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Ucrania celebra el día del recuerdo por el Holodomor el cuarto sábado de noviembre. Un genocidio por hambre provocado por Stalin de más de cuatro millones de personas que fue silenciado durante décadas y que aún hoy cuenta con muchos detractores que lo niegan, lo tachan de propaganda o achacan la hambruna al mal tiempo. No fue el único lugar en donde la hambruna de 1932-1933 se cebó con la población, también sucedió en otros lugares de la antigua Unión Soviética, pero en Ucrania las políticas criminales adoptadas por los comunistas agravaron el hambre y condujeron a un verdadero genocidio. Pero hubo otro lugar, mucho menos conocido, en el que la hambruna también se convirtió en un instrumento del terror estalinista, Kazajistán. En este país de Asia Central, como en Ucrania, las confiscaciones de alimentos se endurecieron, la represión se intensificó y se aprovechó la hambruna para sovietizar Kazajistán, persiguiendo y asesinando a la élite kazaja. Este crimen es conocido como el genocidio Goloshchokin.

Goloshchokin, el verdugo de Stalin en Kazajistán.

La colectivización impuesta por Stalin llegó a Kazajistán a finales de 1929, pero su ejecución presentaba más problemas que en otras zonas de la URSS. Debido a su ubicación en Asia Central y a su clima más extremo, las tribus nómadas kazajas se veían obligadas a trasladarse con su ganado según las estaciones. La parte norte del país era más fértil, mientras que la sur era desértica. Había muy pocos asentamientos de importancia como Almaty (capital en la época soviética), junto al lago Balkash, o Akmola (después Astana y en la actualidad Nursultán, capital del país), que había crecido a partir de un puesto avanzado ruso en la época zarista. El hombre de Stalin en Kazajistán era el secretario del comité regional kazajo, Filipp Isáevich Goloshchokin. Bolchevique de la vieja guardia, había sido comisario del soviet de los Urales y de la Cheka entre 1917 y 1925, y uno de los organizadores del asesinato del Zar Nicolas II y su familia en Ekaterimburgo en julio de 1918. Como muchos otros chequistas, Goloshchokin fue víctima de las purgas estalinistas y detenido en octubre de 1939. Fue fusilado el 28 de octubre de 1941 y posteriormente rehabilitado en 1961.  

Desde el principio, las peticiones de grano fueron imposibles de cumplir. Las confiscaciones de grano (más de un millón de toneladas en 1930) y de ganado provocaron todo tipo de protestas, desde disturbios a incluso actos de guerrilla en la región de Mangyshlak, pero no disminuyeron las exigencias de los comunistas. En una carta del 31 de enero de 1931, Stalin insiste a Goloshchokin en el “cumplimiento incondicional de la cuota decretada de 8 millones de toneladas” y le exige que “tome todas las medidas necesarias”.

Sin embargo, las “medidas necesarias” no sometieron la resistencia de los kazajos a las confiscaciones y la respuesta de Stalin fue despiadada. Como en el caso de Ucrania, Stalin no solo culpó a los kazajos del fracaso de las cuotas, también culpó a los comunistas locales de sabotear la colectivización y de coaligarse con los kulaks (los kulaks eran los campesinos propietarios de tierras que se negaban a la colectivización y que fueron convertidos en un enemigo de clase por el Estado). En un telegrama encriptado del 21 de noviembre de 1932, Stalin señala que “debe entenderse que, bajo tales condiciones, el Sóviet de Comisarios del Pueblo y el Partido regional no pueden tomar otra senda que la de la represión, aunque, obviamente, la represión por sí sola no basta y en paralelo necesitamos una campaña de propaganda amplia y sistemática”. 

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La campaña de Goloshchokin, como la realizada en Ucrania, comenzó con una persecución sobre los kulaks y la confiscación por la fuerza de toda la comida. El resultado, como era previsible, fue una hambruna generalizada. Del mismo modo, se continuó el proceso de sovietización iniciado en 1928 y que provocó la persecución de la élite kazaja. Numerosos escritores, poetas, políticos, ingenieros, historiadores y científicos fueron ejecutados o internados en campos. Sus familias también corrieron su misma suerte. Muchos de los que sobrevivieron a esa primera purga serían juzgados de nuevo en 1937 y ejecutados o exiliados a otras repúblicas soviéticas.

Kazajistán no tuvo un Gareth Jones, un periodista que revelara al mundo lo que estaba pasando, pero una joven rusa de 19 años, Tatiana Nevadovskaya, hija de un profesor exiliado en el pueblo kazajo de Shymdaulet, fue testigo de la hambruna y dejo su testimonio en su diario “Los terribles años del hambre 1932-1933”. Tatiana entregó su diario en los archivos centrales kazajos cincuenta años después. Otros documentos hablan de palizas a campesinos por robos de comida en las granjas colectivas, que a menudo resultaban en la muerte, e incluso de privar a una familia de raciones y condenarlos a morir de hambre. También se produjeron casos de canibalismo, un informe secreto de la OGPU del 31 de marzo de 1933 mencionaba el arresto de una mujer en febrero por haber cocinado el cadáver de un niño de 6 o 7 años.  

Los soviéticos abrieron 11 campos especiales (GULAG) en Kazajistán. Uno de ellos, hoy convertido en museo, fue denominado ALZHIR, “campo en Akmola para esposas de traidores a la Patria”. Más de diez mil de esas esposas murieron en el campo. La desértica parte sur del país fue utilizada para reasentar a los kulaks kazajos y a los deportados de otras regiones de la URSS. En la década de 1930, 64.000 familias kulak ucranianas fueron reasentadas en Kazajistán, les seguirían chechenos, ingusetios, alemanes, coreanos, turcos, iraníes, tártaros de Crimea y polacos. Según el demógrafo Sergei Maksudov el número de kazajos muertos asciende a 1.450.000, un 34% de los kazajos en ese momento, a los que habría que añadir otras 100.000 víctimas de otras nacionalidades. Además, otros 700.000 kazajos huyeron de Kazajistán, mayoritariamente a China. En consecuencia, los kazajos se convirtieron en una minoría étnica en su propio país hasta la década de 1980. 

Kazajistán celebra el Día del Recuerdo de las víctimas de la represión política y el hambre cada 31 de mayo. Ese día se rinde homenaje a los muertos con diversos actos y ofrendas florales. Sin embargo, como sucedió durante el mandato de Yanukóvich en Ucrania, no se habla de genocidio. Tras la caída de la URSS, Nursultán Nazarbayev se hizo con la presidencia del país. Nazarbayev se ha mantenido en el poder 29 años, ganando todas las elecciones presidenciales por goleada, hasta que lo abandonó voluntariamente en 2019 y fue sustituido por Kassym-Jomar Tokayev. La capital del país, Astana, cambió su nombre a Nursultán en su honor. La política kazaja ha estado muy vinculada a Rusia, de la que es dependiente económicamente, y con la que firmó junto a Bielorrusia una unión aduanera el 29 de mayo de 2014. El gobierno ruso no quiere oír hablar de genocidios cometidos por Stalin, una figura cada vez más popular en Rusia, y defiende la falta de intencionalidad política de la hambruna.    

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El 30 de enero de 2019, el periodista Zhambolat Mamai estrenaba, “Zulmat: Genocidio en Kazajistán”. El documental, que tuvo una gran acogida, denunciaba el genocidio por hambre contra el pueblo kazajo, el exilio y los bombardeos contra la población por resistirse a las confiscaciones (los pilotos responsables fueron condecorados como “Héroes de la Unión Soviética”). Mamai también denunció la existencia de documentos clasificados en manos del Kremlin que confirmaban la consecución de este crimen. La respuesta del ministerio de asuntos exteriores ruso, el 22 de febrero, fue una declaración oficial “sobre las insinuaciones en torno a la tragedia causada por el hambre en la Unión Soviética em 1932-1933”. La declaración afirmaba que la tragedia fue debida a causas naturales y que las medidas de emergencia tomadas empeoraron la situación. “Estamos convencidos de que la manipulación de hechos históricos usando la carta nacionalista no tendrá éxito en engañar a los pueblos de Asia Central, que tienen un lazo de hermandad con los rusos”. Como en Ucrania, los que reivindican que se reconozca la política criminal de Stalin son tachados de “nacionalistas”.  

En junio de este año, varios diputados kazajos pidieron que se reconociera la hambruna como un “genocidio organizado por el poder totalitario de los bolcheviques”. En palabras del diputado Berik Dyusembinov, “hasta que no reconozcamos sus muertes como lo que realmente fueron, no habremos pagado nuestra deuda con estas almas atormentadas”. La deuda con las víctimas del genocidio Goloshchokin está lejos de ser saldada, pero, como pasó en el caso ucraniano, debemos dar a conocer su historia.

La escultura «Madre» (2017″ en la ciudad de Almaty que recuerda a las víctimas de la hambruna.

Autor

Álvaro Peñas