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La Justicia ha reafirmado a Javier Iglesias como terrorista, ergo el hijo queda definido por sus obras: entre tantas, la responsabilidad de la eutanasia encubierta que mató a nuestros padres y a decenas de miles de personas con el fin de politizar el dolor, según decía quien fue el encargado de abandonar a tantas víctimas que solo podían aspirar a la morfina para adormecerlas definitivamente. Vaya si lo politizó el íncubo vallecano. Además, el coronel de Infantería Diego Camacho ha sido absuelto del delito de injurias y calumnias por declarar la supuesta vinculación del podemita con estados del narcotráfico y la dictadura iraní. Diríase que la Justicia imparcial ha calado a la familia Iglesias en pleno. La Justicia de Dios espera con ficha abierta.
Desde que nació, Pablo Iglesias es un producto artificioso de marketing político, no cabe el casual equívoco en el carácter manipulado de su infancia siendo hijo de su padre, de su madre y nieto de su abuelo del que algunos dicen que en el pecado lleva la penitencia, pero protegido por las bondades de una democracia desmemoriada que recuerda los beneficios manipulados de unos y borra las maldades de otros. Como niño no poseía libertad para escoger un destino en función de otra educación que la recibida con retorcida manipulación del parentesco, de acuerdo, pero eso no le excusa el bajo fondo personal que ha desarrollado porque la mala sangre sea genética. El infante debía crecer como una criatura extrema para orgullo de los no menos extremistas obradores de la manipulación leninista concentrada en un hijo; en cuerpo y alma. Algunos padres llevaban a sus vástagos prontamente a los clubes de fútbol, a ver si poseían el talento que permitiera ejercer el día de mañana como rutilantes y cresas estrellas del juego. Otros inculcaban odio, exclusión, frecuentaban mítines de radicalismo con el zagal que supuraba la intoxicación a gusto de los progenitores y prefabricaban una criatura llamada a revolucionar la paz social, con el previsible fin de someterse a la vieja excusa de la justicia social para llenarse los bolsillos: el objetivo primero y último de todos los luchadores por la libertad, y demás monsergas podemitas y comunistas, que viven ostentosamente del cuento político.Ya su nombre y apellido era una declaración de intenciones radicales, no obstante las afinidades con el terrorismo envenenaban un hogar singular donde se pretendía vivir del bajo fondo de la política, en vez de trabajar sin otra pretensión que hacerlo honradamente y en noble igualdad de condiciones. Siendo así de inevitable el destino de quien era una esponja andante de rencores, lucha de clases, violencia justificada y resentimiento visceral con impronta radical, era cuestión de tiempo que una vez crecido fuera el orgullo de sus progenitores por estar hecho a imagen y semejanza de ellos. Igual de arbitrarios, con las mismas rastreras demagóogias y esa mala leche que hay que destilar para estar al margen de una convivencia normalizada para buscar ventajismos con la argumentación ideológica como llave maestra, ganzúa más bien, capaz de abrir todas las puertas así tengan que violentarse en nombre de la libertad de los pueblos.
Pablo Iglesias no tuvo culpa de ser quien fue cuando creció sin opciones, abocado a desarrollar ese carácter cínico tan afín a las ideas totalitarias de la izquierda dícese revolucionaria; siempre lo mismo. Tampoco las criaturas que crían con empatía por la pedofilia. Pero aspirar a un gobierno de una sociedad normal para sumirla en la anormalidad de su educación recibida, donde el cóctel molotov y la violencia son instrumentos de control social por la gloria bendita del estalinismo, es una aberración, junto a la pederastia, que las urnas deberían enterrar como fundador de la miseria morada.
Los discursos de Pablo Iglesias sobre la violencia social, fabricación de bombas flamígeras e imposición de la dictadura del proletariado, como los de la ida Irene Montero acerca de la imposición sexual a los niños, apestan fuera de las cuatro paredes de su entorno, digamos, familiar. Eran extemporáneos y aberrantes hasta que los han arraigado con técnicas de manipulación social, aplicadas desde la teoría de las asignaturas complutenses.
Quien brinda con un cóctel molotov y quien empatiza con el pedófilo y los agresores sexuales, con asesinos y terroristas en democracia, no son personas gratas. Esto es algo que deducen muchos exvotantes de Podemos que a estas alturas conocen el percal parasitario del orgullo de su casa y de sus anómalos padres que se esconde junto a la otra en Galapagar, custodiados por la Policía y sabedores del monumental desprecio, por decenas de millones, que inspiran a los verdaderos ciudadanos con honra y dignidad . El problema es que los habitantes de un «hogar así», son la antítesis de lo que es una familia sana y los votantes no son tontos una vez que se les ha conocido el pretexto de la justicia social para enriquecerse de modo carroñero. Y todavía queda por ver lo que trae la saga ineducada y rencorosa, mamadora de una atrofia moral que roza la demencia entre las cuatro paredes del casoplón bolivariano. Todo un árbol genealógico retorcido y sin excusa, porque la esencia ponzoñosa debe ser destino elegido. Son todos tal para cual y Pablo Iglesias digno ejemplar de una genética con impronta de malignidad. En el Averno deben de estar también fichados por el Demonio, sin excepciones.
Autor
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Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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