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Siguen la reflexiones geopolíticas, motivadas en este caso por la adhesión de Portugal al Pacto Atlántico (OTAN) a espaldas de España. 

XXVIII Salazar engaña Franco (febrero 1949-agosto 1949) 

Como se temía Franco, Portugal firma el Pacto Atlántico a espaldas de España. Bedoya tiene una conversación con el doctor Murias, un amigo de Salazar que dirigía el Periódico Oficial del régimen, Diario de Amanha. Este le explica que la benevolencia de las democracias hacia Portugal tiene poco que ver con el régimen supuestamente más liberal y más con el hecho de que durante la Guerra Mundial Portugal les cedió bases a los aliados, por ejemplo las Azores.   

Bedoya considera confirmado el gran interés de Portugal en el Pacto Atlántico y propone que España debería tomar la iniciativa y anunciar que, si quedaba excluida y entraba Portugal, denunciaría todos los pactos con Portugal, que le servían a esta de garantía frente a una posible invasión desde el continente. La decisión de Portugal equivalía a crear en la Península una cabeza de puente de “las democracias” que se podría volver, al menos en potencia, contra España. Pero el embajador de España en Portugal, Nicolás Franco, cree, por el contrario, que el pacto Atlántico no está en discusión y pide a Bedoya que no mueva el asunto. Cuando este se anuncie poco después, Nicolás quedará desacreditado a los ojos de su hermano. 

Bedoya y Mercedes van de viaje a Italia. En Roma se encuentran con Dionisio Ridruejo: 

También nos impresionó, aun viniendo de España, la miseria de la posguerra en Italia, en todas sus formas; los montones de dinero-papel (un papel sucio y arrugado) que había que dar por cualquier servicio público, las gentes desastradas en el vestir, la cantidad de niños pidiendo limosna; la admiración de los jovenzuelos ante el Cadillac, pronto trocada en desplantes anti-USA cuando se les negaban pitillos rubios…”.  (p. 314) 

Pío XII les recibe en audiencia y les hace preguntas sobre los seguros sociales y los sindicatos. 

XXIX Franco en Lisboa (septiembre 1949-diciembre 1949) 

Se trata de recomponer la amistad hispano portuguesa tras la pequeña puñalada trapera del Pacto Atlántico. 

Y llegó el 22 de octubre y el Tajo se estremeció con aquel crucero «Canarias» navegando entre salvas, portador de la bandera española y con un franco yodado en su puente de mando, manifestando ante el mundo que España no olvidaba en ningún momento su carácter de nación atlántica.” (p. 322) 

“Aparte de las múltiples conversaciones que Franco y Salazar tuvieron en el transcurso de ellos días, para mi insignificante criterio, el acto de más tupidas ramificaciones fue la investidura de Doctor Honoris Causa de Francisco Franco por la Universidad de Coimbra y en su Facultad de Derecho.” (p. 322) 

Desconocido para Franco, se había organizado una rueda de prensa con los periodistas portugueses. Franco no estaba preparado y Bedoya le saca del apuro recomendándole que simplemente salude a los periodistas y nada más.  

“En fin, ya en noviembre cuando se tuvo conocimiento, por la Associated Press, de que Franco había comenzado a jugar fuerte en sus conversaciones con Salazar en Lisboa, al sugerir la posibilidad de obtener ayuda económica de los países comunistas a cambio de la neutralidad de España en caso de guerra…  a partir de entonces, empezó a traer noticias de que los Estados Unidos comenzaban a rectificar sus puntos de vista anteriores, en torno a garantías de la integridad de las fronteras portuguesas, créditos a España, vuelta de su embajador a Madrid y perspectivas de un pacto militar con Franco…” (pp. 325 y 326) 

Es curioso leer que la amenaza de neutralidad, incluso de pacto con el bloque comunista, ablandó a los norteamericanos. Ha sido la primera vez que he leído algo al respecto. Quizás, ni a los franquistas entonces, ni a los “demócratas” ahora, les ha convenido que se conozca el realismo político del Caudillo. El pacto hubiera sido una jugada maestra que callaría ahora las voces descompuestas de los energúmenos que califican al general Franco de fascista y así. 

XXX Los coletazos del Pacto Atlántico (enero 1951-febrero 1951) 

En estos capítulos siguen las disquisiciones sobre la política internacional a seguir por España en una época de aislamiento en la que las democracias occidentales, el entorno geográfico e histórico al que España pertenece, le han vuelto la espalda. Bedoya se refiere a conversaciones con distintos personajes como los dos citados, Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo. A estos dos les dice en una visita que le hacen:

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“Tengo la impresión -dije- que Franco cree que nuestro alongado europeísmo necesita de una previa industrialización de España para poder empezar a columbrar sus resultados políticos. Por el momento, estima que ya ha hecho políticamente bastante con abrir las puertas a la Monarquía. Enfriar nuestro temperamento (con mucho orden, con algo más de bienestar y habituándonos a los días encalmados) entiende que es acercarnos a Europa de un modo más práctico que ningún otro…” (p. 329) 

Es de hecho lo que Franco hizo; quizás Bedoya esté haciendo una reflexión retrospectiva. ¿Era ese el plan de Franco ya en 1950? En todo caso, Bedoya considera que entonces era aún indispensable Franco para la estabilidad del país. 

Hay varias referencias a la guerra de Corea, y a las limitaciones políticas que desde Washington ponen a MacArthur para que no derrotara a los comunistas chinos definitivamente, y se acabará en una paz deshonrosa.  Lo trataremos en la siguiente parte. 

“Sí, los americanos habían avanzado y avanzado en Corea, rebasando su capital Seúl, tan traída y llevada, destinada al vaivén. También se sobrepaso el Paralelo 38; Manchuria estaba en la lista, temblando ante los bombardeos que la paralizasen, pero … MacArthur había sido severamente amonestado, en la Isla de Wake, por poner los ojos donde debía ponerlos un estratega. Iba a comenzar “lo de siempre» en el mundo occidental: la pérdida de tiempo con vistas a armisticios de mala reputación, políticos pensando en nuevos Munich (…) De repente, los chinos rompieron las lineas norteamericanas y en impresionantes oleadas humanas empujaron otra vez, como conquistadores, hacia el sur de Corea a su conglomerado de belicosos comunistas asiáticos… De nuevo a sufrir, ante el estupor de Truman que se vio obligado a proclamar el “estado de alarma» en todo el territorio de USA …” (p. 342) 

Le ofrecen a Bedoya el puesto de embajador en Montevideo, pero: 

“Todo se ha venido abajo. Ni el Generalísimo ni yo hemos salido todavía de nuestro asombro: tu amigo José Antonio Girón se ha opuesto tenazmente a tu nombramiento en Consejo de Ministros.” (p. 345) 

Hacía más de diez años que había acabado la guerra, pero los legitimistas lo tenían aún en el punto de mira. No hay problemas sin embargo para nombrarle agregado de prensa en París: 

“…  sin que el cambio de lugar pudiera hacerse a nivel de una decisión del Consejo de Ministros, puesto que además de Girón, convertido en mero portavoz de los demás, otros ministros (secretario de la Falange y Ejército-Estado Mayor) me habían esperado allí, animados por Carrero Blanco, el verdadero pergeñador de la maniobra, con las puertas abiertas de selacios voraces, para hacerme pagar las cuentas de tantos años de misión projudía, de todo cuanto se había llamado «aliadofilo» durante la Segunda Guerra Mundial y defensor de las libertades que cupieran dentro de una evolución política que no significase debilidad frente a la violencia fundamental del marxismo.” (p. 345) 

XXXI Adiós desde París (abril 1951-abril 1952) 

Una reflexión personal de Bedoya, sobre la que volveremos: 

“Cada día me sentía más alejado de esas «altas cosas» que ahora se invocaban por los ministros ultras (nacionalismo estrecho, cerrazón totalitaria, antisemitismo reaccionario) tan diferentes de «las altas cosas» que nos llevaron a la rebelión desesperada del 18 de julio de 1936 (europeísmo sin hipotecas, y libertades contra la dictadura del proletariado y valoración de la conciencia religiosa universal)”. (p. 347) 

Y más sobre la guerra de Corea:

“Tan pronto fue autorizado, el 4 de abril, el general MacArthur a bombardear Manchuria y las otras líneas de cobijo de los agresores de Corea, cuando se desencadenó una campaña contra el general en el mundo entero, admirablemente orquestada, en la que rivalizaban en «humanismo» y «pacifismo» los pensadores, periodistas, estudiantes y líderes sindicales del mundo libre con los del mundo marxista, con tal amplitud e intensidad que ocho días después el general MacArthur fue cesado por Truman” (pp. 347-348) 

Una reflexión: La Guerra de Corea se considera un punto de inflexión en el declive de la Cultura Cristiana de Occidente. La colocación de puntos de inflexión es siempre discutible; por ejemplo, la Primera Guerra Mundial también se puede considerar otro de ellos. Pero hay algo en los años 50 que marca socialmente un antes y un después que afecta no solo a las capas dirigentes sino a todos los estratos de la sociedad. Hasta entonces, el Príncipe de este Mundo se valió de alguna potencia occidental, cristiana y blanca como instrumento de su actuación contra otra de ellas. Desde entonces, es lo suficientemente fuerte y sus tentáculos están lo suficientemente distribuidos para que no necesite ya a ninguna potencia dominante. Desde entonces la demolición interna de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial avanza en sus tres instituciones esenciales: la Iglesia, la Patria y la Familia. Ya solo queda dar la puntilla.

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Como agregado de prensa en París organiza una de velada cultural con Rosario y Antonio, los bailarines. Atención a esta lista: 

 “ …  ganó también aquella noche el favor de mujeres de gran corazón y tan inteligentes como Genevieve Tabouis y Carmen Tessier (las dos con mentes y plumas aceradas), Simón Renaut (la actriz eximia), Edith Zerlot Raucher (el saber en el Louvre), la señora de Smadjia (la financiadora de la izquierda súper intelectualizada), Nicile Hirsch, Germain Gosiva, Emil Goussard, Andre Nicolas (en la línea de un feminismo activo, pero no jurídico) y miss Mari Rothschild y la vizcondesa Valentine de Puthod…” (p. 356) 

Por los nombres, en esa lista hay cuatro personas del pueblo elegido. El mundo de la cultura es también suyo. Más de lo mismo: 

“No recuerdo bien, pero seguro fue que, hacia mediados de noviembre, celebraron en París un congreso mundial los judíos sefarditas (los fieles hijos de Sefarad, los que viven en la nostalgia de la Península Ibérica) casi todos hablando el judeoespañol…   

Robert Salmón había nacido en Marbella y su familia judía, procedente de la élite intelectual que rodeó en Segovia al último de los Trastámara, llevaba varias generaciones afincada en la Provenza…  ocupaba los siguientes decisivos puestos: como fideicomisario de Hachette, y en sustitución de mi conocido en 1946 Enri Massot, no solo la Presidencia del Consejo sino la dirección de las empresas Franpar y France Editions y Publications, editoras de los diarios France-Soir y Paris Press-L´Intransigeant y de los semanarios Elle, France-Dimanche y Le Journal du Dimanche; y como resultado de su posición política y especializada, secretario general de la Federación Nacional de la Prensa Francesa y presidente del Comité Francés del Instituto Internacional de la Prensa.” (p. 359)  

“Al comenzar 1952 se veía claro que por Indochina iba a iniciarse la gangrena de Francia como potencia mundial” (p. 362)

De nuevo, otro caso de ganador de la Segunda Guerra Mundial zarandeado después de esta por el Principe de este Mundo a placer. Hoy en día es más un país africano que europeo. 

“… escribí a mi ministro y amigo Gabriel Arias Salgado, diciéndole que para poder continuar en París necesitaba el modesto ascenso administrativo de agregado a consejero de prensa de la embajada a fin de mantener el nivel de actuación. La contestación de Gabriel fue a vuelta de correo: no.” (p. 366) 

Dimite y vuelve a España. Curiosamente, poco después se entera de que se nombra para ese mismo puesto, con cargo de consejero, a Juan José Pradera, hijo del requeté Javier Pradera. No se dan detalles sobre lo que pudo pasar entre bambalinas.

En la próxima reseña pondremos punto final a esta serie sobre Desde mi Aldea, de Martinez de Bedoya.

 

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Colaboraciones de Carlos Andrés