26/11/2024 03:52
Getting your Trinity Audio player ready...

Este fue el resultado oficial de las elecciones y así fue la formación del Gobierno Provisional

Hoy me voy a centrar en el resultado de las elecciones del 12 que se supo oficialmente la noche del 13 de abril de 1931 y la formación del Gobierno Provisional. Como verán en el cuadro que reproducimos, en realidad, por cantidad fueron las candidaturas monárquicas las que ganaron, no así por las capitales de provincia y los pueblos más importantes. Las calles de Madrid y de toda España eran ya una explosión imparable de alegría y de vítores a favor de la República… aunque, todavía, el Rey seguía en Palacio y el Gobierno (el último de la Monarquía) seguía en funciones. Lo que no cabe duda es que fue una noche-madrugada verdaderamente para no dormir. Porque las masas recorrían las calles y pocos pudieron dormir tranquilos, ciertamente, aquella noche.

Para que no haya dudas reproducimos el resultado oficial de las elecciones:

 

Coalición o tendencia

Concejales

Alcaldes de capitales de provincia

Monárquicos

40 324

9

Conjunción Republicano-Socialista

36 282

38

Esquerra Republicana

3 219

3

Lliga Regionalista de Catalunya

1 014

0

Nacionalistas vascos

267

0

Partido Comunista

67

0

Independientes

267

0

Fuente

 

  

El otro acontecimiento que se fraguó en las próximas horas, aunque no en público, fue la elección y formación  del que iba a ser nuevo Gobierno de España. Mucho se ha escrito sobre el Pacto de San Sebastián, el Comité Revolucionario, el Golpe-Sublevación del 12 de diciembre (con la muerte de Galán y García Hernández) y del proceso que llevó a los miembros del Comité a la cárcel o al exilio, pero poco de la extraña forma en que se formalizó aquel Gobierno.

De todos los relatos que he leído me he quedado con el de Tomás Villarroya por considerarlo el más completo y detallista. En resumen escribe:

“Los miembros del Comité revolucionario tenían una confianza desigual en el éxito del movimiento revolucionario que se preparaba para diciembre de 1930 y en el advenimiento de la República; pero consideraron que, antes de que aquél se produjese, era necesario apuntar la composición de un futuro Gobierno provisional. «Del Comité revolucionario –escribe Alcalá Zamora– tenía que salir antes del movimiento el gobierno provisional que impidiese el caos de los cantones y la anarquía de múltiples gobiernos locales. Tan pronto como se pudo comprobar la seguridad del intento prometedor de la victoria, se entró en la formación de aquel gobierno para cuya presidencia hubo sin discusión unanimidad en torno a mi nombre…». De otra parte, es muy posible que en aquella transformación pesase también la idea de que era necesario ofrecer una determinada imagen de seguridad y solvencia política: «En el curso del mes de octubre -anota Miguel Maura- ya satisfactoriamente resueltos en principio los temas de la discrepancia grave entre los miembros del Comité decidimos formar, definitivamente, el Gobierno provisional para dar la impresión de seriedad y las garantías necesarias. Una tarde fueron convocados a una reunión en mi casa todos los miembros y además los habituales asistentes a nuestras reuniones…». De esta manera, el Comité revolucionario se convirtió en un potencial Gobierno provisional: en la reunión que Maura menciona se procedió a la distribución de carteras entre quienes, en su día, habrían de regentarlas. Así se explica que, al llegar la República, aquel Gobierno potencial se convirtiese formalmente en el Gobierno provisional de la República, sin dudas ni demoras de ninguna clase.

La Presidencia del futuro Gobierno provisional fue atribuida por unanimidad, a Alcalá-Zamora. Tal elección se justificaba por razón de su preparación jurídica, de su conocimiento de la Administración, de su experiencia política y, sobre todo, de su significación moderada que podía tranquilizar a determinados sectores sociales y atraer a otros a la República. Sin embargo, en orden a aquella elección y unanimidad es necesario proponer dos matizaciones íntimamente ligadas entre sí. En primer lugar, es posible que en la designación de Alcalá jugase también un papel importante el deseo de cerrar decorosamente el paso a las posibles pretensiones de Lerroux. En este punto, Alcalá-Zamora, pasado el tiempo, escribiría: «Creí entonces, como sigo creyendo, que mi nombramiento no fue una aclamación personal directa y sí más bien voto negativo y reflejo determinado por la imposibilidad unánimemente apreciada, de elegir a Lerroux y a la vez por un resto de consideración personal al mismo para hacer más decorosa y soportable su adversidad. Eligiéndome a mí, con procedencia distinta de los escalafones republicanos, había tan sólo una opción que a Lerroux meramente contrariaba o a lo sumo lo mortificaba, mientras que designando cualquier otro republicano histórico más moderno que él habría existido salto y postergación que lo hubiere humillado». En segundo lugar, Lerroux dejó constancia de que ambicionaba la Presidencia y de que tenía conciencia de ser postergado. En este sentido, Miguel Maura refiere que Lerroux acudió con retraso a la sesión que, en la casa de aquél, celebraban los miembros del Comité revolucionario para perfilar el futuro Gobierno provisional; que el líder radical, al saber la designación de Alcalá para la Presidencia, le acató con muestras de contrariedad; y que finalmente, manifestó «que aceptaba, resignado, que fuese otro, recién llegado al campo republicano quien asumiese la Jefatura del Gobierno, porque comprendía que era la hora de las medias tintas…». Por su parte, Marcelino Domingo, en 1934, recordaba el mismo episodio y las palabras de Lerroux: «Estas palabras fueron para declarar que permanecía en su puesto, que consideraba el del deber, pero sin ninguna satisfacción interior». El mismo Domingo, por su cuenta, añade: «Lerroux se consideraba postergado, preterido. Veía en Alcalá Zamora el rival que le desplazaba; en los socialistas y en nosotros los hombres que le soportaban resignadamente y con callada protesta. Veía acercarse la República y que no era él su figura más destacada…».

El Ministerio de Gobernación se atribuyó a Maura. Este -según su propio testimonio- se resistió firme, pero inútilmente, con argumentos de cierta consistencia. «Era indudable –escribe- que la presencia en Gobernación de un hombre de derechas, que, por añadidura, llevaba el apellido Maura, provocaría dificultades al Gobierno en el que iban a figurar ministros socialistas. Les dije, además, que yo tenía un modo especial de entender la autoridad y su ejercicio y que resultaría difícil que las masas, y aún algunos políticos republicanos, aceptasen y compartiesen la responsabilidad de este criterio arraigado en mi ánimo. Fue inútil y hube de aceptar». En cambio, resultó más complicado cubrir el Ministerio de Hacienda: «Para Hacienda -escribe Alcalá Zamora– se pensó en Hurtado o en Carner; y los dos se negaron obstinadamente, a pesar de que luego el último aceptase cuando ya la República se había instaurado. Se acudió entonces a Viñuales, quien tampoco se decidió en aquella época de riesgo, como pasó con otros profesores, aun prometiéndoles que su nombre quedaría reservado hasta el momento de vencer y que mientras aparecería yo como titular. Hablóse de algún director de Banco; vióse en ello inconvenientes y, por último, Galarza lanzó la candidatura de Prieto, que prefería Fomento, pero que todos aceptamos». No hubo dificultad ni discusión en otros Ministerios: Largo Caballero pareció el más indicado para el de Trabajo; De los Ríos, para el de Justicia; Marcelino Domingo, para el de Instrucción Pública.

La cartera de Marina se adjudicó a Casares Quiroga, a petición propia; la de Comunicaciones a Martínez Barrio, a instancias de Lerroux: cada una de estas adjudicaciones estuvo rodeada de circunstancias peculiares que merecen breve mención. Los miembros del Comité revolucionario habían acordado que Alcalá­Zamora, al propio tiempo que la Presidencia, asumiese, interinamente, la cartera de Marina. El Ministerio se hallaba ya, virtualmente, formado; en ese momento, Casares apuntó sus pretensiones a aquella cartera que justificó con una curiosa razón: «Casares –escribe Alcalá– expuso su aspiración de ser Ministro, alegando que a más de Nicolau catalán podía considerarse casi vasco a Prieto y que él quedaba en situación desairada como representante de los autonomistas gallegos. Solicitó de mí a través de Maura la cesión de lo que decía representaba para mí tan solo una satisfacción sentimental y para él toda su carrera política, ya asegurada y hecha. Accedí con sentimiento al ruego para hacerle un bien y no por la oferta de su eterna gratitud». La adjudicación de Comunicaciones a Martínez Barrio se produjo por un motivo más razonable: «Don Alejandro Lerroux –relata Maura- nos hizo saber que entendía que el partido radical se consideraba con derecho a ocupar al menos dos carteras, puesto que era el más antiguo, y, al parecer, el más numeroso de la República. Nadie opuso la menor objeción». Lerroux propuso, entonces, el nombre de Martínez Barrio; se aceptó en principio; días después, se presentó aquél en una reunión que el Comité celebraba en el Ateneo: «A todos –afirma Maura- nos causó la mejor impresión y, a partir de aquel día, quedó incorporado a nuestros trabajos».

 La mayor dificultad que presentó la formación del futuro Gobierno provisional fue el acoplamiento de Lerroux: nadie -esta es la cruda explicación­ se fiaba de él, de su moralidad, de su competencia, de sus amigos. «A ninguno de los miembros del Gobierno provisional –escribe Maura– inspiraba la menor confianza Lerroux y desde el primer instante quedó ello patentizado en nuestros tratos recíprocos… Nuestro hombre era el garbanzo negro de la República; pero, a la vez, reconocíamos que su popularidad entre la masa del partido era tan considerable que no resultaba fácil edificar algo sólido sin su concurso e impensable hacerlo contra él». Era arriesgado admitirlo; era difícil excluirlo. De esta manera, se le aceptaba como huésped necesario y aún impuesto; pero sin saber dónde alojarle. Tiempo después, ya con perspectiva, Martínez Barrio señalaría: »Era muy duro y expuesto decir al decano del republicanismo que no se le quería en la cartera de Justicia ante el riesgo de que se desnivelara la balanza de Themis, ni en el Ministerio de Obras Públicas por el temor de que los ferrocarriles y las carreteras consumieran el presupuesto nacional, ni en el caserón de Gobernación desde el que se podía cambiar la voluntad política del país». En efecto, Maura acuerda que, sin medir sus propias palabras, ya en tiempos del Comité revolucionario, había afirmado que no podía entregarse el Ministerio de Justicia a Lerroux por cuanto «algunos de sus adláteres acabarían subastando las sentencias de los Tribunales en la Puerta del Sol». Lerroux aspiraba al Ministerio de la Gobernación; pero su pretensión -señala Alcalá- suscitaba «el doble e indomable recelo de los demás republicanos o socialistas»; al parecer, Largo Caballero consiguió que el líder radical renunciase a su pretensión señalándole que peligraría su popularidad en el campo republicano situándose en un lugar como Gobernación, tan expuesto al choque con las masas. De esta manera, por vía de sucesivas exclusiones, se consideró que lo más oportuno e inofensivo era llevarlo al Ministerio de Estado. De esta asignación tenemos una doble, curiosa y aun frívola explicación. De una parte, el testimonio de Alcalá-Zamora: «Con dificultad –escribe- logré convencerle para que aceptase Estado, como el primero y más antiguo de los ministerios, y por ello, primer nombre que aparecía en la lista a continuación del mío, sonando bien fuera, a donde no trascendía aquella hostilidad y donde sabría desenvolverse un hombre de tan correcta y grata expresión». De otra parte, el testimonio de Martínez Barrio: «Se confinó a Lerroux –explica- en el Ministerio de Estado, considerando que su presencia allí causaría pocos estragos, tenida cuenta de que la República, como la Monarquía, carecía de un plan de política internacional y la misión de los ministros estaba reducida a recibir, con modos de gran señor, al honorable cuerpo diplomático».

De esta manera, quedó formado el Gobierno provisional; sus reuniones se celebraron con asiduidad y con una cierta formalidad. El Comité revolucionario se había reunido, en ocasiones, en casa de Maura; desde que se convirtió en Gobierno, lo hizo en el Ateneo: «A partir del día en que el Gobierno quedó constituido –relata Maura- nos reuníamos en el Ateneo. Era más discreto y más solemne. Los republicanos que hervían en los pasillos de la docta casa nos veían entrar en el Salón de Juntas, donde en torno a una gran mesa, tomábamos asiento en el mismo orden que guardamos, pocos meses después, en la Presidencia del Consejo de Ministros… Las deliberaciones diarias duraban tres o cuatro horas…». Los miembros del Gobierno provisional procuraron aquella continuidad aun en momentos singulares y difíciles: en este punto, Alcalá Zamora recuerda que los ministros presos después del fracasado movimiento de diciembre de 1930 continuaron su labor en la cárcel: «Desde la cárcel –refiere- seguíamos la preparación de la obra reformadora llegando al detalle, a veces casi al articulado. Nos reuníamos los seis ministros presos y en la celda de Maura celebrábamos lo que llamaban los otros correligionarios detenidos consejos sin nota oficiosa». De esta manera, las reuniones del Gobierno provisional pudieron continuar, sin alteraciones esenciales, en los días que siguieron a la proclamación de la República: «Se celebró en la tarde del jueves 16 de abril –escribe Maura- el primer Consejo de Ministros. No era sino una reunión más del Comité revolucionario, pero, por vez primera, tenía lugar en la Presidencia del Consejo y en torno a una mesa más solemne que la del Ateneo…».”

El tema del Rey

LEER MÁS:  El Caudillo en Cataluña. Por Andrés Céspedes

Naturalmente en aquellas reuniones ya se plantearon los temas más importantes a los que tendría que hacer frente el primer Gobierno de la República si, ciertamente, se confirmaba la República… y entre ellos, quizás el primero fue la suerte que debía reservarse al Rey y a la Dinastía.

“En este punto, -escribe Tomás Villaroya-  Alcalá-Zamora señala que no hubo dificultad: «…nadie –escribe- se mostró directamente partidario de imitar las odiosas violencias que en sus luchas de rencor y de ambición habían hecho tristemente célebres a las advenedizas dinastías de Servia… El propio Largo Caballero, entonces con muy distinta expresión de su criterio y del pueblo dijo que a éste le repugnaría en su nobleza todo estrago inútil…». En el relato de Marcelino Domingo, el tema y su examen se explican con mayor detalle: «El presentimiento del Poder -refiere- estaba tan arraigado en nosotros que este problema nos abrumó de responsabilidad. Presidió como siempre Alcalá-Zamora. Quiso que cada uno expresara con nitidez su pensamiento y que el acuerdo se adoptara por votación. Uno después de otro, en el orden en que nos hallábamos colocados en la mesa, fuimos exponiendo nuestro criterio… Parecíamos más que un Comité que establecía cálculos sobre un porvenir hipotético, un alto Tribunal que con los reos delante sentenciaba… Prodújose la votación. Y la votación decidió que si el Rey y sus ministros caían en poder de las fuerzas revolucionarias, éstas les garantizarían la vida… Este fue el acuerdo. De esta manera, Azaña, en las Constituyentes, con ocasión del proceso contra el Rey, pudo recordar: «…me interesa hacer constar, además, que cuando todavía no éramos más que un Comité revolucionario, y se discutían los medios y los actos que podría traer la revolución, fue acuerdo unánime del Comité revolucionario, hoy Gobierno, que no se tocara a las personas reales, que se dejara a salvo a toda la familia real y que no mancháramos la pureza de nuestras intenciones con el acto repugnante de verter una sangre que ya, una vez derrocada la Monarquía, no nos servía para nada…».”

Estaba claro, la República ya era un hecho. Como quedaría para la Historia el día siguiente, 14 de abril de 1931. Y estos serían los titulares del primer Gobierno:

LEER MÁS:  1934. Los preparativos para la revolución socialista de octubre. Primera parte. Por Carlos Fernández Barallobre

Autor

REDACCIÓN