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De no derogarse la Ley de Memoria Histórica actual y la que se proyecta en la “nueva normalidad”, también mal llamada Ley de Memoria Democrática, la Monarquía no sobrevivirá, aunque con ella también fenecerá el estado de derecho y la propia democracia como forma alternativa de ejercer el poder, con ciertas cuotas de libertad y contrapesos o frenos a quienes detenten el poder. El nivel de desprestigio de las instituciones creadas al amparo de la Constitución de 1978, sistemáticamente vulnerada desde el poder y sus aledaños, solo invita a una profunda regeneración de la sociedad y sus órganos rectores, o el caos que siga a la incertidumbre, destruirá la nación y enfrentará, dividido, a su pueblo.
La Ley de reconocible “Ingeniería social”, propia de regímenes totalitarios para implantarse primero y mantenerse después, condiciona todo lo acontecido desde el final de la guerra civil hasta nuestros días. Como si nada importante hubiera ocurrido desde entonces y fuera necesario abarcar el futuro, en base a ese tenebroso pasado de la II República. La transición política de 1978, segundo acto de la victoria de 1939, es el traslado del testigo generacional, social, económico y político de unas Leyes Fundamentales a una Constitución, vigente, pero de necesaria aplicación y reforma. De ahí que los actuales gobernantes hayan profanado el sepulcro de Franco, como último acto de una infame, cainita y destructora de la cultura, ley de memoria histórica, y se apresten a hacer lo mismo con su obra predilecta, aunque fallida en su ejercicio: la restauración borbónica.
Los cortesanos como Javier Ayuso o Luis María Anson, por citar dos ejemplos de la inmensa corte de aduladores y falsificadores del relato sobre el modo y forma de restaurarse la monarquía en España, confunden siempre los deseos con la realidad y analizan solamente los primeros, excluyendo toda objetivación de lo segundo. Así, la última huida hacia ninguna parte del Rey Emérito, lo consideran como el último servicio del Rey Juan Carlos a España.
También resulta común el relato de que la historia le juzgará con benevolencia. Piensan que los historiadores se fijaran y analizaran lo que conviene, no lo que sucedió, en una renovada Memoria Histórica. Otro lugar común es el de seguir, con el cuento para niños, de que el Rey defendió la democracia frente a un intento involucionista del ejército el 23 de febrero de 1982.
Pero donde la falacia y superchería alcanza su cenit es cuando señalan, como si de una consigna se tratara: “Recibió en 1975 todo el poder del dictador Francisco Franco y renunció a él para devolvérselo al pueblo al que le había sido arrebatado por un golpe de Estado el 18 de Julio de 1936”. O con otra perla de idéntica naturaleza: “Lideró la vuelta a la democracia, infundiendo a los lideres políticos de entonces un espíritu de reconciliación y concordia que nos llevó a aprobar una Constitución, en 1978, en la que se restablecía la Monarquía Parlamentaria, y que fue aprobada por una mayoría amplísima de los españoles en referéndum”.
¡Hay que ver con qué impudicia y falsedad se escribe sobre la transición española, desde hace cuarenta años! Ahora va a resultar que la Monarquía se restableció, a si misma, en Parlamentaria, y se sometió a referéndum el restablecimiento de la Monarquía Parlamentaria, no la Ley para la Reforma Política y la Constitución. Con monárquicos de ese rigor dogmático e intelectual, no hacen falta republicanos para su advenimiento.
Aunque resulte de sobra conocido, conviene seguir recordando lo que le dice Franco a Vernon Walters, en la celebre entrevista en el Pardo en 1970, por encargo del presidente Nixon para sondear directamente a Franco sobre lo que, a juicio, pudiera ocurrir en España tras su muerte. La respuesta de Franco fue clara y acertada: “El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España. [ Estoy seguro] porque voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años: la clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español. No habrá otra guerra civil
Una cosa es que Franco no estableciera a su sucesor, ni a nadie comunicara, la hoja de ruta de la restaurada monarquía, y otra muy distinta es la idea de una Monarquía renunciando a su raíz restauradora franquista y, por tanto, viciada en su origen jurídico formal y juramentado. Más bien, como sostiene Pio Moa: “Franco sentó las bases para una democracia y eligió como sucesor a una persona que haría la Transición hacia ella”. Que estuviera hoy de acuerdo en como se hizo o en la conducta de su sucesor, es otra cosa. Así lo atestigua una confidencia, del entonces Príncipe, al embajador de Francia, en 1972: “He llamado la atención al jefe del Estado, de que cuando yo acceda al Poder estaré obligado a hacer todo lo que él no quiere iniciar”.
Por encima de las anécdotas y de los episodios, la conciencia pública acepta el cambio de régimen con una alocución del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, quien, en la noche del martes, 14 de diciembre de 1976, se dirige a todos los españoles para pedir el voto afirmativo en el referéndum de aquella Ley con estos argumentos: No significa, en absoluto, que ignoremos nuestro inmediato pasado. Significa que lo asumimos, pero que lo asumimos con responsabilidad. Significa que recogemos su herencia, pero la recogemos con la exigencia de perfeccionarla y acomodarla –como cualquiera de nosotros hacemos en nuestras casas– a las demandas actuales de la gran familia nacional (…) Tenemos derecho moral y legal a pedir el sí porque el cambio se efectúa desde la legalidad, por los procedimientos previstos en la Constitución [en las Leyes Fundamentales].
Si no queremos seguir mintiendo al pueblo español, conviene explicarle que el franquismo, en sus Cortes, aprueba la Ley para la Reforma Política, que abre paso a los partidos políticos, a la Constitución y a todo el sistema democrático. Esta es la transición que se presenta como milagro o como modelo para el mundo; que se personifica en el Rey, como motor del cambio y que organiza Torcuato Fernández Miranda, que luego votaría negativamente la Constitución.
La persona del Monarca debilita o fortalece la institución. Se mantendrá la Monarquía si cumple los tres requisitos esenciales al cargo: ejemplaridad de su conducta, tanto pública, como privada; transparencia en su gestión encomendada en la Constitución; utilidad de su función, preservando el ideal nacional y el interés general. Todo lo demás incumbe a la responsabilidad de los distintos gobiernos; a la primacía de la libertad sobre la conveniencia ideológica; y al respeto del estado de derecho defendido por jueces independientes.
La ruptura con la forma de Estado (Monarquía) implica la voladura del sistema desde la transición, pues su legado ya fue desvirtuándose de manera paulatina y hartera desde 1978, por lo que no queda más que un pueblo español, engañado y sometido. La Guerra Civil española –rebelión militar, alzamiento nacional, guerra de liberación, cruzada, guerra civil, guerra incivil, ensayo de la II Gran Guerra, última guerra romántica, etc.- es efectivamente una profunda ruptura, con la que se inicia la modernidad y la Transición, la larga marcha por etapas hacia la Monarquía, conducida con paciencia y habilidad de estadista, por Franco, gran jugador del tiempo.
La monarquía no será derrocada por un movimiento violento; tampoco siguiendo las previsiones procedimentales señaladas en la Constitución; tampoco por el actual triunfo de la conjunción frente populista de tenebroso pasado. Finalizará por la triple conjunción del: incumplimiento de su función constitucional señalada en el Artículo 8º; erosión de los distintos gobiernos frentistas que la debiliten con sus insidiosas campañas y actos de hostilidad, en apariencia democráticos; sostenimiento de las leyes de ingeniería social (leyes memorialistas), creadoras, formadoras y conformadoras de la juventud mundialista y apátrida.
Su fin está escrito en el vaciamiento de su función, en la imposibilidad de ejercer sus competencias y en la inutilidad de la clase política no socialista, ni separatista, que miran el árbol, sin cuidar su raíz; adulan sin pudor y viven sin rubor la irresponsabilidad política colectiva. Le terminará compensando irse con idénticos o parecidos argumentos a los de su padre, bisabuelo etc. Pero, esta vez, no deberán esperar a nadie que les despida, les añore o les restaure. Franco seguirá siendo vilipendiado, durante un tiempo más, pero ocupará el lugar que le corresponde a su égida en la mejor historia de España.
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