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Cuando comenzaba el repliegue general de la Wehrmacht en el frente del este, gracias a la formidable ayuda angloamericana a los soviéticos, que había conseguido que estos contaran, desde mediados de 1943 en adelante, con una superioridad de siete contra uno en tanques, nueve contra uno en artillería y cinco contra uno en aviación, respecto a los alemanes, y todos los esfuerzos hechos por Ribbentrop para lograr la paz en el frente occidental, resultaron vanos, los Aliados habían publicado los informes de las Conferencias de Casablanca y Teherán, y habían dado a conocer los detalles del innoble Plan Morgenthau. En esa situación, y sabiendo que su única alternativa era resistir o morir, mantenerse en pie o desaparecer como nación unida y libre, los alemanes endurecieron aún más su resistencia. Y así se desperdició una posibilidad de detener la carnicería que asolaba a Europa.

El 6 de Junio de 1944, hace ahora 76 años, el grueso de las flotas inglesa y americana, protegiendo a innumerables navíos de transporte, se acercó a la costa francesa y facilitó los primeros desembarcos de tropas. 3000 aviones cubrieron a una flotilla de planeadores que arrojó 20.000 hombres a retaguardia de las líneas alemanas. Los Aliados utilizaron, en total, en esa operación 13.000 aviones, 4.300 naves de transporte y de guerra, 2.000 planeadores y 91 divisiones. La invasión de Europa dio comienzo en la zona comprendida entre Cherburgo y Arromanches. A pesar de su inferioridad numérica, las tropas de von Rundstedt se lanzaron a un violento ataque que rechazó a los ingleses hacia la playa. Pero la

llegada constante de refuerzos procedentes de Inglaterra logró consolidar la cabeza de puente. Los restos de la flota submarina alemana se sacrificaron en una batalla desigual contra la fuerza combinada de las dos mayores flotas de guerra del mundo, y aún así lograron hundir a más de trescientos barcos cargados de tropas y material. La Luftwaffe lanzó sus últimas reservas al combate, consumiéndose en una lucha desigual. El Alto Mando alemán se vio nuevamente obligado a hacer prodigios maniobreros para extraer fuerzas de otros frentes y mandarlas a Francia. El frente balcánico, en particular, quedó casi totalmente desguarnecido, lo que permitió a los ingleses iniciar el asalto a la fortaleza europea por el sudeste,

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saltando de isla en isla, en el Mar Egeo. Cinco divisiones selectas, de las SS fueron rápidamente transportadas del frente ruso al francés, al mismo tiempo que Stalin preparaba una nueva ofensiva en el sector central. El III Reich, atacado por cuatro puntos a la vez – Rusia, Francia, Italia y los Balcanes – empezaba a desmoronarse. Sólo la fe en las armas secretas anunciadas por Hitler y Goebbels mantenía aun viva la llama de la esperanza. La propaganda aliada pretendió que las armas secretas de que hablaba Hitler en

sus discursos eran un bluff destinado a sostener la moral de sus soldados. No obstante, los hechos demostrarían la falsedad de esas afirmaciones. La técnica alemana hizo verdaderos prodigios en el curso de la contienda, muy especialmente a partir de 1942. Las bombas volantes V-l y V-II pasaron su fase experimental en 1942 y su producción en serie se inició en 1943. Existía, además, el prototipo de una V-3, de efectos aún más demoledores que las anteriores. El inconveniente principal radicaba en la falta de tiempo. Las bombas volantes llegaron demasiado tarde. De haberlas podido utilizar dos o tres semanas antes, los alemanes hubieran probablemente evitado el desembarco de Normandía. Hay que tener en cuenta que las primeras bombas volantes fueron lanzadas sobre Londres y el sur de Inglaterra el día 13 de Junio, es decir, siete días después de haberse realizado el desembarco en Normandía. No cabe duda de que la mortandad entre las tropas destinadas a la invasión hubiera sido terrible, dada su abigarrada concentración en aquella reducida zona. El mismo Eisenhower ha admitido que si Alemania hubiera podido utilizar las bombas volantes unas semanas antes de lo que lo hizo, la Operación «Overlord» (nombre en código del desembarco de Normandía) habría sido imposible de llevar a la práctica. De haber dispuesto, asimismo, de unos meses más, la Luftwaffe hubiera podido contar con nuevos carburantes sintéticos cuya puesta a punto había pasado ya del plano experimental. Si Italia, y después, la mayoría de sus aliados, no la hubieran abandonado en pleno combate, no cabe duda de que Alemania hubiera dispuesto de esos preciosos tres o cuatro meses que separaron su triunfo de su derrota. Tres o cuatro meses que significaron el triunfo de las llamadas «democracias» y, paralelamente, quiérase o no admitir, la derrota de Europa. Y en esas trágicas circunstancias en que se debatía el III Reich, la traición disfrazada de «realismo», de «objetividad», y, sobre todo de «patriotismo», empezaba a hacer su aparición en escena. Primero, tímidamente, y después, sin recato alguno. Los antiguos aliados del Reich creyeron ingenuamente que se salvarían comprando el perdón democrático-soviético con la deserción e, incluso, con el ataque a Alemania. Los pobres ilusos pronto comprobarían en lo que consistió la “liberación” de Europa, ya cayeran en manos de los soviéticos o en manos de sus democráticos aliados, de esos demócratas que dieron apoyo financiero, material y militar a sus aliados soviéticos para ocupar media Europa, incluida Polonia entera, cuya integridad territorial decían que fue la que ocasionó la II Guerra Mundial. Una “liberación” que consistió en atomizar ciudades enteras, convertirlas en un montón de escombros, y a su población civil quemarla viva con toneladas de bombas incendiarias junto a barriles de fósforo, como hicieron en Dresde al final de la guerra, o en hacinar y dejar morir de hambre a la intemperie a los prisioneros de guerra de los norteamericanos en los campos de la muerte de Eisenhower, además de torturas y violaciones a las mujeres, que de todo eso hicieron los “libertadores”, tanto los soviéticos como sus demócratas aliados. No fue la de 1945 una victoria de una parte sobre la otra parte, sino una derrota de una forma de ver el mundo, la propia de Europa, frente a otra parasitaria.

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