20/09/2024 03:30
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Reconozco con toda pasión y orgullo, que a pesar de no ser sevillano de nacimiento, tengo una gran devoción por la Santísima Virgen de la Esperanza, la popular Macarena, Quizás esa veneración hubiese provenido, en principio, de la misteriosa, cautivadora e  impresionante belleza de la imagen, con ese rostro asimétrico triste y alegre, según se la mire – a día de hoy todavía se desconoce quien fue su autor ¿Juan de Mesa? ¿Ruiz Gijón?- y que tuve el inmenso placer de contemplar, sobrecogido y emocionado, en su Basílica en 1991. O quizás de mi gran afición a la fiesta nacional, pue no en vano La Esperanza Macarena fue la gran protectora de numerosos y conocidísimos toreros. Pero cuando pasé de verdad a engrosar la legión de devotos de la Esperanza Macarena fue a finales de mayo de 2017, al presentarse de repente  un grave percance de función en mi organismo, que tras exhaustivas pruebas, los médicos dijeron que no tenía arreglo posible.  

Aquella noche del viernes uno de junio, en la soledad de mi habitación del Sanatorio San Rafael de La Coruña, pedí con fervor, con la unamuniana Fe del carbonero, el amparo y ayuda de la Santísima Virgen de la Esperanza Macarena, tocando su pequeña medalla, que llevo colgada al cuello desde hace muchos años, para que me hiciese salir de aquella complicada situación.  Pasados unos días el grave contratiempo en mi organismo, se arregló él solo de forma milagrosa, en palabras de los propios médicos, que no dieron crédito a tal e inesperada mejoría.

Por mi mente, aquella noche de hospital, mientras le rezaba, pasaron tantos y tantos recuerdos de la Virgen de La Esperanza. Por ejemplo su sentido dolor por la muerte de su torero por antonomasia, José Gómez Ortega “Joselito”, corneado de muerte por el toro “Bailador” de la ganadería de la viuda de Ortega, el 16 de mayo de 1920, en la plaza de toros de Talavera de la Reina.

Joselito yace muerto en Talavera de la Reina.

Por él la Señora de Sevilla, se vistió de riguroso luto con motivo del funeral que por el pequeño de los “Gallos”, tuvo lugar en  San Gil, el día 31 de mayo de aquel 1920, “en atención a las circunstancias que concurrían en el finado, consiliario de la junta de gobierno de la Hermandad, de prestar desinteresadamente su valioso concurso en pro del engrandecimiento de la Hermandad”. El irrepetible diseñador, vestidor y bordador Juan Manuel Rodríguez Ojeda y el canónigo de la catedral de  Sevilla Juan Francisco Muñoz Pabón, entrañables amigos del genial diestro, fueron los promotores de las honras fúnebres, contra viento y marea, debido a las críticas que la alta sociedad andaluza había vertido tras el grandísimo funeral celebrado por Gallito en la catedral de Sevilla, especialmente contra el canónigo Muñoz Pabón, que se volcó en elogios hacia Joselito, por ser este, según la trasnochada aristocracia sevillana, llena de “sepulcros blanqueados”   torero y gitano.

Muñoz Pabón no tendría más remedio que defenderse de tales feroces ataques por medio de varios artículos publicados en El Correo de Andalucía, que levantaron una oleada de solidaridad, apoyo y simpatía  hacia el canónigo, abriéndose una suscripción popular, que llevó  a  regalarle una pluma de oro que Muñoz Pabón donó posteriormente a la hermandad de la Macarena y es la que en la actualidad, durante la “Madrugá”, cuando la  Señora se hace pasión por las calles de Sevilla, lleva prendida en su cintura.

Rodríguez Ojeda, para aquel funeral del genial torero, decidió vestir a la Esperanza de riguroso luto, colocando un blanco pañuelo de encaje entre sus manos, regalado por el padre de Joselito, que lo había traído de América, el también torero Fernando Gómez,  y la colocó sobre un túmulo en la nave central del templo de San Gil, bajo un dosel de color negro. La Macarena tocaba su cabeza con la fastuosa corona de la joyería Reyes que había inspirado Muñoz y Pabón; diseñada por el propio Rodríguez Ojeda  y financiada entre otros por Joselito con seis mil pesetas y la recaudación entera de una novillada veraniega celebrada en la plaza de la Maestranza en 1912. Aquella imagen de la Virgen luciendo luto, no por su hijo Jesucristo, sino por un mortal, seria captada para la posteridad por Ángel Montes, dueño del estudio de fotografía Castellano-Montes.  A su socio, el genial Castellano le correspondió retocar la fotografía. Posteriormente Juan José Serrano, iniciador de una reconocida estirpe de fotógrafos, como la de Palomero, realizó una copia que sería publicada por primera vez,  diez días más tarde, a nivel nacional por la revista  “Mundo Gráfico”

La Esperanza Macarena de riguroso luto por la muerte del torero Joselito “El Gallo”.

Ante la imagen de la Esperanza, Rodríguez Ojeda levanto un impresionante catafalco en honor del torero, coronado por la vara que el propio Joselito usaba en la estación penitencial.

Joselito sentía auténtica devoción y fervor por su Macarena, a la que en 1913 había regalado una preciosa y valiosísima corona de oro comprada en París, para donarla a la hermandad de su querida Virgen de la Macarena, a fin de que esta fuera coronada. Sin embargo como apuntamos antes, la Corona que se ceñiría en las sienes de La Macarena,  el viernes de Dolores 14 de marzo de 1913, bendecida por el cardenal arzobispo de Sevilla, don Enrique Almaraz y Santos, y colocada en sus sienes por su gran devoto, el canónigo Muñoz Pabón,  fue posible gracias  a una gran suscripción popular de cofrades, entre ellos Joselito, y devotos. Esa misma e impresionante corona se vería embellecida en 1928 con la inclusión de veintiocho brillantes. En 1953 se colocarían dieciocho más. Y en 1964, con motivo de su coronación canónica, presidida por el Jefe del Estado Generalísimo Franco, su esposa Carmen Polo y el Cardenal Arzobispo de Sevilla doctor Bueno Monreal, se le añadirían varias alhajas y una gran esmeralda regalada por una anónima cofrade de Cataluña.     

No sería el único presente que el gran torero Joselito regalaría su Virgen. También de una joyería de París trajo a Sevilla cinco pequeños broches “art decó” con forma de flor, compuestos a su vez, cada uno, de cinco pétalos hechos en cristal de roca francés de color verde esperanza, engarzados con oro blanco y rematados por brillantes. En aquellos momentos Gallito no era consciente de la dimensión emblemática e histórica que alcanzarían aquellas Mariquillas, colocadas con exquisito gusto en el pecho de la Esperanza por el impar Rodríguez Ojeda.

Mi memoria evocó también, en aquella solitaria noche de hospital,  imágenes y lecturas, que había pasado por mis ojos y manos. Y mi pensamiento  se abstrajo y   voló en el tiempo en busca de llegar a comprender las horas de angustia, miedo y pesadumbre que pasarían la Santísima Virgen y sus fieles cofrades, cuando la imagen de la Esperanza Macarena se convirtió en el centro de la pertinaz, malévola  y terrible persecución sufrida por la Iglesia católica en toda España y como no en Sevilla,  en aquella “idílica” segunda república, llena de masones, anticlericales y odiadores de Jesucristo y su Santísima Madre.  

El día 11 de  mayo de 1931 varias iglesias y conventos sevillanos como el de las Mínimas y los Paules;  el colegio de los Jesuitas, la Residencia de los Capuchinos, la Capilla de San José y la Iglesia del Buen Suceso, eran pasto de las llamas, provocadas por  la turba atea y marxista, dirigida por unos jóvenes de muy buen aspecto y bien vestir, según información  publicada en algún diario de la época. En San José, capilla barroca de los Capuchinos, el fuego se llevaría para siempre entre otros, los relieves de Pedro Roldan, datados a mitad del XVII; un Cristo Crucificado atribuido a  Bartolomé  Esteban Murillo; Una Inmaculada de Francisco Pacheco, el gran maestro y suegro del genial Diego Velázquez; Los nueve coros angélicos de Juan Valdés Leal y otro Crucificado de Juan Martínez Montañés.   

En el Buen Suceso arderían las imágenes de la Virgen del Carmen, obra de Duque Cornejo; una imagen de San José, de autor anónimo del siglo XVIII, y Santa Ana y                                                                                                    la Virgen Niña, tallada por el gran Martínez Montañés en 1632.  De este grupo escultórico solamente se salvaría Santa Ana. También se intentó incendiar el Palacio Arzobispal y los conventos de San Buenaventura, San Leandro y San Juan de Dios, aunque estos incendios fueron sofocados por la intervención ciudadana.

Mausoleo de Joselito, Obra del genial Mariano Benlliure. Cementerio de San Fernando de Sevilla.

La Guardia Civil impidió la quema de la iglesia de los Jesuitas de la calle Trajano y las iglesias de los Salesianos y Reparadoras. La persecución religiosa en Sevilla, al igual que en toda España, durante la II República, el Frente Popular y la guerra civil, fue  dramática, sin paragón alguno. Algo que a día de hoy no admite ningún tipo de duda, Los desfiles procesionales de 1932 y 1933, con Manuel Azaña en la presidencia del gobierno,  fueron suspendidos. La única cofradía que se atrevió a salir a las calles sevillanas, en aquellas Semanas Santas de 1932 y 1933, fue la de la Virgen de la Estrella, “la Valiente “como sería considerada desde aquella fecha, que lo hizo el Jueves Santo día 24 de marzo de 1932, incluso recibiendo el impacto de dos cohetes de feria y  dos disparos que atravesaron el manto y palio de la Santísima Virgen. Nada detuvo a la bellísima imagen de la Estrella, -atribuida durante años a Martínez Montañés y tras diversos y posteriores estudios se cree, sin certeza,  en la actualidad, que puede ser obra de Luisa Roldan “La Roldana”, realizada alrededor de 1674-, y esta siguió su lento e imperturbable caminar por las calles de Sevilla, sin miedo a nada ni a nadie. Manuel Azaña presidente sectario del gobierno del primer gabinete la II república había profetizado que España había dejado de ser católica. Pues bien aquella tarde de jueves Santo, desde su salida de la trianera iglesia de San Jacinto, la Virgen de la Estrella escuchó innumerables veces una saeta que lo decía todo:   

“Se ha dicho en el banco azul

Que España ya no es cristiana

Y aunque sea republicana

La que mandas eres Tú

Estrella de la Mañana” 

Ante tan siniestro panorama, los cofrades Macarenos deciden esconder a su querida Virgen, a fin de protegerla de los desmanes de los patibularios,  sopesando la posibilidad de construir una caja de hierro en el sótano de la propia basílica, algo que sería desechado por falta de seguridad. El sacristán de San Gil, la escondería de primeras en su propio domicilio, colocándola dentro de una cama y arropándola con una manta, de tal manera que pareciese una persona durmiendo. Pero al comprobar que no se hallaba segura, decide ponerse al habla con el gran torero Ignacio Sánchez Mejías, cuñado del inolvidable Joselito, acordando ambos trasladar la imagen de la Esperanza al gran mausoleo del llorado torero, creación cumbre del escultor Mariano Benlliure, en el cementerio de San Fernando. Allí, a fin de no levantar sospechas, urdirán un plan que ofrecerán a las autoridades, presentándose el propio sacristán como el fabricante de pequeños monumentos para adornar tumbas y mausoleos, y que por encargo de Sánchez Mejías, debe colocar, uno pequeño, al pie del propio mausoleo de Joselito, donde quedara depositada y a salvo la Macarena, por espacio de un tiempo, conociendo tan solo ese detalle Sánchez Mejías y el propio Sacristán.

En agosto de 1932 y tras la fracasada sublevación sevillana del General José Sanjurjo Sacanell, la Hermandad, temiendo las represalias del sectario gobierno de Manuel Azaña, que se ensañó no solo con los escasos militares alzados, sino con una ingente cantidad de personalidades civiles, que nada habían tenido que ver con el asunto, dictándose incluso el cierre de una gran cantidad de diarios, todos ellos de derechas, por supuesto, decide esconder de nuevo a su Macarena. Dentro de una caja de sombreros, el día 12 de agosto,  es trasladada con enorme secretismo, algo que se antojaba crucial para el bue fin de la operación,  a una vivienda de la calle de Méndez Núñez, domicilio del secretario de la Hermandad, Francisco Pareja Muñoz. La Esperanza iba envuelta en unos paños de color negro, que se habían utilizado como adorno del altar el día del funeral oficiado por el alma de Joselito el Gallo, en mayo de 1920. En casa del señor Pareja, cuya vivienda estaba vacía, pues había enviado a su esposa y cuñada al cine, con la intención de que no conociesen, como así fue, la llegada de la Macarena, la caja donde iba depositada quedó colocada en un armario de madera. Por espacio de cuatro meses allí, sin que nadie lo supiese, estuvo la Macarena, que regresaría a San Gil el 12 de diciembre de ese año 1932 a fin de celebrar su fiesta el día 18.

 

Con posterioridad, la Virgen de la Esperanza, en su angustioso peregrinar por Sevilla estuvo alojada en casa de otro distinguido cofrade, Manuel Gamero Díaz, en la calle Lepanto. Incluso la Macarena, para no ser víctima del odio marxista  llegó a estar escondida, durante un par de días, en un humilde corral de la calle Escoberos, adonde fue llevada por la limpiadora de San Gil, Victoria Sánchez. 

Cuatro días antes de las elecciones del 16 de febrero de 1936, que tras un fraude histórico y un robo sin precedentes, ganó el Frente popular, la junta de gobierno de la Hermandad, temiendo el triunfo de las candidaturas de izquierda,  decidió esconder de nuevo a la Macarena, para evitar cualquier peligro. El hermano mayor, José Ruiz Ternero, el mayordomo,  Domingo de la Torre y el hermano  Antonio Román Villa, se conjuraron para llevar a cabo la nueva operación de ocultación de la imagen de la  Santísima Virgen. En la madrugada del día 12 de febrero, a bordo de una furgoneta rotulada del Banco Español de Crédito, conducida por el señor Ruiz Ternero, la Esperanza emprendió un nuevo viaje hacia un refugio secreto. Encerrada en un cajón de madera, fue trasladada hasta el domicilio del señor Román Villa, veterinario de profesión, en la calle Orfila 6, donde tenía instalada su clínica.

Allí se mantendría en absoluto secreto hasta el mes de julio de ese fatídico año 36, con tan solo dos salidas, por supuesto a escondidas y amparadas por la noche,  a fin de presidir en San Gil, del 15 al 23 de marzo, los cultos cuaresmales, regresando ese día 23  de nuevo a su escondite. La Esperanza volvería a viajar de la calle Orfila a  San Gil, el día 5 de abril, domingo de Ramos, para volver  a su refugio secreto el sábado de Gloria, día 11 del mismo mes. 

Ruiz Ternero, De la Torre y Román sellaron sus labios y guardaron el secreto de donde se hallaba escondida la Esperanza. Tan solo hicieron una excepción y permitieron al fundador de la Legión Española, el heroico José Millán-Astray visitar a la Macarena en su escondite. Millán Astray, profundo devoto de la Macarena, arrodillado en aquella casa de la calle Orfila, pidió a su Virgen por la salvación de España.

En la tarde-noche de día 18 de julio y tras hacerse con la guarnición de Sevilla, alzándose contra el gobierno del Frente Popular, el general Gonzalo Queipo de Llano, el ejército, ayudado por voluntarios Falangistas y Tradicionalistas  salió a las calles a combatir en lucha denodada a  las milicias marxistas, que intentaron hacerse fuertes en varios barrios de la capital hispalense, entre ellos el de la Macarena, donde en su retirada prenderían fuego y saquearían la Iglesia de San Gil, que fue pasto de las llamas y quedó totalmente destruida.

Una vez tomada  y pacificada  la ciudad por las tropas, la Esperanza Macarena, en su cajón de madera, fue traslada el día 4 de octubre a la Iglesia universitaria de la Anunciación, donde quedará expuesta al culto con el consiguiente júbilo de los sevillanos, hasta el día 8 de abril del  año de 1942, festividad de Viernes Santo, en que regresó a su reconstruida iglesia de San Gil.

El traslado a la Iglesia de la Universidad fue tomado por la junta de la Hermandad el día 22 de septiembre. De nuevo se realizó  en la furgoneta de José Ruiz Ternero, donde se colocó la caja de madera que contenía  a la Esperanza Macarena.


El General Gonzalo Queipo de Llano en el barrio de la Macarena.

Se ponía fin así a años de zozobra, inseguridad, miedo y temor. Y la Macarena, ya libre de sus escondites secretos, pudo ser de nuevo contemplada por los hispalenses, con fervor y pasión desatada, cuando su bellísima y misteriosa imagen procesionó  por las calles de Sevilla, en la tarde del día 11 de octubre de 1936, víspera de la Fiesta de la Raza, desde la Iglesia de la Universidad a la Catedral, dejando nuevamente un mensaje  de paz y esperanza para un  tiempo nuevo en España. 

En 2017 con 94 años de edad, encontraba al paz de Dios, la cofrade número uno de la Hermandad de la Macarena, Mercedes Alba. Por su interés reproducimos el relato que hizo de aquellos días de la apertura del cajón donde se encontraba escondida la Esperanza Macarena:   “Es mi recuerdo más bonito. El 18 de agosto del 36 llaman a mi padre porque van a abrir el cajón. Mi padre se va para la Anunciación con mi madre y los dos hijos mayores. Íbamos muy nerviosos y ansiosos por ver a la Virgen… De repente abren el cajón… La Virgen estaba preciosísima, con dos mazos enormes de nardos frescos. El olor a nardos lo inundó todo. Se vivió una alegría enorme, se cantaron saetas y salves, se rezó, hubo aplausos… los nardos estaban fresquísimos, y alguien los tuvo que poner allí dentro”. “Cuando abrieron el cajón, la Virgen estaba hermosa como jamás la he vuelto a ver, iba vestida como cuando murió Joselito… lo recordaré para siempre, tenía trece años pero aún conservo ese recuerdo vivo. El cajón se abrió en el lado del Sagrario de la Anunciación, casi delante del altar mayor, un poco a la izquierda. Allí estaban Ricardo Zubiría, Eduardo Miura y Joaquín Sainz de la Maza padre, que era muy amigo del mío, entre otras personas más…”, “Desde luego fue un día inolvidable”.

Durante años y ahora más con la agresiva, mentirosa, rencorosa e inconstitucional ley de desmemoria historia, que el partido popular y el cobarde de Mariano Rajoy no tuvieron agallas de derogar, hemos soportado como se ha contado un historia, indecentemente falsa, acerca de aquellos sucesos. Resultaba jocoso, sino fuese indignante, como los  junta letras y locutores apesebrados de periódicos y televisiones, sobre todo los de televisión Andaluza, gobernada por el partido socialista durante años, nos contaban sin vergüenza y rubor, -en algunos casos siguen haciéndolo- en el momento de retransmitir, las procesiones más emblemáticas  de Andalucía, que el malagueño Cristo de Mena, venerado con Protector por  La Legión Española, quemado en 1931 por la hordas marxistas, “había desaparecido” como si se hubiese ido a buscar tabaco a Cuba. O  refiriéndose al templo de San Gil  en Sevilla o el de Santo Domingo en Málaga, y a tantos otros en muchos otros lugares de Andalucía, “habían sufrido un incendio”. Esa burda y malévola mentira  fue aceptada incluso por cofradías semana santeras sevillanas llenas de cobardía y sin vergüenza.

Como acertadamente, con su incomparable estilo contaba en un magistral articulo el genial Antonio Burgos, que: “A muchos que redactan boletines cofradieros y programas e informaciones de Semana Santa yo les matricularía en este simposio obligatoriamente, a ver si de una vez pierden el canguelo que tienen en llamar a las cosas por su nombre. Pues estoy harto de leer en tales textos cofradieros frases como: La primitiva Virgen desapareció en un incendio en 1936, y fue sustituida por otra de Castillo Lastrucci. Siempre me digo, con guasa con tomate, cuando veo cómo los propios capillitas ocultan la realidad de la persecución religiosa no en China, sino aquí en Sevilla: Hay que ver lo malamente que estaban las instalaciones eléctricas de las iglesias sevillanas en julio de 1936. ¡La cantidad de cortocircuitos que hubo por causa de unos cables pelados! San Gil ardió, como es bien sabido, por un cortocircuito. Cosa de unos cables pelados… Aquí nunca fue asaltado e incendiado templo ni convento alguno, ni quemada imagen ninguna. Los de San Julián, San Marcos, San Román, San Roque y siga usted poniendo templos de la capital y de los pueblos fueron… eso: cortocircuitos.”   ¿Cuántas imágenes, retablos y tesoros procesionales ardieron fortuitamente y se perdieron?» A todos los que ocultan que los milicianos le pegaron fuego a San Julián, a San Gil, a San Román y siga usted poniendo iglesias. Ya está bien de avergonzarse de nuestra propia Historia y de colaborar en la manipulación de la Verdad, señores católicos profesionales.”

Como si Palma Burgos o Castrillo Lastrucci, no hubiesen tenido que hacer trabajo a destajo para sustituir con su sublime arte, aquellas imágenes enviadas a la hoguera por aquellos fanáticos, envenados por la maldad y el odio soviético, que profesaban socialistas, comunistas y anarquistas de los años treinta del pasado siglo. Y que lo siguen practicando en la actualidad.

Esto es sin duda memoria histórica, muy olvidada por cierto, que hay rescatar, contar y divulgar, sin ningún tipo de complejo, para el conocimiento de una sociedad, en la actualidad anestesiada, intimidada y en muchos casos idiotizada, de unos  hechos y unas angustiosas vicisitudes por las que tuvo que pasar la Santísima Virgen de la Esperanza Macarena y sus Cofrades, a fin de que su bellísima imagen no desapareciera para siempre a manos de aquellos malvados, ignorantes y perversos milicianos de los que son herederos en la actualidad el matón de sauna que habita en la Moncloa y el palomo ese del moño lleno de mierda y su corte de delincuentes rufianescos. 

Coronación canónica de la Virgen de la Esperanza Macarena.

En la madrugá del próximo 2 de abril, la Esperanza no realizara su estación de penitencia. Y van ya dos años, que el maldito virus chino rojo, por un lado, y esta implacable y canallesca dictadura socialista comunista, por otro, lo impiden, ante el pavoroso miedo que han inculcado en la población española. De nuevo volveré a vivir esa singular y única noche  a través de imágenes colgadas en Internet de la última de las madrugadas vividas. La de 2019.

Y disfrutaré, una vez más, con el sonido de sus magníficas marchas procesionales, que dedicadas a Ti, SEÑORA de Sevilla  salieron de la inspiración de excelentes músicos militares y civiles como Cebrián Ruiz, López Farfán, Gámez Laserna, Braña Martínez, Morales Muñoz, Puntas, Abel Moreno, o Quintero, León y Quiroga, entre otros.  Y sentiré la misma devoción y  estremecimiento que noté cuando la vi por primera vez en su Basílica Menor, declarada  así por su santidad el Papa Pablo VI en 1966. O cuando encontré su protección y amparo, aquella noche de primeros de junio de 2017. Y mis  labios, en la soledad de mi casa, musitaran con alegría las estrofas de tu Himno  “Señora de nuestra vida, razón de felicidad, gracias por bajar del Cielo y por poderte llamar Macarena en este mundo y de aquí a la eternidad”. Bendita seas. Siempre en mi corazón, Macarena del alma.

P/D. Hace unos días, ante otro achaque de salud, la Santísima Esperanza Macarena, volvió a cubrirme y a protegerme con su impresionante manto verde esperanza camaronero, aquel que realizara el diseñador, bordador revolucionario por excelencia para su Virgen, el excepcional  Juan Manuel Rodríguez Ojeda en el año de 1900. Y a fe que de nuevo lo ha conseguido. Gracias una vez más, Macarena por llenarme de Fe y Esperanza.

Autor

Carlos Fernández Barallobre
Carlos Fernández Barallobre
Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.

En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.

 
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