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El Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO ha decidió declarar el Coño de la Bernarda Patrimonio de la Humanidad argumentando que «forma parte del imaginario social y cultural desde tiempos ancestrales, nos conecta con el origen mismo de la vida y, aunque es un canto al placer de la carne, transmite al mismo tiempo un respeto por lo espiritual».

Desde el Ministerio de Cultura han declarado que «esto no es sólo un reconocimiento al Coño de la Bernarda sino también a todos los coños de España y del mundo, porque el coño es, hoy más que nunca, un coño global».
Este reconocimiento incide en la necesidad de mantener al Coño bernardino impoluto y preservado en un contexto en el que, en palabras de Cultura, «cualquier coño se compra y se vende en una sociedad alienada por el fetichismo de la mercancía».
Desde Cultura se ha aprovechado para censurar «esa desnaturalización del coño que prescinde del frondoso y natural vello en pos de un rasurado frío, geométrico y sin romanticismo».

He de reconocer que pese a ser una historia granaína de pura cepa, la desconocía totalmente, de ahí que, tras su gozoso descubrimiento, la comparta con vosotros a través de un amigo de la milicia con el que escribí un libro sobre la Taifa Zirí de Granada en el Siglo XI.

Al parecer, una mujer, de nombre Bernarda, de la que se decía que era hija natural del rey musulmán Aben Humeya, y nacida en torno a mediados del siglo XVI, en Artefa, pequeño pueblo de Las Alpujarras granadinas, era una reconocida santera; a caballo entre ambas religiones, en unos tiempos difíciles, recorría las calles de Artefa armada con sus tablillas de oraciones, mezcla de versículos coránicos y cristianos (quizás la única depositaria de los famosos Libros Plúmbeos del Sacromonte), y era la sacristana de la pequeña ermita en la que los artefaños guardaban y veneraban la imagen reverendísima del Señor del Zapato.

Aunque la fama, como hemos dicho, le venía de santera, que lo mismo enderezaba la pata torcida de un cordero, como remediaba las más diversas dolencias, como dirigía los rezos en ausencia del cura… por lo que era, ciertamente, mujer conocida y querida entre sus vecinos.

Una buena noche la mujer fue sorprendida por unos toques en la puerta de la pequeña ermita, en la que de común solía habitar, en una pequeña dependencia aneja.

Asustada abrió la puerta y vio que, embozado en su capa, no sabiendo muy bien si por el frío, o por salvaguardar su intimidad, se encontraba D. Aurelio del Alto Otero, a la sazón segundo Conde de Artefa, que venía, pese a lo alto de la madrugada, a solicitar su consejo, ya que, según él, había tenido un sueño que le tenía profundamente alterado:

Tuvo una visión en la que vide los graneros de Artefa todos vacíos, y secos, con homnes e mulleres famélicos, que ploraban lagrimas a sus puertas y nadie podía façer nada… de repente, en medio de todos eles, aparecíase el Conde mesmo, lamentándose por la suerte de las gentes de su pueblo, y sin poder façer nada, alzaba los ollos al cielo esperando una respuesta, aparecióse entonces la figura, que él creyera de San Isidro Labrador, y una voz en el cielo que decía desta manera: San Isidro labrador, quita lo seco y devuélvele la verdor…

Sorprendióse la buena mujer con el relato del Conde y contóle que ella había tenido otro sueño parecido, una noche en el que se acostó apesadumbrada por haber dedicado su vida a los demás, no haberse casado y no haber tenido hijos, pues, según ella: «No es buena la mujer de cuyo higo non salen fillos», pero que en ese momento, apareciósele, de semejante manera, en su habitación, la figura de San Isidro labrador que metiéndole la mano en la raja, de donde gustóse tanto la santa mujer que creyera entender por fin el significado de la expresión «tener mano de santo» y al punto casi de morir, por el arrobamiento experimentado, creyó ella oír, por boca del santo labriego, la misma expresión: San Isidro, labrador, quita lo seco y le devuelve el verdor… Tras compartir su sueño con el Conde dijóle que «las cosas del Senyor no son para los ignorantes entendellas, por eso fuera la divina misericordia las que las desentrañase, si plúgole a Dios esa gracia».

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El Conde se fue, casi con la misma duda que traia, pero lo cierto es que, desde su entrevista con Bernarda, las cosechas de Artefa se sucedieron sin parar y no hubo la hambruna temida por el Conde a raíz de su sueño. Por eso, el Conde, hombre religioso y devoto donde los hubiera, compartió el secreto de su visita a donde la Bernarda, con el cura del lugar D. Higinio Torregrosa, quien, en la homilía del día siguiente, se dedicó a cantar, desde el púlpito, las alabanzas de Dios que tantos «bienes e menesteres plugóle mandar sobre esta sancta terra nuestra de Artefa, por mediación de la muy noble, e sancta muller de Bernarda, o más bien, por medio del figo della, o sea, del coño suyo benedito» Con todo, había un artefaño, conocido como Manolico el tontico, que se pasó todo el día, en la plaza del pueblo, gritando a voz pelada «que non se creyera lo de la sancta Bernarda, que ninguna muller es sancta por donde mea, así en el infierno arda». Indignada Bernarda con estas palabras mandólo traer a su presencia y allí, en la intimidad de la ermita díjole: «Mete tu mano en el coño bendito, a ver si miento, en lo que siento, y sea tu escarmiento» Hízolo así el pobretico Manolico, el Tontico, que desde entonces, pues nadie vio el milagro escondido, se hizo el más célebre predicador del figo benedito de su paisana artefaña por toda la Alpujarra granadina.

Las bendiciones se sucedían sobre el pueblo de Artefa, diciendo las crónicas que: «todos los homnes, e mulleres, de los derredores, allegábanse a casa la Bernarda, a tocar su coño benedito, y por doquiera la abundancia manaba: las mulleres daban fillos sietemesinos fuertes como cabritillos, y las guarras parían cochinillos a porrillo, las cosechas se multiplicaban y hasta las gallinas empollaban ovos de sete yemas…»

Más Bernarda murió, como corresponde a todo ser mortal, y la enterraron entre gran llanto y duelo de sus gentes, que, a partir de ese momento, como maldecidos por la ausencia de la buena mujer, sufrieron en sus carnes todo lo que aquella, quizás en vida evitara: Terremotos, abortos en el ganado y las mujeres, cosechas baldías, todo parecía perderse y la vida se malograba en Artefa… Sin embargo cuenta la leyenda que un buen día que: «Una muller del pueblo, ploraba lágrimas de seus ollos al sepolcro della, vióse sorprendida por unas luminarias que ascendían del sepolcro, asustada e enloquecida corrió a presencia del señor cura párroco, que ordenó desenterraran el corpo morto de la Bernarda, hallando, todos los presentes, con el Notario de Artefa al frente, que la Bernarda polvo era, como es la suerte de nuestros padres, salvo su figo incorrupto, rojo y húmedo qual breva» El párroco, D. Higinio Torregrosa ordenó el traslado del despojo santo a la parroquia, donde enseguida lo colocaron en un relicario, llamado desde entonces el «Coño de la Bernarda», por la urna de oro y la forma de lo que dentro conservara… y que no hubo nadie que al contacto del relicario no recuperara la abundancia en cualquier empresa que emprendiera.

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Tanta fe le tenían en Artefa al coño de la Bernarda que el propio párroco, y siempre según las crónicas: «Decidió, junto con el Ajuntamiento de la ciudad, elevar el asunto a la disquisiçión de los notables de la Sancta Madre Ecclesia Metropolitana de Granada, solicitando si pluga a ella, la sancta e pronta canonizaçión de la santa Bernarda de Artefa». Al parecer, el por aquel entonces Arzobispo de Granada, D. Pedro Castro Vaca y Quiñones, más preocupado en vigilar de cerca de los moriscos falsamente convertidos a la «fe verdadera y noble de nostro Senyor Iesu Christo», y alentando a la Inquisición, no estaba mucho por la labor de apoyar una petición de canonizar a una santera nada más conocida en su pueblo, amén de que, como expresivamente decía la misiva, remitida al Ayuntamiento de Artefa: «Dicen los senyores teologos e dominicos desta Ecclesia de Granada que nunca oyóse en toda la christiandad, que el Senyor Papa gobierna, y Christo benedice, que nada bueno saliera del coño de una muller, a no ser el Senyor mesmo Iesu Christo, de su Sancta Madre, con todo Virgen, e que por eso la devoçión popular del coño de la Bernarda era cosa perniçiosa que devía ser desterrada, so pena de mandar la inquisición a façer las pesquisas oportunas».

Con tal respuesta, D. Higinio Torregrosa, según siempre las crónicas: «Una noche del 9 de Abril, del año de Nuestro Senyor Iesu Christo de 1.609, alumbrado solo por dos candelas, y con el Notario por único testigo dello, colocó el sancto reliquario del coño de la Bernarda, tras un emparedado debaixo de la ventana de la Sacrestía, donde permaneciera hasta que la Ecclesia mudara su razonamiento sobre este singular suceso, y asi la buena Bernarda trajera de nuevo la benediçión sobre el pueblo della»
Y no sé si verdad o mentira, esto es lo que se cuenta del célebre coño de la Bernarda, con todo, si queréis saber algo más de la historia, podéis leer la crónica, que en su día redactara D. Higinio Torregrosa titulada:

«Relación de las cosas verdaderas que acotescieron en Las Alpuxarras en lo que se refiere á una piadosa muller llamada la Bernarda, y al coño della, que fizo grandes milagros para la gloria eterna de Dios nuestro Senyor y de la Sancta Madre Ecclesia, escrita por el Licenciado Higinio Torregrosa, Cura Propio de la Ecclesia del Sancto Christo del Zapato desta ciudád de Artefa».

Que algo sea como el coño de la Bernarda nos dice que es desordenado, confuso y donde mete mano todo el mundo sin ningún tipo de organización. No faltará quien piense en política como ejemplo de uso de este dicho. O ya en plan más consumista, a quien le venga a la cabeza una visita al Primark. En cualquier caso, su sentido está claro.

«¿Nos habrán tomado nuestros gobernantes por el coño de La Bernarda?». Me temo que sí.

Autor

REDACCIÓN