21/11/2024 19:45
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La última semana del entorno patriótico-social ha estado agitada por la polémica desatada por un acto del que se ha hablado en exceso y al cual no es necesario hacer ninguna referencia más. Intuyo que el artículo «Ramiro Ledesma y sus herederos», firmado por Carlos Ferrández López, va por esa línea. Por herederos entiendo que se refiere a quienes nos identificamos políticamente con Ramiro Ledesma y hemos estudiado su obra, como es mi caso, por lo que me siento obligado a ofrecer una réplica con el fin de que quienes menos conocen su obra no asuman los errores vertidos con anterioridad. Artículos y comentarios contrarios (cuando no hostiles) a Ramiro Ledesma he leído y escuchado varios con anterioridad, algunos justificados en la ignorancia y otros en el falangismo heredero del mito joseantoniano tan promovido por el franquismo y que tanto daño hizo (y sigue haciendo); recuerdo uno, especialmente doloroso por ser el autor una persona de trayectoria muy respetable, limitándose a señalarle como un «nazi». En este caso nos encontramos con un autor del que desconocemos las fuentes exactas en las que justifica su rechazo al pensamiento ramirista, aunque todo parece indicar que son una interpretación particular del pensamiento católico tradicional español (y sin pretenderlo viene a darle la razón al mismo Ramiro Ledesma, a quien pretende defenestrar, cuando afirmaba que el patriotismo se adultera al calor de las iglesias, aunque ya le habían dado la razón previamente los muchos sacerdotes cómplices de los nacionalismos vasco y catalán). No obstante, no simpatizar con la persona de Ramiro Ledesma podría tener un pase de hacerlo con argumentos serios, pero no es el caso; por desgracia, y en la línea de lo vivido durante la última semana, las justificaciones pretendidamente doctrinales se mezclan con episodios históricos, propagandísticos e incluso prejuicios personales nada disimulados.
 
 
«Ramiro Ledesma Ramos nada tuvo de original, fue un pensador político de escasa importancia y con menos seguidores. Admirador del fascismo italiano y del partido obrero alemán trató de implantar la doctrina nacional socialista en España con escaso éxito, y con ello se ganó la antipatía incluso de los que en un primer momento pudieron ver en el joven algo provechoso, mas nunca, como demostraron los acontecimientos, con su ideología anti-española. Al pobre Ramiro mas le habría valido quedarse en la especulación filosófica que dedicarse a la política, de España no entendió nada, y por eso su relación con Jose Antonio se extinguió muy pronto«
El artículo, ciertamente no empieza bien. Y no empieza bien por los errores de bulto en que incurre su autor, lo cual será la línea general de principio a fin. Es verdad, las iniciativas políticas y periodísticas promovidas por Ramiro Ledesma apenas llegaron a unos pocos seguidores. Pero fue el primero en España en plantear una alternativa política acorde a su época. Escritores como Ernesto Giménez Caballero y Rafael Sánchez Mazas han sido considerados como los primeros fascistas españoles, pero ninguna empresa política se les puede vincular; su fascismo era una cuestión estética, vanguardista, intelectual. Ramiro Ledesma, en cambio, estudió la irrupción de los totalitarismos en general (de ahí los famosos vivas a la Italia fascista, la Rusia soviética y la Alemania nacionalsocialista, cuando ésta última ni siquiera había tomado el poder) frente a una democracia liberal en crisis tras la Primera Guerra Mundial y, tomando partido dentro de esos totalitarismos, fue el primero en promover un proyecto político tan antiliberal como antimarxista, en sintonía con las corrientes «fascistas» que comenzaban a ganar seguidores entre la juventud, sobre todo a raíz del triunfo hitleriano en 1933; los «fascismos», todo sea dicho, jamás fueron un fenómeno homogéneo y en función del país manifestaban unas características u otras (de ahí que, por ejemplo, el fascismo italiano marcase más distancia con la religión que el rumano, dado que en los países católicos ha existido más separación entre Iglesia y Estado que en los ortodoxos; del mismo modo que las teorías raciales del nacionalsocialismo no pudieran tener repercusión en los países mediterráneos, más alejados de un fenómeno arraigado sobre todo en los países anglosajones y germanos).
Ese primer proyecto, conocido como Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, irrumpió en el ocaso del periódico La conquista del Estado. Este periódico fue financiado por sus «amigos vascos», sobre quienes ha arrojado más luz recientemente Ernesto Milá con sus estudios sobre la etapa fundacional del nacionalsindicalismo; eran monárquicos alfonsinos vinculados a Renovación Española que veían en el fascismo el instrumento adecuado para conservar (y, en este caso, recuperar) la monarquía contando con el apoyo de masas obreras y juveniles, de ahí que financiasen tanto los proyectos de Ramiro Ledesma y José Antonio Primo de Rivera, les instaran a la unificación e incluso volvieran a financiar La Patria Libre, el periódico de la escisión de Ramiro Ledesma en 1935, cuando no estaba muy claro cómo iba a terminar aquello. Pero Ramiro Ledesma no perdió el contacto con ese entorno, por muy claro que tuviera que sus objetivos no eran los de ese grupo monárquico; lo mismo le sucedió a José Antonio, que políticamente quedó liberado de los monárquicos en 1935 cuando éstos apostaron decididamente por José Calvo Sotelo y su Bloque Nacional. Si Ramiro Ledesma quedó en fuera de juego políticamente no fue por cuestiones ideológicas (el clásico habitual para justificar las deserciones o antipatías de nuestra época), ni por personalismos (siempre tuvo muy claro que José Antonio era un dirigente más apto para liderar el proyecto, si bien desconfió de su entorno y corte de aduladores); como a tantos otros, Ramiro Ledesma no supo jugar bien sus cartas y, a pesar de quedarse fuera de la organización que había contribuido a levantar, todavía pudo dejar dos obras como Discurso a las juventudes de España (la única obra doctrinal del nacionalsindicalismo fundacional, donde entre otros aspectos desarrolla lo más parecido a una Teoría de la Historia en clave nacionalsindicalista) y ¿Fascismo en España?, donde con décadas de antelación explicó a la perfección la diferencia entre fascistas y fascistizados, además de la relación entre el nacionalsindicalismo y los sectores monárquicos; un libro alejado de los insultos e interpretaciones interesadas con que algunos han pretendido etiquetarlo. Por otra parte, no deja de ser llamativo que la única publicación estrictamente doctrinal de la Falange fundacional fuese la revista JONS, quedando limitada la difusión de consignas tras la escisión ramirista a los periódicos Arriba y Haz.
 
 
«La doctrina nacional socialista es la antítesis de lo que represente el pensamiento hispano, el pueblo español no la entiende, y el que la entiende la aborrece. El «corpus ramirista» esta compuesto por los artículos que el castellano publicó en su semanario La conquista del Estado. Su planteamientos son los de un «fascismo a la española» -lo que supone de suyo una contradicción–. Lo que viene a postular es un estado nacionalistasde economía socialista, o lo que es lo mismo un globalismo avant la lettre como el que trataron de alcanzar los dirigentes nazis. A Ramiro lo expulsaron de Falange Española por incompatibilidad ideológica, aunque el alegó que Falange se había apartado de la vía revolucionaria, es decir de la violencia física como método, de la Jose Antonio había renegado cuando dijo aquello de «enterrar a nuestros muertos» o la » dialéctica de los puño y las pistolas», si se interpreta por la voluntad de su autor, y no en contexto –que es lo mismo que decir en arbitrariedad– como le gusta a los hermenéuticos, de los que por cierto Ledesma también era seguidor«
Ramiro Ledesma jamás defendió ningún nacionalsocialismo como doctrina política para España, sí un nacionalsindicalismo homologable a los «fascismos» (comprendidos éstos en un sentido amplio). Además de La conquista del Estado (un periódico juvenil), publicó en diversos medios, tanto ajenos como Acción Española (publicación nada sospechosa de divulgar ideas contrarias al pensamiento tradicional español) y propios como JONS y La Patria Libre. Pero la madurez doctrinal de Ramiro Ledesma está en las dos obras anteriormente citadas, especialmente el Discurso a las juventudes de España; ahí alude a la misión de las juventudes de construir un nuevo mundo frente al decadente demoliberalismo, analiza los totalitarismos tan en boca de todos durante esa época (a destacar que, ya en 1935, reflexionaba sobre el riesgo que corría el fascismo italiano de ver fracasada su revolución tras su pacto con la burguesía) y señala problemas surgidos en las sociedades modernas y que perviven a día de hoy (alude a los desempleados como consecuencia de la sociedad surgida de la revolución industrial como un sector social ajeno al proletariado, adelantándose muchas décadas a los gurús de la izquierda posmoderna que hablan hoy del precariado como una nueva clase social). Poco ha tenido que leer pues el autor de las líneas citadas a Ramiro Ledesma para manifestar su escasez e importancia doctrinal.
Por otra parte, Ramiro Ledesma no fue expulsado de Falange; sí es cierto que buscó aliados dentro que compartieran su descontento con el rumbo de la organización a comienzos de 1935, del mismo modo que no permaneció hostil a otro complot frustrado contra José Antonio como el de Juan Antonio Ansaldo, hombre de confianza de los monárquicos alfonsinos dentro de Falange. También es cierto que consideró en su momento (erróneamente, podríamos añadir) que Falange debía haber tomado el poder violentamente durante la fallida revolución socialista de octubre de 1934; esto se ha achacado a su juventud y a que sobrevaloró las capacidades de la organización, a causa sobre todo de haber pasado de unas minúsculas JONS a otra con mayor número de afiliados, recursos económicos y dos diputados en Cortes. En ningún caso se vio fuera de Falange porque José Antonio rechazase la violencia, ya que está más que demostrado que éste hizo de tripas corazón y tuvo que convivir con sus escrúpulos interiores cuando la deriva de la realidad española así lo impuso.
 
«El nacional socialismo tampoco tiene nada de original, Mussolini escindió una parte del socialismo italiano y sustituyó el internacionalismo por el imperialismo, o en otros términos: por el culto a la figura del emperador, que da la causalidad en aquel momento era él. Benito fue un megalómano excéntrico que trató de imitar la exposición que de los lideres militares había hecho el romanticismo , y en su aventura ideológica se llevó por delante la vida de miles de italianos a los que mandó a combatir en África en honor a su propia divinidad«
El nacionalsocialismo fue un producto del entorno cultural germano, con simpatías en el mundo anglosajón y algún caso puntual en Francia. El fascismo italiano, en cambio, tiene su paternidad en el punto de contacto que algunos sectores del sindicalismo revolucionario (considerados heréticos por los marxistas que derivaron en el comunismo) tuvieron con los nacionalistas monárquicos y antiliberales, primero en Francia y con posterioridad en Italia; más que Mussolini, los padres y predecesores del fascismo son Georges Sorel y Charles Maurras. Mussolini se escindió del Partido Socialista Italiano, pero el programa del fascismo previo a la marcha sobre Roma no era imperialista; otra cuestión es que la realpolitik terminase marcando otra agenda al fascismo en el poder, que heredó la política africana de los derrotados liberales. Por otra parte, Mussolini jamás fue Jefe de Estado en Italia (ese cargo correspondió al rey), y acusarle de magalómano es más una declaración de prejuicios por parte del autor que un razonamiento doctrinal o histórico, sobre todo bajo el «argumento» de enviar tropas a África en honor a su propia divinidad, como si previamente no hubieran existido tensiones entre Italia y Reino Unido por los territorios africanos.
 
«La importancia histórica de Jose Antonio no ha empezado si quiera a conocerse. Su figura tan denostada por unos y por otros, ha impedido que se desarrolle su pensamiento, si bien tenemos cientos de títulos biográficos y compilaciones de la obra del jurista, los hay muy escasos sobre los fundamentos filosóficos de sus pensamiento. Jose Antonio es un pensador todavía no pensado, mientras que Ramiro fue un marxista disidente como muchos en su época«
Al margen de lo que pueda creerse sobre si José Antonio ha sido poco o muy estudiado, es una temeridad acusar a Ramiro Ledesma de marxista disidente cuando políticamente siempre se posicionó contra el marxismo. Sí es cierto que pudo utilizar el término socialismo al referirse a la economía (y habría que ver sobre qué aspecto lo aludía), pero es que el socialismo puede entenderse en un sentido muy amplio como la intervención del Estado en la economía. El marxismo, en cambio, es una filosofía con repercusiones políticas que nunca tuvo las simpatías de Ramiro Ledesma, y mucho menos en su etapa más madura.
 
«A veces la euforia de la juventud conduce a graves errores dogmáticos –como en mi opinión le ocurrió al pobre Ramiro–, pero una cosa es errar y otra ser un canalla, un charlatán y un jeta«
No vamos a negar que las lecturas políticas mal digeridas de la juventud puedan desembocar en algo similar a un síndrome de Don Quijote, de ahí que una errónea interpretación de un ensayo político (da igual de qué tendencia) pueda desembocar en situaciones ridículas equiparables a las de Alonso Quijano embistiendo molinos de viento por culpa de los libros de caballerías. Quién sabe si no será el caso del autor de estas líneas citadas, quien, no contento con despreciar a Ramiro Ledesma a base de tópicos, enfoques erróneos y argumentos cogidos por los pelos y teóricamente sostenidos en el pensamiento tradicional español, todavía se permite el lujo de llamar canalla, charlatán y jeta a una de las mejores cabezas del siglo XX español; simplemente con semejantes exabruptos queda en evidencia quien los escribe más que el personaje histórico sometido a juicio y crítica. Y no porque lo diga un seguidor de la obra de Ramiro Ledesma; ahí queda el testimonio de su maestro José Ortega y Gasset (que algo de filosofía debía saber) lamentando la noticia de su asesinato.

Autor

Gabriel Gabriel
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