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Francisco de Goya y Lucientes fue uno de los pintores más célebres y reconocidos que ha dado el arte español en el mundo.
 
Precursor del impresionismo y padre del arte moderno, su vida artística estuvo marcada por el conocimiento pictórico de varios estilos diferenciados que marcaron al autor durante toda su carrera.
 
Desde pequeño cursó estudios de arte y fue a parar a Roma para mejorar sus habilidades. Dichas habilidades le valieron para que en 1770 comenzara a trabajar para la corte real española.
 
Fue un tiempo en el que Goya gozó de gran reputación y retrató a la familia real, nobles y demás parientes de la alta sociedad de la época, donde fue famoso por su maestría en el retrato.
 
Su estilo era muy personal y original, siempre presente el naturalismo y pinturas que reflejaban las costumbres de la sociedad en la que vivía.
 
Aunque Francisco de Goya abarca muchos estilos, fueron los retratos reales los que le alzaron a la fama. En 1789 fue nombrado pintor de la corte real de Carlos IV, y realizó una serie de retratos muy interesantes de los reyes y su familia como el Carlos IV cazador, Carlos IV a caballo, María Luisa con mantilla o María Luisa en traje de corte.
 
Independientemente de estos trabajos, la importancia que tuvo con su obra ‘La maja desnuda’ fue única. Fue realizado entre 1790 y 1800, siendo una de las pinturas que, junto a ‘La maja vestida’, más polémica suscitó en la época. Se dice que era la Duquesa de Alba, ya que, un vez los cuadros se realizaron, pasaron a formar parte de la propiedad de Godoy.
 
Dos de las obras más significativas y conocidas de Goya fueron ‘La carga de los mamelucos del 2 de mayo’ y ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’, que retratan la lucha y los horrores de la guerra de independencia española en Madrid frente a las tropas francesas de Napoleón en 1808.
 
La guerra influyó mucho en las obras del autor que realizó varias en este sentido, pero ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’ en concreto refleja la crueldad de los fusilamientos de una manera natural y sobrecogedora.
 
Entre 1819 y 1823 Goya realiza las «pinturas negras», una serie de obras muy oscuras y controvertidas que reflejan el duro final de su vida.
 
Cuando el clima político fue tenso en España, en 1824 se exilió voluntariamente a Burdeos, donde pensó que estaría más cómodo. Sordo y con problemas de salud, Goya no dejó de pintar hasta el día de su muerte, realizando retratos de amigos exiliados.
 

Finalmente, Francisco de Goya moriría un 16 de abril de 1828 en la ciudad de Burdeos (Francia).

 
 
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