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Es lamentable, pienso, reconocer a mis 80 años que la Historia que estudié en el Bachillerato, en la Escuela de Magisterio, en la Escuela de Periodismo y en la Universidad, no era la verdadera Historia, dado que, como he descubierto después como lector autodidacta (muchas, cientos, miles de horas leyendo) y hasta hoy mismo, la Historia que se estudia es sólo una cara de la moneda histórica… Es verdad que eso ya lo descubrí cuando leí por primera vez los «Episodios Nacionales» de Galdón y cuando Don Miguel de Unamuno me abrió las puertas de la «Intrahistoria» y con ambos fui volviendo a repasar la Historia que había estudiado… hasta darme cuenta de que para saber realmente lo que ha sido la Historia, y no sólo de España, sino del Mundo, no hay más remedio que contar con la Intrahistoria… y si me apuran la Psicohistoria (fundamental para estudiar la personalidad de los Protagonistas de la Historia).

                 

Y por ello les advierto que en este nuevo repaso a la vida y a los Reinados de los 11 Reyes Borbones voy a adentrarme más en sus cualidades o  sentimientos o inclinaciones morales, religiosas, psicológicas, sexuales que en sus éxitos o fracasos políticos y reales. Quizás porque considero que esta «visión» de los personajes es la clave de las Monarquías, sobre todo de la española, ya que es imposible, como está demostrado, que una monarquía funcione o sirva de algo con Reyes enfermos, idiotizados por los genes, incultos, amorales, traidores, corruptos… como han sido, para desgracia de España y del propio Sistema monárquico. «Monarquía, sí; Borbones, no…como decía el general Prim.

             

Por tanto, no se alarmen y lean hasta el final antes de emitir un veredicto. Comencemos pues, con Felipe V, el primero de los Borbones españoles y Rey de España ente 1700 y 1746 (en dos etapas).

             

Según sus biógrafos su horario de vida y de trabajo era éste:

 

*Desayuno después de la puesta del sol.

*Almuerzo a las doce de la noche.

*Después de medianoche, reunión con los secretarios y ministros para el despacho de asuntos oficiales.

*A las tres de la mañana, alguna distracción, como el manejo de relojes o la pesca en los estanques del palacio seguido de su séquito.

*Cena a las cinco o seis de la mañana, con las ventanas herméticamente cerradas.

*Retirada a dormir a las siete de la mañana.

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*Abandono de la cama a las dos del mediodía.

*Asistencia a misa a las tres de la tarde, desde la habitación inmediata a su alcoba.

*Pertenencia por la tarde en su propio aposento, mientras algún cortesano o lacayo le leía en alta voz un libro.

             

Y este es el «retrato psicológico y físico» que hace de él el Biógrafo y Psiquiatra Alonso-Hernández: 

 

 «La imagen del rey en este episodio era dramática: un hombre envejecido, sucio y harapiento, postrado en cama durante días y días entregado a lanzar unos desgarradores gritos incesantes, alternando entre alaridos, aullidos y gemidos, todos ellos tan atronadores que retumbaban por todo el palacio y hacían temblar interiormente hasta a los súbditos menos pusilánimes. Algunas veces se captaba el significado de su jeremiada: lamentación dolorosa porque los escorpiones le acosaban y picaban; clamor suplicante para que se le enterrara de una vez para siempre alegando estar muerto; imitación estruendosa del cántico de la rana al creerse transformado en ese animal (lo de la Rana llegó a ser una verdadera obsesión, hasta el punto de que muchas veces se ponía a saltar y a «croar» por los pasillos de Palacio: «¡croak, croak, croak!»)  o petición de auxilio contra sus perseguidores que trataban de emponzoñarlo».

                 

Pero, lo más curioso (o trágico) de aquel Borbón fue su «enfermedad sexual» (hoy se la llama ya «ninfomanía») que le arrastraba a hacer el amor a todas horas (cosa que soportó bien su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, tal vez por similitud de caracteres y pasiones, y mal su segunda, Isabel de Farnesio, de la que hablaremos después) mezclada con su otra «enfermedad», la pasión religiosa. O sea, su creencia y sus miedos al Infierno y la otra vida, que le llevaba a confesarse a todas horas… hasta el punto de que  –según su biógrafo Erlanger («Felipe V, esclavo de sus mujeres»):

               

 «Por su parte, Felipe V trataba de compatibilizar el placer sexual consumado con la tranquilidad de su conciencia, para lo cual precisaba obtener el perdón dispensado por el confesor inmediatamente. Con esta intención resolvió que, para tenerlo a mano, su confesor, el padre Daubenton, durmiera en la habitación conyugal, separado de la cama matrimonial tan sólo por una cortina, para mostrar su arrepentimiento y su propósito de enmienda».

               

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 «María Luisa Gabriela respondió a la frecuente e intensa demanda sexual con un ajustamiento perfecto, con toda probabilidad en forma de una respuesta multiorgásmica. Esta magnífica compenetración sexual recíproca sirvió de base para que el Rey y la Reina integrasen una dual unión amorosa equilibrada y armónica. Ella se sentía orgullosa de él… y además le dio dos hijos Reyes.

               

 Con la segunda esposa, Isabel de Farnesio, ocurrió todo lo contrario. Desde el primer día de los esponsales, la Reina consorte se las arregló para ejercer sobre su esposo un chantaje sexual sistemático, aprovechándose de la desbordante urgencia sexual experimentada por el monar con asiduidad. La «lista Reina» accedía o se negaba al requerimiento erótico de su esposo según le conviniera para alcanzar sus objetivos».

 

¡Dios, y en estas manos y con este Rey, que llegó a reinar 46 años, estaba el Imperio, donde todavía no se ponía el sol, y se firmaban los nefastos «Pactos de Familia» con Francia!… y fue el primer Borbón y padre de la Dinastía española.

                                                                                           Continuará…

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.