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MÁS de mil año antes de Cristo, en el confín oriental del Mediterráneo, existía una gran ciudad que superaba a las demás por su riqueza y su poder. Se llamaba Troya, y ninguna otra la ha sobrepasado en fama. La causa de este renombre inmortal es una guerra que cantó uno de los más sublimes poemas épicos, y el motivo de dicha guerra fueron los celos de tres diosas…

Así comienza el capítulo dedicado a «La guerra de Troya» uno de los autores modernos que mejor han escrito sobre el increíble mundo de la mitología.

Naturalmente, no es éste el momento ni la ocasión para hablar de aquellos dioses, mitad humanos mitad divinos, que habitaban el Olimpo. Ni siquiera es hora de centrar la atención en la cantada guerra de Troya, a pesar de ser durante el transcurso de uno de aquellos enfrentamientos cuando nació el mito del «caballo de Troya». Tampoco quiero detenerme en examinar, uno a uno, los tres amigos del homicida dios de la guerra: el terror, la destrucción y la disensión… porque eso ya, de por sí, sería ponernos a disentir. Como discutieron griegos y romanos, ya que si para unos Ares es -como escribiera el mismísimo Homero- un asesino manchado de sangre y maldito por los mortales, e incluso un cobarde que se lamenta en el sufrimiento y huye cuando está herido… para otros -incluyendo a Virgilio – es un ser invencible, heroico y refulgente, capaz de todas las hazañas… y, sobre todo, padre del honor: por eso «caer en el campo del honor de Marte» fue para un romano el máximo galardón que podía obtener un soldado.

No. Yo no quiero perderme por las ramas.

Yo lo que quiero decir es que el pájaro sagrado de Marte era el buitre y que estos pajarracos eran a la vez su vanguardia y su retaguardia, porque llegaban antes que él para prepararle el terreno y se quedaban hasta después del combate para darse el festín con las entrañas de los muertos.

Pues bien, muy cerca de España debe estar ya aquel Marte de los romanos cuando los cielos de nuestra geografía se están poblando de buitres de todos los colores, que revolotean entre «extraños alaridos» en señal de fiesta.

Son los mismos que luego se repartirán el botín de lo que quede de esta España que, por cobardía o por comodidad, o tal vez por ceguera, no supo resistir los cantos de sirena y hasta renunció al Dios de Teresa, de Ignacio y de Francisco Javier.

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Y es que cuando una nación o un pueblo se olvidan de su Dios (o le ponen por encima una Constitución) casi siempre provocan las iras de los dioses y su implacable espíritu de venganza.

…Buitres por aquí, buitres por allá…

…Buitres peleándose entre sí para ver con qué trozo de España se quedan o cómo repartirse los millones de la «corrupción».

…Buitres que se disfrazan de demócratas; buitres que se visten de «social­demócratas»; buitres que entran y salen de los Partidos como Poseidón y sus hijos andaban por sobre las aguas…

Todo, todo está lleno de buitres. La tierra, el aire, las calles, los campos, las ciudades, las «instituciones», los partidos, la universidad, los ateneos, los sindicatos…

España entera es hoy una inmensa nube de buitres… que desgarran las entrañas de nuestro propio ser.

Aquí ya no hay espacio para la verdad, ni para el honor, ni para la justicia, ni para nada… ni siquiera para el dolor.

Por eso digo que los dioses se están vengando. Porque el espectáculo no puede ser más deprimente. Y es que se empeñaron en sembrar vientos y ahora recogemos tempestades.

Por eso digo que hasta el honor está en peligro. Porque los buitres que nos rodean, si se les deja, acabarán también con él.

Ya, ya sé que la nueva cúspide militar ha logrado -sólo con sus nombres- reabrir los ojos de la esperanza. Ya, ya sé que sólo sus biografías han conseguido ahuyentar el malestar de aquellos que se sentían deshonrados y a punto de rebelarse contra sus propios sentimientos. Ya, ya sé que otra vez en el pedestal de la gloria por encima de la disciplina está el honor. Ya, ya sé que por encima de la política vuelve a estar la justicia sin adjetivos. Ya, ya sé que con ellos ahí España puede volver a sonreír…

Pero, ¿hasta cuándo?

¿Hasta cuándo durará esta «retirada» de los buitres que revolotean nuestros cielos y oscurecen el horizonte?

Esta es la cuestión.

Porque también en 1939 se retiraron y hay que ver cómo volvieron en cuanto murió Franco…

¡Qué pena de España!

Y qué lejos queda ya aquella España en cuyas fronteras jamás se ponía el sol.

Sí, fue entonces (en 1521) cuando los soldados españoles hicieron prisionero en Pavía a aquel Rey de Francia que escribió a su madre la famosa frase histórica de todos conocida: «Madre, todo se ha perdido menos el honor».

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Esa frase que ahora se ha puesto otra vez de moda en España y que ya se corea hasta en los cuarteles.

«¡Madre, todo se ha perdido -dicen- menos el honor…! ¡y el honor está en peligro».

Como está en peligro la unidad de España y como están en peligro los valores éticos, morales y religiosos que conformaron el ser de la Patria.

Hay quien defiende que la esencia de un ejército es la disciplina y que donde no hay disciplina surge la soldadesca. Pero esos se olvidan o tratan de silenciar que por encima de la disciplina está y tiene que estar siempre el honor. Porque cuando un soldado ha perdido su honor ¿qué puede importarle ya la disciplina?

La indisciplina es sólo una consecuencia del deshonor, como demostró ampliamente la guerra del Vietnam.

¡Y es que los dioses no perdonan a quienes se olvidan de Dios!

 

Julio MERINO en el Heraldo Español Nº 84, 27 de enero al 2 de febrero de 1982

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.