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Cientos – por no decir miles – de investigadores, ensayistas, profesores periodistas y políticos, muchos de “buena fe” –pero siempre “perdidos” en una multitud de detalles-,  al momento de abordar el análisis y la enseñanza del proceso histórico que se dio en llamar erróneamente conquista de México,  se muestran incapaces de desentrañar la esencia real, el “ el eje central del tema” y, por tanto, se muestran incapaces de desentrañar el significado profundo de aquel instante decisivo de la historia que se inició el 13 de agosto de 1521 cuando Hernán Cortés junto a 200.000 indios puso fin al imperialismo antropófago de los aztecas.  

Es preciso tener en cuenta que, en todo proceso histórico existe una multitud de contradicciones que deben ser estudiadas,   sin embargo importa destacar que no podemos abordar de la misma manera, en un mismo nivel y valoración,  todas las contradicciones que se producen dentro del mismo, sino que es preciso, para realizar un análisis correcto, distinguir, antes que nada, entre  la contradicción  principal –que es la que  imprime el significado histórico-filosófico profundo-   y las contradicciones secundarias, que aportan los matices.

Entonces, como queda dicho, si en cualquier proceso histórico existe un  número variable de contracciones, sólo una de ellas es, necesariamente, la principal, la que desempeña el papel dirigente y decisivo, mientras las demás son secundarias y subordinadas

Así, cuando se estudia un proceso histórico complejo –como lo fue el denominado erróneamente conquista de México- en el cual existen más de numerosas contradicciones,  debemos hacer todo lo posible para descubrir su contracción principal. Una vez que la hemos encontrado, todos los problemas pueden ser resueltos, con relativa seguridad y facilidad.  Resulta entonces que para descubrir la contracción principal es preciso comprender la situación de Mesoamérica a la llegada de Hernán Cortés.

“En todo el resto de la Tierra –afirma el filósofo e historiador mexicano José Vasconcelos- se ha juzgado como antinatural matar y se ha matado sabiendo que se cometía un crimen. Solo el azteca mataba movido por gusto y por mandato de su dios Huichilobos siempre sediento de sangre.” El arqueólogo mexicano Alfonso Caso, quien fuera rector de la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),  nos explica que: “…el sacrificio humano  era esencial en la religión azteca.” Es por ese motivo que en 1487, para festejar la finalización de la construcción del gran templo de Tenochtitlán,  las víctimas del sacrificio formaban cuatro filas que se extendían a lo largo de la calzada que unía las islas de Tenochtitlán. Se calcula que en los cuatro días que duraron los festejos, los aztecas asesinaron entre 20.000 y 24.000 personas.  Sin embargo  Williams Prescott, que es un reconocido defensor del indigenismo azteca y que no puede, justamente por ello, ser sospechado de “hispanismo”, nos da una cifra todavía más escalofriante: “Cuando en 1486 se dedicó el gran templo de México a Huitzilopochtli, los sacrificios duraron varios días y perecieron setenta mil víctimas.” .Juan Zorrilla de San Martín, en su libro “Historia de América” relata que “Cuando llevaban los niños a matar, si lloraban y echaban lágrimas más, alegrábanse los que los llevaban porque tomaban pronósticos que habían de tener muchas aguas en aquel año.

Marvin Harris en su famosa obra, “Caníbales y reyes”  relata: “…los prisioneros de guerra, que ascendían por los escalones de las pirámides… eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo… Después, el corazón de la víctima – generalmente descripto como todavía palpitante – era arrancado… El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide…”

Pero, ¿dónde eran llevados los cuerpos de los cientos de seres humanos a los cuales, en lo alto de las pirámides, se les había arrancado el corazón? ¿Qué pasaba luego con el cuerpo de la víctima? ¿Qué destino tenían los cuerpos que día a día eran sacrificados a los dioses?  Al respecto Michael Hamer que ha analizado esta cuestión con más inteligencia y denuedo que el resto de los especialistas, afirma: “…en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas generales: Ias víctimas eran comidas.”

Hoy la evidencia científica acumulada sobre la antropofagia de los aztecas, no solo es abundante, sino también  irrefutable. Era tal, la cantidad de sacrificios humanos que realizaban los aztecas de gentes de los pueblos por ellos esclavizados que, con las craneos, construían las paredes de sus edificios y templos. Las excavaciones arqueológicas, así como los hallazgos fortuitos que se produjeron a raíz de la construcción de  grandes obras públicas, nos permiten afirmar hoy,  estos asertos. Allí, a la vista de cualquiera, en la ciudad de México, están las paredes de edificios y templos,  construidas por los aztecas con calaveras a modo de ladrillos. Calaveras, por cierto y como ya se ha dicho, de gentes pertenecientes a los pueblos por ellos esclavizados.

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Cada nueva excavación permite encontrar más y más  muros,  más y más paredes construidos con piedras y calaveras con “los dientes hacia afuera” en su mueca final de dolor y terror, por la brutal ejecución a la que fueron sometidos por los sacerdotes aztecas.

La más reciente prueba que confirma el Holocausto ejecutado por los aztecas data del año 2015 cuando, a raíz de las excavaciones arqueológicas que se realizaban junto a la catedral metropolitana de México, se encontró una “torre de cráneos” que asombrosamente, respondía punto por punto, a la descripción hecha por los cronistas españoles de aquella época:

“El número de las víctimas sacrificadas por año– tiene que reconocer  Prescott, que como ya dijimos, resulta ser uno de los historiadores más críticos de la conquista española y  uno de los más fervientes defensores de la civilización azteca- inmoladas era inmenso. Casi ningún autor lo computa en menos de veinte mil cada año, y aún hay  alguno que lo hace subir hasta ciento cincuenta mil.”

Si, utilizando una matemática simple, multiplicamos 20.000 por 45, -es decir por la cantidad de años transcurridos desde la construcción del gran templo de Tenochtitlán en 1486, hasta la derrota del estado azteca a manos de Hernán Cortes en 1521-  resulta que los aztecas asesinaron, en esos 45 años, 900,000 seres humanos.

Según Ángel Rosenblat, quien ha realizado el estudio científico más serio elaborado hasta ahora, respecto de  la población existente en América antes de 1492, en México habitaban, al momento de la llegada de Hernán Cortés, 4,5 millones de habitantes. Entonces si México poseía 4,5 millones de habitantes en 1521, 20,000 personas masacradas por año equivalía al 0,444 % (número periódico), de la población de ese momento. Esto quiere decir, para que se tome real dimensión del Holocausto  perpetrado por los aztecas que,  traspolando ese porcentaje de personas asesinadas por el estado azteca  a la actual cantidad de habitantes de México (127.792.000), que aquella cifra equivaldría a asesinar hoy, a  562.285 habitantes (Quinientos sesenta y dos mil doscientos ochenta y cinco personas) por año.

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Si, ha leído usted bien, aunque parezca mentira.  Si se realizara tal traspolación sobre el “promedio de las cifras mínima y máxima” de personas asesinadas por aztecas en sus rituales antropófagos – cifras dadas por Prescott –  que es un promedio de  85.000 personas asesinadas al año, entre 1486 y 1521, las víctimas equivaldrían al 1,888% (número periódico) de habitantes, cosa que compondría una cifra trasladada a la actualidad de 2.412.713 personas (Dos millones cuatrocientos doce mil setecientas trece personas), ejecutadas por año.

Por fin, si se tomara el máximo de personas masacradas por año, citado por Prescott, de 150,000 personas, éstas habrían representado el 3.33% (número periódico) de la población, cosa que traspolada al día de hoy equivaldría a dar muerte a 4.255.474 personas. Si, ha comprendido usted bien, cuatro millones doscientos cincuenta y cinco mil cuatrocientos setenta y cuatro personas asesinadas por año.

Si Hernán Cortés tuvo éxito, fue porque dijo a esos pueblos sometidos que aquellas masacres iban  a cesar para siempre: “…con nosotros esto nunca más va a ocurrir”.

 A mayor abundamiento, resulta materialmente imposible sostener (siquiera postular o pensar) que, con apenas 300 hombres, cuatro arcabuces viejos y algunos caballos, Hernán Cortés habría podido derrotar al  ejército de Moctezuma integrado por trescientos mil feroces soldados disciplinados y valientes. Hubiese sido imposible, aunque aquellos 300 hombres, hubiesen tenido fusiles automáticos como los que hoy usa el ejército español.

La evidencia histórica, demuestra que miles de indios de las naciones oprimidas lucharon, junto a Cortés, contra los aztecas. Por eso el mexicano José Vasconcelos afirma que “la conquista la hicieron los indios.”

La conquista fue, en realidad, la liberación del 80 por ciento de la población que habitaba Mesoamérica, del imperialismo más macabro y monstruoso que haya conocido la historia de la humanidad.  Algo similar a lo ocurrido en México, aconteció en el Perú y en Colombia.

De la descripción y del análisis  histórico realizado se desprenden las siguientes conclusiones:

1) En  1521, en Mesoamérica, había una nación opresora y cientos de naciones oprimidas, a las cuales los aztecas (los opresores), no solo le arrebataban sus materias primas – tal y como lo han hecho todos los imperialismos, a lo largo de la historia-  sino que les arrebataban a sus hijos, a sus hermanos… para sacrificarlos en sus templos.

2)  El estado azteca era un estado totalitario genocida que llevó  a cabo como política de estado la conquista de otras naciones indígenas para poder tener seres humanos para sacrificar a sus dioses y usar la carne humana así conseguida como alimento principal de los nobles y sacerdotes.

3) La contradicción principal era, para las naciones dominadas por los aztecas, la contradicción vida o muerte. Continuar bajo la dependencia azteca, habría significado, para los tlaxcaltecas y totonacas, por ejemplo, seguir siendo -literalmente- devorados por los aztecas. La liberación significó dejar de ser el principal alimento de los aztecas. Las otras contradicciones eran, dicho esto, evidentemente secundarias.

Estas conclusiones nos autorizan a plantear la necesidad de un cambio conceptual copernicano. Resulta científicamente más apropiado hablar de Liberación de América  que de “conquista” de América.

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REDACCIÓN