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Leo con absoluta indiferencia el relato, grotesco montaje, del supuesto atentado contra la miserable Cristina Fernández de Kirchner, y sin hipocresías medito, primero, que es una pena que dicho atentado no fuese real y segundo, que no hubiese culminado en magnicidio. Por lo demás, supongo que la mayoría de mis lectores coincidirán conmigo en pensar que hubiese sido un alivio, para la maltratada nación argentina, que esta bruja se fuese a contar dinero robado a un presidio bien tenebroso, compartiendo celda y galería con Imelda Marcos y otras ladronas.

Por otro lado, mi estado de ánimo es contradictorio, y me lleno de indignación viendo como se juega con las masas ignorantes y empobrecidas, recurriendo a la teatralidad socialcomunista tan efectiva para el control de un populacho fácilmente manejable como el de Hispanoamérica, y así, los farsantes recurren a estas tretas, convencidos como están de la simpleza de los bonaerenses “desfavorecidos”, por lo que el sinvergüenza de Alberto Fernández apela a la movilización de las barras y las patotas para que acudan en peregrinación a la casa de la nueva Evita al objeto de manifestarle su lealtad y, de paso, presionar a los valientes fiscales: Luciani, Mola y al resto del colectivo del poder judicial recordándoles el discutido “suicidio” del también fiscal Nisman, confinado en su casa con protección policial tan ineficaz como el grupo de escolta de esta elementa, que aprovechó su minuto de gloria para escenificar un evento en homenaje a sí misma posando sonriente en medio de la confusión general. Con esto y alguna frase cargada de sentimiento humanista edulcorado ya tenemos a esta tipa catapultada a la categoría de mito mientras los amigos del asesino Putin, al igual que los gamberros ingleses, juegan al balconing con resultado de muerte sin necesidad de incurrir en dispendios regalando relojes tuneados con polonio.

Yo, que por circunstancias conviví con eslavos y aprecio su sensibilidad al llamar padrecito y madrecita a aquellos que para cualquier cretino español no serían más que dos viejos, comprendo que tras haber sufrido al Zar y a la mala bestia del camarada Stalin, se han endurecido de tal modo que tienden a considerar el Crimen de Estado como una herramienta de los poderosos, al igual que los mexicanos, paraguayos, ecuatorianos, portorriqueños y demás ralea, y en esto los argentinos, con unas minorías cultas y europeizadas, no iban a ser menos.

En mi relación con ellos conocí a diversos políticos, muchos de ellos pertenecientes a alguna de las infinitas tendencias del peronismo, cuyas vidas fueron una tragedia por haberse desenvuelto en el viciado ambiente de ese país. Aún recuerdo que con ocasión de un viaje me di de narices en el aeropuerto de Ezeiza con el hijo de ….. del fraile Puigjané, que inspiró y comandó el asalto al cuartel de la Tablada, de casi nula repercusión a nivel del periodismo mundial. Este engendro del diablo, pese a su condición sacerdotal, mandó colocar a todos los oficiales acostados en el suelo, unos junto a otros, para ir aplastándolos lentamente por medio de las sucesivas pasadas de una tanqueta hasta que, alcanzada la altura del vientre, explotaban ¡Esto es un guerrillero en su salsa! Con el tiempo, este sinvergüenza, que solo visitó la cárcel como turista, se mostraba por Buenos Aires convenientemente protegido por sus revolucionarios, sin que ningún militar se solidarizase con el sufrimiento atroz de sus compañeros y le cortase el cuello.

Y la situación social era tan compleja que en unas elecciones de Menen me asaltaron de noche en una gasolinera, que curiosamente estaba situada a pocos metros de un puesto de policía. Una manada de borregos me pidió una contribución para la campaña pro Menen mientras que uno de ellos introducía los caños de una escopeta por la ventanilla del coche. Dado que iba armado, me juré a mí mismo que les daría una lección, pero milagrosamente cuando oyeron mi acento gallego decidieron que yo no estaba en su guerra y comenzaron a preguntarme si conocía las aldeas de las que provenían sus padres y abuelos. El asunto se cerró con unos pocos mangos, muy pocos, para que se tomasen unos aguardientes a mi salud. Luego me enteré que aquella horda de borrachos destrozó un teatro en Miramar en lo que ellos llamaron “un mitin electoral”.

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Un buen amigo me contó que cuando en compañía de su padre, Senador de la Nación, hombre de gran valía, muy reconocido en las filas del peronismo conservador, estaba comiendo en un restaurante y, habiendo ido él al servicio, oyó como dos tipejos estaban planeando como matarlos, y gracias a ello intervino a tiempo evitando el asesinato.

Entre mis grandes amigos, que aún recuerdo con cariño, estaba Héctor Varela, presidente del sindicato petrolero, Senador de la Nación por Comodoro Rivadavia, antiguo agitador peronista y guardaespaldas personal de Perón. Dado que pasamos mucho tiempo juntos, viví con él anécdotas muy simpáticas que ilustran de cómo es la vida en Sudamérica. En una ocasión fui invitado por el Senador Fonrouge, figura clave del ala conservadora del peronismo y redactor de la Constitución argentina, a tomar una copa en el prestigioso Jockey Club de Buenos Aires, selecta institución de inspiración inglesa creada por un estanciero de renombre en la época en que los precios de los cereales llegaban a niveles exorbitantes y su venta generaba montañas de dinero que corría por el país, permitiendo a Juan Domingo Perón consolidar su posición de líder providencial y benefactor de los descamisados ante sus seguidores. Yo asistí a la cita acompañado de mi amigo Héctor, renunciando a mis escoltas militares que le despertaban animadversión (en tiempos había sido secuestrado y torturado salvajemente por los milicos). Una vez traspasamos la puerta de acceso, conducidos por un criado ataviado de librea, nos encontramos frente al Senador, un anciano encantador, con el que posteriormente viaje al sur. El encuentro, propio de una novela de Vargas Llosa, fue digno de filmarse por haber propiciado el enfrentamiento de figuras relevantes de dos antiguas facciones antagónicas del partido peronista, y por lo tanto considero de interés anecdótico el trascribir, al menos, el dialogo:

Fonrouge: Buenos días Varelita
Varelita: Buenos días Doctorcito
Fonrouge: Ya conocía Ud. esto. ¿Le parece bien que se lo mostremos al ingeniero?
Varelita: Me parece bien, aunque respecto a Ud. Doctorcito, deduzco no recuerda que en la época de “la pesada” yo les puse una bomba en la bodega ¿es que ya se había olvidado?
Fonrouge: Sí Varelita, fueron días muy movidos, y uno ya ha vivido tantas cosas.

Después, cuando nos separamos, se despidieron abrazándose fraternalmente, y esa escena me hizo bendecir el día en que decidí moverme por ese inmenso continente, que tanto adoro y permanece siempre vivo en mi recuerdo. Concluiré añadiendo que Héctor Varela me confesó voluntariamente que, en su pasado como activista, había puesto bombas en otros muchos sitios, entre ellos el Hotel Sheraton, y que, durante aquella época tumultuosa, conservó en custodia una maleta con un millón de dólares USA que no tocó por ser del partido, mientras Elsa, su mujer, y sus hijas comían con dificultades. ¡Eran otros tiempos! Y aquellos revolucionarios tenían sentido del honor y, por lo tanto, nada que ver con la basura del Che y los que lo precedieron. No soy amigo de las fotografías, y menos cuando son comprometidas, aunque si algún crítico pone en duda estos relatos aún puedo meterle en las narices las pocas que aún conservo.

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Y hablando de cretinos, cuando parecía que mi existencia había entrado en vía muerta, me he tropezado de golpe con uno de los últimos disfraces del comunismo tercermundista. Me refiero al “indigenismo”, la última mercancía podrida que ofrecer a los ignorantes resentidos, carne de manifestación que pretende hacer valer su queja por falta de trabajo ejerciendo su inalienable derecho a la huelga. Lo peor de todo es que una vez que los socialcomunistas no podían seguir vendiendo su mensaje caduco, resulta que un sector de imbéciles acomodados en la opulenta sociedad europea se ha contagiado y vuelve a materializarse con sus gafas de miope y sus ridículas bufandas, como en sus mejores tiempos de las noches de Toldería de Madrid (años 90, con los futuros pijoprogres o los politiquillos en ciernes llenándose la boca con la democracia y ¡cómo no! la consabida chaqueta de pana).

Y volviendo al asunto, a mis setenta y cinco años, después de una vida en que me tocó en el libreto el duro papel de mandar, he sufrido una reprimenda, fruto de una pataleta inmadura y senil de algún polemista vocacional, que me ha rociado con sus opiniones respecto a lo que tengo que pensar y como he de expresarlo. Rotundamente me niego, la verdad es que los criterios discordantes siempre me han importado un …. (tal vez pronto no podré decir esto si consideramos el precio al que se están poniendo) y como no quiero extenderme, dado que el aludido energúmeno me ha ordenado hacer artículos cortos, y como lamentablemente no soy psicoanalista, ni tengo interés alguno en dedicar mis esfuerzos a aclarar el “chocho mental” que atenaza las mentes de algunos progres de origen hispano, a los que en su condición de intoxicados por su ancestral pasado “precolombino” se les permite actuar como viejos maestros seniles, claro que, como dijo alguien, el problema de los mexicanos es que no han podido superar lo de Cortés, y así son tan proclives a canonizar a cualquier mierda idealizado y tuneado. En este caso nos hemos topado con Cristinita Fernández de Kischner, tan honrada que puede competir con algún político español condenado por defraudar las ayudas de los parados, última víctima de insidiosa operación de acoso propiciada por la infame ULTRADERECHA en contra de los modélicos liberadores empeñados en dura lucha a favor de las clases oprimidas.

Y aunque no me gusta ser excesivamente retórico, antes de despedirme haré una mención al lector que atiende por el seudónimo de el Blue: Gracias por usar tus neuronas en favor del sentido del humor tan necesario en estos tiempos.

Libros recomendados. Después de los fiascos económicos de Cuba y Centroamérica, considerando que unas lecturas adecuadas ayudarán a algunos a recobrar el oremus, les señalo ciertos textos, a saber: ENSAYOS SOBRE INDIGENISMO de CRISTIAN RODRIGO ITURRALDE E INDIGENISMO PARA IDIOTAS del anterior con la colaboración de MARIO VARGAS LLOSA obras bien documentadas que, solo adolecen de un defecto inadmisible para los dogmáticos totalitarios, están sazonadas CON DIVERSAS PINCELADAS DE SENTIDO DEL HUMOR.

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REDACCIÓN