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Tras la batalla de Guadalajara, los rojos reanudaron la ofensiva con éxito en este frente. En los meses de abril y mayo de 1937, al mismo tiempo que se apoderaron del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, presionaron en dirección hacia Fuenteovejuna y Peñarroya. En junio, el general Miaja participó al Gobierno de Valencia su propósito de lanzar una ofensiva en el sector noroeste de Madrid, entre El Escorial y Toledo, con el fin salvar Santander, atrayendo a Brunete las fuerzas nacionales que operaban en la zona cantábrica.  El ataque se desencadenó el 5 de julio de 1937, y en los primeros días los rojos tuvieron una ventaja indudable: desbordando los puestos avanzados de los nacionales y consiguieron cercar hasta el sur de Brunete, una bolsa profunda que se detenía a cinco kilómetros de Navalcarnero. Consiguiendo así la finalidad perseguida, retrasando cinco semanas el ataque nacional a Santander. Sin embargo, no logró el objetivo de ocupar Navalcarnero para envolver por el Sur y por el Oeste a los sitiadores de Madrid y aniquilarlos, ya que la contraofensiva nacional desalojó al enemigo del territorio ocupado, excepto una zona de 20 kilómetros de ancho por cinco de profundidad, que quedaría en su poder hasta el fin de la guerra.

     La operación, inteligentemente preparada por Vicente Rojo, asistido del asesor soviético Rodion Malinovski, permitió emplear el grueso de sus fuerzas sin alejarlas demasiado de la que se consideraba como zona que había que defender prioritariamente: Madrid. Su estrategia consistía en lanzar un ataque de norte a sur, desde la    carretera de Majadahonda a El Escorial y avanzar, rompiendo las líneas enemigas, hasta alcanzar Móstoles y Navalcarnero. Las fuerzas rojas cifradas alrededor de 50.000 hombres, las mandaba el general José Miaja y estaban integradas por el V Cuerpo de Ejército, a las órdenes de Juan Modesto Guilloto, compuesto, a su vez, por las divisiones 11, 35 y 46, cuyos jefes eran Líster, Walter y Valentín González “el Campesino”, respectivamente, y el XVIII, a cuyo frente figuraba Jurado y, posteriormente, Casado con las divisiones 10, 15 y 34, a las órdenes de Enciso, Gal y Galán y, en reserva, las divisiones 45 y 69, y cuatro brigadas más.

    En un golpe de audacia, las fuerzas de Líster, partiendo de posiciones cercanas a Valdemorillo y durante la noche del 5 al 6 de julio ocuparon y rebasaron Brunete, y dos días después entraron en Quijorna y posteriormente en Villanueva del Pardillo y en Villafranca del Castillo, pero unas escasa fuerzas falangistas situadas en los fortines de brunete no le dejan llegar a Sevilla la Nueva en su avance hacia Navalcarnero. en su pretensión de romper el frente de Madrid, mientras el Campesino tampoco puedo en Quijorna con la exigua guarnición de un destacamento africano reforzado por voluntarios falangistas del pueblo y dos centurias de Castilla. Estas resistencias llamadas “decisivas” se repitieron durante toda la guerra y, finalmente, fueron fundamentales.

     No obstante, las tropas de Lister llegando con sus avanzadillas a las afueras de Boadilla del Monte, donde tenía instalado su puesto de mando el general Varela. Para socorrer a los nacionales llegó la aviación de Vizcaya, y las pérdidas de los marxistas se anunciaron como muy elevadas. A partir de aquí el ejército nacional reaccionó rápida y eficazmente, y las divisiones 4, 5, 12, 13 y 150, mandadas, respectivamente, por Alonso Vega, Juan Bautista Sánchez, Asensio, Barrón y Sáenz de Buruaga, más la Legión Cóndor alemana, hizo girar 180 grados el rumbo de la operación. El 18 de julio de 1937, bajo un sol implacable, el general Varela lanzó tres ataques simultáneos para reducir el saliente de Brunete.

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    El Generalísimo sabía que la batalla de Brunete es decisiva ya que, como repetía a su Estado Mayor: “el vencedor de Brunete será el vencedor de la guerra” por lo que se instaló en la finca “El Rincón” de Villa de El Prado y allí estableció su Cuartel General de primera línea y desde donde salía diariamente para recorrer el frente de forma arriesgadísima, a veces hasta los límites de la misma “tierra de nadie”, como le llegó a recriminar el General Varela. Uno de sus lugares preferidos de observación fue un caserón al norte del cementerio de Sevilla la Nueva. 

    A partir de ahí los nacionales comenzaron a atacar en masa desde sus posiciones el sur hacia Brunete. Consiguieron concentrar unas sesenta y cinco baterías de artillería en esta parte del frente, en contra de las escasas veintidós baterías que poseían los republicanos. Con este apoyo de fuego, además de los potentes bombardeos aéreos de la Fuerza aérea, los nacionales lograron romper definitivamente las líneas republicanas al sur de Brunete. Un contraataque republicano apoyado por tanques soviéticos no consiguió detener la avalancha enemiga. Y al atardecer del día 21 los nacionales ya habían logrado entrar en Brunete, mientras los remanentes de la 11.ª División de Líster se retiraban a nuevas posiciones defensivas al norte de la localidad, en el cementerio.

    En plena retirada republicana, la fotógrafa alemana Gerda Taro, compañera amancebada del fotógrafo Robert Capa, resultó gravemente herida cuando fue atropellada por un tanque republicano que se retiraba, después de que Gerda Taro se cayese al suelo desde el vehículo en el que iba montada. Debido a sus graves heridas, falleció unas horas después en un hospital de campaña de El Escorial.

    Los nacionales, además de hacer retroceder a los Frentepopulistas, también lograron recuperar el control de la carretera Brunete-Boadilla del Monte. Al mismo tiempo, los ataques Bando Nacional lograron ampliar sus cabezas de puente en el río Guadarrama. Ante la situación cada vez más grave, el general Miaja envió refuerzos desde Madrid: la 14.ª División del anarquista Cipriano Mera. Las tropas de Mera contraatacaron en apoyo de la 11.ª División y a pesar de que parecía controlada por el Ejército Nacional, y el impresionante ataque enemigo sobre Villafranca del Castillo hizo que Franco retornase a Villa del El Prado, pueblo cercano al frente de batalla, que anteriormente los rojos habían trasformado su impresionante iglesia Parroquial del siglo XV, dedicada a Santiago Apóstol, en un garaje al servicio de los milicianos republicanos locales. Después de varios intentos fallidos, encaminados a tirar al suelo la escultura del Santiago Matamoros del altar mayor, los milicianos republicanos, finalmente procedieron al “fusilamiento” de la escultura. Una vez liberado el pueblo por los nacionales, la Iglesia fue restaurada y retornada al culto, y a ella acudió Franco para encomendarse a Santiago Apóstol y solicitar su ayuda, dictando aquel mimo día el decreto nº 325 por el que se reconocía al Apóstol como Patrón de España. 

    Hecho este, de gran relevancia por lo que acontecido el día 25 y que me contó un excombatiente de esta batalla, que murió antes de firmarme ante notario su testimonio.

    Me explico que “la lucha fue una tremenda matanza, una de las más feroces y costosas batallas de la Cruzada de Liberación, durante dos semanas, fue espantosa, bajo un calor y una sed insufribles y que hubo cerca de cincuenta mil bajas entre los dos bandos. El mismo día 25, día de Santiago, las cosas estaban muy mal para el bando Nacional. Se espera el descalabro final y la batalla ya se daba por perdida. Franco se retiró a orar al apóstol Santiago durante una hora y volvió a primera línea, y de pronto, todos los combatientes, Saliquet y Franco incluidos, a eso de las doce del mediodía vimos, con enorme asombro, como apareció un soldado a caballo. Algunos creyeron ver que lleva debajo del casco una boina roja y camisa azul, yo también le vi y los republicanos creo que también lo vieron cabalgar y lanzando bombas de mano contra sus nidos de ametralladoras, destrozando uno por uno y sobreviviendo a la descarga de balas, que, ellos mismos le disparaban.

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    Cuando acabó la lucha, por orden del mando, se intentó localizar a ese bravo y valiente soldado para condecorarlo como merecía, pero nadie lo volvió a ver ni sabían nada de él. Fue el General Saliquet el que comentó si no nos habíamos dado cuenta de que estábamos en el día de Santiago: “A mí esto me recuerda a lo que se cuenta de la batalla de Clavijo, cuando Santiago se apareció para ayudar a los cristianos a derrotar a los moros en la Reconquista”, dijo Saliquet. Franco le respondió que había una duda, pues no tenían claro si el caballo que llevaba el valiente soldado era o no blanco”.

    Hecho que el mismo Franco refirió al padre Ramón Sánchez de León, durante unos ejercicios espirituales el 22 de marzo de 1967, en los que le dijo que la acción de aquel jinete les hizo avanzar posiciones y se atrevía a asegurar que les ayudó a ganar la batalla.

    Todo esto que me conto el excombatiente, puede ser o no creído, no hay, como he dicho, testimonio firmado ante notario, solo mi palabra y mi recuerdo para que no caiga nunca en el olvido.

     Como colofón a una de las más feroces, sangrientas y costosas batallas de la Cruzada de Liberación Nacional, he de subrayar los costes humanos y materiales, para uno y otro bando, fueron enormes. Se calcula que Miaja perdió cerca de 25.000 hombres y la XIV Brigada Internacional dejó sobre el campo de batalla el 80 por 100 de sus efectivos, lo que provocó una grave crisis en la organización de las brigadas, y 100 aviones republicanos, 17.000 hombre de Franco y 23 aviones, así como un mes de retraso en la Campaña del Norte. Uno de cada dos soldados que tomaron parte en la batalla resulto muerto, herido, enfermo o prisionero. Un número considerable de aviones derribados y una cincuentena de carros rusos fueron apresados. 

    Y tras la reconquista de Brunete por las fuerzas Nacionales no volvió a haber ningún enfrentamiento a gran escala, salvo algunos pequeños contraataques y choques esporádicos entre ambos ejércitos. El general Varela quiso continuar la persecución de los republicanos y avanzar hacia Madrid, aprovechando que dominaba la iniciativa estratégica, aunque Franco le ordenó que se detuviera, ya que estaba más interesado en continuar la ofensiva en el norte.

 

Autor

REDACCIÓN