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Don Federico Roncalí nació en Cádiz el 30 de mayo de 1806, era hijo del Capitán de Navío Don Agustín Roncalí y de su esposa Doña Ceruti. A los 11 años de edad ingresó como cadete supernumerario en Reales Fuerzas Españolas, privilegio generalmente debido al favor y que ya suponía rápidos ascensos en la carrera de las Armas. Comenzó sus estudios en la academia establecida para la instrucción del cuerpo de que formaba parte, donde continuó sus estudios hasta el año 1822; como consecuencia de los sucesos del 7 de julio del mismo año, toda la Guardia Real fue disuelta. Pasó entonces destinado a un Batallón que se formó con sus restos, con el que salió a la guerra en Aragón.
En el mes de abril de 1823 ascendió a Alférez; fue destinado al Batallón del General del tercer Ejército de operaciones participó en la retirada de Madrid y de operaciones por Extremadura, Sevilla y Cádiz, donde tomó parte en el sitio de esta última plaza; obtuvo licencia indefinida como todos los Oficiales que se encontraban en su situación, regresando a Madrid.
En el año 1825 obtuvo la purificación, haciendo constar que el Rey Fernando VII le eximió de todo juicio; siendo destinado con el empleo de Alférez al Regimiento de Bailén, 5º de ligeros. En el mes de septiembre de 1826 pasó con el mismo empleo a la Guardia Real de Infantería, Unidad en la que fue nombrado Ayudante en el año 1829 y desempeñó este cometido hasta el año 1831. En el año 1832 ascendió a Capitán y fue destinado al Regimiento de Infantería de América, donde prestó sus servicios hasta el año 1834, fecha en la que fue nombrado Capitán del primer Regimiento de Infantería de la Guardia Real.
En el mes de febrero de 1835 salió con su Unidad a las Vascongadas, donde permaneció hasta el año 1837; a lo largo de este período ascendió por antigüedad a segundo Comandante; fue recompensado con la Cruz de San Fernando de primera clase, la Cruz Laureada de segunda clase; el ascenso a primer Comandante y el grado de Coronel. Encuadrado en el Ejército del Norte, al mando del Conde de Luchana, se acercó en el mes de agosto de 1837 a Madrid en persecución de Don Carlos; venía la primera Brigada de la primera División de la Guardia Real y se acantonó en Pozuelo de Aravaca; sucediendo entonces que varios Oficiales se rebelaron contra el Gobierno establecido, declarando que no darían un paso más en defensa del Trono y de las leyes, si el Gobierno no dimitía. Roncalí era en estas circunstancias Jefe accidental del primer Regimiento de la Guardia Real y cuando el día 16 el General Jefe de la primera Brigada le preguntó por el estado de la situación, se mostró sorprendido e ignorante de estos hechos; en la misma forma contestaron los Comandantes de Batallón; pero ya entrada la noche se presentó al General Jefe de la Brigada dando parte de que todos los Oficiales de los dos Batallones de su Regimiento no saldrían de Madrid mientras no se vaciase el Ministerio; los mandos que no se sumaron a esta insurrección fueron el Comandante del segundo Batallón del segundo Regimiento Don Fermín de Ezpeleta; el Mayor Don Juan Ramos; el mayor interino Don Ramón de la Cuesta; y de los subalternos Don Andrés Landero, Don José Vera, Don Juan Montesinos Don Francisco Montoya.
En enero del año 1838 fue promovido al empleo de Coronel efectivo por su actuación en la acción de las Medianas y la toma de las líneas de Bortedo y Anturiano; inmediatamente después se le dio el mando del Regimiento de Infantería de Mallorca, compuesto de su fuerza y del de Luchana; con el que tomó parte en el ataque el día 16 de diciembre al pueblo y fuerte de La Población; esta operación fue un completo desastre para las tropas de la Reina; Roncalí resultó herido pero fue propuesto por el General en Jefe para el ascenso a Brigadier, a lo cual accedió S. M.
En el año 1839 mandaba en el Norte las fuerzas que se le habían confiado hasta que tuvo lugar el Convenio de Vergara, por lo que pasó al Ejército de Aragón, encargándose del mando de la 3ª Brigada de la primera División. En el año 1840, cuando terminó la guerra en Aragón y en Cataluña, fue promovido al empleo de Mariscal de Campo. No tomó parte en los sucesos políticos que tuvieron lugar en el mes de julio en Barcelona y continuó en dicha ciudad hasta el mes de diciembre en que el Duque de la Victoria le encargó del mando de la División de Castilla la Nueva. A lo largo del año 1841 fue uno de los que trabajaron activamente a favor de la regencia única del Duque de la Victoria.
Uno de los momentos más importantes de su carrera militar fue el ocurrido la noche del día 7 de octubre de 1841, cuando tuvo el importante papel de defender al General Don Diego de León, Conde de Belascoain; este Conde nombró defensor a Roncalí, el cual ese día se presentó a ofrecer su apoyo y su espada al Gobierno del Duque de la Victoria y fue uno de los Generales que acompañaron al Regente que en la madrugada del día siguiente se dirigió al Palacio. En la defensa del Conde de Belascoaín, pese a la brevedad de los trámites, hizo un alegato correcto, centrando sus esfuerzos a favor de este noble; cumplido este trámite se dirigió al palacio ducal la noche que su defendido estaba en capilla, para pedir gracia para el Conde; el Duque se negó a ello, por lo que Roncalí mostró su enojo e irritación con frase destempladas y manifestando a Espartero que no contara para nada con él ni con sus compañeros, que le volvían la espalda. El día 15 Roncalí acompañó al Conde hasta el momento del fatal desenlace; poco después solicitó pasar de cuartel para Santander, donde permaneció hasta finales del año 1842.
En el año 1843, y tras la caída del Regente, fue nombrado por el Gobierno provisional Capitán general de Navarra, y encargado del mando de un Ejército que debía operar e Andalucía, donde aún se encontraba el Duque de la Victoria; posteriormente fue nombrado por el mismo Gobierno Capitán general de Valencia, donde consiguió sofocar el movimiento centralista que había cundido por aquel territorio, y desde Barcelona a Zaragoza. Fue ascendido al empleo de Teniente General el 8 de noviembre de ese año 1843.
El día 28 de enero de 1844 se inició la insurrección en las plazas de Alicante y Cartagena, que formaban parte de su distrito militar. Tan pronto tuvo noticia de la sublevación, se puso al frente de todas las fuerzas que pudo reunir y se dirigió a Alicante dispuesto a sofocar dicha insurrección. El Gobierno por su parte al tener noticia de estos hechos dicto las órdenes más terribles encaminadas a extinguir la insurrección; se le facilitaron tropas, recursos pecuniarios y extraordinarias facultades encaminadas a dar fin a dicha insurrección. En una comunicación dirigida al Capitán General de Valencia el día 1 de febrero y después de anunciarle que el Gobierno se hallaba dispuesto a cortar de raíz la revolución, le decía:
“1º- Que todos los jefes, oficiales y sargentos que perteneciesen al Ejército, Milicias Provinciales, Milicia Nacional, Carabineros o Armada que hubiesen tomado parte en la rebelión de Alicante fuesen pasados por las armas donde quiera que pudiesen ser habidos sin más requisito que la identificación de sus personas.
2º.- Que si invitada la tropa sublevada de todas las armas a reunirse bajo las banderas del gobierno, no lo verificasen en el corto plazo que a la prudencia de Roncalí quedaba señalar, fuese diezmada con arreglo a la ordenanza, cuando pudiese ser habida.
3º.- Que todos los paisanos que como jefes de la rebelión hubiesen aparecido en el motín de Alicante fuesen pasados por las armas.”
Se acordó también el bloqueo del puerto de Alicante, lo que se realizó llevando a las inmediaciones de la plaza la artillería de batir necesaria para lograr por la fuerza su rendición y la de los fuertes en los que se encontraban los amotinados.
Con el objeto de alcanzar cuanto antes la pacificación del distrito encomendado, fue necesario dividir sus fuerzas en diversas columnas encomendando su mando a jefes de confianza. Una de dichas columnas a las órdenes del General Comandante General Don Juan Pardo, el cual el día 5 de febrero tuvo un encuentro con el jefe amotinado Don Pantaleón Boné, que con una columna de 1500 infantes, 80 caballos y 2 piezas de artillería atacó a las fuerzas del Gobierno; el encuentro tuvo lugar en Elda, en donde unas y otras fuerzas pelearon encarnizadamente. Las tropas del Gobierno triunfaron y les hicieron 250 prisioneros, entre los que se encontraban 11 Oficiales y algunos Jefes de los Cuerpos de Saboya, del Provincial de Valencia y Carabineros, 2 cañones, muchos fusiles y cajas de guerra, equipajes, instrumentos y utensilios, así como considerable número de cartuchos. Los prisioneros fueron puestos a disposición del General Roncalí, quien dispuso que fuesen pasados por las armas; el día 14 de febrero fueron pasados por las armas en Villafranqueza el Teniente Coronel, Capitán Don Ildefonso Basilio, procedente de reemplazo; el Comandante Don José MENA; el Capitán Teniente Don Luís Gil, ambos procedentes también de reemplazo; el Comandante, Teniente Don Pío Pérez Villapadierna, procedente de Carabineros y los Teniente, Subtenientes también del mismo Cuerpo Don Juan Gómez Algarra, Don Luis Molina y Don Arcadio Blanco.
Con tal motivo el Capitán General dirigió ese día al Ejército de su mando y desde su Cuartel General de Villafranqueza la siguiente orden general:
“Los oficiales prisioneros en la acción de Elda han sido pasados por las armas en este día. Triste, pero justo escarmiento a los que desleales e ingratos a su Reina, han seguido el negro pendón de la rebelión. Sirva de saludable ejemplo a los ambiciosos y alucinados que intenten seguir sus huellas.- Las tentativas de los revolucionarios se estrellarán en la lealtad de la inmensa mayoría de los españoles y en la fidelidad y valor del ejército.- El del cuarto distrito militar está dando un ejemplo vivo de que sabe sacrificarse por su Reina y que no economizará su sangre para asegurarla en el trono.”
Mientras tanto el día 13 se había completado el bloqueo de Alicante desde la plaza a la playa y el día 16 quedaron establecidas las baterías de obuses, cuya operación trataron de controlar los amotinados con fuego de bala rasa y granada. Como esta sublevación había encontrado eco solo en Cartagena y las fuerzas del Gobierno habían rechazado varias salidas de los sublevados, en la noche del día 5 se presentó al Capitán General una comisión del clero, del tribunal del comercio y del ayuntamiento de Alicante solicitando que permitiera la salida de la plaza de las mujeres, ancianos y niños. Esta petición fue rechazada por Roncalí y les exigió la entrega de la plaza, hecho que se llevó a cabo el día 6, en el cual formadas las tropas de todas las armas en el llano inmediato al portazgo, recibió el Capitán General al frente de dichas tropas y de manos del Ayuntamiento las llaves de las plaza, entrando a continuación con todos los honores de ordenanza. A continuación el Capitán General disolvió la Milicia Nacional, a la que hizo entregar las armas y municiones, además de las que hubiesen sido repartidas a los paisanos que existían en la plaza y sus fuertes.
No obstante la victoria no fue completa, toda vez que no pudo detener al sublevado Boné, el cual a pesar de la vigilancia que tenía ordenada Roncalí, éste logró atravesar con 6 u 8 de los más adictos durante la madrugada del día 6, los cuales a pesar del fuego recibido lograron huir y fueron perseguidos por una partida de caballería, a la cabeza de la cual se encontraba el Coronel Jefe del Regimiento de Lusitania, quien logró darles alcance, detenidos y presos la mayor parte de los oficiales que le acompañaban; al poco tiempo fue detenido el Coronel Boné en el pueblo de Sella por el Coronel del Lusitania.
Inmediatamente después de ser detenido el Coronel Boné se le tomó declaración se procedió a su identificación, así como la de todos los que habían tomado parte en la sublevación de Alicante; a continuación fueron todos degradados y pasados por las armas por la espalda en la mañana del día 8 de marzo.
Además del Coronel Don Pantaleón Boné fueron también fusiladas las siguientes personas: Los Carabineros, soldados Joaquín Valero, Antonio Béjar y Diego Gómez; el Capitán Don Gregorio Sabio, de reemplazo; del Nacional de Valencia, Manuel Zamora; del Provincial de Valencia, el Comandante graduado Don Francisco Fernández; el Capitán graduado Don José Miñana; los Teniente graduados, Don José Valiente y Don Carmelo Jiménez; el Subteniente Don Antonio Caballero; los Sargentos segundos, Bartolomé Robot, Pedro Fernández, Carmelo García y Manuel Núñez; del Regimiento de Caballería de Lusitania, el Alférez Don Juan Calatayud; el Sargento segundo José Ruiz Ortiz; de Artillería, el Sargento primero Pedro Fraile; de los Nacionales de Villajoyosa, Capitán Don Ignacio Paulinos; del Regimiento de Finestral, Comandante Don Vicente Linares y Ortuño; del de Monforte, Teniente Don Isidro Pastor y Casas; del de Cocentaina, Comandante Don Rafael Moltó y Pascual; del de Monovar, Subteniente Don José Calpena y Peinado; el Maestro de obras de fortificación, regidor del Ayuntamiento de Alicante y encargado de las mismas, Don Simón Carbonell.
Después de la ejecución el general Roncalí mandó insertar en la orden general de aquel día la siguiente alocución a sus tropas:
“SOLDADOS: Terrible es el acto que acabáis de presenciar. Permita el Todopoderoso sea el último en nuestra desgraciada patria. Que las ambiciones se contengan y los ilusos se desengañen. ¡Ay del que no se convenza de que la hora de la revolución ha pasado! Vosotros la habéis cerrado en España con las llaves de esta plaza conquistada por vuestra lealtad, vuestra constancia y vuestra disciplina.
Seguid siempre como hasta ahora y salvais el trono de vuestra Reina.- RONCALÍ.”
Inmediatamente Roncalí organizó el Ayuntamiento de la plaza y se dirigió hacia Cartagena con el objeto de poner fin a la insurrección que todavía reinaba en aquella plaza. Inmediatamente se estableció el sitio de Cartagena, pero cuando los insurrectos vieron que los sitiadores se disponían a tratarla con el rigor de la guerra, se rindió la plaza, con lo cual terminada la operación regresó a Valencia.
En el año 1845, al promulgarse la Constitución de este año fue nombrado Senador Vitalicio, pero siguió con el cargo de Capitán General de Valencia. En el mes de febrero de 1846 se trasladó a Madrid, cesó en el cargo de Capitán General de Valencia para ejercer el cargo de Senador. Fue en este año cuando se formó el gabinete de Miraflores, en el cual Roncalí ocupó el cargo de Ministro de la Guerra, pero este cargo fue efímero, por quedar en situación de cuartel. En el mes de abril fue nombrado Capitán general de Granada, pero con motivo de los sucesos de Galicia, desplegó en el territorio de su mando importantes medidas de represión con el fin de evitar que dichos sucesos llegasen a su circunscripción, hecho con el que logró que quedase inalterable su demarcación territorial; en el mes diciembre fue relevado a petición propia y quedó de cuartel. Con motivo del matrimonio de la Reina le fue concedido el título de Castilla, con la denominación de Conde de Alcoy.
En el año 1847 fue nombrado Capitán General de Galicia, pero no llegó a tomar posesión por haberle sido admitida la dimisión de dicho cargo. Sin embargo en el mes de octubre fue nombrado Capitán General de Castilla la Nueva, cargo que desempeñó hasta final de este año en que le fue concedida la Capitanía General de la Isla de Cuba.
Cuando a principios del año 1848 tomó posesión de su cargo en Cuba lo primero que hizo fue lanzar proclamas a los habitantes y al Ejército, prometió el fomento de la riqueza del comercio y de la agricultura y aseguró la recta administración de la justicia.
Pero enseguida comenzó a hacer diversos preparativos a fin de paliar la tormenta que sobre Cuba tramaban diferentes sociedades establecidas en Washington, Nueva Cork y Nueva Orleáns, en contacto con algunos habitantes de la Isla; siendo el máximo responsable de los incidentes en la Isla el general Don Narciso López, quien se fugó a Estados Unidos con el fin de preparar la emancipación cubana. Durante los años 1849 y 1850 continuó ejerciendo el cargo de Capitán General de la isla de Cuba y haciendo los preparativos contra la expedición de López, tratando de mejorar las defensas de la Isla, disminuyó los destacamentos y centralizó las fuerzas, preparándose para el ataque por sorpresa sobre los enemigos si se presentaban; sin embargo las fuerzas de López lograron burlar la vigilancia y se apoderaron de una compañía del Regimiento de León.
A las seis de la tarde del día 19 de mayo tuvo conocimiento de que en la madrugada de ese día había desembarcado la expedición; pero hasta entonces no había podido reunir los vapores necesarios para poner la Isla al abrigo de un golpe de mano, pues contaba únicamente con el Pizarro, mandado por el General Don Francisco Armero y que se había dirigido a Cabo Catoche en busca de los expedicionarios; el general Conde de Mirasol tomó a sus órdenes una fuerte columna de Infantería y Caballería, dispuesto a partir sobre Matanzas o Cárdenas, pero los expedicionarios no dieron lugar a ningún choque y se reembarcaron. Sin embargo la situación volvió a complicarse cuando los Estados Unidos reclamaron los buques la “Georgiana” y la “Susana”, que habían sido apresados con motivo de la referida invasión.
Pero cuando Roncalí vio que las amenazas de invasión podían realizarse, creó batallones provisionales de vecinos voluntarios de las ciudades y pueblos de mayor número de habitantes; el mando de estos batallones se le confió al Conde de Fernandina, grande de España y uno de los mayores propietarios de Cuba. Todos los individuos que formaban aquellos cuerpos fueron escogidos de la gente de más reputación de la Isla, componiendo un cuerpo más bien aristocrático que militar, realmente poco apropiado para un choque formal, pero que en tiempos normales podría influir en el mantenimiento de orden.
La reunión de suficientes fuerzas navales y el aumento dado a las fuerzas de tierra hizo innecesaria la permanencia de los batallones de nobles vecinos, por lo que se optó por disolverlos, pero al tener noticia de que el General Don José de la Concha iba a sustituir a Roncalí en el cargo de Capitán General de la Isla, le hizo desistir de todos los proyectos que se había propuesto, pasando a tener como primera prioridad la de preparar su regreso a la Península.
A principios del año 1851 regresó a Madrid, donde se le había señalado su cuartel; pasando a ocupar su puesto como Senador vitalicio. Continuó de cuartel a lo largo de 1852, asistiendo a las sesiones del Senado hasta que el día 14 de diciembre de este año fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Estado. Una vez abiertas las Cortes, pretendió hacer un alarde de firmeza, de la cual carecía, adoptando diversas disposiciones con lo que consiguió granjearse la enemistad de la mayor parte del Senado. El descrédito del Gobierno llegó entonces a tal grado que el día 14 de abril de 1853 fue relevado.
Está en posesión de las siguientes condecoraciones: Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III; Cruz de San Fernando y de la americana de Isabel la Católica.
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