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“No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí para decir lo que sé
Todos le amasteis alguna vez, y no sin razón. ¿Qué razón, entonces, os impide ahora hacerle el duelo? ¡Ay, raciocinio te has refugiado entre las bestias, y los hombres han perdido la razón!…
[…]
Ayer la palabra de César hubiera prevalecido contra el mundo. Ahora yace ahí y nadie hay lo suficientemente humilde como para reverenciarlo. ¡Oh, señores! Si tuviera el propósito de excitar a vuestras mentes y vuestros corazones al motín y a la cólera, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres de honor. No quiero ser injusto con ellos. Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honorables!”
(Fragmentos del discurso de Marco Antonio al Pueblo de Roma después del asesinato de Cayo Julio César).
Hoy 15 de marzo es el día que en el calendario juliano corresponde a las idus de marzo y, por consiguiente al 2065 aniversario de la muerte de Julio César. Y quien esto escribe, igual que en la noche de difuntos tiene la costumbre de ver Don Juan Tenorio o en otras fechas otras películas u obras de teatro, en esta noche tiene la de ver el Julio César de Shakespeare, de donde he escogido el fragmento de arriba como reflexión para este artículo.
Los tiempos cambian, con ellos las costumbres, pero hay algo que no cambia que es la naturaleza humana. Por eso se dice que quien no conoce la Historia está condenado a repetirla; y se añade que quienes la conocen están condenados a ver como se repite por culpa de aquellos que no la conocen, no quieren conocerla o pretenden borrarla o desvirtuarla.
Si nos fijamos bien, el texto de Marco Antonio, cambiando algunos nombres, podría aplicarse muy bien a la España actual. Intentemos cambiar César por Franco, Bruto y Casio por Sánchez y sus aliados y “bestias” e “irracionales” actuales por los actuales españoles ¿Qué encontraremos?
Encontraremos un militar de prestigio indudable que asume, no por ambición personal sino por deseo del pueblo, el gobierno con el fin de acabar con los despropósitos de su Patria tras años de guerras intestinas que es asesinado por gente sin escrúpulos, deseosa de volver al turbulento pasado.
En 1936 estalló en España una cruenta guerra civil que ya se estaba incubando desde que los golpistas de 1931 declararon la república a partir de unas elecciones municipales, perpetraron un segundo golpe en 1934 y en 1936 establecieron un gobierno de la Antiespaña (socialistas, comunistas, separatistas y masones). Salvo que hoy a los separatistas se podría añadir el Partido Popular, pues con Aznar obtuvieron más privilegios que nunca desde 1931, y este Partido Popular se podría añadir también a los masones, especialmente desde el misterioso viaje a Méjico de Mariano Rajoy.
En su momento un general de prestigio logró pararlos, ganar la guerra y, más difícil, ganar la Paz, forjada con su espíritu de acero sobre el yunque de oro de su vida, y día a día, durante 39 años, inmolando ésta en el cumplimiento de una misión que sabía trascendental.
Muerto este hombre de excepción, España vuelve a la normalidad, y con esta normalidad, el poder pasa, primero, de la ley a la ley por traidores y luego a los rojos y separatistas de 1931. Otras personas, incluso nuevos partidos, pero con la misma naturaleza. A decir de dos refranes: los mismos perros con distintos collares; o distintas mierdas pero con el mismo olor. Unos perros y un olor contra el que ya nos advirtieron las palabras “no olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta…”.
Quien esto había logrado, a pesar de los múltiples intentos de asesinarle, murió de viejo y en la cama, no como Julio César, pero hace poco su palabra hubiera prevalecido contra el mundo, ahora yace donde han secuestrado sus restos, tras profanar su tumba nadie hay lo suficientemente humilde (o valiente) como para reverenciarlo.
Y quienes no consiguieron asestarle en vida las 23 puñaladas que a César, tratan de asestárselas post mortem, queriendo reescribir la Historia, incluso cometiendo la estupidez de querer borrar ésta, así como destruyendo su obra. Pero la obra de este estadista sin parangón desde el Conde Duque de Olivares es demasiado amplia para destruirla de uno o varios plumazos.
No sólo hablo de la obra civil. La autonomía energética de España ya se ha destruido con la paralización del programa nuclear o el abandono de sus programas de embalses. Embalses que también, como en el trasvase Tajo-Segura, aumentaban la fertilidad de las tierras de España y hoy se ve sometido al arbitrio de cada taifa autonómica. No sólo su obra educativa, como la Universidad Laboral de Gijón y tantas otras similares, donde se lograba una profesión para los más humildes. Tampoco sólo su obra de reconciliación, representada más que en nada en el Valle de los Caídos. Sino lo que él mismo consideraba su gran obra, como él mismo reconocía en 1972 a Vernon Walters:
― “Siéntese, se lo voy a decir: yo he creado ciertas instituciones, aunque nadie piensa que funcionarán. Están equivocados: el Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, drogas y qué se yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España”. Yo le dije:
― “Pero mi general, ¿cómo puede usted estar seguro?”
― “Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de España hace cuarenta años” Yo pensé que iba a decir “las Fuerzas Armadas”, pero él dijo:
― “La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español. No habrá otra guerra civil.”
Es decir, destruyendo la clase media, con políticas impositivas confiscatorias, con unos índices de paro extremos, con una política de subsidios y estómagos agradecidos y con una corrupción política como no se conocía desde la restauración de 1876. Algo para lo que al gobierno y sus aliados, lo mismo que a la silente oposición, le está viniendo de maravilla la epidemia del covid, que les permite vulnerar nuestros derechos y amordazarnos, aunque sea simbólicamente con las mascarillas -más grave es el chantaje a los medios de comunicación y redes sociales- y la tácita complicidad de un PP silente o abstinente, que viene a ser lo mismo.
Volviendo a Shakespeare y a su Julio César, veamos las palabras de Bruto antes de su aniquilación: “Quién pudiera saber con anticipación el resultado de los sucesos de esta jornada. Bástenos saber que tendrá fin y que con él conoceremos el resultado”. Para quienes tenemos Fe y conocimiento de la Historia, siempre nos queda la certeza de que Dios no puede abandonar a España, por lo mucho que, de diferentes formas y a lo largo de los siglos se ha sacrificado por Él. Esto nos ayuda a entrever el resultado al final del actual y frígido túnel y “volverá a reír la primavera”
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