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Recordamos hoy a los niños que Herodes mandó degollar para deshacerse del “futuro rey de los judíos” que, según los Magos, acababa de nacer. La Iglesia celebra como día notable del calendario litúrgico este día ya desde el siglo XV, según relata san Pedro Crisólogo.

Sería en la Edad Media cuando alcanzó su mayor sentido esta festividad. Dentro del ciclo litúrgico navideño esta celebración de los Santos Inocentes es muy antigua en España, como lo es el sentido del humor, la broma ligera o pesada, el instinto lúdico. Los egipcios ya se gastaban bromas entre sí, bromas de todo tipo, y con anterioridad a ellos los sumerios, por el puro placer de hacer gracia y divertirse. Sin embargo, en el mundo clásico no se permitían las bromas que pudieran provocar en los demás sentimientos de inferioridad, pese a que en muchas culturas existió la costumbre de enviar a un inocente a realizar recados ridículos o inútiles que convertían al infeliz en un ser estúpido de quien todos se reían y a quien todos escarnecían de forma cruel.

En la tradición cristiana medieval el día dedicado a este tipo de actuaciones era el de San Nicolás de Bari, el 6 de diciembre, especialmente en localidades que disponían de universidad y sede episcopal: era una fiesta estudiantil entre los componentes de las escolanías catedralicias que celebraban el día 28 de diciembre, coincidiendo con los Santos Inocentes.

El “Vocabulario de Refranes del Maestro Correas”, del siglo XVII, se dice que como era época muy fría en el norte daban vacaciones a los muchachos.  En Cataluña la fiesta se prolongó en más lugares alejados, como en las villas pirinaicas, donde los chicos, uno con mitra dorada en la cabeza, acompañados de otros con mitra de plata pedían en el vecindario: el más joven de esta alegre tropa era nombrado “obispillo”, y la fiesta tenía una fuerte tendencia hacia el exceso y a la irreverencia,  mientras el hecho de que a menudo degenerara de los fines primeros y pisara terrenos claramente profanos; parece natural que la Iglesia tratara de abolir tales festejos; en la iglesia gerundense las cosas llegaron tan lejos, a finales del siglo XV, que fue necesario abolir la celebración de esa fiesta. Lo mismo pasó en Sevillla durante el reinado de Felipe III; en Lugo y su diócesis se prohíbe en la segunda mitad del siglo XVII en estos términos: “Ninguna persona puede usar en la fiesta del obispillo vestidura sagrada como mitra, roquete, alba…, ni use de bendiciones”.

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Otras localidades visten de “obispillo” a un niño que pide el aguinaldo de casa en casa, acompañado de otros de su edad. Todavía festejan en Navarra al “obispillo” cantando cosas como esta:

Aquí venimos cuatro,

cantaremos dos,

una limosnica

por amor de Dios.

 

Con los dineros que obtienen los chavales del aguinaldo compran un pollo que se comen dos días después.

La villa alavesa de Salvatierra, hasta finales del siglo XI,X vestían de obispo a adolescentes. En Sevilla tienen por costumbre que pidan el aguinaldo “los seises” de la catedral.

Los guipuzcoanos de Zegama festejan el “obispillo” durante las fiestas locas de San Nicolás con castañas; los niños cantan mientras piden el aguinaldo:

Los pastores ya vinieron,

los señores soberanos;

San Nicolás quiricolás,

mata gallinas, come castañas

y dos reales para el obispillo

hay que dar.

 

Durante la Baja Edad Media se entregaban a una fiesta ruidosa y gastando bromas pesadas; monaguillos y sacristanes eran los protagonistas que parodiaban al obispo de forma un tanto excesiva.

Nuestros pueblos y ciudades aparecen repletos de tradiciones y festividades dignas de recordar, que es lo que estamos haciendo nosotros estos días.

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REDACCIÓN