mediatización extranjera.

Respecto de los países de Hispanoamérica, tendemos a la unificación de cultura, de intereses económicos y de Poder. España alega su condición de eje espiritual del mundo hispánico como título de preeminencia en las empresas universales.

Nuestras fuerzas armadas –en la tierra, en el mar y en el aire– habrán de ser tan capaces y numerosas como sea preciso para asegurar a España en todo instante la completa independencia y la jerarquía mundial que le corresponde. Devolveremos al Ejército de Tierra, Mar y Aire toda la dignidad pública que merece, y haremos, a su imagen, que un sentido militar de la vida informe toda existencia española.
España volverá a buscar su gloria y su riqueza por las rutas del mar. España ha de aspirar a ser una gran potencia marítima, para el peligro y para el comercio.

Exigimos para la Patria igual jerarquía en las flotas y en los rumbos del aire.

(Norma Programática de Falange Española de las J.O.N.S. Noviembre de 1934).

Coincidencia entre la idea falangista y tradicionalista de Patria.

“Por más que no fuera enteramente tradicionalista en la doctrina, su férvido españolismo y su vocación de tradicionalista, pusieron en labios de José Antonio Primo de Rivera una definición de las Españas que coincide a la letra con nuestra concepción de la monarquía federativa”. II Congreso de Estudios Tradicionalistas. Discurso Inaugural pronunciado el 9 de marzo de 1968 por el Excmo. Sr. D. Francisco Elías de Tejada y Spinola. Catedrático de la Universidad de Sevilla- Presidente del Congreso.

Si algún aspecto hay en la doctrina nacionalsindicalista joseantoniana que, desde un principio, se define claramente y sin cambios, es su concepto de Patria.

Dicho concepto está ya presente en el discurso de José Antonio durante el acto de La Comedia de Madrid. Posteriormente, en los Puntos Iniciales, en la Norma Programática y en multitud de artículos, ensayos, conferencias y discursos, José Antonio profundizará y explicará con mayor y mejor detalle qué es la Patria, pero siempre en plena coherencia con lo expuesto en el llamado acto fundacional de la Falange.

Para José Antonio -y por tanto, para la Falange- la Patria, España, es una realidad histórica y una unidad de destino en lo universal.

La idea de unidad de destino de España, que consiste en una “vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres” al servicio de una gran empresa universal, que en el caso de España -y esa es indiscutiblemente su realidad histórica- es una empresa espiritual y cristiana[1], coincide según el gran pensador carlista Víctor Pradera con la idea de Nación y Patria del tradicionalismo.

Así lo manifiesta en el artículo ¿Se alza una bandera? Publicado en la revista Acción Española, en diciembre de 1933, en el cual analiza el discurso de José Antonio en el Teatro de la Comedia.

“La libertad que el liberalismo defendía, derivada del concepto de soberanía individual de Rousseau, debía disolver la unidad espiritual de las personalidades sociales, y, en especial, de las nacionales. El Sr. Primo de Rivera condena esa disolución espiritual de los pueblos, que imputa quizás al hecho menos trascendental del Liberalismo, pero que es suya. Los hombres —dice— a pesar de lo que ven escrito en el frontispicio del Estado liberal, nunca se sintieron menos hermanos que en el seno de su vida turbulenta y desagradable. Y clama porque la unidad se establezca. «La patria —afirma— es una unidad total en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria». Y más adelante, delineada y perfeccionada la expresión de un pensamiento que pugnaba por desprenderse de la bruma de las anteriores palabras, proclama lo siguiente: que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino.

Una vez más la «bandera que se alza» se abate sobre el Tradicionalismo. En esas dos líneas está la definición tradicionalista de Nación, que en su aspecto afectivo es la Patria. Nación es una sociedad de pueblos diversos unidos por la realización en ella del destino humano de sus asociados». En su composición entran la unidad del conjunto (nacional) y la variedad de sus miembros (foral). Es su fin el propio de la humanidad en el orden temporal, que por la oposición que a la convivencia de todos los hombres en una sola sociedad suscitan obstáculos de diversa naturaleza, se alcanza, no en la universal humana, sino en las sociedades particulares nacionales.

Y la coincidencia va más lejos. Llega a los orígenes mismos de la evolución social, preparando con ello la que debe existir en el problema de la representación. El Tradicionalismo, fundamentalmente orgánico, pone la célula social en la familia, y considera la Nación no como una mera agregación de individuos, sino como una expansión de aquélla en el tiempo y en el espacio. Pues el señor Primo de Rivera dice: «Nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo». No hay en el proceso evolutivo la perfección con que lo percibe el Tradicionalismo; no hay tampoco la separación entre el propio del ser y el de su actividad; pero la coincidencia substancial existe. El Tradicionalismo, en efecto, al contemplar la familia como célula social percibe en ella una doble evolución. La de su ser, pasa primero por el Municipio, después por la Hermandad municipal o Región y finalmente se concreta en la Nación. La de su actividad, ejercitada en el primer taller fijado en el hogar, engendra horizontalmente la clase y verticalmente la corporación.

No hay tampoco sobre este particular en la «bandera que se alza» nada que no estuviese inscrito en la del Tradicionalismo con mayor perfección[2].

            Tiene mucha razón Víctor Pradera cuando afirma que el pensamiento de José Antonio coincide con el Tradicionalista, también en el reconocimiento de la diversidad de las distintas regiones de España[3] y en su propuesta de participación política de la sociedad por medio de los cuerpos sociales intermedios.

Son muchos los textos en los que José Antonio propone revitalizar las instituciones, leyes, fueros y costumbres de España y la reconstrucción de una sociedad orgánica y jerárquica respetuosa de la libertad de las personas y de la autoridad de los cuerpos intermedios.

Falange respetaba y promovía la legítima diversidad cultural, foral y consuetudinaria de las regiones y municipios de España.

“España, aunque no sea ni mejor ni peor que las demás naciones, desde luego es distinta. Tiene características muy acusadas, que es preciso respetar, si no se quiere ir al fracaso, porque sería necio el luchar contra la Naturaleza. Por otra parte, la tradición española es demasiado fuerte y rica, y nosotros no vamos a cometer el desatino de desaprovechar esas existencias y lecciones de la tradición. Nuestro país ha vivido anteriormente muchas experiencias sociales, políticas y económicas que hoy en el mundo empiezan a reivindicarse. Tenemos en nuestra Historia ejemplos de legislación agraria y ganadera que puede hoy mismo aplicarse con feliz eficacia; así como la organización por gremios y oficios, y los fueros municipales, y los montes y bienes comunales, y la «mesta», y tantas otras costumbres que nacieron y prosperaron a impulso de la necesidad propia y característica de la raza”[4].

“La Falange sabe muy bien que España es varia, y eso no le importa. Justamente por eso ha tenido España, desde sus orígenes, vocación de Imperio. España es varia y es plural, pero sus pueblos varios, con sus lenguas, con sus usos, con sus características, están unidos irrevocablemente en una unidad de destino en lo universal. No importa nada que se aflojen los lazos administrativos, mas con una condición: con la de que aquella tierra a la que se dé más holgura tenga tan afianzada en su alma la conciencia de la unidad de destino, que no vaya a usar jamás de esa holgura para conspirar contra ella”[5].

“Entendida España así, no puede haber roce entre el amor a la tierra nativa, con todas sus particularidades, y el amor a la Patria común, con lo que tiene de unidad de destino. Ni esta unidad habrá de descender a abolir caracteres locales, como ser, tradiciones, lenguas, derecho consuetudinario, ni para amar estas características locales habrá que volverse de espaldas –como hacen los nacionalistas- a las glorias del destino común”[6].

“Es torpe la actitud de querer resolver el problema de Cataluña reputándolo de artificial. Yo no conozco manera más candorosa, y aún más estúpida, de ocultar la cabeza bajo el ala que la de sostener, como hay quienes sostienen, que ni Cataluña tiene lengua propia, ni tiene costumbres propias, ni tiene historia propia, ni tiene nada. Si esto fuera así, naturalmente, no habría problema de Cataluña y no tendríamos que molestarnos ni en estudiarlo ni en resolverlo; pero no es eso lo que ocurre, señores, y todos lo sabemos muy bien. Cataluña existe con toda su individualidad, y muchas regiones de España existen con su individualidad, y si queremos conocer cómo es España, y si queremos dar una estructura a España, tenemos que arrancar de lo que España en realidad ofrece; y precisamente el negarlo, además de la torpeza que antes os decía, envuelve la de plantear el problema en el terreno más desfavorable para quienes pretenden defender la unidad de España, porque si nos obstinamos en negar que Cataluña y otras regiones tienen características propias, es porque tácitamente reconocemos que en esas características se justifica la nacionalidad, y entonces tenemos el pleito perdido si se demuestra, como es evidentemente demostrable, que muchos pueblos de España tienen esas características.

Por eso soy de los que creen que la justificación de España está en una cosa distinta: que España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por una vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal; que España es mucho más que una raza y es mucho más que una lengua, porque es algo que se expresa de un modo del que estoy cada vez más satisfecho, porque es una unidad de destino en lo universal.

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Con sólo esto, veréis que en la posición que estoy sosteniendo no hay nada que choque de una manera profunda con la idea de una pluralidad legislativa. España es así, ha sido varia, y su variedad no se opuso nunca a su grandeza; pero lo que tenemos que examinar en cada caso, cuando avancemos hacia esta variedad legislativa, es si está bien sentada la base inconfundible de lo que forma la nacionalidad española; es decir, si está bien asentada la conciencia de la unidad de destino. Esto es lo que importa, y es muy importante repetirlo una y muchas veces, porque en este mismo salón se ha expuesto, desde distintos sitios, una doctrina de las autonomías que yo reputo temeraria. Se ha dicho que la autonomía viene a ser un reconocimiento de la personalidad de una región; que se gana la autonomía precisamente por las regiones más diferenciadas, por las regiones que han alcanzado la mayoría de edad, por las regiones que presentan caracteres más típicos; yo agradecería –y creo que España nos lo agradecería a todos– que meditásemos sobre esto: si damos las autonomías como premio de una diferenciación, corremos el riesgo gravísimo de que esa misma autonomía sea estímulo para ahondar la diferenciación. Si se gana la autonomía distinguiéndose con caracteres muy hondos del resto de las tierras de España, corremos el riesgo de que al entregar la autonomía invitemos a ahondar esas diferencias con el resto de las tierras de España. Por eso entiendo que cuando una región solicita la autonomía, en vez de inquirir si tiene las características propias más o menos marcadas, lo que tenemos que inquirir es hasta qué punto está arraigada en su espíritu la conciencia de la unidad de destino; que si la conciencia de la unidad de destino está bien arraigada en el alma colectiva de una región, apenas ofrece ningún peligro que demos libertades a esa región para que, de un modo o de otro, organice su vida interna” [7].

Falange postulaba la participación política en el gobierno de la Nación a través de los cuerpos sociales intermedios.

“La construcción de un orden nuevo la tenemos que empezar por el hombre, por el individuo, como occidentales, como españoles y como cristianos; tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unidades orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia, y de la familia al Municipio y, por otra parte, al Sindicato, y culminaremos en el Estado, que será la armonía de todo”[8].

“El individuo, como portador de un alma, como titular de un patrimonio; la familia, como célula social; el Municipio, como unidad de vida, restaurado otra vez en su riqueza comunal y en su tradición; los Sindicatos, como unidad de la existencia profesional y depositarios de la autoridad económica que se necesita para cada una de las ramas de la producción. Cuando tengamos todo esto, cuando se nos integre otra vez en un Estado servidor el destino patrio, cuando nuestras familias y nuestros Municipios, y nuestros Sindicatos, y nosotros, seamos, no unidades estadísticas, sino enteras unidades humanas, entonces, aunque no formemos cola a las puertas de los colegios para echar los papelitos que acaso nos obligaron a echar nuestros usureros o nuestros amos, entonces sí podremos decir que somos hombres libres”[9].

“Así, el nuevo Estado habrá de reconocer la integridad de la familia, como unidad social; la autonomía del Municipio, como unidad territorial, y el sindicato, el gremio, la corporación, como bases auténticas de la organización total del Estado”[10].

“Interviene, pues, el individuo en el Estado como cumplidor de una función, y no por medio de los partidos políticos; no como representante de una falsa soberanía, sino por tener un oficio, una familia, por pertenecer a un municipio. Se es así, a la vez que laborioso operario, depositario del poder. Los sindicatos son cofradías profesionales, hermandades de trabajadores, pero a la vez órganos verticales en la integridad del Estado. Y al cumplir el humilde quehacer cotidiano y particular se tiene la seguridad de que se es órgano vivo e imprescindible en el cuerpo de la Patria. Se descarga así el Estado de mil menesteres que ahora innecesariamente desempeña. Sólo se reserva los de su misión ante el mundo, ante la Historia. Ya el Estado, síntesis de tantas actividades fecundas, cuida de su destino universal. Y como el jefe es el que tiene encomendada la tarea más alta, es él el que más sirve. Coordinador de los múltiples destinos particulares, rector del rumbo de la gran nave de la Patria, es el primer servidor; es como quien encarna la más alta magistratura de la tierra, «siervo de los siervos de Dios»[11].

Falange rechazaba la divinización de la Patria, el concepto racial de Nación, y  el totalitarismo objetivo del Estado.

“Al asumir [José Antonio] la dirección de un movimiento que trata de salvar y redimir a España de la esclavitud, no emplea recetas de importación.  Como católico y como español, busca en la doctrina de la Iglesia, en la ley natural y positiva, y en las auténticas tradiciones de España, los elementos constitutivos de su programa. Si a veces encontramos alguna palabra o alguna frase menos feliz, cosa rara, no hemos de interpretarla como suena, aislada del entorno en que alcanza su sentido. Así, cuando dice que el nuevo Estado “por ser de todos, es decir, totalitario”, ya se ve que emplea el término “totalitario” en el sentido apuntado por él mismo, no en el ejercicio despótico y tiránico del poder, sin respeto a los derechos fundamentales del hombre que no se aviene de ningún modo con el pensamiento joseantoniano”. Fray Antonio de Lugo OSH. El precio de una victoria. Fuerza Nueva Editorial S.A. 1979. Página 17.

Al igual que el Tradicionalismo, y consecuentemente con el Magisterio Católico, la Falange rechazaba la idolatría de la Patria, el concepto racial de Nación y el absolutismo y totalitarismo estatales.

“Si observamos el panorama político, veremos que no hay ningún partido político que pueda competir con nuestro movimiento nacional en las propiedades eternas: sólo Dios y España. Se nos tildó de que nosotros éramos laicos, porque poníamos por encima de todo la Nación; y eso no es cierto; por encima de todo ponemos a Dios y después a España[12].

«Falange Española aspira a potenciar el valor nacional de España, no con el criterio de idolatría de las entidades naturales que informan a los partidos nacionalistas sino con el criterio que aspira a perpetuar en España la representación histórica de un sentido universal de la vida»[13].

“El sentido pagano en el culto a la patria y de subordinación a la raza, a la fuerza, etc, que se advierte en algunos movimientos extranjeros de tipo análogo, se sustituye en el nuestro por una fuerte dosis de espiritualismo, muy de acuerdo con nuestra tradición. Ésta es la mística del nuevo orden que forjamos».[14]

“Se debe partir del concepto de unidad de destino. La definición de que la Falange ha partido es la exacta. Es la única que rige sin error la historia y la filosofía. En ese punto de partida se armoniza el fin de la Patria con la universalidad y el fin último y sobrenatural del hombre. Y todos los errores de tipo racista, nacionalista, materialista o utilitario se eliminan. Decir unidad de destino equivalen a decir que la Patria no es el territorio, ni la raza, sino la unidad de destino orientada hacia su norte universal”[15].

«Falange no es ni puede ser racista»[16]. «España fue a América, no por plata, sino a decirles a los indios que todos eran hermanos, lo mismo los blancos que los negros, todos, puesto que siglos antes, en otras tierras lejanas, un Mártir había derramado su sangre en el sacrificio para que esa sangre estableciera el amor y la hermandad entre los hombres de la tierra»[17].

En relación con el totalitarismo de Estado el punto 6 de la Norma Programática afirma: “Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria”.

Ahora bien, como demuestra José Luis de Arrese en su obra El Estado totalitario en el pensamiento de José Antonio (de recomendable lectura), más allá del vocablo -del que, por cierto, acabaría prescindiendo- el totalitarismo de que habla José Antonio no tiene nada que ver con el totalitarismo de regímenes como el fascista, nacionalsocialista o comunista, ni con el totalitarismo condenado por la Iglesia Católica.

            Es poco sabido, pero cierto, que la Iglesia Católica admitía en aquella época el uso de la expresión Estado totalitario.

«Nós creemos que puede entenderse como bueno un totalitarismo en el sentido de que para todo aquello que es de competencia del Estado según sus propios fines, se atenga a las direcciones del Estado y del régimen y defensa de él la totalidad de los ciudadanos de un Estado; que cabe, por tanto, atribuir al Estado y al régimen un totalitarismo que podremos llamar subjetivo. Pero no podemos decir lo mismo de un totalitarismo objetivo en el sentido de que la totalidad de los ciudadanos deba atenerse al estado y depender de él, y peor aún de sólo él, o de él principalmente, para todo aquello que pueda ser necesario para el desenvolvimiento de su vida individual, doméstica, espiritual y sobrenatural”[18].

En este último sentido, condenado por el Papa, José Antonio no sólo no es partidario del totalitarismo, sino que lo rechaza en varias ocasiones.

“Mañana, pasado, dentro de cien años, nos seguirán diciendo los idiotas: queréis desmontarlo [el Estado liberal] para sustituirlo por otro Estado absorbente, anulador de la individualidad. Para sacar esta consecuencia, ¿íbamos nosotros a tomar el trabajo de perseguir los últimos efectos del capitalismo y del marxismo hasta la anulación del hombre?”[19].

“La divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos. Nosotros consideramos que el Estado no justifica en cada momento su conducta, como no la justifica un individuo, ni la justifica una clase, sino en tanto se amolda en cada instante a una norma permanente. Mientras que diviniza al Estado la idea rousseauniana de que el Estado, o los portadores de la voluntad que es obligatoria para el Estado, tiene siempre razón; lo que diviniza al Estado es la creencia en que la voluntad del Estado, que una vez manifestaron los reyes absolutos, y que ahora manifiestan los sufragios populares, tiene siempre razón. Los reyes absolutos podían equivocarse; el sufragio popular puede equivocarse; porque nunca es la verdad ni es el bien una cosa que se manifieste ni se profese por la voluntad. El bien y la verdad son categorías permanentes de razón, y para saber si se tiene razón no basta preguntar al rey –cuya voluntad para los partidarios de la soberanía absoluta era siempre justa–, ni basta preguntar al pueblo –cuya voluntad, para los rousseaunianos es siempre acertada–, sino que hay que ver en cada instante si nuestros actos y nuestros pensamientos están de acuerdo con una aspiración permanente. Por eso es divinizar al Estado lo contrario de lo que nosotros queremos. Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad”[20].

“La idea del destino justificador de la existencia de una construcción (Estado o sistema), llenó la época más alta que ha gozado Europa: el siglo XIII, el siglo de Santo Tomás. Y nació en mentes de frailes. Los frailes se encararon con el poder de los reyes y les negaron ese poder en tanto no estuviera justificado por el cumplimiento de un gran fin: el bien de los súbditos.

Aceptada esta definición del ser –portador de una misión, unidad cumplidora de un destino–, florece la noble, grande y robusta concepción del «servicio». Si nadie existe sino como ejecutor de una tarea, se alcanza precisamente la personalidad, la unidad y la libertad propias «sirviendo» en la armonía total”[21].

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«Es preciso configurar un nuevo orden, y éste es el Destino de España en nuestros días. Tenemos que afanarnos por salvar a España y al mundo entero. El Orden nuevo tiene que arrancar de la propia existencia del hombre, del reconocimiento de su libertad y dignidad. “La libertad del hombre y la dignidad humana son valores eternos e intangibles. El orden nuevo ha de arrancar de la existencia del hombre como portador de valores eternos. No participamos pues del panteísmo estatal». «España podrá rehacer su vida por este camino, en el que se encuentran los valores cristianos y occidentales de nuestra civilización»[22].

Lo explica muy bien Raimundo Fernández Cuesta, primer Secretario General de la Falange, en el prólogo al libro El Estado totalitario en el pensamiento de José Antonio, de José Luis de Arrese.

“José Antonio, al concebir su doctrina del Estado, parte del principio, esencialmente católico, de restablecer la unidad íntima del hombre que la Reforma había roto. Pensaba, con acierto, que esa rotura repercutió en la valoración del Estado y en su concepción. Disociada la Razón de la Fe, a las que el Catolicismo trató siempre de mantener en armoniosa unidad, y liberada la Razón de todo enlace divino y de todo apoyo histórico social, se entrega a un formulismo vacío y a una indiferencia ante los valores éticos, religiosos y tradicionales. Esta actitud humana, unida a la idea liberal de que el Estado es un mal necesario que debe reducirse a su mínimo, hace caer al hombre en el escepticismo estatal, viendo en el Estado tan sólo un sistema desvitalizado de normas abstractas. Enfrente de tal concepción antivital, se alzó otra para la que el Estado es sólo la expresión de la conciencia histórica de una clase, de una raza; es decir, que de las soluciones del individualismo se había pasado a las del colectivismo, siendo ambas parciales y en el fondo análogas, porque si los individualistas no quieren el Estado, los colectivistas lo dejan reducido a una clase y al determinismo material de las leyes económicas, aceptándolo tan sólo como una etapa de transición, José Antonio considera malas las dos soluciones, y quiere armonizar al individuo con la sociedad. Para ello lo primero que intenta es arrancar al Estado de esa órbita formalista creando en el español una conciencia estatal y dándole, en definitiva, un Estado que, lejos de diluirle en la colectividad, le sirva de instrumento para conseguir el respeto de su integridad física y espiritual y para realizar su destino eterno-católico de hombre e histórico-contingente de español. Para José Antonio, las relaciones entre el individuo y el Estado no pueden construirse sobre los cimientos de la oposición, como pretenden las escuelas individualistas y estufistas. El individuo es un bien, y el Estado, un mal, dicen las primeras. El individuo es una abstracción, un momento del proceso dialéctico del Estado; el hombre es hombre en cuanto ciudadano, gritan las segundas. José Antonio, sin embargo, reconoce la realidad de ambos términos, individuo y Estado, y en lugar de exasperarlos, busca un criterio de armonía. Si el individuo y el Estado son a la postre voluntades humanas, no han de tener poder ilimitado, sino determinado por las leyes de la Moral y de la Justicia, y, por consiguiente, las limitaciones de aquéllas no nacen de su oposición recíproca, sino de la subordinación a esos principios superiores. El Falangismo, al dar al Estado una dignidad, una misión y un valor ético que antes no tenía, porque antes era solamente armazón o técnica, no le independiza de la Moral, ni identifica ésta con sus triunfos, ni lo constituye en fuente de ella, sino que lo concibe en el sentido cristiano de sumisión a una norma superior de ética”.

Falange, fascismo y nacionalsocialismo.

El rechazo de José Antonio al racismo y al totalitarismo, así como el sentido cristiano de la vida con que aspiraba a impregnar el orden social nacionalsindicalista, fueron las razones principales de su alejamiento del fascismo italiano y, más aún, del nacionalsocialismo alemán.

Otro de los motivos fue el abandono, por parte de José Antonio, de la defensa del régimen corporativista característico del fascismo italiano.

“Ejemplo de lo que se llama Estado totalitario son Alemania e Italia, y notad que no sólo no son similares, sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos opuestos. El de Alemania arranca de la capacidad de fe de un pueblo en su instinto racial. El pueblo alemán está en el paroxismo de sí mismo; Alemania vive una superdemocracia.

El movimiento alemán es de tipo romántico; su rumbo, el de siempre; de allí partió la Reforma e incluso la Revolución francesa, pues la declaración de los derechos del hombre es copia calcada de las Constituciones norteamericanas, hijas del pensamiento protestante alemán”.[23]

“Alemania: llegará a ser un sistema profundo y estable si alcanzase sus últimas consecuencias: la vuelta a la unidad religiosa de Europa; es decir, si se aparta de la tradición nacionalista y romántica de las Alemanias y reasume el destino imperial de la casa de Austria. En caso contrario, los fascismos tendrán corta vida”.

“El fascismo: absorción del individuo en la colectividad. Exterioridad religiosa sin religión”. “Pretende resolver la inarmonía entre el hombre y su contorno absorbiendo al individuo en la colectividad. El fascismo es fundamentalmente falso: acierta al barruntar que se trata de un fenómeno religioso, pero quiere sustituir la religión por una idolatría. Falso además en lo económico, porque no se remueve la verdadera base: el capitalismo. Eso del sistema corporativo es una frase: conserva la dualidad: patrono-obrero, aunque agigantada en los sindicatos. Es decir, persiste el esquema bilateral de la relación de trabajo y, atenuada o no, la mecánica capitalista de la plusvalía”[24].

“¿Ha adoptado Falange algunos métodos y sistemas del fascismo alemán?

En la elección de métodos, Falange no ha tenido la obsesión de ningún modelo especial. Ha procurado, simplemente, elegir en cada instante los más adecuados al logro de sus fines.

Aun concediendo que Falange, como organización española, tenga estilo netamente español, etc., ¿a qué fascismo se aproxima más, al italiano o al alemán?

– Coincide con la preocupación esencial a uno y otro: la quiebra del régimen liberal capitalista y la urgencia de evitar que esta quiebra conduzca irremediablemente a la catástrofe comunista, de signo antioccidental y anticristiano. En la busca del medio para evitar esa catástrofe, Falange ha llegado a posiciones, doctrinales de viva originalidad; así, en lo nacional, concibe a España como unidad de destino, compatible con las variedades regionales, pero determinante de una política que, al tener por primer deber la conservación de esa unidad, se sobrepone a las opiniones de partidos y clases. En lo económico, Falange tiende al sindicalismo total; esto es, a que la plus valía de la producción quede enteramente en poder del Sindicato orgánico, vertical, de productores, al que su propia fuerza económica procuraría el crédito necesario para producir, sin necesidad de alquilarlo –caro– a la Banca. Quizá estas líneas económicas tengan más parecido con el programa alemán que con el italiano. Pero, en cambio, Falange no es ni puede ser racista”[25].

 

 

[1] “Solución religiosa: el recobro de la armonía del hombre y su contorno en vista de un fin trascendente. Este fin no es la patria ni la raza, que no pueden ser fines en sí mismos: tienen que ser un fin de unificación del mundo, a cuyo servicio puede ser la patria un instrumento; es decir, un fin religioso. — ¿Católico? Desde luego, de sentido cristiano”. (José Antonio Primo de Rivera. Cuaderno de notas de un estudiante europeo. Septiembre de 1936).

<>. (Rafael Sánchez Mazas. Discurso pronunciado el 2 de febrero de 1936 en el cine Padilla de Madrid. Arriba. Nº. 31. Año II.  6 de febrero de 1936)

“Hoy con nosotros, después de años de vivir sometidos al sentido contrario de España, España reclama en el mundo la posición que le corresponde como portadora del verdadero sentido de unidad universal. Bajo los principios enumerados de unidad del género humano, de libertad humana, de exacta diferenciación entre lo religioso y lo civil, y portando esta misión sublime y grande de la unidad universal como expresión verdadera del destino permanente de España, elevaremos toda nuestra reconstrucción y toda nuestra educación nacional  y, entonces, nuestros pueblos, expresión de unidad verdadera, radiantes de cultura, podrán realizar y ser la espada de aquellas palabras pronunciadas por Cristo en la adoración de la cena, cuando decía a su Padre: ¡quiero que todos sean como tú y yo somos uno, un mismo Pastor y un mismo Redil!”. (Manuel Valdés. Conferencia sobre Educación Nacional y religión. Arriba. Nº 15. 27 de junio de 1935)

[2] ¿Bandera que se alza? Víctor Pradera. Acción Española. Tomo VII. Nº 43. 16 de diciembre de 1933. Páginas 647, 648 y 649

[3] Incluyendo el principio carlista de los fueros, que no es otra cosa que una concreción histórica, en España, del principio de subsidiariedad postulado por la Iglesia Católica.

[4] José Antonio Primo de Rivera. El Pueblo Vasco, de San Sebastián. 9 de enero de 1935.

[5] José Antonio Primo de Rivera. Discurso sobre la revolución española. Madrid, 19 de mayo de 1935.

[6] José Antonio Primo de Rivera. Discurso pronunciado en el Centro local de Falange. Pamplona, 15 de agosto de 1934.

[7] José Antonio Primo de Rivera. España y Cataluña. Discursos pronunciados en el Parlamento el 30 de noviembre y el 11 de diciembre de 1934.

[8] José Antonio Primo de Rivera. Discurso sobre la revolución española. Madrid, 19 de mayo de 1935.

[9] José Antonio Primo de Rivera. Discurso pronunciado en el Frontón Betis. Sevilla. 22 de diciembre de 1935.

[10] FE. Nº 1. 7 de diciembre de 1933.

[11] José Antonio Primo de Rivera. Estado, individuo y libertad. Conferencia pronunciada en el curso de formación organizado por FE de las JONS. 28 de marzo de 1935.

[12] Joaquín Gárate. Mitin en Grado, con motivo de la constitución del Sindicato Obrero de Oficios Varios. Arriba, Nº 7. 2 de mayo de 1935.

[13] Conclusiones definitivas de José Antonio en el proceso de Alicante, 17 de noviembre de 1936.

[14] Manuel Hedilla. Arriba España. 6 de enero de 1937.

[15] Rafael Sánchez Mazas. Arriba Nº 1. 21 de marzo de 1935.

[16] José Antonio Primo de Rivera. Contestaciones a las preguntas que le remitió el periodista Ramón Blardony, por intermedio del enlace Agustín Peláez, en Alicante, el 16 de junio de 1936.

[17] José Antonio Primo de Rivera. Discurso pronunciado en Cáceres. 4 de febrero de 1934.

[18] Pío XI. 1931. AAS. T. 23. Pág. 147

[19] José Antonio Primo de Rivera. Discurso sobre la revolución española. Cine Madrid. Madrid, 19 de mayo de 1935.

[20] José Antonio Primo de Rivera. Discurso pronunciado en el Parlamento. 19 de diciembre de 1933.

[21] José Antonio Primo de Rivera. Estado, individuo y libertad. Conferencia pronunciada en el curso de formación organizado por FE de las JONS. 28 de marzo de 1935.

[22] José Antonio Primo de Rivera. Conferencia pronunciada en el Cinema Alhambra de Zaragoza. 17 de febrero de 1935.

[23] José Antonio Primo de Rivera. España y la barbarie. Conferencia pronunciada en el Teatro Calderón de Valladolid. 3 de marzo de 1935.

[24] José Antonio Primo de Rivera. Cuaderno de notas de un estudiante europeo. Septiembre de 1936.

 [25] José Antonio Primo de Rivera. Contestaciones a las preguntas que le remitió el periodista Ramón Blardony, por intermedio del enlace Agustín Peláez, en Alicante, el 16 de junio de 1936.

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