29/09/2024 06:17
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Las líneas que siguen son quizá las que más me ha costado escribir de todos los artículos que he escrito en mi vida. Ejercer de notario de la destrucción de la Patria de uno, viendo como ésta se desgarra día a día, no sólo es la crónica cotidiana de una muerte anunciada sino doloroso. Como a Unamuno, España nos duele a muchos, pero no a todos.

Son algunas reflexiones, definitiva una, otras de efectos socialmente corrosivos. La primera anuncia la extinción de la población española, la segunda la desmembración de la Nación española como consecuencia de las alas que desde el primer momento se le dieron a las nefandas autonomías, la tercera, la pérdida de nuestra identidad, de la familia como baluarte social, el desastre educativo y la pérdida de los valores tradicionales.

La extinción poblacional

No pretendo ser pesimista sino realista en cada uno de los tres argumentos que creo avalan un futuro nada halagüeño para España. En el primero de ellos estoy hablando de algo tan radical y definitivo como la extinción del pueblo español, es decir de España, extinción que se verá acompañada por una sustitución demográfica, mayoritariamente africana, que ya se ha iniciado hace tres lustros y que cada vez va a más.

Es de perogrullo que no hay España sin españoles. Para que exista España tiene que haber españoles y eso, a día de hoy, no está garantizado en el largo plazo. Hace ya años que hemos cruzado todas las líneas rojas, empezado hace pocos años la cuesta abajo de que cada año haya más defunciones que nacimientos, cosa que no se produce de la noche a la mañana, ya que los fenómenos demográficos de hoy se han gestado muchos años atrás y están muy interelacionados.

La culpa de ello la tiene la tasa de fecundidad que viene cayendo desde 1975 después del «baby boom» de los años 60 y por tanto el número de nacimientos (en la actualidad 1,19 hijos por madre en edad fértil ( la de la inmigración africana 3,6 ) cuando la tasa de reposición poblacional esta cifrada en 2,1 hijos.

Bajo este panorama, la población española está llamada a extinguirse por su progresivo envejecimiento, y la inexistencia de nuevos efectivos poblacionales. Y esto no es algo que ocurrirá a lo largo de muchas generaciones, sino mucho antes de lo que nos creemos, dada la gravedad y debilidad de nuestros parámetros demográficos. Con una altísima probabilidad, este declive poblacional español será sustituido por inmigración mayoritariamente africana. Otro tanto es esperable en la UE, si bien el impacto de la emigración se dejará sentir en mayor medida primero en España dada nuestra condición fronteriza con África.

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El secesionismo o la desmembración de España

Así como la extinción poblacional es ya una situación casi irreversible, el secesionismo puede hacer saltar por los aires la unidad de nuestra Patria en un plazo relativamente corto, salvo que las instituciones del estado tomen medidas urgentes, que con este gobierno y previsiblemente el siguiente, no es el caso.

España se perfila en cuanto a las demandas secesionistas en dos territorios: la España rica del levante periférico y la España interior, pobre y despoblada. De mayor a menor grado de reivindicación secesionista están Cataluña, Vascongadas, Baleares, el reino de Valencia, estas dos últimas regiones en el punto de mira de las ambiciones catalanas y finalmente, aunque en menor medida, les sigue Galicia, gobernada por los conservadores del PP con la imposición de la lengua gallega como vehicular en la educación y la administración gallega.

Los secesionismos se basan en la mentira histórica y el adoctrinamiento de la población, especialmente en la educación y los jóvenes. Los secesionistas catalanes son insaciables en lo económico para despilfarrar en sus ensoñaciones como calificó la sentencia del TS, con las que engañaron al pueblo. Desde Octubre de 2017 acá, el secesionismo se ha envalentonado por la tibia reacción del gobierno popular del traidor Rajoy y la meliflua y cobarde sentencia posterior.

Revertir el secesionismo en Cataluña ya no es tarea fácil. La sociedad catalana está más o menos dividida al 50% entre secesionistas y constitucionalistas, las universidades, con su profesorado al frente y las autoridades académicas son mayoritariamente secesionistas, el resto del sistema educativo igualmente y el alumnado está adoctrinado, y buena parte de la justicia merodea por semejantes parajes. Las leyes han dejado de cumplirse hace años. Aparte, está el secesionismo vasco que camina por semejantes derroteros: Pero, nadie hace nada y si el PP llega al gobierno me temo que hará lo mismo que hizo Rajoy. Nada.

Las autonomías resultaron ser un rotundo fracaso y un cáncer económico para los españoles, así como un nido de corrupciones de todo tipo. Pero, lo más grave ha sido la ilusión que con ello se iban a atemperar las ansias nacionalistas por alcanzar la secesión. Tenían como ejemplo lo ocurrido en la II República y de aquellos polvos, estos lodos.

 

La pérdida de valores y de las identidades, nacional, familiar y cultural

Nuestra identidad es nuestra mismidad. otra forma de decirlo: nosotros mismos. Lo anterior también vale para las naciones. Y nuestra identidad nacional se forjó en base a tres culturas: la helena o griega que nos legó la Filosofía, valores éticos y el Arte; la romana que nos proveyó de las leyes como expresión máxima del orden social y de todo tipo de infraestructuras y el Cristianismo, doctrina que difunde las enseñanzas humanitarias y carismáticas de Jesús de Nazaret.

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De esa identidad han derivado toda una pléyade de valores que genéricamente se han materializado a lo largo de veinte siglos en el envoltorio genérico de «Occidente» o «Civilización Occidental», con singularidades en cada uno de los países que la integran, valores que no son los mismos que ahora imperan en la globalista Unión Europea.

El entreguismo de nuestra soberanía identitaria económica ya se ha venido produciendo durante la llamada Transición («transición» a qué y a dónde, ¿a lo que disfrutamos en la actualidad?) con nuestra entrada en la entonces Comunidad Económica Europea, que supuso el desmantelamiento de nuestra industria básica y muy buena parte de la agricultura, a cambio de los fondos de cohesión.

La formación de las cohortes poblacionales a partir de implantarse la partitocracia en 1978 es casi inexistente y la instrucción en todos los niveles, un desastre. Los currícula vigentes ahora mismo son los más acientíficos que quepa concebir. El futuro tiene tintes negros. Muy negros. El globalismo y los globalitarios van contra estos tres epitomes: la identidad de las naciones, sus valores, historia y cultura y la familia. El resto de desastres que nos asisten, economía, energía, etcétera, van y vienen, pero los tres anteriores si se pierden. Adiós españoles, adiós familia, adiós valores, adiós Nación. Y en todos ellos estamos en el borde del abismo.

Para finalizar, todo lo expuesto viene de lejos, de 50 años acá, o casi. Pero la traición de este gobierno y adláteres al pueblo español es histórica y delictiva desde que el presidente Sánchez, un hombre sin escrúpulos, decidió seguir al dictado el plan globalista que Soros le avanzó para destruir España. Destruyendo la Nación, favoreciendo el secesionismo y las oleadas de invasiones de inmigrantes. Destruyendo las familias como la auténtica urdimbre social fomentando el antinatalismo y la eutanasia. Destruyendo nuestra identidad histórica y cultural, tergiversando la Historia y convirtiendo la educación en puro adoctrinamiento ideológico.

Yo acuso al Presidente y a sus ministros del delito de ALTA TRAICIÓN al pueblo español, porque la mayoría de las actuaciones que han acometido han sido y son a sabiendas, contrarias a España y sus intereses. Otros querrán llamarle prevaricación o enmascararlas bajo la incompetencia. Yo no.

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REDACCIÓN