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Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”. Juramento y proclamación como Rey de España de don Juan Carlos de Borbón y Borbón. Palacio de las Cortes Españolas. Madrid. 22 de noviembre de 1975.

¿Qué les parece? Es fácil: infiel, traidor, felón, falso, desleal, perjuro, judas, pérfido, traicionero…etcétera. Nuestro precioso idioma castellano nos permite una larguísima lista de calificativos para describir, sin necesidad de inventar nada, el comportamiento del rey demérito, Don Juan Carlos Alfonso Víctor María Borbón y Borbón (Roma. 5 de enero de 1938- ), actualmente residente en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos desde el 3 de agosto de 2020.

Sin embargo, durante sus más de treinta y ocho años de reinado (22 de noviembre de 1975 – 19 de junio de 2014), no han sido pocos los episodios protagonizados por “Juanito”. Correrías y golferías de todo tipo y naturaleza completan un catálogo y un generoso repertorio de sinvergonzonería, vileza, inmoralidad, desfachatez, villanía, bajeza, ruindad, indignidad…etcétera. Nuevamente nuestro idioma acude a nuestro rescate para ilustrarnos sobre la encarnadura –que dicho sea de paso, rima con caradura-, para describir al personaje, al sujeto y a la persona. Por sus actos los conoceréis (Lc. 6.43-44).

Aquellos llantos desconsolados y sollozos incontenibles, absolutamente auténticos –creo-, en poco tiempo dieron paso al olvido y la desmemoria de lo jurado y proclamado de manera solemne. Ni Santos Evangelios, ni principios del Movimiento Nacional que valgan. Todo fue dilapidado, destruido, arrasado y devastado. El acto final que señala lo que yo denuncio, siempre fiel a la historia vivida, estudiada y presenciada, fue la sanción de la Constitución (27 de diciembre de 1978), una vez fue aprobada en referéndum el 6 del mismo mes. A mi juicio, sin ningún recato, señalo como uno de los orígenes de los males que aquejan a España como pueblo y como nación. No me duelen prendas en reconocerlo públicamente, pese al tropel de románticos del constitucionalismo que pueblan el solar hispano, incluidos aquellos que ni la acatan, ni la defienden, ni la juran.

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En menos de tres años, junto a su fiel escudero don Adolfo Suárez González, tiraron por tierra el régimen de Franco, sin cargo de conciencia y sin decencia ninguna. El uno señalado por su mentor como heredero y futuro Rey de España, tras la promulgación de la Ley de Sucesión en la jefatura del Estado (1947), modificada por la Ley Orgánica del Estado (1967), ambas precedidas por la aprobación en referéndum. Finalmente, el 22 de julio de 1969, con treinta y un añitos, Franco le designó como su sucesor en el ya reconocido Reino de España. Y así se lo agradeció, con oprobio, vilipendio e ignominia. El otro, el grande de España, Procurador en las Cortes Españolas (1967-1977), gobernador civil de Segovia (1968-1969), vicesecretario general del Movimiento (1975), o ministro-secretario general del Movimiento (1975-1976), entre otras dignidades y reconocimientos de la época de la que abjuraba, renegaba y se desdecía. Parece mentira si no fuera verdad lo que les señalo escrupulosamente. Para una enciclopedia daría escribir sobre la dulce y pérfida pareja de viaje y viraje político, de una España que iniciaba el camino de perdición en el que hoy nos encontramos.

Ya en aquel lejano 14 de mayo de 1962, cuando casó en Atenas con la reina doña Sofía, nacida Sofía Margarita Victoria Federica, la senda del adulterio, la infidelidad y el encornudamiento, como digno Borbón reconocido en tales menesteres, marcaría el matrimonio real hasta el día de hoy. Necesitaría varios folios para enumerar la larguísima lista de amantes, amigas, queridas, o rollos diversos del aguerrido y ardiente soberano. También en este capítulo de la vida del rey demérito pueden correr ríos de tinta. De novela negra se puede calificar la vida oculta del romano coronado, CNI incluido. Presuntos robos, asesinatos, despilfarro, viajes, escapadas nocturnas, espías y ladrones, chivatos y otros tantos elementos caracterizan la existencia del pícaro rey. Su gran corazón le permitía asumir caprichosos lances amorosos, ardientes fornicaciones y flagrantes adulterios. La reina emérita, con desagrado y sacrificada aceptación, tiene más cuernos que un saco de caracoles.

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¿Y qué me dicen de los escándalos de corrupción? La lista también es amplia y muy variada: Fondos SSFI (Fondo Hispano-Saudí de Infraestructuras), Corinna Larsen, papeles de Ginebra, sociedades pantalla (Fundación Lucum, o Fundación Zagatka), tarjetas Royal Black, o el Trust de Jersey son algunos sonados y reconocidos ejemplos. Con total impunidad, alevosía e inmunidad, la corrupción, el tráfico de influencias, los delitos fiscales, y una rica gama de “presuntos” delitos se le pueden apuntar al ilustre “Juanito”. Desde luego que no ha perdido el tiempo en blindarse un riñón con todas las operaciones conocidas. Corrupto, defraudador, licencioso y protervo le pueden retratar sin ninguna dificultad.

Para mí, no lo siento por los monárquicos, sí por los juancarlistas, Juan Carlos I –espero que el último-, no es ningún ejemplo de virtud, menos aún de referente político. Su moral le describe por lo hecho y lo vivido. También hubo algunas cosillas buenas, sobre todo que es muy simpático y graciosillo. Ha vivido de forma disoluta, viciosa, depravada, disipada, enviciada y venal. Como rey, pero sobre todo, como ser humano no le distingo por su integridad, honradez, rectitud, entereza o probidad. No seré yo quien se bata el cobre y reciba cuchilladas republicanas en el coleto por defender al rey felón, por exaltar su celestial figura, o por rememorar los logros de su reinado. A lo hecho pecho, majestad. Valor y fortaleza.

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Geppetto

La verdad es que las correrias de faldas de SM no deberian ser tema de conversacion mas que el la tasca, lo desagradable del monarca ha sido la destrucción del Estado de Derecho y de la unidad de España que ha propiciado y apoyado desde la traicion a un juramento solemne.

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