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Hoy llegamos a la segunda estación: los Borbones españoles. O mejor dicho, hoy tocan las “felonías” de los dos Reyes más nefastos de la Historia de España: Carlos IV y su hijo Fernando VII.

Pero, para evitarme problemas con la “Casa Borbón” española y la censura, aunque callada, ya implantada por los demócratas que detentan el Poder, me he dejado en el armario la caja de los adjetivos y me limito a reproducir las palabras que escribirían antes y después de vender España a Napoleón. Hoy no voy a juzgar, juzguen ustedes. Quiero vivir tranquilo… lo que me queda de vida.

Lean, pues, lo que ellos escribieron y está en la intraHistoria.

Son textos casi inéditos, dado que fueron prohibidos por los Gobiernos de la Monarquía, de la República, del Franquismo y de la Transición.

 

ABDICACION DE CARLOS IV

«El Rey nuestro Señor, acompañado de sus amados hermanos, tí­o y sobrinos, se trasladó ayer 24 del corriente desde el real sitio de Aranjuez al palacio de esta villa, donde permanecen S.M, y A.A. sin novedad en su importante salud. El júbilo y regocijo de los leales habitantes de Madrid ha sido qual correspondí­a a las extraordinarias circunstancias actuales, y los aplausos, vivas y demás expresiones de fidelidad y ternura del inmenso concurso que habí­a acudido a solemnizar la primera entrada de nuestro joven Monarca, han manifestado bien a las claras los afectos de todos los corazones, y la veneración de sus pueblos, que llenos de amor a su real Persona, y de las esperanzas que promete un reinado que empieza baxo tan felices auspicios, se dan la enhorabuena de vivir baxo su a gusto imperio.

El Sr. Rey D. Carlos Quarto se sirvió expedir el real decreto siguiente:

«Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos, y me sea preciso para reparar mi salud gozar en clima más templado de la tranquilidad de la vida privada; he determinado, después de la mas seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y mi mui caro hijo el Prí­ncipe de Asturias. Por tanto es mi real voluntad que sea reconocido y obedecido como Rei y Señor natural de todos mis reinos y dominios. Y para que este mi real decreto de libre y espontánea abdicación tenga su exacto y debido cumplimiento, lo comunicaréis al consejo y demás a quienes corresponda.

Dado en Aranjuez, a 19 de marzo de 1808.- Yo, el Rey.- A don Pedro Cevallos».

 

CARTA DE CARLOS IV A NAPOLEON

« Señor mi hermano : V. M. sabrá sin duda con pena los sucesos de Aranjuez y sus resultas ; y no verá con indiferencia á un rey, que forzado á renunciar la corona, acude á ponerse en los brazos de un grande monarca aliado suyo, subordinándose totalmente á la disposición del único que puede darle su felicidad, la de toda su familia y la de sus fieles vasallos. Yo no he renunciado en favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias, cuando el estruendo de las armas y los clamores de una guardia sublevada me hacían conocer bastante la necesidad de escoger la vida ó la muerte, pues esta última se hubiera seguido después de la de la reina.

Yo fui forzado á renunciar ; pero asegurado ahora con plena confianza en la magnanimidad y el genio del grande hombre que siempre ha mostrado ser amigo mío, yo he tomado la resolución de conformarme con todo lo que este mismo grande hombre quiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la reina y la del príncipe de la Paz.

Dirijo á V. M. I. y R. una protesta contra los sucesos de Aranjuez y contra mi abdicación. Me entrego y enteramente confío en el corazón y amistad de V. M., con lo cual ruego á Dios que os conserve en su santa y digna guarda. De V. M. I. y R. su muy afecto hermano y amigo. Carlos »

Aranjuez, 23 de marzo de 1808

 

Bayona

 

Tal día como hoy del año 1808 y en el castillo de Marracq, en la ciudad francesa de Bayona, el Rey Carlos IV y el emperador Napoleón firmaron un Tratado por el que el primero le cedía la Corona de España al segundo. Sin embargo, la cosa no fue fácil, porque Carlos IV, tras el Motín de Aranjuez y la caída de Godoy, había abdicado en el Príncipe de Asturias, su hijo Fernando VII, y hubo que forzar a este para que le devolviera al padre la Corona. El resultado fue que las Españas cayeron en manos de Napoleón, que ya era amo de de Europa, y que nombró a su hermano José como nuevo Rey. Todo se resolvió en dos días y mientras Carlos IV y la Reina María Luisa disfrutaban del ceremonial imperial y de la «riquísima comida francesa»  (al decir del Rey español).

 

Pero, aquella farsa terminó con una guerra que duraría 6 años y que cambió los destinos de España, pues antes, en y después los españoles se dividieron en dos bandos suicidas, que prolongarían sus enfrentamientos todo el siglo XIX y parte del XX  (en realidad hasta la Guerra Civil de 1936). Primero fueron los afrancesados y los patriotas; después, los liberales y los conservadores; luego, los monárquicos y los republicanos; más adelante las izquierdas y las derechas y por último los «rojos» y los «azules». Pasaron a la Historia como «las abdicaciones de Bayona» 

LA ESCENA DE LA VERGÜENZA

El telón se levanta cuando el «ogro», gritando por las noticias que ha recibido de Madrid sobre la sublevación del 2 de mayo y rápido como el viento y el rayo (el rayo de la guerra que era), se planta en la residencia del Príncipe Fernando y delante de sus padres le acusa de ser el instigador de los amotinados y los muertos de la capital española. Carlos IV aprueba las palabras del emperador y le grita a su hijo.

 —¡Tú! ¡Tú has sido seguro el incitador de esa carnicería! ¡La sangre de mis vasallos ha corrido y también la de los soldados de mi gran amigo Napoleón por tu culpa! ¡Vete! ¡No quiero verte más!

Y la Reina, «hecha una furia» -según el biógrafo Castelot- insulta ferozmente a su hijo y le grita a la cara:

— ¡Bastardo! ¡Eres un bastardo! ¡Y maldita la hora que te traje al mundo! ¡Te teníamos que haber fusilado cuando lo de El Escorial!

Y dirigiéndose a Napoleón:

— Sire, no lo dude ¡mande a este bastardo al cadalso!

Napoleón, sin embargo, aprovecha el momento y la situación para decirle con cara de pocos amigos al Príncipe de Asturias:

— Si de aquí a la media noche no habéis reconocido a vuestro padre Rey legítimo y lo comunicáis a Madrid, seréis tratado por mí como un rebelde. Se acabaron las contemplaciones.

Y Fernando, cobarde como siempre, espantado y lleno de miedo, no sólo cede, abdica y reconoce a su padre como Rey legítimo, sino que se acerca a Carlos IV y se hinca de rodillas llorando y pidiéndole perdón, como hijo y como súbdito.

— Mariscal Lannes -dice Napoleón- acompañe al Príncipe a su residencia y asegúrese que mañana mismo salga para su nuevo destino en el castillo de Valencay.

Y al quedarse solo con los Reyes, Carlos IV ya no duda y abdica a favor de Napoleón. El Reino de España ya tiene nuevo Rey, porque el Emperador ya había elegido a su hermano José para sustituir a los españoles.

Y ahora ya sí, vayamos directos al encuentro de los “Manifiestos” que lanza desde que vuelve del exilio dorado de Francia hasta la Feodonia” de los “cien mil hijos de San Luis” de 1823

 

FERNANDO VII ABDICA EN SU PADRE CARLOS IV

“Mi venerado padre y señor: Para dar a Vuestra Majestad una prueba de mi amor, de mi obediencia y de mi sumisión, y para acceder a los deseos que Vuestra Majestad me ha manifestado reiteradas veces, renuncio mi corona en favor de Vuestra Majestad, deseando que Vuestra Majestad pueda gozarla por muchos años. Recomiendo a Vuestra Majestad las personas que me han servido desde el 19 de marzo.”

 

 

CARLOS IV VENDE ESPAÑA A NAPOLEÓN

 

Su Majestad el rey Carlos, que no ha tenido en toda su vida otra mira que la felicidad de sus vasallos, constante en la idea de que todos los actos de un soberano deben únicamente dirigirse a este fin […] ha resuelto ceder, como cede por el presente, todos sus derechos al trono de España y de las Indias a Su Majestad el emperador Napoleón, como el único que, en el estado a que han llegado las cosas, puede restablecer el orden; entendiéndose que dicha cesión sólo ha de tener efecto para hacer gozar a sus vasallos de las condiciones siguientes:

1º. La integridad del reino será mantenida: el príncipe que el emperador Napoleón juzgue debe colocar en el trono de España será independiente y los límites de la España no sufrirán alteración alguna.

2º. La religión católica, apostólica y romana será la única en España. No se tolerará en su territorio religión alguna reformada y mucho menos infiel, según el uso establecido actualmente.”

 

 

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LO QUE PIDE LA REINA MARÍA LUISA A CAMBIO DE LA CORONA DE ESPAÑA

 

“Sire, al Rey y a la Reina les complace que este asunto tan espinoso se haya resuelto a favor de S.M.I. pero, creo que a cambio S.M.I debería proporcionarnos los medios necesarios para nuestra subsistencia y un lugar decente para retirarnos con nuestro querido Príncipe de la Paz. Los tres queremos vivir apartados y lejos de cualquier intriga.

 

Señora –le responde Napoleón—Francia nunca abandona a sus amigos. Serán siempre atendidos como Reyes.

 

Los Reyes y Godoy recibirían 6 millones de francos anuales y dos castillos: el de Compiegne y el de Chambord, más la servidumbre necesaria y de por vida.”

 

 

 

“Cedo la Corona de las Españas a mi amigo

el Emperador de los franceses”

 

He tenido a bien dar a mis amados vasallos la última prueba de mi paternal amor. Su felicidad, la tranquilidad, prosperidad, conservación e integridad de los dominios que la divina providencia tenía puestos bajo mi Gobierno, han sido durante mi reinado los únicos objetos de mis constantes desvelos. Cuantas providencias y medidas se han tomado desde mi exaltación al trono de mis augustos mayores, todas se han dirigido a tan justo fin, y no han podido dirigirse a otro. Hoy, en las extraordinarias circunstancias en que se me ha puesto y me veo, mi conciencia, mi honor y el buen nombre que debo dejar a la posteridad, exigen imperiosamente de mí que el último acto de mi Soberanía únicamente se encamine al expresado fin, a saber, a la tranquilidad, prosperidad, seguridad e integridad de la monarquía de cuyo trono me separo, a la mayor felicidad de mis vasallos de ambos hemisferios.

Así pues, por un tratado firmado y ratificado, he cedido a mi aliado y caro amigo el Emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra, cual ha sido y estado bajo mi soberanía, y también que nuestra sagrada religión ha de ser no solamente la dominante en España, sino también la única que ha de observarse en todos los dominios de esta monarquía. Tendréis lo entendido y así lo comunicaréis a los demás consejos, a los tribunales del reino, jefes de las provincias tanto militares como civiles y eclesiásticas, y a todas las justicias de mis pueblos, a fin de que este último acto de mi soberanía sea notorio a todos en mis dominios de España e Indias, y de que conmováis y concurran a que se lleven a debido efecto las disposiciones de mi caro amigo el emperador Napoleón, dirigidas a conservar la paz, amistad y unión entre Francia y España, evitando desórdenes y movimientos populares, cuyos efectos son siempre el estrago, la desolación de las familias, y la ruina de todos.

Dado en Bayona en el palacio imperial llamado del Gobierno a 8 de mayo de 1808. Yo el Rey. Al Gobernador interino de mi consejo de Castilla.

 

MANIFIESTO DE NAPOLEÓN A LOS ESPAÑOLES

“…Españoles: después de una larga agonía vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos… Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas; yo no quiero reinar en vuestras provincias… y os haré gozar de los beneficios de una reforma sin que experimentéis quebrantos, desórdenes y convulsiones.

Españoles: he hecho convocar una asamblea general de las diputaciones, de las provincias y de las ciudades. Yo mismo quiero saber vuestros deseos y vuestras necesidades… asegurándoos al mismo tiempo una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo.

Españoles: acordaos de lo que han sido vuestros padres, y mirad a lo que habéis llegado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os regía. Yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y que exclamen: es el regenerador de nuestra patria.”

25 de mayo de 1808.

 

FRAGMENTOS DE LOS TRES MANIFIESTOS DE FERNANDO VII

 

Del de 1814, cargándose la Constitución de 1812

 

“Desde que la Divina Providencia, por medio de la renuncia espontánea y solemne de mi Augusto Padre, me puso en el Trono de mis mayores, del cual ya me tenía jurado sucesor el Reino por medio de sus Procuradores juntos en Cortes (…).

 

Mis primeras manifestaciones se dirigieron a la restitución de varios Magistrados y otras personas que arbitrariamente se había separado de sus destinos, pues la dura situación de las cosas y la perfidia de Bonaparte, de cuyos crueles efectos quise, pasando a Bayona, preservar a mis pueblos, apenas dieron lugar a más.

 

Reunida allí la Real Familia, se cometió en toda ella, y señaladamente en mi persona, un atroz atentado (…), violentando en lo más alto el sagrado derecho de gentes, fui privado de mi libertad, y lo fui, de hecho, del Gobierno, de mis Reinos, y trasladado a un palacio con mis muy amados hermanos y tío, sirviéndonos de decorosa prisión, casi por espacio de seis años, aquélla estancia (…).

 

Con esto quedó todo a la disposición de las Cortes, las cuales en el mismo día de su instalación (…) me despojaron de la soberanía (…) atribuyéndola a la Nación, para apropiársela así ellos mismos, y dar a ésta (…) una Constitución que (…) ellos mismos sancionaron y publicaron en 1812.

 

Este primer atentado contra las prerrogativas del trono (…) fue como la base de los muchos que a éste siguieron (…); se sancionaron, no leyes fundamentales de una Monarquía moderada, sino las de un Gobierno popular (…).

 

De todo esto, luego que entré dichosamente en mi reinado, fui adquiriendo fiel noticia y conocimiento (…). Yo os juro y prometo a vosotros, verdaderos y leales españoles que habéis sufrido, no quedaréis defraudados en vuestros nobles empeños (…).

 

Por tanto, habiendo oído lo que (…) me han informado personas respetables por su celo y conocimientos, y los que acerca de cuanto aquí se contiene me ha expuesto en representaciones que de varias partes del Reino se me han dirigido, (…) declaro que mi Real ánimo es, no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes generales y extraordinarias ni de las ordinarias actualmente abiertas (…), sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, (…) como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquier clase y condición a cumplirlos y guardarlos.

Dado en Valencia a 4 de Mayo 1814. – Yo el Rey.”

 

 

Del de 1820, jurando de rodillas la Constitución de 1812

 

«He oído vuestros votos, y cual tierno Padre he condescendido a lo que mis hijos reputan conducente a su felicidad. He jurado esa Constitución por la cual suspirabais y seré siempre su más firma apoyo. Ya he tomado las medidas oportunas para la propia convocatoria de las Cortes. En ellas, reunido con vuestros Representantes, me gozaré de concurrir a la grande obra de la prosperidad nacional.

 

Españoles: vuestra gloria es la única que mi corazón ambiciona. Mi alma no apetece sino veros en torno a mi trono unidos, pacíficos y dichosos. Confiad, pues, en vuestro rey, que os habla con la efusión sincera que le inspiran las circunstancias en os halláis y el sentimiento íntimo de los altos deberes que le impuso la Providencia […]. Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre español, al mismo tiempo que labramos por siglos nuestra felicidad y nuestra gloria.»

 

 

Del de 1823, cargándose la Constitución de 1812

 

“Bien públicos y notorios fueron a todos mis vasallos los escandalosos sucesos que precedieron, acompañaron y siguieron al establecimiento de la democrática Constitución de Cádiz en el mes de marzo de 1820: la más criminal traición, la más vergonzosa cobardí­a, el desacato más horrendo a mi Real Persona, y la violencia más inevitable, fueron los elementos empleados para variar esencialmente el gobierno paternal de mis reinos en un código democrático, origen fecundo de desastres y de desgracias. Mis vasallos acostumbrados a vivir bajo leyes sabias, moderadas y adaptadas a sus usos y costumbres, y que por tantos siglos habí­an hechos felices a sus antepasados, dieron bien pronto pruebas públicas y universales del desprecio, desafecto y desaprobación del nuevo régimen constitucional (…)

 

Gobernados tiránicamente, en virtud y a nombre de la Constitución, y espiados traidoramente hasta en sus mismos aposentos, ni les era posible reclamar el orden ni la justicia, ni podí­an conformarse con leyes establecidas por la cobardí­a y la traición, sostenidas por la violencia, y productoras del desorden más espantoso, de la anarquí­a más desoladora y de la indigencia universal. El voto general clamó por todas partes contra la tiránica Constitución; clamó por la cesación de un código nulo en su origen, ilegal en su formación, injusto en su contenido; clamó finalmente por el sostenimiento de la Santa Religión de sus mayores, por la restitución de sus leyes fundamentales, y por la conservación de mis legí­timos derechos que heredé de mis antepasados, que con la prevenida solemnidad habí­an jurado mis vasallos.

 

No fue estéril el grito general de la Nación: por todas las Provincias se formaban cuerpos armados que lidiaron contra los soldados de la Constitución(…) y prefiriendo mis vasallos la muerte a la pérdida de tan importantes bienes, hicieron presente a la Europa con su fidelidad y su constancia, que si la España habí­a dado el ser, y abrigado en su seno a algunos desnaturalizados hijos de la rebelión universal, la nación entera era religiosa, monárquica y amante de su legí­timo Soberano.

 

La Europa entera, conociendo profundamente mi cautiverio y el de toda mi Real Familia, la mí­sera situación de mis vasallos fieles y leales, y las máximas perniciosas que profusamente esparcí­an a toda costa los agentes Españoles por todas partes, determinaron poner fin a un estado de cosas que era el escándalo universal, que caminaba a trastornar todos los Tronos y todas las instituciones antiguas cambiándolas en la irreligión y en la inmoralidad.

 

Encargada la Francia de tan santa empresa, en pocos meses ha triunfado de los esfuerzos de todos los rebeldes del mundo, reunidos por desgracia de la España en el suelo clásico de la fidelidad y de la lealtad. Mi augusto y amado primo el Duque de Angulema al frente de un Ejército, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemí­a, restituyéndome a mis amados vasallos fieles y constantes.

 

Sentado ya otra vez en el trono de S. Fernando …], deseando proveer de remedio las más urgentes necesidades de mis pueblos, y manifestar a todo el mundo mi verdadera voluntad en el primer momento que he recobrado la libertad; he venido a declarar lo siguiente:

 

Son nulos y de ningún valor todos los actos del gobierno llamado constitucional (de cualquiera clase y condición que sean) que ha dominado a mis pueblos desde el dí­a 7 de marzo de 1820 hasta hoy, dí­a 1 de octubre de 1823, declarando, como declaro, que en toda esta época he carecido de libertad, obligado a sancionar las leyes y a expedir órdenes, decretos y reglamentos que en contra mi voluntad se meditaban y expedí­an por el mismo gobierno. …]».

Gaceta de Madrid, 7 de octubre de 1823.

 

 

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NAPOLEÓN ESCRIBE SOBRE FERNANDO VII

“No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José, lo que quizás se habrá considerado hijo de la fuerza, sin serlo; pero además me pidió su gran banda, me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas que de ningún modo tenía precisión de hacer. En fin, me instó vivamente para que lo dejase ir a mi Corte de París, y si yo no me presté a un espectáculo que habría llamado la atención de Europa, probando de esta manera toda la estabilidad de mi poder, fue porque la gravedad de las circunstancias me llamaba fuera del Imperio y mis frecuentes ausencias de la capital no me proporcionaban ocasión.”

 

Pero, pasan los años y Carlos IV y la Reina María Luisa se ven apurados económicamente, por querer mantener el ritmo de vida de la realeza y escribe a su hijo la siguiente carta:

 

PROPUESTA DE CARLOS IV A SU HIJO FERNANDO VII

(14 de enero de 1815, Roma)

    Artículo 1º

    La renuncia en mi amado hijo de la corona de España le impone a él y a sus sucesores la obligación de suministrarme aquella cantidad que es necesaria para mantenerme con el decoro que exige la alta jerarquía en que la Divina Providencia se ha dignado constituirme.

    La experiencia me ha hecho conocer que la suma que se me ha facilitado desde mi salida de España no ha sido bastante para suplir los gastos que son indispensables para la decencia y comodidad de mi persona y de mi augusta esposa. Conozco el estado deplorable de la nación y las angustias de mi querido hijo; pero conozco también que nada será más sensible para su bien formada alma, que el que sus augustos padres carezcan de lo necesario para vivir con la comodidad que requieren su alta jerarquía, el titulo de padres y su avanzada edad, en lo cual se interesa su propio honor y el de la nación.

    A fin de hacer compatible el bien de la misma, y de mi amado hijo con mi bienestar, propongo que desde ahora en adelante se me hayan de suministrar doce millones de reales anuales pagaderos por mesadas anticipadas.

    Si mi amado hijo no pudiese pagarme, por ahora, los cuatro millones le reales que hay de diferencia entre los ocho que me ha señalado y los doce que pido, este exceso será un crédito que yo tendré contra la nación y que la misma deberá satisfacerme luego que mejore su posición.

14 enero 1815

 

El resto del convenio no tiene desperdicio. Carlos IV dice que ha contraído una deuda de unos 6 millones de reales que su hijo, sus sucesores o la Nación Española deberán pagar. Esta deuda se produjo cuando el propio ex-monarca decidió romper el acuerdo que tenía con Napoleón Bonaparte, el cual, se comprometía a satisfacer sus demandas económicas siempre y cuando residiera en el palacio de Compiègne, a 80 km al norte de París, para tenerlo controlado.

Carlos IV solicitó a Napoleón establecerse en Niza, porque el clima del palacio en el que se alojaba le acentuaba los dolores de la gota que le aquejaba desde hacía años. El emperador acepta el traslado, dejando claro que ese traslado se producirá “por su propio riesgo y cuenta“, rompiendo con los acuerdos monetarios, Napoleón se había ahorrado 30 millones de reales anuales. Fue entonces cuando, el rey-padre, comenzó a pedir prestado dinero a banqueros y nobles cercanos para amortizar de esta manera su traslado a Niza. (Miguel Ángel Ferreiro)

 

Y POR ÚLTIMO LA ESCENA DE LA CAMA REDONDA

Los Reyes y Godoy recibirían 6 millones de francos anuales y los castillos de Compiegne y Chambord, más la servidumbre necesaria, y de por vida.

Sin embargo, sí volvieron a ver en dos ocasiones a S.M.I. Napoleón Bonaparte, una a la vuelta de su rápida campaña en España y la toma de Madrid y otra poco antes de su marcha a la campaña de Rusia. Entonces supo por el siempre servil general Savary lo siguiente:

— Sire, lo de esta familia no tiene nombre. ¿Sabe, Sire, que el Rey, la Reina y Godoy viven juntos los tres como si fuesen un solo matrimonio?

 

— ¿En la cama también? –pregunta con sorna el Emperador—

 

— Según sus servidores, también. Bueno, en realidad tienen tres dormitorios, cada uno en el suyo… pero las Damas de Honor de la Reina y las doncellas aseguran que muchas mañanas los han encontrado a los tres en la cama de la Reina.

 

— O sea, una cama redonda.

 

— Por lo que se dice, sí, Sire.

 

— Bueno, general, si ellos son felices así no se inmiscuya en sus vidas privadas. ¡Son pobres gentes!

 

NINGUNO DE LOS TRES VOLVIÓ A ESPAÑA EN VIDA

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.