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A pesar de la situación brillante en que se hallaba el Ejército sobre la provincia de Salta, o más bien a caballo sobre el río Pasajes que divide ésta de la del Tucumán, tuvo que retroceder Valdés por órdenes terminantes y repetidas que el Virrey había dirigido a su General Jefe, a consecuencia de las noticias que recibía de Valparaíso, de estarse preparando para salir por instantes la expedición enemiga que a las órdenes del caudillo San Martín debía atacar el Perú.

La expedición chilena se había presentado ya sobre Pisco el 7 de septiembre, desembarcando en seguida a dos leguas de esta población; los enemigos tan pronto como tomaron posesión de algunas mulas y caballos, dieron comienzo a sus operaciones, las que les fueron más favorables de lo que podían esperar. Aumentados con esto en todas partes los cuidados del Virrey, sin exceptuar la provincia de Quito que podía ser objeto de atención para los enemigos, dispuso que el coronel Valdés y el Teniente Coronel Don Antonio Seoane bajasen inmediatamente a Lima para desde allí continuar su marcha a Quito. El primero de estos Jefes debía entregar en Oruro el mando que desempeñaba al Coronel Loriga; pero posteriormente recibió éste orden de pasar a Lima, para desde allí trasladarse a Guayaquil, a donde había sido destinado.

El Teniente Coronel Seoane no pudo hacer su marcha al mismo tiempo por haber sido encargado por el General en Jefe de conducir a Lima los cuerpos que el Virrey había pedido; Valdés y Loriga hicieron la suya llegando a la capital, que distaba 440 leguas, con una velocidad increíble, al mismo tiempo que los enemigos se trasladaban de Pisco al Sur de Lima a Lancon, al Norte.

A poco de su llegada a Lima fue el Coronel Valdés encargado por el Virrey Don Joaquín de la Pezuela de una columna compuesta de 300 infantes y 200 caballos, que debía observar de cerca los movimientos de los enemigos, quienes como se había indicado se hallaban fondeados en Lancon; sobre este punto hizo varios reconocimientos, obligando a aquellos a hacer uso de la artillería de sus buques y como habían desembarcado 400 infantes y 50 caballos con objeto de recorrer el país al Norte de dicho punto de Lancon, el Coronel Valdés marchó en su busca sobre Chancai en donde habían tomado posición; más éstos creyendo no poder resistir al ataque de los españoles emprendieron su retirada, al paso que Valdés, que observaba este movimiento, se arrojó sobre la retaguardia con la caballería, por no haber podido aún llegar la infantería. Viendo los enemigos que los españoles les iban ya a dar alcance en un callejón formado por las tapias de las haciendas, y cuando estaban para terminar este paso angosto, reflexionaron y con razón, que al salir de él podría desplegarse libremente la caballería de Valdés y envolverlos; en tal convicción, hizo alto de repente el jefe enemigo, y cargando impetuosamente con sus 50 caballos al Escuadrón de Dragones de la Unión que llevaba la cabeza, logró desordenarlo y hacerle volver cara. Restablecido el combate por el Teniente Coronel Don Andrés García Camba que mandaba el segundo, los enemigos fueron cargados de nuevo, destrozados y perseguidos por espacio de tres horas, hasta que el cansancio de la tropa y caballos les obligó a hacer alto y después a replegarse; Valdés tuvo el caballo herido en este encuentro, en que se batió cuerpo a cuerpo con los enemigos. Este Jefe habría indudablemente perecido si no fuera por un soldado de la guardia del General en Jefe del Ejército del Perú, llamado Gandía, hombre hermoso y acaso el mejor soldado que había en aquellos países; éste por desembarazar y proteger a su Jefe, de quien era ordenanza, recibió multitud de heridas de lanza, sable y carabina en su caballo, sin que la porción de enemigos que le atacaban hubiese podido lograr herir a su bizarro jinete. Creemos que esta honrosa memoria  de un soldado tan benemérito, será grata al General Valdés, de quien sabemos que no se olvida jamás de aquel heroico comportamiento; Gandía sucumbió según nos ha informado el mismo Valdés, entre los que arrebató la epidemia sufrida entonces por el Ejército; y su reconocido jefe no ha podido contener las lágrimas al saber esta triste nueva; justo tributo de gratitud  a tanta lealtad y valor.

Por este tiempo se trasladaron los enemigos de Lancon al puerto de Huacho, a donde llegaron el 9 de noviembre, y fue entonces la columna de Valdés reforzada con dos Batallones y algunas partidas más, quedando compuesta de tres Batallones y dos Escuadrones, cuyas fuerzas recibieron  el nombre de Vanguardia, y se situaron de nuevo en Chancai.

A esta época se refiere Torrente cuando dice:

“Habiendo vuelto a salir el coronel Valdés con una división de tres batallones y dos escuadrones sobre el mismo Chancai, tuvo noticia de que el coronel insurgente Alvarado había enviado desde Huacho para ponerse en comunicación con Arenales, y concibió al instante la idea de hacer un atrevido movimiento sobre Sayan, situándose ente este último caudillo y el resto del ejército rebelde; pero como a este tiempo hubiera recibido orden de retroceder a su primera posición, en la que tuvo otras posteriores para quedarse  con el solo batallón de Numancia, un escuadrón de dragones del Perú, y dos piezas de montaña, le fue preciso deshacer la operación principiada.

Los buenos efectos que esta produjo desde el momento en que los rebeldes tuvieron conocimiento de ella probaron el acierto del jefe que le había proyectado. Alvarado tuvo orden de retirarse, y la tuvieron al asimismo de embarcarse al momento los enfermos y almacenes del ejército, mientras que eran alejados por tierra los ganados, caballos sobrantes y cuanto podía embarazarles en sus marchas; pero informados de la variación en los planes de los realistas volvieron de nuevo a su primer estado de sosiego y seguridad. Hallándose en esta posición se le presentó en 25 de noviembre en descubierta el teniente D. Pascual Pringles con 25 granaderos montados de los Andes y un guía. Deseoso Valdés de enviar a Lima muestras inequívocas de sus esfuerzos guerreros, trató de apoderarse de dicha partida  y lo logró tan felizmente  al favor de su astucia y buena dirección, que ni uno solo escapó de aquellos individuos a pesar de haber hecho una desesperada defensa. Todos menos dos que quedaron tendidos en el campo, fueron remitidos a la capital, inclusive 12 heridos, con la idea de sostener en parte e abatido espíritu.”

Año 1821

En 1821, después de esto, y a principios de este año, una parte del Ejército de Lima se movió sobre el valle de Chancai a las órdenes del General de la Serna, con objeto de batir o alejar al ejército enemigo que se había aproximado al mismo punto para hostilizar más de cerca de las fuerzas que defendían la capital. El coronel Valdés, que tomaba parte en el indicado movimiento, tuvo ocasión de distinguirse atacando a los cazadores enemigos que habían desembarcado de sus buques de guerra surtos en la rada de Chancai, obligando al propio tiempo a los mismos buques a alejarse de la costa; por este medio logró recuperar la porción de ganados y otros efectos que los enemigos habían reunido sobre la playa, y librar también de ser conducidos a bordo a una porción de habitantes que al efecto se hallaban también reunidos por la fuerza a la orilla del mar.

Replegados los enemigos a sus antiguas posiciones de Huacho, el Ejército español retrocedió también a las suyas de Aznapuquio. En este punto tuvo lugar un gran acontecimiento en que el Coronel Valdés tuvo parte como uno de los muchos Jefes del Ejército que se mezclaron en él; hablamos de la separación del General Don Joaquín de la Pezuela del mando del virreinato.

Reemplazado el General de la Pezuela por el de igual clase Don José de la Serna, su segundo, y designado por S.M. para sucederle en el pliego llamado de providencias, dispuso varias expediciones, operaciones preparatorias para proporcionarse víveres, transportes y otros efectos necesarios para poder verificar la retirada de Lima a la Sierra, que era el pensamiento salvador que le dominaba; y que con razón consideraba como el único, llevado a cabo, que podía prolongar la defensa de aquellos países, al tiempo que se consideraba necesario para recibir refuerzos y recursos de la península.

Nombrado Valdés, Jefe de Estado Mayor, salió para la Sierra con aquel objeto, a pesar de hallarse aún convaleciente de una grave enfermedad, según dice la copia de su hoja de servicios, y se batió con buen éxito en Huarochiri, Puente de Sogueros y Puente de Concepción; logrando en seguida con 200 caballos acuchillar y dispersar a una reunión de indios de más de 4.000, situados en las alturas de Ataura, con una pieza de artillería y unos 300 hombres de fusil, y consiguiendo quitarles todas las armas incluso el cañón, y hacerles más de 500 prisioneros. Se batió también durante la misma expedición en la acción de Canta y en la de los altos de Santa Eulalia.

El historiador Torrente, en la página 153 del tomo tercero, hablando de la expedición de que acabamos de relatar, dice:

 “Envió en el entretanto sobre el valle de Jauja, al entonces coronel D. Gerónimo Valdés, con un batallón, parte de otro y dos escuadrones, para que reunido con el brigadier Ricafort, que se hallaba situado en la banda occidental del valle, destruyese los indios sublevados  y restableciese la calma en el país. Como las aguas estuviesen a aquella sazón en su mayor altura y los indios hubiesen cortado los puentes del río Grande, tuvieron que superar aquellos jefes los mayores obstáculos para vadearle; pero logrado ya este primer objeto, se dirigió el citado Valdés sobre Jauja con la caballería, y se halló en Ataura con una fuerte reunión de sublevados, que no bajaban de 4000, a los que batió completamente, desalojándolos de sus posiciones, y causándoles un horroroso estrago de más de 400 muertos y 300 prisioneros, no habiendo sido menor su pérdida en fusiles, lanzas y en la única pieza de artillería que tenían, sin más quebranto por parte de los realistas que el de algunos soldados muertos y el del comandante D. Bonifacio Marcilla.”

El triunfo de Ataura fue de provechoso escarmiento para los alucinados indios del valle del Jauja, en los cuales hubieran hecho nuestros soldados más sangrienta carnicería, si Valdés, mostrándose noble y generoso no los hubiera contenido; para ello hubo de necesitar imponer toda su autoridad; pues las repetidas desgracias pasadas por el ejército y el engreimiento de los indios, habían excitado su furor, inclinándoles a los deplorables excesos de la venganza.

Grandes hubieran sido las ventajas de la permanencia de los vencedores de Ataura en el cerro de Pasco, llave de comunicación interior desde Huaura y Supe, donde residía el insurgente San Martín; más lejos de esto, se hizo ingresar la mayor parte de aquella victoriosa división en Aznapuquio, donde presentaban ya las enfermedades los caracteres más alarmantes de la peste, que tantas víctimas causó al ejercito.

Las conspiraciones que se repetían a favor de la independencia peruana, hubieran sido un grave obstáculo a la realización de las esperanzas del nuevo virrey, a no haber atenuado sus efectos, la espantosa anarquía que llegó a reinar en las provincias del Río de la Plata de que se hallaban en posesión los insurgentes: los negocios públicos presentaban, pues, el aspecto indeciso de un violenta crisis, cuando con las pretensiones de calmarla llegó a aquellas costas el capitán de fragata D. Manuel Abreu, uno de los comisionados autorizados por el gobierno español para tratar de paz con los enemigos del Perú. La conducta del comisionado fue desde luego tan impropia como la de O´Donojú al pisar las riberas de Nueva España: desembarcó en Paita, siguió por tierra a Lima, y pasando por Huaura, se dejó alucinar por los obsequios  que le hicieron los enemigos, habló con ellos antes de hacerlo con el virrey, y por último entró en Lima prodigando indiscretos elogios a San Martín, con lo cual empezó a pasar en el Perú más bien que por agente de la España, por un ciego apologista de los que se habían declarado sus enemigos.

Se formó a consecuencia de este suceso una junta llamada pacificadora, bajo la presidencia del Virrey, la cual desde luego dirigió sus proposiciones a San Martín; al que le convenía, en el estado todavía inseguro de los negocios, ganar tiempo para extender la seducción, fomentar las guerrillas o “montoneras” y someter a la exhausta Lima, a la estrechez de mayores escaseces; por lo cual, fácilmente se convino en el nombramiento de comisionados por ambas partes, que debían reunirse en Punchauca, hacienda situada a cinco leguas al Norte de la capital, debiendo ser el alma de ellas el comisionado Abreu.

Era previsible obtener ningún resultado honroso para la España de las conferencias de Punchauca cuando se exigía por base el reconocimiento de la independencia peruana, y mucho menos obrando los representantes del insurgente sobre las ideas de doblez y falsedad que les había inspirado su jefe; pero éste, que durante los dos armisticios que se establecieron para dar lugar a los primeros tratos, no había logrado una coyuntura favorable para sacar de aquella situación todo el partido que se había propuesto; trató, según se descubrió después, de atraer a una pérfida emboscada al Virrey y a los principales Jefes del Ejército Real; y a este efecto propuso una entrevista de aquellos con su persona, en la propia hacienda de Punchauca. La Serna aceptó confiado la invitación, deseoso de manifestar hasta el extremo sus disposiciones a agotar los medios de una paz que tanto manifestaba desear el Soberano, y señalando para acompañarle a los primeros Jefes que servían a sus órdenes, comprendió en el número al Coronel Valdés. Una verdadera inspiración obró en la mente de este caudillo, el cual expuso con la vehemencia de la convicción que le animaba, cuan imprudente le parecía dejar sin jefes el ejército, el cual podría verse imposibilitado de obrar en circunstancias críticas que pudiesen sobrevenir; tan prudentes consideraciones, movieron al Virrey a dejar a Valdés al frente de las tropas.

Pronto se pudo apreciar el fruto de esta resolución; San Martín al reunirse en Punchauca con el Virrey, no pudo ocultar el disgusto que le causaba la ausencia de Valdés, por quien preguntó, teniendo como de él tenía la más alta idea por su reputación militar; después de esto se cruzó por el insurgente la proposición de que declarada la independencia del Perú, se formase una Regencia, y fuese llamado a reinar un príncipe de la familia Real española, y se ofreció él mismo a pasar a España para pedir este príncipe.

Conocida la falsedad de las bases de semejante proyecto por el resultado del que autorizó en Méjico el comisionado O´Donojú, conforme al célebre plan de Iguala; dejamos a la apreciación del lector los grados de confianza que hubiera podido inspirar a los buenos y leales defensores de la integridad y del honor español, aún cuando el comisionado Abreu, faltando a las instrucciones que traía, los aceptase y apoyase. La Serna pidió tiempo para consultar y responder, y se retiró con los suyos, sin que San Martín, temiendo al ejército leal mandado por Valdés, se atreviese a poner en planta su proyecto de apoderarse del Virrey y demás caudillos, para lo cual se supo que tenía emboscadas en unos jardines contiguos a la hacienda en que se verificaba la entrevista, cuatro compañías de cazadores decididamente dispuestas a acometer tal acción.

La respuesta del virrey a la proposición de San Martín, fue sin embargo tan conciliadora como digna; decía en ella sustancialmente, que se acordase una suspensión de hostilidades por el tiempo necesario para obtener definitiva respuesta de la corte; que en tanto, considerándose dividido el Perú, a nombre de España, por una junta de gobierno; en tanto que embarcados ambos, el Virrey y San Martín, podían hacer el viaje juntos a España, si el segundo persistía en el proyecto de pedir un príncipe de nuestra Real familia. Fue llevada esta proposición a San Martín por el coronel Valdés, y por el teniente coronel D. Andrés García Camba, para lo cual se dirigieron al buque que en la bahía del Callao montaba el jefe insurgente: larga hubo de ser la conferencia que se siguió a la presentación del pliego del Virrey, encerrado San Martín en que la base de todo fuese la declaración de la independencia fundando una monarquía constitucional en los Andes con un príncipe español, y defendiendo los comisionados la imposibilidad de despojar al gobierno supremo de la nación del derecho de decidir, que exclusivamente le pertenecía; en esta conferencia mediaron réplicas notables por ambas partes; hasta que desechando San Martín en definitiva la proposición del Virrey, hubo de decir irónicamente a Valdés y Camba,

“Que sentía tanta obstinación pues veía con pesar, que dentro de poco no tendrían los españoles más recurso que tirarse un pistoletazo.”

Esta imprudente amenaza, que tan cara pagó el orgulloso independiente, fue contestada como cumplía por ambos comisionados; y con especialidad Valdés respondió:

 “Que se creía muy lejos del desesperado trance que se suponía; pero que si llegase, estaban dispuestos los españoles a proclamar en aquellos dominios la causa de los Incas, para cuyo efecto llevaba a sus órdenes como ayudante de campo, al más inmediato descendiente de aquella familia, que sería proclamado emperador.”

No es difícil apreciar las consecuencias de una guerra encaminada por este nuevo principio, y que hubiera llevado consigo la aquiescencia y el decidido apoyo de los indígenas; ni creemos tampoco aventurado suponer, que a no haberse hallado envueltos por las fuerzas del rebelde Olañeta, los restos de la lealtad española salvados en la catástrofe de Ayacucho, se hubiera llevado, o intentado al menos llevar a cabo aquel proyecto. En cuanto al general San Martín quedó en extremo sorprendido al escucharlo, y no pocas veces manifestó a los suyos la natural admiración y temor que le inspiraba tan atrevido plan.

Todavía continuaron por algún tiempo las negociaciones tomando en ellas como uno de los comisionados del Virrey, el coronel Valdés: perdía lastimosamente con ellas la causa española, mientras que el enemigo ganaba terreno en la opinión y en el estado de guerra, logrando comprometer hasta el extremo a la capital del reino; la perfidia y doblez de San Martín, fue terminante al saberse que aprovechando la fácil coyuntura de la suspensión de hostilidades, había hecho adelantar sobre el cerro de Pasco una división al mando de Arenales; el  Virrey dispuso oportunamente que con fuerzas suficientes marchase el Brigadier Canterac sobre el enemigo; de lo cual se quejó San Martín, considerando el hecho como una infracción del armisticio; Valdés reunió toda su sangre fría y hubo de contestar al insurgente con sarcásticas frases, que Canterac había ido a conducir a la Sierra aquellas fuerzas con el objeto de proporcionarles convalecencia en su clima benigno; objeto que sin duda le habría movido a él también a dirigir por Arenales otra tanta o mayor sobre el mismo terreno; digna respuesta que manifestó San Martín la imposibilidad de continuar por más tiempo el doble trato que había podido introducir a favor del apoyo y disposiciones del comisionado regio.

La evacuación de Lima fue ya inevitable, y el paso al hermoso y fértil valle de Jauja por la Sierra y cordillera de los Andes, como en la evacuación de la ciudad, prestó Don Gerónimo Valdés servicios de la más alta importancia; este digno Jefe de Estado Mayor supo ocultar cuidadosamente a los enemigos el abandono de la capital, donde el hambre había ya llegado a ocasionar las más terribles desgracias; la prudente reserva con que se hicieron loe preparativos, permitió verificar la salida sin que los insurgente hubiesen podido presentarse, como pudieran, a acabar en ocasión tan propicia, con las famélicas y enfermas tropas que seguían al Virrey en su prudente y salvadora retirada. En esta decimos, se excedió a sí mismo el Jefe de Estado Mayor Valdés; especialmente al complicarse los obstáculos que en los escabrosos pasos de la Sierra sabían aprovechar los indios, quienes presentándose en ventajosas posiciones, no asestaban golpe sobre las tropas que no llevase la destrucción y la muerte. Pero aquellos nobles restos del Ejército, que constaba de un puñado de enfermos mal vestidos y peor racionados, no desmintieron el proverbial tesón y sufrimiento de los soldados españoles y sacaron fuerzas de su propio infortunio para lograr al fin la victoria; Valdés se comportó heroicamente el 24 de julio en las acciones de Taripampa; el 30 en la de Piños; y el1º de agosto en los altos de Laraos; no hubo posición por formidable que fuese, de que no lograse apoderarse, ni enemigo capaz de resistir a las tropas, a pesar de tan conocidas desventajas; cubiertas de laureles, aunque en el estado más lastimoso, llegaron al valle de Jauja, en donde habiéndoles precedido la división Canterac, hallaron por último remedio a tantos males, y aliento y esperanza para acometer las más atrevidas empresas.

Se logró pronto la reparación de las tropas a cuyo resultado contribuyeron de consuno todos los Jefes del Ejército, y más que todo la conocida abundancia y salubridad del país. El Virrey La Serna no había abandonado a la capital sino en el último extremo, habiendo prometido volver sobre ella con mejores tiempos, para apoyar la defensa del Callao, plaza que sin más víveres que los precisos para dos meses, estaba sitiada por San Martín desde que la evacuación de las tropas de La Serna, le dejaron libre y franca la posesión de Lima; estos propósitos obraron con tanta fuerza en su imaginación, cuanto que el brillante estado que iban alcanzando sus tropas, aunque en corto número, le permitía ponerlos por obra. Reunidas las fuerzas que parecieron en mejor estado, se formó a las órdenes del Brigadier Canterac, una pequeña división compuesta de 2.000 infantes, 850 caballos y 7 piezas de montaña: habiéndose prometido el Virrey que su aproximación a Lima bastaría para obligar a los enemigos a abandonarla, dejándola a merced de las tropas Reales, abastecida con las municiones de boca y guerra que aquellos habían acopiado procedentes de Chile. Nombrado el coronel Valdés Jefe del Estado Mayor General, trabajó en unión del General en Jefe para secundar las miras del Virrey; y como resultado de esta asociación de esfuerzos, hizo maniobrar la División con tal habilidad y militar pericia que el 10 de septiembre se encontraba ya bajo los fuegos del Callao, después de haber atravesado las líneas del ejército de San Martín.

Uno de esos accidentes comunes en la guerra bastó, aunque al parecer insignificante, para disipar en humo las bien calculadas esperanzas del virrey, y la acertada dirección de aquella atrevida empresa; la División Canterac que sin obstáculo había atravesado los Andes de Oriente a Occidente, llegando hasta Santiago de Tuna desde los valles de Jauja, tuvo cerca de aquel punto la pérdida del Teniente Coronel Don José García Sócoli, agregado del Estado Mayor, quien, habiendo caído prisionero en poder de una partida enemiga, hubo de informar a San Martín de la verdadera fuerza con que se había acometido aquella expedición; el enemigo estuvo por tanto lejos de temer a Canterac dentro de Lima, ni menos pensó en evacuarla, quedando frustrado uno de los principales objetos de la División.

Atenido Canterac a sacar de los medios estratégicos el partido que era imposible proporcionase la debilidad material de las fuerzas de su mando, pensó en poner en duda al enemigo sobre el verdadero punto que deberían tomar aquellas para descender a la costa desde el puerto de Tuna en que se encontraba; divididas en efecto en dos columnas, tomó diferentes direcciones para llegar a reunirse en la hacienda de la Cienaguilla, y Canterac con la infantería siguió un rumbo intermedio entre la quebrada de San Mateo, que desemboca a seis leguas de Lima, y la del Espíritu Santo que se halla más hacia el Sur. Después de continuar por el día hasta llegar al primer punto, varió al anochecer de dirección, buscando a la izquierda de la quebrada del Espíritu Santo; pero careciendo de guía y caminando a rumbo, se encontró inesperadamente comprometido, después de una marcha de diez leguas a 12º de la equinoccial, sin agua, en un terreno arenoso y ardiente, donde acosados hombres y caballos de una horrible sed, o se sentían  desesperados no confiando en otro remedio que el de la muerte, o se dispersaban trepando por los riscos o despeñándose por las gargantas en busca de un manantial que les refrigerase. No fue Valdés de los que menos sufrieron en esta situación harto imposible de describir; encargado de la retaguardia fue tanto lo que trabajó por proporcionar algunas bestias a los cansados, lo que habló para animar a la tropa, y lo que anduvo en direcciones tan continuas como diversas, para reunir a los dispersos, que llegó a verse al anochecer en estado de no poder resistir más; después de haber apelado al jugo de los arbustos que tal vez se encontraban por aquellas áridas pendientes, después de haber apurado el medio de ponerse plomo en la boca, y hasta el de agotar su propia orina para mitigar de algún modo su ardiente sed, rendido y falto de fuerzas, se dejó caer en el suelo, al lado de una gran peña, acompañado de algunos oficiales y soldados leales. No estaba lejos, sin embargo el río que toma luego el nombre de Lurin; y Canterac,  más agitado por la ansiedad de todos y como responsable de aquella situación desesperada, se había adelantado afanoso de buscar remedio, fue de los primeros que hubieron de descubrir el agua salvadora; la voz de aquel hallazgo corrió instantáneamente por entre las desordenadas tropas, no tardando en ser confirmada por las cantimploras de agua que el jefe había tenido la previsión de llevar y enviar llenas a los que se habían quedado detrás; a Valdés le llevaron algunas de ellas a las doce de la noche, devolviéndole inesperadamente el goce de una existencia que había ya llegado a contar como perdida.

Reunida la División en el día 5 en el punto de la Cienaguilla, en donde se le dio descanso hasta el anochecer del 6, se presentaron los enemigos en número de 400 o 500, precisamente sobre las alturas por donde se pensaba continuar la marcha; Valdés tuvo orden de desalojarlos antes de la entrada de la noche, para que no pudiesen observar el movimiento del resto de la columna; y tomando al efecto las compañías de cazadores, logró su objeto, ocasionando a aquellos algunos heridos, después de un corto tiroteo. La marcha de la División se emprendió por la rinconada de Late; y una vez en Pampagrande, de la cual se tomó posición el 7, se supo que San Martín con todo su ejército y montoneras o guerrillas campaba en Mendoza. Canterac esperó todo el día inútilmente todo el día a que le atacase el enemigo confiando en la superioridad de su número; así que decidió adelantarse sobre el campo insurgente, con el Jefe de Estado Mayor Valdés, compañías de cazadores del Infante Don Carlos y el escuadrón de Dragones de Arequipa; y habiendo ocupado alturas situadas entre la laguna de la Molina y la llamada de Cascajal, descubrió perfectamente la posición de los insurgentes.

Logró Canterac hacer replegar las avanzadas enemigas, y campó a distancia de un tiro de cañón de San Martín, el Coronel Valdés con las compañías de cazadores del Infante y alguna tropa del Imperial Alejandro, fue encargado de adelantarse sobre la posición enemiga para cerciorarse de si continuaba en ella o se había movido en dirección a San Borja, como se creyera al anochecer; Valdés desempeñó su comisión con el tino y valor que le es propio, de lo que resultó un  tiroteo de media hora y se retiró con el mayor orden después de cumplido su objetivo.

Se desplazó al día siguiente el ejército por su izquierda, fingiendo que se dirigía a Surco, en tres columnas paralelas; y le tocó a Valdés mandar y conducir la que precisamente presentaba su flanco más inmediato al enemigo; al llegar las columnas a conveniente altura, variaron de dirección tomando la derecha; amenazado al propio tiempo el flanco enemigo, tuvo que hacer un cambio de frente a retaguardia apoyando la derecha sobre los muros de Lima, mientras que los españoles tomaron posición en los campos de San Borja, donde permanecieron hasta el 10 esperando inútilmente que los acometieran los enemigos; pero vista la decisión de San Martín de no iniciar el combate, se dispuso el caudillo español a entrar en el Callao. Temeraria hubiera podido parecer esta empresa, sino imposible de ejecutar, ya por la superioridad del enemigo que debía impedirla, ya por la convicción en que se sabía se hallaba éste de la escasez de fuerzas que iban a intentarla; Canterac, fiado en el arrojo de las tropas, tanto como en la pericia de los jefes, puso por obra aquel propósito y por medio de un atrevido movimiento que la fortuna coronó con el éxito, la división pasando a un cuarto de legua de Lima, y a la vista de 12.000 insurgentes entró en el Callao sin necesidad de combatir.

En esta notable acción tuvo Valdés una parte muy activa, pues condujo una de las dos columnas en que para verificarla se dividió la infantería; con ella al llegar a Bella Vista persiguió vivamente a 400 enemigos que se fugaron precipitadamente hacia Lima y de este modo quedó franco el paso al Callao para la división entera.   

Valdés sostuvo asimismo varios encuentros con los enemigos durante las notables maniobras del ejército español en estos días, y principalmente el día 11 en Chacaralta, el 19 en Boca Negra, y el 27 en Caballero; contribuyendo a obtener la extraordinaria gloria adquirida en esta campaña en que tan escasa fuerza y a la vista de tan numerosos enemigos atravesó por tres veces las líneas insurgentes sin haberlo éstas podido impedir. La campaña del Brigadier Canterac sobre Lima y el Callao forma una de las páginas más brillantes de la historia de las armas españolas, y no sin gran justicia la ponderan los extranjeros como digna de figurar entre los hechos de los más grandes Capitanes; los Jefes, Oficiales y Soldados que tomaron parte en ella adquirieron los mejores títulos a la gratitud de su patria; y el Coronel Valdés como Jefe de Estado Mayor, hubo de obtenerlos más especiales, así por la influencia de su consejo en las operaciones como por la ejecución personal de las que se confiaron a su pericia y esfuerzo.

Decidido Canterac a replegarse a la Sierra, no sin antes haber puesto a disposición del Gobernador del Callao la suma correspondiente para contratar con los extranjeros la adquisición de los víveres necesarios para mantenerse, emprendió su movimiento dirigiéndose primero a Copacabana y continuando sobre Huamantanga por la quebrada Trapiche; el enemigo que tan prudente se había mostrado hasta entonces, creyó llegado el momento de derrotar la División en la cual debilitado el espíritu por los trabajos pasados y por no haber sido llevada a la pelea, había entrado ya en una deserción espantosa; inútil fue sin embargo el confiado empeño de las columnas enemigas que se presentaron sobre la retaguardia, pues fueron rechazadas siempre con gran pérdida por los valientes y disciplinados restos de la División; Valdés dio el día 20 en Porochuco nuevos rasgos de bizarría, como expresa el historiador Torrente; pues batió una fuerte columna de infantería y caballería enemiga, y el día 23 las once de la mañana dio en las cercanías de Huamantanga y en unión de Carratalá, un impetuoso ataque a los insurgentes, que sin poder resistirlo cedieron el campo a aquellos bravos.

Mientras que estos españoles se cubrían de gloria, se dirigió Canterac en persona a Porochuco, por el camino real seguido de un puñado de valientes; dirigidos éstos por Valdés se presentaron al frente del pueblo, atacaron las alturas de retaguardia posición extraordinariamente fuerte y defendida por más de 500 hombres; y a pesar de una obstinada resistencia ocupó la infantería las alturas; Valdés dio el último golpe al enemigo en una recia carga que con una mitad de dragones le dio por el camino real, acuchillándole y persiguiéndole en la fuga que emprendió hasta más de una legua, habiendo quedado sobre el campo más de 30 insurgentes muertos, y en poder de nuestras tropas, 20 prisioneros, 200 fusiles, más de 150 caballerías ensilladas, y al decir de Canterac, regado el campo de gorras, sombreros y espadas de oficiales y diferente despojos militares.

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La División Canterac, que mejor podía llamarse esqueleto, llegó finalmente sin obstáculo al valle de Jauja, después de haber repasado el 26 y 27de septiembre, por tercera vez en el corto intermedio de dos meses, la fría y escabrosa cordillera de los Andes; quedando desde el 28 al 1 de octubre acantonados los cuerpos desde Tarma a Huancayo.

Se vio claramente que la intención del enemigo, por más hostil que fuese, se limitaba a apoderarse de la costa hasta Arica, sin intentar empresa alguna sobre la Sierra, pero la conservación de aquel salvador terreno podía ser imposible si el enemigo llegaba a persuadirse del lastimoso estado en que se hallaban las tropas. Necesitaba el Virrey atender a la organización, equipo y aumento de sus fuerzas cuya última parte no podía lograr situado en el punto extremo en que se hallaba, y por más que su cercanía a Lima fuese de conocida ventaja debió pesar más en su prudencia la necesidad de establecerse en un punto más central, retrocediendo al terreno del cual debían salir reclutas para reemplazar las bajas del ejército, que precisamente estaban en las provincias de retaguardia. Por tanto y con general aplauso, resolvió trasladarse a la ciudad de Cuzco, antigua capital de los Incas habiendo antes adoptado diferentes disposiciones orgánicas, por una de las cuales fue trasladado Valdés al Estado Mayor del Ejército del alto Perú, cuyo Cuartel General se había establecido en Arequipa.

Año 1822

En el año 1822 mandaba el Ejército del alto Perú, como General en Jefe, el Teniente General Don Juan Ramírez y Orozco; pero encontrándose muy mal de salud le era imposible dar a las operaciones militares todo el impulso que requerían las circunstancias; para que aquellas no se resintiesen de la deplorable condición física del General, fue enviado como Jefe de Estado Mayor el Coronel Valdés.

Encargado de su nuevo destino, tuvo que salir inmediatamente al encuentro de los enemigos y sobre ellos obtuvo muy en breve ventajas de gran importancia; les batió en Caravelí; en las inmediaciones de Huancaunanca, y en otros diversos puntos les tomó varios prisioneros, dos piezas de artillería, armas, municiones y diferentes y abundantes pertrechos de guerra; y por último logró restablecer en el territorio la paz y la confianza. La división insurgente de Tristán que antes de la llegada de Valdés a aquel Ejército amenazaba de flanco las provincias de Huancavelica y Huamanga, y que si resolvía a cruzar la cordillera hubiera podido interponerse entre las posiciones de Jauja y el resto del Perú, fue la que sufrió de Valdés los indicados ataques, dirigidos con tanta más actividad y decisión, cuanto más gruesos destacamentos de la indicada división enemiga, alcanzaban ya a Caravelí, conmoviendo los pueblos y amenazando de frente la provincia de Arequipa, punto en que se hallaba el General en Jefe español. Las operaciones de Valdés en esta ventajosa campaña merecieron los mayores elogios; con ellas, además de derrotar al enemigo cuantas veces se puso por delante, mantuvo en incansable expectativa a la división Tristán obligando a su Jefe de Estado Mayor Don Agustín Gamarra, a que creyendo que solo Valdés le buscaba con una fuerza que consideraba muy inferior, se replegase con su General desde Nasca a Ica en donde sufrieron la más terrible derrota encontrándose inesperadamente con las fuerzas de Canterac; de este modo la gloria conquistada con la victoria de Ica, célebre por ser la primera en que la fortuna se presentó decidida a favor de las operaciones del Virrey, pertenece también al Coronel Valdés, que si no hubiese llegado a encontrarse en la acción mediante a que sus marchas diestramente dirigidas, fue la causa que llevó a la división Tristán al punto preparado para su derrota.

No debemos pasar en silencio en este lugar un incidente que denota hasta que punto alcanzaba el genio de Valdés cuando se trataba de la defensa de la causa de la madre patria, y la oportunidad e inteligencia con que sabía aprovechar las menores circunstancias para lograr su noble objeto. El hecho fue que a los tres días de haber abandonado el Ejército la ciudad de Lima, y precisamente el mismo en que de ella se habían apoderado los independientes, ocurrió un terremoto tan espantoso que destruyó los edificios de alguna solidez, contándose varias iglesias situadas entre Lima y Arequipa; los habitantes de aquellos pueblos se vieron por culpa de este, no solo privados de albergue sino de alimentos y subsistencias; lo que casi provocó una mortífera epidemia de que apenas lograba salvarse el que llegaba a ser atacado. Derrumbada la iglesia de Caravelí tuvieron sus habitantes la necesidad de formar un gran barracón de madera en medio de la plaza para que les sirviese de templo; y conservando en una división especial de aquel llamada sacristía, no solo el Santísimo, sino los ornamentos y vasos sagrados, se produjo un incendio y quedó todo abrasado y extinguido, probablemente por un descuido del sacristán. Se encontraba Valdés en el indicado pueblo con las tropas de su mando, y acudieron inmediatamente al punto de la catástrofe para ayudar a apagar el incendio con sus soldados, a los cuales dio personal ejemplo subiéndose sobre el barracón para el mejor acierto de las disposiciones, tuvo el disgusto de no haber podido salvar las sagradas prendas guardadas en la sacristía, punto que precisamente hubieron de reducir las llamas a ceniza. Logró sin embargo cortar el fuego y aprovechándose del natural estupor y sobreexcitación de los ánimos, dirigió al pueblo reunido en la plaza una notable y entusiasta arenga en que con los más vivos y precisos colores, les hizo palpable que aquellos hechos eran avisos o castigos  que les enviaba el cielo por su infidelidad a la legítima causa:

“Dios, exclamó, os ha amonestado con el terremoto para que os arrepintieseis y volvieseis al camino del deber: luego os envió la peste para vencer vuestra dureza, y hoy finalmente, cansado de vuestra obstinación y perjurios, ha querido más bien abrasarse con todas las alhajas de su culto, que permanecer por más tiempo entre vosotros. Volved vosotros: cumplid fielmente con la obediencia que debéis al rey, someteos a las autoridades que le representan, y entonces, no lo dudéis, solo entonces cesará la venganza celeste de amenazar vuestras cabezas.”

Durante las operaciones dirigidas por Valdés contra Tristán de que ya hemos hablado, el 27 de febrero fue ascendido a Brigadier, después de llevar cuatro años de Coronel efectivo, en las activas campañas indicadas; en el mismo atraso de empleos se encontraban los demás Jefes que tomaron parte en la deposición del Virrey Pezuela, por haberse puesto todos ellos de acuerdo en el propósito de no recibir ascensos mientras que S. M. no aprobase la conducta que habían observado en aquel suceso, como sucedió después de 14 meses.

Volvió Valdés a Arequipa después de la extraordinaria victoria de Ica, y pocos días después de su llegada fue nombrado Comandante General de la provincia, en reemplazo del Teniente General Don Juan Ramírez de Orozco, cuyo mal estado de salud le obligó a volver a España; no tardó Valdés en emprender una nueva campaña, no menos penosa que la anterior, tanto por la clase de terreno en que debía verificarse como por las grandes distancias que tuvo necesidad de recorrer en medio de los mayores obstáculos y privaciones. Agitaba el caudillo Lanza la tea de la insurrección en los valles de la provincia de la Paz, e interceptando el camino que conduce a Oruro desde las provincias del interior, llevaba su influjo hasta la misma capital de aquella; Valdés marchó a Cuzco a tomar del Virrey las instrucciones verbales que debían guiarle en la importante expedición contra aquel insurgente y después tomó la posta, llegando a la ciudad de la Paz distante 280 leguas, tan oportunamente que sin su pronta aparición habría sucumbido al caudillo Lanza, que se hallaba a solo tres leguas de distancia. Pero la presencia de Valdés como cita el General Camba, produjo el más saludable efecto en los ánimos de todos infundiendo aliento al soldado y confianza al paisanaje fiel. Valdés hizo que inmediatamente salieran de Oruro y Cochabamba destacamentos en proporción a la guarnición escasa que les defendía; dispuso que éstos llamaran por diferentes puntos la atención del enemigo, aprovechando toda la coyuntura favorable para acometerlo; y reuniendo en La Paz la gente que le fue posible, se dirigió con rapidez sobre Lanza alcanzándole en los escabrosos valles de Yungas y le derrotó tomándole las dos piezas de artillería que llevaba, muchas armas y municiones, porción de ganado y varios prisioneros, ocasionándole además gran pérdida en muertos y heridos. Finalmente, el caudillo Lanza con un miserable resto de su facción tuvo que huir buscando refugio entre los indios infieles fronterizos.

El crédito de Valdés había llegado a su apogeo por el afortunado término que había sabido dar a todas las empresas militares que se habían remitido a su cuidado; reconocido por todos como uno de los brazos más principales de la causa española en el Perú, mereció a finales del año que se le confiase la ardua misión de oponerse a los grandes esfuerzos que se hicieron entonces por los insurgentes de Lima para restablecer su crédito que tanto había llegado a retroceder en los campos de Ica, no menos que con la reposición extraordinaria que lograban de día en día las fuerzas y el dominio del Virrey.

La junta insurgente del gobierno de Lima había dispuesto y despachó con notable prontitud una fuerte expedición que debía desembarcar en las costas de Arequipa; su mando fue conferido al General Don Rudecindo Alvarado, uno de los Tenientes de San Martín, quien ya entonces se hacía nombrar con el pomposo y significativo título de “Protector del Perú”. Organizada la expedición en tres divisiones, se embarcó en el puerto del Callao los días 10, 15 y 19, sin que ningún obstáculo se opusiese a ello porque ni un solo buque de guerra español surcaba entonces las aguas del Pacífico. Orientado el Virrey de la entidad, designio y punto de desembarco de la expedición de Alvarado, tomó las disposiciones necesarias para recibirla y la primera fue ordenar al Brigadier Valdés, ocupado entonces en consolidar el orden en algunos pueblos de la provincia de La Paz, que se trasladase sin pérdida de tiempo a Arequipa, y se encargase del mando de las tropas allí existentes, pues debían ser las primeras que hiciesen frente a los progresos del enemigo.

Constaban las fuerzas reunidas en Arequipa a las órdenes de Valdés, de los Batallones de Gerona y Centro, mandadas por los coroneles Don Cayetano Ameller y Don Baldomero Espartero; tres Escuadrones de Cazadores montados, el de Dragones de Arequipa, y el 3º de Dragones de la Unión, al mando de los Tenientes Coroneles Don Feliciano Asin Gamarra, Don Manuel Horna y Don José Puyol; con alguna artillería, y una Compañía de Cazadores de la que era Capitán Don N. Rolán. Finalmente el Brigadier Valdés reclamó al Virrey para Jefe de Estado Mayor a Don Andrés García Camba.

El Brigadier Valdés se había ya situado en los primeros días de diciembre en los altos de la villa de Moquehua con la Compañía de Cazadores, los cinco Escuadrones y dos piezas de artillería, ocupando a Torata el Batallón de Gerona y a Omate el del Centro; hecho lo cual fueron comunicadas a todos los puntos de la costa sur de Arequipa órdenes precisas para que sus habitantes retirasen de las cercanías del mar toda clase de ganado y demás recursos, principalmente de conducción que pudieran servir para el transporte de las tropas y efectos del enemigo. Por lo demás se mandó a Olañeta que observase la costa de Tarapacá y a Canterac que reforzase a Valdés con dos Batallones y algunos Escuadrones; el mismo General Canterac, que lo era en Jefe del Ejército del Norte, condujo al Sur este refuerzo, con más ganas de buscar riesgos en que probar su reconocido valor, que de asistir como parecía más necesario a la defensa del valle de Jauja, que tenía a su cargo.

Creyó Valdés que hecho el desembarque de los enemigos no les quedaba a éstos otra elección que dos únicos planes de campaña; el primero desplazarse por la costa marchando sobre Arequipa; y el segundo pasar desde Arica la cordillera y presentarse sobre Oruro, amenazando las provincias de Potosí, Charcas, Cochabamba y La Paz; o sea todo el alto Perú. Consideraba Valdés que la campaña sería más corta, decisiva y menos penosa si Alvarado se decidiera por el primero de dichos planes; y deseando conducirla a este resultado escribió al Virrey, manifestándole que obraría en aquel sentido tan pronto como desembarcasen  los insurgentes, procurando dirigirlos por las inmediaciones de Moquehua. Nombró Valdés con este propósito partidas mandadas por los Oficiales de más confianza, reputados y de más actividad y energía, para que por sí mismos hiciesen ejecutar puntualmente las activas órdenes expedidas para despojar al enemigo en su desembarque de todo medio de transporte y de mantenimiento, como caballos, mulas y ganados de toda especie, conduciéndolos a retaguardia al indicado punto de Moquehua; Valdés había previsto, con razón, que faltos los independientes de tan indispensables artículos al pisar las playas, se verían imposibilitados de maniobrar, y que si lo hacían no podía dejar de ser en busca de aquellos.

También hizo presente a Virrey que las fuerzas de Canterac no debían pasar por entonces de la ciudad de Puno, donde en actitud de cooperar con las de Valdés a la derrota de Alvarado, se encontraban; el prudente Brigadier había pensado que consiguiendo llevar al insurgente sobre Moquehua, podía Canterac desde su posición desembocar sobre la retaguardia de las tropas españolas, que impedirían al enemigo notar la llegada de aquel refuerzo, y que unido en el momento necesario a la división principal, cuando Alvarado se hallase bastante lejos de la costa, podía descargarle el único golpe que se necesitaba en tal caso para su ruina despojándole en la fuga del refugio de los buques.

No menos conveniente era el sostén de la indicada posición de Puno, en el caso de que el jefe independiente lograse encaminar las operaciones por los impulsos del segundo plan; si Alvarado se dirigía a Oruro podría desplazarse Canterac en dirección del Desaguadero y presentarse al frente del enemigo sobre aquel río, muy difícil de vadear; en tanto que Valdés le acosaba de cerca durante la penosa marcha del paso de la cordillera, que necesariamente debía hacer, llevándole así medio batido al indicado río cuyo paso defendería Canterac. En este punto era imposible que Alvarado, atacado por frente y retaguardia, resistiese al combinado ataque de Canterac y Valdés.

Se reconoce el acierto y la precisión con que estaba calculado este plan que el Virrey adoptó ordenando al General en Jefe del Norte que no se moviese de Puno mientras no fuese avisado por el Comandante General de la costa; por los resultados puede calcularse más principalmente la inteligencia de los cálculos hechos por Valdés con un mes de antelación; el término de la campaña y el punto en que la destrucción de los enemigos debía consumarse fue todo preciso resultado de las hábiles maniobras con que aquel digno jefe logró conducirles como por la mano, a justificar plenamente sus designios y esperanzas.

En efecto se reunió en Arica toda la división de Alvarado, cuya noticia supo Valdés el 6 de diciembre; los enemigos se toparon con los obstáculos de traslación que les había dispuesto el Jefe español. Habiéndose adelantado dos Batallones y 50 caballos independientes a la quebrada de Chacalluta, dos leguas al Norte de Arica, marcho el día 9 el Brigadier  Valdés a Sitana con la caballería y las dos piezas. En este punto se encontraba cuando recibió un oficial parlamentario con un pliego del General insurgente en que se proponía el canje de prisioneros; bien comprendió Valdés que aquella era una estratagema para averiguar su situación y fuerzas así que en lugar de atender al hecho de que directamente parecía querer tratarse, aprovechó el conducto del mismo para dirigir a Alvarado esta notable respuesta:

Como la presente campaña debe ser de corta duración por sus circunstancias, se podrá tratar el canje de prisioneros después de terminada.”

Después de varias operaciones parciales dispuestas por Valdés para asegurar en lo posible la falta de transportes y subsistencias a la División de Lima, tuvo noticia de que unos 1.200 hombres de infantería y caballería, pertenecientes a aquella habían ocupado a Tacna el día 29; encontrándose en Sama el Jefe español, pero no obstante las 10 leguas de arenal muerto, desierto y sin agua que separan uno y otro punto, si bien fiado en la buena calidad de su tropa se propuso dar principio a la campaña por un atrevido golpe de mano cayendo de sorpresa sobre el indicado número de insurgentes antes de que se les incorporasen otras fuerzas.

Valdés se puso en movimiento el 31 de diciembre del año 1822, al frente de 400 caballos, 400 infantes montados y las dos indicadas piezas, sufrió un extravío de ruta en aquellos arenales, cosa muy común hasta entre los mismos prácticos del terreno, principalmente cuando semejante dirección se emprende en medio de las sombras de la noche; y tal fue la causa de que retrasada la marcha amaneciese el 1º de enero de 1823 sin que se alcanzase a descubrir el valle de Tacna. Frustrada por esta razón la proyectada sorpresa, se inclinó Valdés un poco hacia la izquierda descendiendo a Calana, pueblo donde entró a las siete de la mañana; se encontraba este punto a dos leguas de Tacna, en dirección a la inmediata cordillera; y pudiendo servirle ésta de retirada es indudable que no pudiera haber escogido mejor posición para determinar sobre las operaciones ulteriores, mientras que se lograba el descanso, alimento y agua para la tropa, caballos y mulas que llevaba.

No fue poca la fortuna para las armas españolas el que Valdés hubiese cerrado la ruta en la noche anterior, pues de haber caído sobre Tacna como deseaba, se hubiera encontrado con el mismo Alvarado, el cual desde el día anterior, según informaron los vecinos de Calana se hallaba también en aquel punto con el grueso de la división que pasaba de los 5.000 hombres y apareció formada al amanecer instruida del proyecto de los españoles. Otra ventaja de grave entidad hubo de lograrse por virtud del extravío de Valdés en los indicados desiertos, mediante a que aún dado el no presumible caso de un triunfo sobre los insurgentes, solo hubiera conseguido ponerlos en fuga y tomar sus buques cuando el objeto principal de la campaña, según oportunamente lo previó el mismo brigadier Valdés, era acometerles y destruirles lejos de la costa para que se viesen privados de aquél extremo recurso.

Las avanzadas que Valdés había situado en dirección de Tacna, y en cuya vigilancia descansaba el resto de las fuerzas, avisaron a las diez de la mañana que gruesas columnas de infantería y caballería se adelantaban por el camino sobre la posición de los españoles; se aprestó la gente según convenía a la gravedad de la noticia y Valdés seguido de su Jefe de Estado Mayor y ayudantes de órdenes, se adelantó a reconocer la marcha del enemigo; después volvió con los suyos y mandó al coronel García Camba, su Jefe de Estado Mayor, que hiciese formar por escalones apoyando la derecha a un cerro de arena que en progresión ascendente es extendía de Este a Oeste; la caballería a vanguardia por escalones, detrás la segunda Compañía de Gerona, formada casi entera por veteranos europeos con las dos piezas de artillería; y siguiendo los 400 infantes a cuya cabeza se hallaba el Coronel Espartero; finalmente ordenó al teniente Don Juan de Dios Arteaga que sostuviera con 25 caballos al ayudante de Peralta y que todos a las órdenes del Capitán Blanco, con otra mitad de reserva, siguieran a retaguardia los movimientos de la columna a que pertenecían, sosteniendo cuanto fuese posible el empuje de los enemigos.

Adelantaron los independientes unos 2.000 hombres a las órdenes del Coronel Martínez, segundo Jefe del Ejército, los cuales cargaron nuestras partidas avanzadas; pero viendo que solo 37 cazadores  montados les disputaban el paso con una tenacidad increíble, como escribe el autor de las citadas Memorias, mientras que el resto de los españoles permanecía sereno e inmóvil en escalones, hubieron de detenerse para dar tiempo a la reunión de sus fuerzas disponiendo que un Batallón y un Escuadrón pasaran a tomar el cerro de arena desplazándose sobre nuestra derecha. Inmediatamente se adelantó Valdés con el Jefe de Estado Mayor a reconocer la operación en que ya se había comprometido el enemigo y pensó en hacer adelantar al cerro dos Escuadrones para que cargaran y escarmentaran a los que intentaban dominarlo, pero desistió del proyecto comprendiendo lo funesta que pudría ser la desmembración de fuerzas teniendo al frente un enemigo tan superior en número. El enemigo adelantó entre tanto una guerrilla apoyada por un escuadrón de lanceros, viéndose obligado Peralta  a replegarse sobre la mitad del capitán Blanco; las guerrillas españolas desplegaron desde aquel momento tal destreza y bravura militar, que a pesar  de haber sido reforzada la de los disidentes, no menos que con una Compañía de Infantería sostenida en reserva, un Batallón y tres Escuadrones, no pudo ganar otro terreno que el que le permitía el imponderable Capitán Blanco, jefe de nuestras indicadas guerrillas.

Por último adelantó el enemigo sus fuerzas sobre el frente de los Escuadrones de Valdés, haciendo un vivo fuego de cañón que los defensores de la integridad hispánica hubieron de sostener con admirable e imperturbable serenidad, hasta que Valdés mandó iniciar la retirada pero con mucha pausa. Desde entonces, como manifiesta el mismo Valdés en su parte al General Canterac, presentó el campo una vista verdaderamente teatral; los enemigos al emprender Valdés su retirada, hicieron sobre los escalones en que seguía su marcha la tropa numerosos tiros de bala rasa y metralla; en vano trataban de fingir más grave su agresión con el griterío con que la acompañaban, con pretensiones de inspirar el terror por las vías de los ecos; y en vano también era impulsada la Infantería con continuos toques de trote para que acometiese; la serenidad de los españoles no se desmintió ni un solo instante y no sin que nuestra artillería jugase haciendo verdadero estrago en los enemigos, a los cuales impuso Valdés silencio y detuvo su marcha haciendo dar frente a los escalones, continuó la pausada cuanto gloriosa retirada de la columna llevando en detrás y a respetuosa distancia a los insurgentes; éstos no lograron adelantar un solo paso sin la tranquila y conveniente aquiescencia de aquella, hasta que después de dos leguas andadas en esta forma, acampó en Pachía, donde sin novedad alguna hubo de pasar la noche. ¡Notable facción en que jefes, oficiales y soldados se excedieron a todo merecimiento, y tanto más digna de encomio cuanto que casi toda la columna constaba  de peruanos!.

Reconocida la posición de los disidentes en su campo de Calana, emprendió Valdés el día 2 la marcha hacia Moquehua a donde deseaba atraer a aquellos; y siguió al efecto la vía de los pueblos de las cabeceras de la sierra; durmió aquella noche en Pallahua, y la siguiente en Tarata, donde descansó el día 4. Mientras que Espartero quedaba en el mismo punto con las cuatro compañías del cuerpo de su mando para impedir que los enemigos sacasen de allí ningún recurso, el día 5 pasó Valdés a Chaspalla, llevando la 2ª compañía de Gerona, caballería y artillería, acampó el 6 en los alfares de Candarave, y sabiendo que los enemigos se extendían hasta Locumba por la costa, trasladó su campo al Norte del pueblo en que se hallaba, con el objeto de cubrir la desembocadura de la quebrada  de Huaniara, que sigue a Ilabaya y Locumba, mandando a Espartero que emprendiera su dirección. Valdés pernoctó el día 8 en Camilaca; acampó el 9 en Cerropelado, y después de ordenar a Espartero, en vista de las noticias que adquiría de los movimientos del enemigo que se había apoderado ya del valle de Sama, que forzando jornadas se replegara sobre Torata, prosiguió su marcha el día 10, en que llegó a unirse a Ameller en lo alto de la villa de Moquehua.

Se recibió al día siguiente la noticia de que 150 infantes y otros tantos caballos de Alvarado habían entrado en el valle de Locumba; este aviso fue muy satisfactorio para el jefe español, pues era un indicio seguro de que el enemigo seguía la dirección deseada de Moquehua, donde según el plan de Valdés debía realizarse la reunión de Canterac con las tropas de su mando. Insistiendo Valdés en su propósito dispuso, que Ameller con fuerza suficiente, sorprendiera a los disidentes de Locumba, o en otro caso se internase en la Sierra para permitir la reunión del grueso enemigo en aquel valle o precipitar  su marcha a Moquehua; pero careciéndose de noticias  de este jefe desde el día13 en que había partido, discurrieron serios temores de su pérdida en el ánimo de Valdés, quien movido por su natural ansiedad trasladó el 15 el campo a la izquierda del río Moquehua. Aquel día se recibió oficio de Canterac, General en Jefe del Ejército, participando su salida de Puno hacia Torata, subiendo con de punto en el ánimo de Valdés la necesidad de llamar a los enemigos en aquella misma dirección, que era su constante pensamiento. En cuanto a Ameller, se recibió por último a las cuatro de la tarde noticia comunicada por él mismo de que había ganado la retaguardia enemiga para excitar el combate, sin perder de vista el objeto de su retirada a la Sierra. Resultaba de este modo interpuesto el ejército disidente entre Valdés y Ameller; pero este bizarro jefe, por medio de bien dirigidos y arreglados movimientos ganó a Torata, donde acampó y pudo comunicarse con Valdés.

Desde entonces continuaron las operaciones con tanta ventaja para la realización del plan del Brigadier Jefe español, que en su parte del 20, dirigido a Canterac, pudo escribir estas proféticas frases:

Hasta ahora todo ha salido a medida de mis deseos y el enemigo marcha a su total destrucción.”

Alvarado había efectivamente, llevado sus armas sobre Moquehua, adelantando sus guerrillas hasta las casas del pueblo, mientras que Valdés, que personalmente había observado sobre el terreno y en sus progresos al contrario, se estableció en la parte opuesta, al abrigo de las mismas casas de la villa, que formaba al anochecer la línea divisoria de los beligerantes. Valdés se movió en la misma noche sobre Yacango, sin ser molestado por el insurgente, quien a pesar de su proximidad no echó de ver la marcha; en aquel punto se resolvió esperar el día 18; pero Alvarado se contentó con trasladarse al Este de Moquehua en el mismo sitio que había dejado el jefe español.

Era el amanecer del día 19 cuando los puntos avanzados sobre los altos de Somehua, que dominaban el campo insurgente, dieron aviso de su movimiento hacia Torata; Valdés había situado en Yacango la infantería y a Ameller con la caballería, artillería y demás tropas que antes le habían acompañado, entre Zabaya y Valdivia, sobre el camino de Puno que traía Canterac, mandó emprender una retirada lenta y sostenida desde la quebrada de Yacango a los altos de Valdivia; cuyo terreno presentaba una serie de alturas no interrumpida hasta los Andes; en esta ocasión hubo de repetirse el bello espectáculo de la retirada de Calana, no logrando avanzar los disidentes más terreno del que permitían las fuerzas españolas; la falsa noticia que se recibió de que Alvarado había hecho adelantar fuerzas que se decían situadas en el alto de Valdivia, hizo discurrir la alarma en el campo de Valdés, quien precipitó la retirada pero reconocido prontamente el error que acababa de padecerse, volvieron los españoles a sostener palmo a palmo el terreno, teniendo lugar con este motivo un nutrido y a veces horroroso fuego por ambas partes.

En este estado y siendo las cuatro de la tarde, tuvo lugar la llegada de Canterac, que se había adelantado a las fuerzas que le seguían de Puno, y aquel esforzado general no pudo dejar de admirar la decisión y entusiasmo de las tropas de Valdés, que despreciaban la superioridad numérica de los contrarios. Alvarado adelantó sobre el flanco derecho español dos batallones de su izquierda, protegido por el regimiento Río de la Plata; se mostró en este movimiento bien seguro del triunfo por la superioridad numérica de sus fuerzas; pero habiendo mandado Canterac y Valdés reunidos, que Ameller con tropas de refresco reforzase la derecha y atacase por  el frente sin reparar en el número, se aprovechó el momento en que este jefe al grito de viva el Rey, hacía una espantosa carnicería en los insurgentes, sembrando el campo de heridos y cadáveres, para dirigir sobre el resto de la línea disidente un ataque pronto y general; las armas españolas triunfaron por todas partes después de un violento choque, sucediendo en esta memorable acción que dos Batallones y tres Escuadrones batieron todo el ejército libertador del Sur cuyas tropas huyeron desordenadas, mientras que sus posiciones eran ocupadas por las nuestras.

El ejército de Alvarado tuvo en esta ocasión más de 700 hombres fuera de combate, mientras que en el de Valdés hubo una pérdida de 250 individuos, casi irreemplazable por su calidad, según opinión que el Jefe de Estado Mayor García Camba emite en sus memorias; en esta grave pérdida se contaron Jefes y Oficiales de mucho crédito, y hasta el mismo Valdés recibió una peligrosa contusión en una cadera. Los enemigos le mataron a Valdés dos caballo, cayendo debajo del segundo; en esta situación hubiera muerto inevitablemente bajo el hierro o las balas enemigas, si el Coronel Espartero no le hubiera salvado del peligro.

No sin fundamento se temía que Alvarado intentase reparar su derrota volviendo sobre los vencedores de Torata en aquella misma noche, pues era el único medio que le quedaba para reparar la gravísima pérdida que había sufrido; teniendo en tan ventajosa posición al ejército contrario, engreído con su triunfo. Alvarado obró de diferente modo, como se vio al amanecer del día 20, en que los disidentes emprendieron su retirada a Moquehua. Valdés, a pesar del terrible golpe que había recibido, se trasladó a Yancago a las tres de la tarde recogiendo algunos papeles y los sellos del Estado Mayor olvidados por el enemigo en una casa. Siguió el General en Jefe Canterac la dirección de Valdés sobre Moquehua, llevando la retaguardia; y eran las ocho de la mañana del 21 cuando las tropas Reales vieron al ejército enemigo acampado en Somehua. Tomó éste posición en los altos inmediatos a la villa, llamados Huanco o Chenchey, decidido a arrostrarlo todo en la triste inteligencia de que no podía continuar en retirada sin experimentar una disolución completa; Alvarado apoyó la izquierda tocando casi las casas de Moquehua, y prolongó su línea a los bordes de un ancho barranco, que por ciertas partes era profundo, pedregoso y escarpado. El Ejército español hizo alto a las diez de la mañana a la derecha del barranco, la línea divisoria de los combatientes.

Los caudillos españoles, instruidos por el Jefe de Estado Mayor García Camba, muy conocedor del terreno, comprendieron prontamente la posición de los disidentes siguiéndose inmediatamente la confección del plan que tan funesto hubo de ser a Alvarado; servía de cauce el barranco a las lluvias que desprendidas de la sierra corren impetuosamente a la costa; y por medio de él había un camino de herradura que desde el lado de la posición española conducía, poco más o menos, al centro de la Alvarado; éste había cubierto con artillería aquella senda; una árida altura que elevándose en prolongación del barranco formaba una larga cuchilla a la derecha de los disidentes y que se encontraba muy descuidada por éstos, se entendió que por aquella parte debía dirigirse la acción principal. En tal concepto cruzó Valdés el barranco a medio cuarto de legua por la izquierda, se apoderó de la altura, y se dirigió por ella a la derecha del enemigo; Canterac, entre tanto, con el resto de fuerzas se aproximó en dos columnas paralelas al frente de la línea de aquel. En vano hizo adelantar el jefe insurgente una gruesa guerrilla sostenida por un batallón para detener la marcha rápida de Valdés, pues éste la llevó a cabo mientras que los demás jefes conducían por las demás partes su respectiva división; de este modo el famoso ejército libertador, compuesto al decir de su general de guerreros agobiados por el peso de los laureles, perdieron su posición a la una del mismo día, las tres piezas de artillería que habían jugado, armas, banderas y municiones, y más de 1.000 hombres prisioneros con 60 Jefes y Oficiales, sin contar los muchos muertos y heridos sembrados por el campo de batalla. Los restos corrían por todas partes en completa dispersión; pero retirándose la caballería en orden por la Rinconada, hizo Valdés adelantar sobre ellas a los cazadores montados y granaderos a caballo de los Andes hasta  que la alcanzó, acuchilló y rindió.

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El brigadier Valdés, incansable siempre, olvidándose del deplorable estado de su propia persona, finalizó su obra siguiendo a las huellas de los fugitivos, logrando impedir el embarco de muchos en los buques fondeados en aquel puerto; después se retiró a descansar de sus fatigas, y a restablecer su quebrantada salud; habiendo llegado a Moquehua el día 26, casi imposibilitado de moverse de resultados de la caída de Torata.

He aquí, dice Camba en sus Memorias, el término de esta campaña, siempre memorable, en que si la tropa y los oficiales españoles dieron relevantes pruebas de  bravura y de constancia, sus generales, y muy particularmente Valdés, desplegaron en la dirección de sus operaciones, tanto tino, actividad y acertada previsión como errores y faltas cometió el caudillo enemigo, imperdonablemente confiado, que no contribuyeron poco a acelerar la total destrucción de su ejército.”

El premio no podía dejar de seguir a tan extraordinarios servicios, y el Virrey La Serna que tan parco se mostraba siempre en conferirle, cedió en esta ocasión a la justicia con que le reclamaba el mérito; ascendió por a Valdés al empleo de Mariscal de Campo, con la antigüedad del día 1 de febrero de este año; pero este pundonoroso jefe se resistió sin embargo con tenacidad el admitir aquel ascenso; y solo la consideración de que convenía habilitarle para que pudiese encargarse del mando en Jefe del Ejército del Sur, que solo como Comandante General había dirigido entonces, le obligaron a ceder de su firme propósito. Por el mérito contraído en esta célebre campaña fue además propuesto al Gobierno, previo el correspondiente juicio contradictorio, para la Cruz Laureada de San Fernando de cuarta clase; pero no la obtuvo porque el mismo Gobierno, después de haber aprobado su ascenso a Mariscal de Campo creyó deber conferirle la Gran Cruz de aquella Orden, gracia que distinguió durante mucho tiempo al General Valdés por no haberla obtenido hasta 1830 ningún otro Mariscal de Campo que el de esta clase Morales; en dicho año comenzaron a ser algo infringidos los reglamentos y al no escasear tanto estos insignes premios solo establecidos para el verdadero valor y mérito militar. Finalmente recibió de los habitantes de Arequipa un sable con la empuñadura y vaina de oro, con este lema: “Los amantes del verdadero mérito al héroe de Torata, Valdés”, galardón no menos precioso que los anteriores en el concepto del Jefe que lo había obtenido, quien estimaba en mucho el amor y la confianza de los pueblos, pues estos sentimientos eran la prueba más irrecusable de la nobleza, lealtad y patriotismo de su conducta.

Si los notables triunfos conseguidos en el territorio peruano por las armas de aquel virreinato elevaban su crédito y prestigio, debilitando en la opinión general la causa sostenida por los independientes, grandes debían ser todavía sus sacrificios y esfuerzos antes de coronar la obra de reposición de tantas pérdidas; en toda América, a excepción de Chile y el Perú, tremolaba completamente victorioso el pendón de la independencia del Nuevo Mundo; y comparada la extensión de este poder con la que con tanta gloria sostenían los españoles, sencillo era concebir que organizado en dos bandos por medio de la asociación de los elementos más distantes al logro de un fin común, no podía menos que vaticinarse la victoria de parte de los americanos.

Este pensamiento obró en la imaginación de Riva Agüero, nuevo encargado del supremo poder disidente de Lima, para consolarle de la derrota de Alvarado y no temer los progresos de los realistas si llegaba a conseguir la asociación de América independiente; en cuya virtud pidió refuerzos a Buenos Aires, Chile y Colombia, república de que era presidente Simón Bolívar; este célebre corifeo remitió al Callao la división al mando del general José Antonio Sucre, menos para favorecer las miras de Riva Agüero que para abrir paso al Perú, cuyo dominio andaba por los ámbitos de su ambición; y el indicado Riva Agüero por su parte formó como por ensalmo un numeroso cuerpo de ejército y aprestó una expedición al Sur, cuyo mando en jefe dio al General Santa Cruz, y el de segundo y Jefe de Estado Mayor a Don Joaquín Gamarra.

El Virrey La Serna, que tratando de aprovechar las ventajas producidas por la destrucción de Alvarado, se preparaba para dar un golpe de mano sobre Lima y enseñorearse nuevamente de esta capital y del Callao, supo con la debida anticipación de las disposiciones de Riva Agüero, y creyéndolas en extremo peligrosas a la causa de la Patria trató de prevenir sus fatales consecuencias distrayendo de la expedición proyectada contra Lima algunas fuerzas, que situadas en Huamanga estuviesen dispuestas a impedir, con las que custodiaban el territorio, que fuesen invadidas las acostas al Sur de Arequipa, y aún las provincias  centrales; de esta disposición se produjo una terrible disidencia entre el Virrey y el General Canterac, quien proclamaba la necesidad de recurrir sobre todo a la expedición de Lima y el Callao; habiendo llegado a cruzarse serias contestaciones entre ambos, y decidirse por el Virrey que Valdés sustituyera a Canterac,  porque dejaba el mando del Ejército.

Fue notable en este caso la generosa abnegación de Valdés, que mirando principalmente los intereses de su Patria y por lo que debía a la amistad, sacrificó la gloria que le prometía la elevación de aquel cargo y tomó el carácter de mediador. Valdés empezó por detener el curso de los pliegos de Canterac en que optaba, a invitación del Virrey por la resolución de retirarse; y seguidamente intentó y llevó a cabo con el mejor éxito la buena inteligencia y armonía de La Serna y Canterac.

Entretanto fue ocupada Lima por las tropas expedicionarias el 18 de junio, sin resistencia de los insurgentes, cuyo congreso y su presidente Riva Agüero, se refugiaron en el Callao; Valdés llegó a esta empresa, siendo Jefe de una de las dos columnas que partieron de Jauja con este objeto; después de haber pasado aquellas cordilleras de los Andes se habían reunido en Huarochiri, conduciendo ente ambas más de 3.000 cabezas de ganado vacuno, apresamiento y conservación de gran mérito y reconocido interés de aquellos vastos territorios, porque solo ellos podían asegurar el sostenimiento de las tropas; Valdés antes de entrar en Lima persiguió hasta Chancay la caballería insurgente. Así como las partidas sueltas y caballos de regalo y tiro que los enemigos habían retirado en aquella dirección. No descuidaba Riva Agüero la realización de su bien cuidado plan, estrellado al fin en la actividad desplegada por los españoles y en los opuestos elementos que concurrieron a destruirle; los jefes de nuestro ejército, a cuya noticia no había aún llegado el principio de la ejecución de aquel por más que estuviesen en inteligencia del proyecto, no dieron importancia al embarque  del general enemigo Santa Cruz que se dirigía al Sur, avisados de que el general Carratalá que ocupaba la costa podría paralizar las operaciones del insurgente con solo imitar la conducta observada por Valdés en igual caso respecto a Alvarado. Se ocuparon en el bloqueo del Callao con cuyo motivo fue empleada con éxito la pericia de Valdés que en los primeros días de julio regresó de una expedición al Norte, trayendo ganados y mulas. Pero muy pronto más importantes intereses reclamaron su presencia en más lejanos puntos de la capital del reino.

En efecto se supo que la expedición de Santa Cruz que había tomado tierra en Arica a mediados de junio, había logrado sorprender en el valle de Azapa al Escuadrón de Dragones de Arequipa, apoderándose de todos sus caballos y mulas, lo cual facilitaba a los insurgentes los medios de emprender la travesía de los Andes que resguardaban la extrema defensa y esperanza del Virrey; se supo que Bolívar en persona, con refuerzos de Colombia, debía llegar en breve a aumentar las tropas del general Sucre, quien había sabido darse buena maña y había suplantado a Riva Agüero, siendo declarado Jefe superior militar. En esta inteligencia y temiendo que el mismo Sucre realizase el pensamiento de conducir en persona otra expedición marítima para dar la mano a Santa Cruz y recibir a Bolívar, comprendió al fin el General en Jefe Canterac, cuanto se había equivocado en defender la completa reunión de tropas para la empresa del Callao, pues para conjurar la tormenta con tan graves auspicios comenzada en las costas de Arica era ya indispensable la desmembración; si ésta hubiera sido hecha oportunamente se hubieran evitado los primeros triunfos de Santa Cruz y a la expedición que debía partir a cortar sus progresos, la marcha de 350 leguas que separaba la capital de la costa del Sur en que tenían lugar los nuevos sucesos.

Se dispuso entonces que Valdés partiese inmediatamente al socorro del país amenazado, y fue tal la rapidez con que al frente de la División Expedicionaria realizó su peligrosa y dilatada marcha, que llegó a Desaguadero once días antes de lo que los enemigos esperaban, habiendo hecho su incomparable tropa doce leguas por día, sin descanso, al principio por los arenales ardientes; luego por nevadas cordilleras y por desfiladeros obstruidos, y por ríos y barrancos, finalmente; esta marcha cuya celeridad proporcionada al peligro, llenó de asombro a los disidentes que apenas daban crédito a sus propios ojos, remedió la equivocación de Canterac; siendo de las pocas que merecen estudiarse como extremo punto de imitación, pues de ella no nos ofrece acaso ejemplo alguno la historia militar antigua y moderna.

Habían pasado los enemigos la cordillera de los Andes ocupando Gamarra a Oruro con una parte, y situándose Santa Cruz con el resto a la izquierda de Desaguadero, con el objeto de disputar aquel difícil paso cuando se presentasen los españoles; pero temeroso el Virrey de que los cuerpos del primero, reforzados con parte de los del segundo, marchasen sobre Potosí y tomasen este punto tan importante después de batir al General Olañeta que le cubría creyó indispensable entretener a Santa Cruz por el frente, y al efecto dispuso que Valdés marchase sobre Puno desde Cuzco en donde se le había avistado, sin esperar la incorporación de las tropas que había llevado de Lima, y fijase sobre el Desaguadero toda la atención del General en Jefe enemigo. Valdés ocupó efectivamente Puno el 16 de agosto con un Batallón y un Escuadrón que sacó de Sicuani, y sin esperar a que se le incorporase otro Batallón y Escuadrón que con Carratalá ocupaban Arequipa, atacó a una columna enemiga adelantada hasta Pomata, la cual se retiró sin defenderse.

Reunidas el día 25 las fuerzas de Valdés y Carratalá, que componían una reducida columna de Infantería y Caballería, con dos piezas de montaña, marcharon el día 24 sobre el Desaguadero con el fin de hacer un reconocimiento; Valdés halló el puente no solo cortado, sino que defendido por dos o tres piezas de artillería; y se situó en Zepita pero dejando una gran guardia a la vista del río para que observase los movimientos de los disidentes. Habilitaron éstos el puente durante la noche, y hubieron de pasarlo a las diez de la mañana del día 25 en busca de los españoles. Valdés sacó sus tropas  y las situó a la retaguardia del pueblo en una llanura que se extiende como legua y media en dirección de Pomata. Se presentaron a poco los enemigos, fuertes de cuatro Batallones y dos piezas de artillería, y rompieron el fuego sobre nuestras guerrillas, que se retiraron al amparo de la División. Emprendió ésta la retirada formando la Infantería dos columnas paralelas, la Caballería en ambos flancos, con pequeñas guerrillas  de las dos armas por todo el frente; en esta forma y con solo cambiar las guerrillas algunos disparos sin resultado recorrió la indicada legua y media de llanura. Cuando Valdés llegó a los altos de Zepita, posición que conocía perfectamente, se decidió a esperar al enemigo quien confiado en su superioridad numérica se mostró afanoso por aprovechar aquella ocasión.

Era la tarde del día 25 cuando comenzó a trabarse un choque que tomando cuerpo no tardó en hacerse general; cansado Valdés de la defensiva, se arrojó a la bayoneta con la mayor intrepidez sobre tres Batallones que le atacaban de frente, al tiempo que Carratalá con algunas Compañías marchaba al encuentro del otro Batallón, que maniobraba por la izquierda en disposición de envolver aquella ala; la Infantería enemiga no pudo resistir tan formidable choque, y comenzó a perder terreno, en orden al principio e inmediatamente después en pronunciada fuga. Valdés dispuso que la caballería cargase sobre los dispersos y los acuchillase o hiciese prisioneros, como empezó a hacer con buen éxito, pero al acometerlos Escuadrones enemigos mandados por jefes franceses, lograron dispersar a su vez a nuestra Caballería y rescatar muchos prisioneros. Valdés se vio obligado a concentrar la Infantería en la falda de la montaña para que protegiese la reacción de la Caballería, pero habiendo tenido la Infantería insurgente el tiempo necesario para formarse, cesó en este punto la acción habiéndose puesto los enemigos en precipitada retirada, sin detenerse hasta repasar el puente del Desaguadero que distaba tres leguas. Valdés estuvo sobre el campo hasta las diez de la noche, en cuya hora se retiró a Pomata, tres leguas distantes a retaguardia, con objeto de dar descanso a la fatigada tropa, proporcionarle víveres y verificar su reunión con el Virrey como tenía orden de hacerlo al día siguiente en el mismo punto.

Valdés escribió en su parte al indicado Virrey:

“En Zepita hubiéramos concluido gloriosamente la actual campaña, si la caballería de esta división hubiera podido cumplir como la bizarra infantería”.

“Sin embargo, dice Camba, el resultado de este desigual encuentro fue en extremo favorable a la moral de los realistas, cuyos infantes, especialmente, se confirmaron en la superioridad que se atribuían a sus contrarios, y la campaña se continuó con las más lisonjeras esperanzas.”

Seguido el Virrey de las tropas procedentes del Norte, que se había marchado por segunda vez a Lima y abandonado sucesivamente el asedio del Callao, se incorporó el día 28 con las de Valdés en el indicado pueblo de Pomata, decidido a continuar el movimiento hacia el Sur; organizó su Ejército en dos Divisiones de Infantería al mando de los Brigadieres Carratalá y Villalobos, y otra de Caballería al mando del Coronel Ferraz, nombrando a Valdés Jefe del Estado Mayor. El Ejército vadeó el día 3 de septiembre el Desaguadero por Calacoto, a 40 leguas al Oeste de distancia del puente del Inca, cortado por los disidentes, arrostrando los grandes peligros que presentaba el caudal de agua y rapidez de la corriente; y trasladado a la orilla izquierda buscó por el flanco izquierdo al enemigo. Desconcertado éste y atónito por la prontitud con que se había verificado aquel movimiento se dirigió inmediatamente a Oruro para concentrar sus fuerzas; La Serna logró el intento de ponerse en comunicación con Olañeta sin que Santa Cruz hubiese logrado impedirlo, a pesar de que lo intentó, pero tarde; y maniobró con tanta destreza que obligó al insurgente a tomar posición el día 12, si bien no por mucho tiempo, pues no tardó en replegarse precipitadamente a Oruro.

El día 15 marchó el Virrey en busca del enemigo, quien seguía su atropellada marcha a Puno donde contaba con el apoyo de Sucre, pero las tropas del Rey, después de una marcha de 20 leguas sin tomar tregua ni descanso, alcanzaron al fin a Santa Cruz en Sicasica. El Ejército independiente se entregó desde aquel punto a la más vergonzosa fuga de vuelta al Desaguadero, adelantando su caudillo las órdenes más estrechas para el restablecimiento del puente que había destruido; los disidentes siempre en fuga, sembraban el camino de enfermos, armas, municiones, fornituras, caballos, mulas y equipajes; a cuyo resultado contribuyó grandemente Valdés, que el día 18 había hecho adelantar el Virrey con la mayor parte de la caballería y un Batallón a la ligera. En aquel espantoso desorden, digno verdaderamente de lástima, hubieron de abandonar los enemigos hasta la imprenta, que al decir de Torrente, había sido el vehículo principal de sus embustes y patrañas.

Santa Cruz logró pasar el río a pesar de la actividad desplegada por los Jefes españoles, pero la precisión y buena fortuna con que los valientes caudillos La Hera y Ameller facilitaron el paso a nuestras tropas, poniéndolas en aptitud de continuar la comenzada victoria, y los temores que por todos conceptos seguían en su constante fuga a Santa Cruz y los suyos acabaron con la famosa expedición, de la que no quedaron 800 hombres reunidos; ni éstos pararon hasta la costa donde hubieron de refugiarse en los buques.

He aquí la peregrina historia de la Campaña del Talón, así llamada por haber consistido toda en una marcha tan dilatada como breve, en la cual no se sabe si es de admirar más la actividad e inteligencia de las disposiciones de los Jefes, o la fuerza muscular y puro entusiasmo con que las tropas hubieron de secundarlos. Con tan plausible motivo distribuyó el Virrey nuevas y bien merecidas gracias generales, entre las clases del Ejército, ascendiendo a Valdés, que tanta participación había tenido en aquellas glorias, al empleo de Teniente General. Valdés, firme constantemente en su honrosa línea de conducta, y no hallando entonces para admitir aquel ascenso los poderosos motivos que le habían hecho consentir en la adquisición del anterior, se negó a recibirlo a pesar de las reiteradas instancias que se le hicieron; probando con su constante e invencible repulsa que no una falsa modestia sino una profunda inteligencia de lo noble y digno, le impulsaba a obrar de un modo tan difícil de apoyarse en las repeticiones del ejemplo.

La famosa liga que entró en toda América, a excepción de Méjico, siguió la mala fortuna de Santa Cruz, pues ni los socorros de Colombia, ni la inteligencia de Sucre, ni la ambición de Bolívar pudieron mejorar por entonces la causa independiente. Valdés fue nombrado General en Jefe del Ejército que posteriormente pudiera ser destinado a operar en el Sur, y aún hizo uso en esta propia campaña de su nuevo cargo, por haberse temido una nueva invasión enemiga; se redujo ésta a dos desembarcos de los disidentes en Arica con el objeto de hacer aguada, habiendo resultado los acelerados movimientos de Valdés necesarias pruebas  de su celo en el cumplimiento de su cometido en que los excesos de precaución deben considerarse como méritos especiales.

No daremos por terminada esta breve reseña sobre la Campaña del Talón sin apreciar el conjunto de felices consecuencias que para las armas españolas hubieron de resultar de la conducta de Valdés; su marcha desde Lima al centro del alto Perú, realizada 15 días antes de lo que era natural, y 11 de lo que esperaba el enemigo, su decisión de atacar a Santa Cruz en los altos de Zepita y el arrojo que desplegó sobre el Jefe insurgente, que desde entonces apenas osó disparar un tiro, fueron seguramente las causas que destruyeron todo el plan de Santa Cruz, quien a no ser por tan inesperados obstáculos hubiera logrado sostenerse en el Perú hasta la reunión de las fuerzas de Sucre, Chile, Tucumán y Salta; el desorden, la confusión y la anarquía, se sucedieron ente los enemigos a la excesiva confianza que les inspiraba la reunión de tantos medios, y de aquí el descrédito de sus armas, que se produjo a poco el pronunciamiento del Callao a favor de las tropas Reales, con la evacuación de Lima que tuvieron que realizar los insurgentes. No pretendemos de ningún modo los altos méritos contraídos por los Jefes del Ejército para el logro de estos inmarcesibles triunfos, pero al reconocer que todos concurrieron dignamente a la obra en su órbita respectiva, justo es sentar como principio, la actividad, pericia y arrojo con que Valdés inició las operaciones que con éxito tan brillante coronaron el fin de esta afortunada y breve campaña.

Año 1824

Pocos esfuerzos eran necesarios para acabar en el Perú con los enemigos de la integridad de España, puesto que la influencia y apoyo extranjero, asociados a las elucubraciones de ambición de los naturales insurgentes habían llegado a perder todo su prestigio y casi toda su fuerza, la traición se encargó de inclinar la balanza contra los derechos de la madre Patria, y por desgracia hubo de ver coronados sus propósitos.

Se disponía el Virrey, a principios de este año a abrir la campaña contra los disidentes cuando ocurrió la inopinada defección del general Olañeta, ya mencionada, este hecho vino a hacerse altamente grave por las especiales circunstancias de incertidumbre política en que se encontraban en el Perú los jefes que a nombre del sistema constitucional entendían en el régimen público. Dueño Olañeta de la inteligencia anticipada de los sucesos que en 1823 habían tenido lugar en España, pudo lanzarse en rebelión abierta contra el Virrey y autoridades establecidas, adelantándose a proclamar el absolutismo puro restaurado en la península por las bayonetas de Angulema. Los progresos de la rebelión de este antiguo Jefe, la posición topográfica que ocupaban sus tropas en todo el alto Perú y frontera de Salta, y el número de éstas que era de 4.000 hombres, no podía dejar de influir de un modo muy grave en la suerte de la lucha con los insurgentes; así que temeroso el Virrey de perder todo lo adelantado con la explosión de una guerra civil, tuvo la generosidad de olvidarse de sí mismo y de su propia autoridad, en gracia de llamar a Olañeta a una conciliación que salvara la causa realista de tan graves males.

Comisionado para ello el general Valdés, se propuso se viera con el Jefe rebelde; y habiendo por el mes de febrero llegado a su noticia la abolición en España  del indicado sistema constitucional, empezó su obra conciliadora adelantándose a proclamar también el del absolutismo, con lo cual debía quedar destruido el apoyo en que principalmente parecía fundar Olañeta su rompimiento con la autoridad del Virrey. En vano dio Valdés esta prueba de cordura y de armonía de principios, en vano tentó cuantos medios le sugirió su imaginación para atraer al deber al rebelde General, pues la escandalosa resistencia de éste en aceptar un honroso partido le puso en la situación violenta de atacarle atrayendo sobre la causa del Rey las terribles consecuencias de una anarquía armada o de acceder a sus ambiciones. Eran éstas dominar exclusivamente y sin someterse al Virrey las provincias y tropas del Sur del Desaguadero o sea la antigua División de su mando, y las provincias de Potosí, Charcas, Santa Cruz de la Sierra, Cochabamba y la Paz, que era próximamente la mitad del territorio que se mantenía fiel a España. Valdés optó por el medio de ceder a tan extrañas exigencias como lo hizo por el convenio de Tarapaya el día 9 d marzo, si bien a condición de que Olañeta reconociese a La Serna por superior y obedeciese sus órdenes, a lo cual quedó comprometido por el mismo convenio como inequívoca prueba de la buena fe con que obraba, no queriendo dar a Olañeta motivo alguno a desconfianza, mandó Valdés retroceder las tropas que a sus órdenes marchaban ya contra el nuevo rebelde.

En este tiempo y ocupado Valdés en dirigir con su infantería una excursión por los valles de la Paz y Cochabamba, sufrió una hepatitis aguda que a punto estuvo de causarle la muerte, no le permitió por desgracia seguir entendiendo en el definitivo arreglo de una diferencia tan fatal para los intereses de España. Olañeta se aprovechó de esta enfermedad para negarse a cumplir los compromisos que tenía contraídos, empezando por resistirse a reforzar con el suyo el Ejército del Norte, según le había ordenado el Virrey al objeto de abrir la nueva campaña; así que agotados todos los medios de conciliación empleados hasta los primeros días de junio para atraer al rebelde, se vio La Serna en el caso de dictar la providencia del 4 del mismo mes en que en nombre del Rey se intimaba y convidaba en el suyo al General Olañeta a que en término de tres días eligiera, o comparecer en el Cuzco a ser juzgado con los Generales con quienes había dado principio a su desavenencia, o marchar a España para representar personalmente al soberano lo que creyera oportuno.

Esta disposición debía ser mantenida por las armas en caso necesario; así que apenas convaleciente, el general Valdés se trasladó a Oruro desde donde manifestando que quedaba nulo y sin efecto el tratado de Tarapaya, dirigió a Olañeta una sentida comunicación basada en lo últimamente acordado por el virrey:

V.S., escribió entre otras cosas, ha faltado a cuanto puede imaginarse, ha obrado como un verdadero enemigo, y como obraría un Bolívar, un San Martín, un corifeo de la revolución de estos países.”

 Olañeta arrojó la máscara de la hipocresía, pues si bien proclamaba siempre su adhesión al Rey, se declaró en todo el lleno de la rebelión respecto a cuanto emanaba de las autoridades legítimas. En tal extremo comenzó Valdés a hacer uso de las armas.

Salió por lo tanto de Oruro el general Valdés con los Batallones de Gerona, el segundo del Imperial Alejandro y el primero del primer Regimiento, tres Escuadrones de Granaderos de la Guardia, el de Granaderos de Cochabamba y dos piezas de montaña; el General La Hera formaba parte de la expedición como segundo. Conociendo Valdés la posición y distribución de las fuerzas enemigas, amenazó el flanco derecho y retaguardia de Olañeta por un activo movimiento que hizo sobre el partido de Chayanta para batir separadas a las fuerzas rebeldes; Olañeta abandonó inmediatamente la villa de Potosí, de la cual tomó posesión el general Carratalá, mientras que Valdés ocupaba la ciudad de Cluquisaca, abandonada cuarenta y ocho horas antes.

Después de haber concurrido al establecimiento de autoridades legítimas, emprendió Valdés nuevo movimiento sobre la columna del Coronel Marquiegui, que obedecía a Olañeta, y marchaba ésta en dirección al partido de la Laguna que mandaba el Teniente Coronel Valdés, también perteneciente a Olañeta y conocido como el Barbarucho; al apoyo de las fuerzas de éste último debió Marquiegui su salvación. Valdés seguía en incansable movimiento por la dirección indicada, y corría ya el mes de julio cuando logró alcanzar la columna enemiga; le pesaba derramar sangre española y alentado por otra parte con el feliz suceso de habérsele pasado días antes a sus filas el Escuadrón de Dragones titulado de la Laguna, se adelantó con un ayudante y dos ordenanzas para dirigir a los soldados del bando opuesto palabras elocuentes de conciliación. Temió Barbarucho el efecto que ya comenzaba a hacer la acalorada improvisación de Valdés, y mandó hacer fuego sobre éste, lo que como expresa el mismo General era lo mismo que mandarle fusilar por la inmediación en que se hallaba; un conjunto de casualidades fue la salvación de Valdés, y muy especial, la circunstancia de haber dirigido muy bajos los tiros los soldados de Barbarucho, sin duda por respeto y subordinación a su legítimo Jefe; pero quedaron muertos los caballos de Valdés y su ayudante y heridos los de los ordenanzas, así como la persona de uno de éstos.

La bárbara agresión de Barbarucho en el momento en que Valdés se esforzaba en coartar los terribles  males de la guerra civil, fue la señal de combate para una compañía de caballería que se adelantó en defensa de su General, mientras que la Infantería apresuraba su marcha. Barbarucho tomó el cerro de Tarabuquillo donde se trabó una sangrienta acción en que por ambas partes daban vivas al Rey; Valdés quedó dueño del campo y Barbarucho aprovechando la oscuridad de la noche se retiró en la vía seguida por Olañeta, con el cual se juntó en el valle de San Juan.

Roto por Valdés el centro de la línea de su antagonista, e interpuesto entre este y el rebelde Aguilera, perteneciente también al enemigo que perseguía, procuró aunque inútilmente atraerle al cumplimiento de su deber. Entretanto seguía Olañeta su retirada en dirección a los valles de Santa Victoria y habiendo llegado Valdés a Libilibi e informado en este punto de las noticias de la situación del enemigo, se encaminó sobre él rápidamente logrando alcanzarle al día siguiente cerca de Queta; Olañeta evitó medir sus fuerzas con Valdés, cuyas filas habían aumentado nuevamente con la reunión de las tropas que guarnecían a Tarija; el Jefe enemigo dividió por el contrario sus fuerzas en tres columnas que a favor de la noche encaminó por diferentes rumbos; más conocedor Valdés de este movimiento partió con rapidez sobre la columna principal que mandaba Marquiegui, y escoltando todas las cargas y equipajes se dirigía a Santa Victoria; logrando alcanzarla a los tres días de marcha forzada. Los activos perseguidores se apoderaron de todo el convoy de Olañeta, de un hermano de éste, del mismo Marquiegui Jefe de la columna, un hermano suyo y considerable número de Oficiales.

Pero mientras Valdés adquiría este señalado triunfo y contaba con llegar sin tardanza a someter a Olañeta, batía el rebelde Aguilera parte de la tropa que había quedado a su frente y el general Carratalá era derrotado y hecho prisionero por segunda vez durante aquella campaña. La verdadera pérdida realista no fue tanta como la del retroceso moral que vino a suceder, muy grave en unos pueblos poco constantes en sus afecciones. Valdés se vio envuelto entonces en los más graves peligros; falto de artillería, municiones y demás pertrechos y teniendo a retaguardia a Barbarucho engreído con su victoria ante Carratalá, tuvo que adoptar el partido de replegarse sobre Potosí. Realizaba este movimiento cuando se encontró a Barbarucho en la fuerte posición de Santiago de Cotagaita, pero le flanqueó con maestría, cubierto el movimiento por dos Compañías de preferencia y una mitad de Caballería, a las órdenes del bravo general La Hera.

Valdés emprendió una difícil maniobra con el objeto de poner en duda a su adversario acerca de la verdadera dirección de su marcha, más volviendo a tomar la de Potosí acampó el día 16  de agosto en los altos de la Lava, nueve leguas al Sur de distancia. En aquel punto volvieron a avistarse de nuevo los beligerantes que hacía dos meses se hallaban en continuas y activísimas operaciones dignas de mejor causa; y era el amanecer cuando el arrojo de Barbarucho atacó a Valdés con su probada bravura, siguiéndose un combate general encarnizado y sangrientos por ambas partes, la victoria perteneció al General de las tropas Reales, que con cortas excepciones se hizo dueño de toda la División enemiga, contándose entre los prisioneros al mismo rebelde Barbarucho. Sintió la gravísima pérdida por nuestra parte, siendo de este número el distinguido Brigadier Ameller.

Notable y digna del mayor elogio fue en tan crítica ocasión la conducta observada por Valdés respecto a los vencidos, a los cuales consideró como verdaderos hermanos, haciendo que los heridos, enfermos y prisioneros fuesen tratados con igual esmero que sus propios soldados. Pero donde se sobrepuso a todo encomio fue la acogida que dispensó a Barbarucho, al mismo que en Tarabuquillo se había aprovechado de su aislamiento para dirigirle una mortífera descarga, al verdadero agitador de Olañeta y el más terrible de los enemigos contra los cuales había marchado a combatir. Ni el sentimiento de la pérdida de su compañero e inseparable amigo Ameller, ni el espíritu de venganza personal que pudo excitar su ánimo el indicado hecho de Tarabuquillo, fueron bastantes a adulterar su generosa disposición, y Barbarucho recibió con la piedad de Valdés una lección severa que debió enseñarle con voz elocuente todo lo reprensible de su extraviada conducta.

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