22/11/2024 02:04
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En una ocasión me contaron cosas, me contaron historias, me hablaron de un país que pensé que sólo existía en los libros de aventuras, en los libros de Julio Verne o Emilio Salgari, en las novelas de leyendas.

Se decía que una vez existió una nación respetada y respetable, grande, poderosa. Una nación que ni era discutible ni discutida. En ella sus habitantes prosperaban, eran felices, trabajaban y eran solidarios y respetuosos con sus vecinos, independientemente de cuál fuera su lugar de nacimiento. Una nación grande, unida, una nación libre.

La usura era mal vista y la vivienda un bien con el que no se podía especular. Existía la cultura del esfuerzo y la recompensa, existía una clase media mayoritaria que daba consistencia y estabilidad al país, una clase media que era la columna vertebral de la sociedad. Existía conciencia de lo que se era y se deseaba. Con una ley igual para todos sin discriminaciones, ni por edad, ni sexo, ni afiliación política y muchos menos, por lugar de residencia. Una ley justa, aplicada por personas justas, donde el delincuente estaba en la cárcel, donde el asesino cumplía sus penas, donde la familia era respetada y ayudada, donde los heterosexuales no eran perseguidos, donde no te aconsejaban lo que tenías que fumar, lo que tenías que beber o con quién te deberías acostar. Donde la libertad individual se tenía en cuenta muy por encima de otras consideraciones, si esto no afectaba al conjunto de todos. Donde no era necesario inventar la historia para adoctrinar a las generaciones venideras, donde las pensiones no  estaban en peligro, donde nadie jugaba  con el dinero de los demás, donde los banqueros no robaban ni engañaban con el consentimiento de la clase dirigente. Donde no te cobraban por conducir, por aparcar, por abrir un negocio; donde se confundían trabajadores y empresarios, ediles y ciudadanos. En definitiva, un país con futuro, con pasado y con ilusión.

Entonces, llegaron ellos y una neblina oscura y densa lo cubrió todo. Nos hablaron de constitución, de hechos diferenciales, de comunidades autónomas, de Europa, de burocracia, de guerras en países lejanos, de cultura y religiones que nos odiaban y que por el contrario deberíamos  permitir su expansión en nuestra nación. Nos dijeron que seríamos libres por votar cada cuatro años como borregos. Duplicaron instituciones, leyes, normas, nos instalaron en la cultura del pelotazo, del dinero fácil, en la cultura de la corrupción, en el hecho diferencial. Inventaron historias y sucesos que jamás existieron. Adoctrinaron, no educaron, dieron categoría de idiomas a dialectos, incluso, pusieron traductores en el senado para poder entendernos en nuestra propia nación. Degradamos nuestra lengua, nos degradamos a nosotros mismos. Se pusieron calles y estadios del fútbol a asesinos y genocidas, nombres de rameras a parques, se homenajeaba a criminales, los héroes de nuestra historia fueron borrados y su lugar fue ocupado por mediocres e insignificantes sujetos. Cayó la noche más oscura, se liberó a los delincuentes, se crearon múltiples gobiernos, se gastaron nuestro dinero, nos hicieron más pobres, más ruines, más cobardes. Medios de comunicación al servicio de lo políticamente correcto, al servicio del poder y la corrupción. Construyeron nuestra particular torre de Babel.

Ellos, los vividores. Ellos, los que vinieron. Ellos, los golfos, los mangantes y ladrones. Ellos, lo que todo lo corrompieron, que todo lo pudrieron. Ellos, los mentirosos e ignorantes.

El país era España y ellos, los que vinieron, los políticos.

Autor

REDACCIÓN